Una oportunidad perdida
La década de los sesenta del siglo pasado fué una época bastante agitada, en ocasiones convulsa y sin duda propició cambios considerables no tan sólo en las sociedades occidentales aunque probablemente en ellas se avanzó más que en oriente en lo que concierne a las mujeres que siguieron con la lucha en pro de la igualdad con los hombres en todos los sentidos.
En Boston, capital del estado de Massachusetts (Estados Unidos de América) y ciudad de raigambre clásica en el país, un asesino se cebó en las mujeres que vivían solas acechándolas, violándolas y estrangulándolas contabilizándose por lo menos trece casos lo que motivó como es lógico la indignación, el estupor y el miedo generalizado en una sociedad que teóricamente prosperaba mirando por encima del hombro los problemas de New York y Washington, el primero por su excesiva población y la segunda por su derivada política.
Los asesinatos perpetrados en la ciudad tuvieron como es lógico su repercusión en los medios de comunicación e incluso se filmó una película en 1968, The Boston Strangler, protagonizada por Tony Curtis y Henry Fonda, en la que nos detuvimos aquí hace ya más de quince años, una pieza dirigida por el siempre eficaz Richard Fleischer.
Las atrocidades cometidas sobre mujeres indefensas en aquellos años han originado muchos artículos, libros de ensayo y ficción y ahora Matt Ruskin nos presenta una película basada en guión propio que ha titulado, cómo no, Boston Strangler presentada en internet en España hace unos días con el título de El estrangulador de Boston.
Ruskin se auto erige en máximo responsable de su película y cuenta con los consejos de Ridley Scott que anda en labores de producción y dudo que lo haya hecho en silencio.
El enfoque de esta película difiere sensiblemente de la anterior que juega con el pánico y la introspección y aparentemente Ruskin pretende una actualización en la que se le otorga relevancia a dos periodistas empeñadas en investigar los sucesos conforme se iban sucediendo, convencidas mucho antes que la policía públicamente lo admitiera que la ciudad se hallaba frente a lo que acabó siendo un asesino en serie, a pesar que ulteriores investigaciones parecen dudar de un sólo autor criminal, aspecto ése que Ruskin no sabe controlar y acaba por emborronar el conjunto.
En los primeros minutos el espectador tiene la sensación que, aprovechando el escenario complejo de una redacción de un periódico ante unos crímenes que se van repitiendo, la figura decidida de una periodista que quiere dejar de escribir asuntos domésticos interesantes para señoras ocupadas únicamente en cuidar su hogar y su apariencia física para ponerse a investigar los crímenes que tienen como objetivo mujeres que viven solas e independientes, Ruskin nos ofrecerá una trama en la que la lucha por demostrar la competencia profesional de la mujer como investigadora criminal a la par que sus colegas masculinos será el eje en torno al que girará su película que, no lo olvidemos, nos viene anunciada como "basada en hechos reales", frasecita de rigor que cada vez me dá más miedo y que en esta ocasión bien pudiera reflejar la creciente toma de responsabilidades por parte de las mujeres occidentales en aquellos lejanos años sesenta tan ricos de sucesos.
Si esperan hallar un alegato feminista mínimamente bien construído en el que se nos presente a dos periodistas empeñadas en realizar su trabajo con decisión y sin miedo venciendo obstáculos machistas al desarrollo de su profesión, se han equivocado de película o mejor dicho, se han dejado convencer por una publicidad engañosa.
Ruskin demuestra sus fallos de guión y los enaltece con sus fallos, estrepitosos, de director de cine que ni sabe elegir el formato visual ni dar y mantener ritmo a la acción ni sabe tampoco exprimir a los intérpretes que tiene a sus órdenes, aunque bien es cierto que éstos, con frases tan anodinas y personajes tan planos, bien poco tienen donde agarrarse.
No hay fuerza sostenida en los personajes que veremos en la pantalla, ni en el mundo periodístico, ni en el policial, ni tampoco en el criminal, con tantos tipos creados sin garra que se pierden como lágrimas en la lluvia sin que ni la empatía ni la antipatía hagan su aparición en el ánimo somnoliento del espectador al que se le hurta de forma inmisericorde también la intriga y el suspense habituales en películas en las que hay un montón de crímenes por resolver.
No ayuda nada la decisión de adoptar la pantalla ancha, 2,39:1, indicada para llenar los grandes, enormes, televisores domésticos por el miedo a que los espectadores se quejen de un formato más apropiado y reducido que dejaría ¡ay! buena parte de su enorme pantalla en negro y sin información, que es precisamente lo que le falta a esta película que no acaba de decidirse si nos promueve un debate sobre la intervención femenina en cualquier ámbito del periodismo o si trata de desvelarnos recientes descubrimientos afectos a los crímenes sesenteros, una actualización que no sería desdeñable, aunque para ello hay que tener ideas bien formadas, no en vano el peligro de basarse en la realidad suele ser el aburrimiento causado por la indecisión entre una ficción renovadora y un docudrama archiconocido, quedando al final en nada.
Llenar una pantalla tan grande con nada es mal asunto, por mucho que algún espabilado en la sombra asegure que es posible: sobra espacio y falta talento y trabajo. Mejor vean la película de Fleischer que no pretende ser tan verídica y atrapa la atención.
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