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dimecres, 29 de maig del 2019

Políticamente incorrecto y genial





Andaba buscando en youtube otra cosa y como suele suceder de repente me encuentro con una escena de una película que ví medio siglo atrás.

Me parto de la risa, me descojono, lloro mientras pienso en mis adentros que en este triste siglo XXI probablemente una escena así produciría sarpullidos en unos y acojonamientos en la producción y la auto censura se impondría porque, efectivamente, es políticamente incorrecta además de desternillante y sarcástica.

Si quieren ver a un mexicano genial, ahí lo tienen:




Pensándolo seriamente, creo que Cantinflas definió muy bien hace cincuenta años lo que es una frontera.

Ahora solo falta que alguna mano negra ordene la eliminación del vídeo en youtube y mandar a Cantinflas a la lista negra....





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dimarts, 21 de maig del 2019

Sombra (Ying, 2018)








En su última película el cineasta chino Zhang Yimou demuestra haber bebido en diversas fuentes inspiradoras que le nutren en su retorno al género cinematográfico que domina como nadie: el wuxia, mezcla de artes marciales y fantasía, tiene en Yimou a un artista que lo eleva estéticamente hasta situarlo más allá de la mera exhibición circense de fuerza y habilidades increíbles sustentadas en los trucos cinematográficos más añejos.

Yimou escribe el guión de Sombra (Ying, 2018) adaptando con Li Wei el original de Zhu Sujin titulado "Tres Reinos: Jingzhou" y tomando las riendas del director acomete un viaje de entorno cuando menos elíptico pues la narración cinematográfica empieza y termina con la misma imagen de la bella esposa del primer general del reino de Pei Liang, que deberá tomar una decisión, la más importante de su vida.

Yimou regresa al alambicado modo de vivir y morir presente en una corte china en la que los dimes y diretes son divertimentos infantiles porque cuando toman seriedad se convierten en traiciones, intrigas palaciegas e intentos de asumir poderes ajenos que finalizan en decapitaciones imprevistas: ya se nos advierte previamente de esas costumbres peligrosas y de la contrapartida de buscarse lo que en castellano viejo denominamos como sosias y en lenguaje de ineptos sujetos a influencias carentes de cultura como sombras.

A diferencia de la fastuosidad presente en La maldición de la flor dorada en esta ocasión Yimou ha optado por un minimalismo estético no por ello menos eficaz e impresionante a pesar de la reducción cromática basada en los cientos de grises que la cinematografía digital puede aplicar sobre una imagen selectivamente, desde el negro más profundo al blanco más brillante.

El juego cromático de Yimou no es baladí y por ello trasciende al simple ejercicio epatante: ese reino de Pei Liang, como tantos muchos otros reinos que coexistieron en la China medieval se compone de un territorio agreste y un par de pueblos; en realidad sólo uno, porque el otro fué en su día invadido por las huestes de otro rey, Yang Cang. No hay munificencia posible y si acaso el palacio real se nos presenta de forma elegante pero no ostentosa, precisamente porque la paleta usada por Yimou se aleja de oropeles y salvo los personajes, ligeramente coloreados, todo está filtrado en paleta grisácea con un tanto por ciento muy elevado.

Uno se da cuenta de la técnica empleada por Yimou a posteriori, acabada la sesión, porque mientras se desarrolla la historia la atención sigue los avatares de una intriga palaciega en la que un rey joven resulta ser despótico y sabio, egoista y prudente, críptico y artero, mientras su cohorte se debate entre el respeto tradicional y la preservación del orgullo y la cabeza y alguno para ello se servirá de un sosias que sin quererlo ni pretenderlo se erigirá en centro de atención.

El conjunto que nos presenta Yimou se halla revestido de una épica propia de los relatos clásicos de la mejor tradición oral, aquellas epopeyas que con el tiempo destilaban tranquilamente, de boca a oreja mil veces, dejando un poso de acciones inverosímiles, titanes guerreros, siniestros reyezuelos y bellezas con finales trágicos, todo ello aderezado con pasiones humanas, simples, potentes, como el miedo, la ambición y el amor.

No se puede pedir más: habrá quien apunte a los enredos cortesanos recreados por Shakespeare, pero todos sabemos que el propio bardo se inspiraba en literatura ya antigua en su época y la oriental, precisamente, abunda en tramas semejantes, como no podía ser de otra manera.

