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dimecres, 30 d’abril del 2014

Jep el diletante y su circunstancia






La più consistente scoperta che ho fatto
pochi giorni dopo aver compiuto sessantacinque anni è
che non posso più perdere tempo a fare cose che non mi va di fare.
(Jep Gambardella)








Más de cien días después de haberla visto permanecen en mi memoria no tanto imágenes cuanto que sensaciones inspiradas por la premiada película de Paolo Sorrentino de la que, por lo visto y leído, casi nadie opina de modo uniforme y ello resulta en un acicate para estrujarse la neurona y tamborilear sobre el polvoriento teclado.

Provista de un título engañoso, La grande bellezza (La gran belleza; el traductor aquí no tuvo margen) se inicia con una colección de imágenes arropadas por una música cautivadora y nos remite a la tragedia cultural informada por el Síndrome de Stendhal, también conocido como Síndrome de Florencia y que, ciertamente, podría denominarse Síndrome de Roma, ciudad omnipresente en la cinta de Sorrentino hasta constituirse casi en un personaje más del mosaico que veremos a continuación.

Sorrentino es asimismo autor del guión y por tanto dueño absoluto y máximo responsable de la función y a él hay que darle lo merecido porque en uso de su libertad ha dirigido una pieza que, sin ser original de forma absoluta, ya era hora que apareciera en las pantallas actuales.

No hay que ser muy entendido para percibir la poderosa influencia de Fellini en esta película con claros componentes oníricos, por momentos surrealistas, que remite a una forma de entender el cine que uno había casi olvidado por la ausencia de décadas. Algunas voces se han levantado airadas acompañando dedos acusadores de plagio y me parecen pertenecientes al grupo de bobos que aplauden, entusiasmados, la "performance" de una criatura oprimida psicológicamente ante un lienzo presto a ser manchado y vendido por millones. (No hace tres días leía una cita quizás apócrifa de Picasso: "El gran artista plagia y copia: el genio, roba")

Sorrentino filma su guión literario con unos modos cinematográficos que nos recuerdan a Fellini: ¿Es eso malo? Hace más de veinte años que falleció Fellini y hay una legión de espectadores que apenas saben de su existencia; las mejores películas de Eastwood han recordado a grandes del western y nadie se ha rasgado las vestiduras: ¿a qué vienen esas puyas?

Esta película, provista de un guión que algunos no dudarían en calificar de caótico, remite a los frescos sociales y a las rememoranzas de una vida siendo su conexión el personaje protagonista, ése Jep Gambardella incorporado por el ilustre Toni Servillo que poco a poco va ocupando un lugar importante en un círculo poblado por grandes componentes de la Comedia Italiana: seguramente sin su presencia el resultado final no hubiese sido el mismo: ése diletante perfecto abandona ocasionalmente un comportamiento confortable para sincerarse y dar tajos verbales a diestro y siniestro sin perder compostura aplicando la premura contenida en la frase que encabeza estas líneas.

Ese Jep Gambardella se autodefine constantemente en una suerte de reflexiones que sirven para enlazar una situación con otra, una vivencia que enlaza con el pasado y una aventura de una noche, una multitud enfervorizada por el bullicio y una quietud solitaria del regreso a una casa vacía provista de una terraza de ensueño, cabe el Coliseo, pista de despegue de aves milagrosas.

El entorno social en el que se mueve Jep no es en absoluto el representativo de la sociedad romana en general pero sí se acerca al grupo que pretende ser la intelectualidad, el foco cultural que pretende avanzar, ser moderno. La personalidad del protagonista se desarrolla a lo largo el metraje y a través de sus amantes, amigos y conocidos diversos podemos hacernos una idea cabal tanto de lo que siente como de la realidad subyacente bajo las formas sociales de los actos a los que asistiremos gracias a un cicerone que mantiene una actitud cuando menos circunspecta cuando no asombrada e incrédula.

La virtud de la trama es que seremos nosotros, mirones impenitentes, quienes guiados por Jep en diversos vericuetos físicos y sociales, veremos sitios, lugares y hechos que deberemos aquilatar por nosotros mismos: somos homólogos de Ramona, amante de Jep; nos muestra el camino en silencio, nos deja apreciar, nos deja juzgar lo que vemos: nos sitúa.

El principal defecto de esta memorable pieza es que, realmente, es bella. La forma de filmar de Sorrentino es impecable y contando con la colaboración de Luca Bigazzi al tanto de la fotografía y la tijera manejada por Cristiano Travaglioli, el discurso cinematográfico es coherente, oportuno y plásticamente insuperable, servido por una caligrafía en la que ni falta ni sobra un plano y con un ritmo apropiado a cada escena y circunstancia que son múltiples y variadas, tanto en interiores oscuros como en exteriores luminosos, siempre acompañados y resaltados los momentos por una banda sonora adecuadísima, excepcional, muy cuidada.

La perfección de su plasticidad y el generoso metraje por momentos agotan aunque, a toro pasado, permanece la sensación que Sorrentino quería decir muchas cosas y las dijo al modo italiano (y mediterráneo, a qué vamos a engañarnos) y acabó haciendo mucho ruido y con gran verborrea.

Porque debajo de esa apariencia hay un buen surtido de temas que son tratados casi bruscamente pero nunca con trazo grueso: en este caso la brusquedad se debe a la brevedad pero no hay nada burdo en el planteamiento y uno va recordando momentos y entre todos ellos surge una sociedad romana en particular y occidental en general que se puede contemplar a sí misma como reflejada en un espejo de feria, según como resaltando los defectos que nadie quiere reconocer. El listado de sarcásticos apuntes de Sorrentino crece en la lejanía y seguramente cada espectador tendrá el suyo particular y ahí, en la provocación de la idea crítica, en la llamada a la consciencia individual, es donde está el porqué esta película pertenece al selecto grupo de las imperdibles, aguardando turno para que el paso de los años la suba o no de escalafón.

Me sorprendió leer hará unas semanas en los diarios que los romanos se quejaban y lamentaban el esfuerzo de Sorrentino en presentar una Roma bella formalmente cuando la Ciudad Eterna padece graves dolencias cívicas y ciudadanas y pensé: no se han enterado de nada, esperaban una película neorrealista del genial De Sica y se han encontrado con una maquiavélica película que bajo la gran belleza oculta muchas cargas de profundidad y no pocos torpedos.

Está claro que se trata de una gran película que hay que ver y por supuesto en versión original. Una buena muestra de la pervivencia del cine italiano en particular y europeo en general que busca algo más que un buen resultado en taquilla.


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