Escaldado seguramente Yimou por su última experiencia con los occidentales (véase La gran muralla) en esta película ya desde la primera imagen refuerza el concepto del yin-yang como base del relato: seguramente para el espectador avezado en la sinología habrá muchos aspectos interesantes que pasarán desapercibidos a la mayoría; pero para el resto nos queda una historia melodramática expresada en decisiones maquiavélicas algunas, heroicas otras y desesperadas muchas de ellas, que no resultarán ajenas ni desconocidas y por ello la atención se mantiene constante sobre la trama y sus vericuetos, algunos más sangrantes que otros, servidos todos ellos, eso sí, por una cinematografía que se emplea a fondo para exaltar una narración clásica adornada de fantasías inverosímiles centradas en las acciones guerreras que en algunos momentos troyanos nos devuelven a los orígenes comunes.

Una forma de filmar, la de Yimou, elegante, exquisita, no por ello complaciente con un magnífico elenco de intérpretes a los que compele a exudar su personaje mediante planos cortos y primeros planos que gracias a una iluminación fantástica debida a Xiaoding Zhao (colega en otras ocasiones) logran exponer con gran intensidad los sentimientos apenas insinuados por unos personajes que se mueven, siempre, casi disimulando, en la forma que acostumbramos a ver en los orientales refinados y educados; probablemente Yimou es afortunado por la empatía, la química natural entre la bella Li Sun y Chao Deng, no en vano son matrimonio desde hace nueve años, pero no hay nada de suerte y por el contrario un buen trabajo en su actuación, más aún en el caso de él, pues Chao Deng interpreta un doble papel: son dos carácteres y dos composiciones ayudados por caracterizaciones bien diferentes; del resto del elenco baste decir que, contra lo usual en el cine del lejano oriente, todos lo hacen con una mesura y economía de gestos y voces notabilísima.

Probablemente el peor defecto que desde estas latitudes podemos objetar a esta película sea, precisamente, lo que mejor la define como perteneciente al género de wuxia: quizás sin los elementos fantásticos -que son menores que en otras ocasiones, en verdad- la narración sobresaldría más nítida pero no más potente, más limpia pero no menos inteligible, así que, en definitiva, puestos en balanzas, diríamos que bien vale la pena tragar el espectáculo inverosímil y fantástico por disfrutar -y mucho- de una narración cinematográfica bella, potente y apasionada, dotada de una caligrafía que nos permitiría seguir con la trama aún sin los diálogos, porque tanto los movimientos como los sentimientos e intenciones de los variados personajes se adivinan gracias a la cámara usada con acierto por Yimou que compone un universo con apenas siete personajes y una atmósfera siempre relevante.


Ojo que digo diálogos pero no digo sonido, porque es espectacular, lo mismo que todo el conjunto de trucos artísticos que maneja Yimou, desde los escenarios de interiores traslúcidos llenos de intención a los exteriores bañados por una lluvia constante y hasta los vestuarios vaporosos o aherrumbrados, según la ocasión, sin olvidar unas composiciones musicales que hablan por sí solas.

Por último, un consejo: véanla en la pantalla más grande a su alcance y con los mejores altavoces a su disposición. No se la pierdan. No se dejen atemorizar por su lado wuxia (que es mínimo) o se arrepentirán.


Tráiler





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diumenge, 12 de maig del 2019

Los hermanos Sisters




Nada es usual en esta película empezando por el título que, tomado de la novela en que se basa, literalmente podríamos traducir como "los hermanos hermanas" dando pie a bromas y comentarios jocosos que no son idóneos en absoluto pues los hermanos de que se trata son unos eficacísimos sicarios, asesinos a sueldo que ejecutan las órdenes recibidas de un cacique que enseñorea en el estado de Oregón y más allá en 1851 cuando en el lejano oeste estadounidense la civilización llegaba a paso lento pero firme.

Nada es usual porque el director es francés: Jacques Audiard, con el decidido apoyo de la productora gala Why Not Productions (que podríamos traducir como "Porqué no Producciones" lo que le confiere un aire desafiante) fueron los primeros en decidirse a filmar una película basada en la segunda novela del canadiense Patrick deWitt titulada The Sisters Brothers cuyos derechos cinematográficos adquirió con muy buen olfato el actor John C. Reilly en 2011, cuando se publicó.

Nos hallamos pues ante una película que cuenta una historia que sucede en el oeste de finales del siglo XIX; un western, género que según algunos críticos lleva más de cuarenta años agonizando -que ya es larga agonía- y sigue dando ejemplares cinematográficos remarcables, imperdibles, esas piezas que los mismos críticos, en un par de años, no dudarán en adjetivar como "película de culto" porque habrá empezado a envejecer como el buen vino guardado en buena barrica, más notable conforme pasan los días.

Se pueden decir muchas cosas del excelente guión cinematográfico escrito por el propio Audiard mano a mano con su amigo y colega Thomas Bidegain y quizás la más definitiva sea que, acaba de ver la película, un comezón arranca en busca de la novela original: no resulta nada extraño que al proyecto inicial de Reilly se unieran actores como Joaquín Phoenix, Jake Gyllenhaal y Riz Ahmed, porque en el guión hay muchas oportunidades para que un intérprete disfrute con su trabajo y de rebote nos haga disfrutar a nosotros, espectadores en busca de personajes que pertenecen a una realidad de otra época, pero verdadera al fin y al cabo, quizás no tan lejana como imaginamos a primera vista.

Si contemplamos la cartelera la existencia de un western es, como poco, inusitada; si nos fijamos en los títulos de crédito, veremos que participan de algún modo Atresmedia y Movistar y uno se pregunta cómo es posible que haya tardado tanto en estrenarse en España.

Porque Los hermanos Sisters (Les frères Sisters, 2018) tiene todo lo que uno puede demandar de una película: el guión nos presenta una trama en la que se mezclan escenas de acción con momentos de calma y sosiego en los que no faltan diálogos bien escritos y mejor dichos; los personajes no resultan indiferentes ni los unos ni los otros: hay dos asesinos consumados, una especie de investigador con doble faz y un soñador ilusionado por una sociedad mejor y todos ellos tienen su propia historia, sus motivaciones, sus sueños, anhelos, recuerdos: son humanos, vaya: te pueden caer bien o mal, pero son comprensibles, aceptables o inaceptables, pero tienen una virtud extraña: son; son reconocibles; son humanos.

La sinopsis es muy simple: los hermanos Sister son sicarios a sueldo del Comodoro y éste les envía tras las huellas de Herman Kermit Warm cuyo paradero está investigando también John Morris, por encargo del mismo Comodoro: parece que todos ellos van en el camino de Oregón a San Francisco y en el camino se desarrollará toda la trama, con parada en la aldea de Mayfield, único momento en que aparecerán dos mujeres en los sucesos a devenir: la propia Mayfield, cacique local y la meretriz (casi un cameo de Allison Tolman) impresionada por la delicadeza de uno de los Sister. Todo se liará en San Francisco, donde aflorarán rasgos patentes de cada personaje hasta el desenlace.

Audiard en su doble faceta de guionista y director se erige en autor a tener en cuenta porque construye desde el primer minuto una narración cinematográfica excelente: bajo el letrero que nos sitúa en Oregón, 1851, un paisaje nocturno sin luna repentinamente se llena de voces amenazadoras en las que los Sisters advierten de su ominosa presencia antes de liarse a tiros que, de un lado y otro de la pantalla iluminan fugazmente una barraca solitaria: a partir de ahí, la cámara refuerza el texto mostrándonos imágenes comprensibles, siempre bien emplazada y con despliegue de todos los planos imaginables incluyendo travellings laterales acompañando el cabalgar cansino de unos asesinos en pos de su objetivo mientras conversan con la familiaridad propia de dos hermanos metidos en un oficio terrible, un parentesco expresado no tan sólo en el verbo: también en el gesto, incluso el más adusto.

Audiard saca muy buen provecho del rodaje en tierras españolas: Almería, Navarra y Huesca sirven para rodar un western que de crepuscular no tiene nada y sí mucho músculo, porque al igual que en las mejores del género, los tiros y las cabalgadas, el paisaje agreste y la dureza de los personajes no son lo más atractivo del conjunto aunque sin duda ayudan mucho en el aprecio final, porque la psicología de los tipos está muy bien cuidada y aún recios, son creíbles. El ritmo es tranquilo y continuado sin interrupciones ni altibajos y apresa fácilmente la atención del espectador que no mira el reloj hasta que no termina la película y se da cuenta que han pasado dos horas en un santiamén sin ruidos ni sobresaltos ni pirotecnia visual y es cuando empiezas a darte cuenta que has visto una película, un artificio, cuando creías estar en una ventana mágica viendo a unos tipos muy especiales persiguiendo a otros igualmente interesantes, cada uno perfectamente definido por unos actores que demuestran, por si hubiera dudas, que son muy capaces de aprovechar hasta las comas de un buen texto, por no hablar de los silencios y las miradas.

Un excelente western, una película imperdible, a disfrutar si es posible en v.o.s.e., porque bajo una trama que no aporta a grandes rasgos novedad alguna, el trabajo de Audiard y los cuatro protagonistas profundiza en el poso de cada tipo elevando el interés a cotas inusuales en las carteleras actuales: una narración tersa de cuatro aventuras que coinciden en la gran pantalla para nuestra felicidad. No se la pierdan.

No hay tráiler: todos cuentan demasiado.









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