Poderoso Caballero
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
anda continuo amarillo,
que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
Es Don Dinero.
Los tiempos cambian que es una barbaridad, que diría el castizo, y en la actualidad ya no es necesario ni tener talento ni, caso de haberlo tenido, mantener viva su llama, para amasar enormes fortunas a costa del público: basta con saber mover los resortes adecuados de la mercadotecnia y, como diría aquel, vivir del cuento.
Érase una vez un joven muchacho con una fuerte vocación artística determinada a crear obras cinematográficas; cuando apenas tenía veinticinco años, uno de sus trabajos para la televisión, donde se inició, tuvo un amplio reconocimiento tanto por parte del público como por parte de la crítica especializada. Ese éxito le permitió pocos años después afrontar el rodaje de su primer largometraje, estrenado en España en las navidades de 1975, consiguiendo la admiración internacional de crítica y público. El joven Steven Spielberg, con apenas veintinueve años, entraba en la historia cinematográfica por la puerta grande gracias a un escualo.
Spielberg recibió el impacto de la fama acompañado de dinero. Mucho dinero.
Otro talentoso joven también dedicado en cuerpo y alma a la dirección cinematográfica recibió el espaldarazo de la compañía independiente creada por Francis Ford Coppola para pergeñar una extraña obra que tuvo también una buena acogida; tanta, que, pocos años después, en 1973, el muchacho, con apenas veintinueve años, consiguió producir y dirigir una película que mostraba las vivencias de un grupo de jóvenes en los sesenta del siglo pasado, recibiendo muy buena acogida crítica y popular.
El joven George Lucas también se hizo popular y rico.
Estaba cantado que esos dos coetáneos iban a encontrarse en alguna fase de su incipiente carrera y así, hace nada menos que veintisiete años, iniciaron su colaboración con una película que recuperaba el maltratado género de aventuras en todo su esplendor: En Busca del Arca Perdida, verdadero hito de la historia de la cinematografía, que daría lugar a cientos de imitaciones.
El éxito de esa primera colaboración sorprendió a propios y a extraños; los sesudos críticos miraban con desconfianza el éxito de una película adscrita a un género considerado menor por la intelectualidad mientras las salas a rebosar indicaban claramente las preferencias del público que ya empezaba a estar un poco harto de tanta película adscrita al género de arte y ensayo y buscaba una válvula de evasión bien hecha. Más que un crack de taquilla, fue un katacrack.
Dinero: mucho dinero: muchísimo dinero.
Tanto, tanto dinero, que a Spielberg acabaron colgándole el mote de "Rey Midas", en alusión al mitológico monarca que todo lo que tocaba lo convertía en oro, divina prebenda que se tornó en maldición pues ni siquiera el agua se resistía al poder aurífero y el rey no podía beber ni comer nada, hasta que se desprendió del dorador tacto.
Hay un refrán castellano que dice: "La avaricia rompe el saco"
Este comentarista, después de haber asistido al multiestreno mundial de la última colaboración de esos dos antiguos cineastas, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull, 2008), viene, tras este largo prológo, a solicitar la admisión de un nuevo refrán, más cinéfilo:
"La codicia destruye el talento"
Las razones de tal solicitud se ofrecen acto seguido, intentando no desvelar aspectos de la película que puedan resultar de interés para quien no la haya visto todavía (que deben ser muy pocos, a estas alturas) aunque no puedo asegurar que se escape algún dato.
Ciertamente, visto el resultado, tampoco es que vaya a importar mucho.
Vaya por delante que poseo la colección de Indiana en sus tres películas, En Busca del Arca Perdida (1981),Indiana Jones y el Templo Maldito (1984) e Indiana Jones y la Ultima Cruzada (1989) y estoy orgulloso de ello.
Cuando supe que Sean Connery se negaba a comparecer en esta última aventura, comprendí inmediatamente que Connery, actor venido de menos a más en toda su carrera, mostraba un amor propio del que carece Harrison Ford.
Recordemos que Connery orgullosamente decidió abandonar la franquicia de James Bond, pese a los seguros y cuantiosos emolumentos ofrecidos, en parte por cansancio, en parte por verse ya demasiado madurito para el papel. Le substituyó Roger Moore, tres años mayor (46), pero el personaje adoptó un tono mayormente autoparódico y con un humor del que antes había carecido. Eso ya es historia.
Harrison Ford con sesenta y cuatro años se atreve -emolumentos cuantiosos por en medio- a hacer el ridículo enfrentando un papel de héroe que le viene demasiado grande, por no decir ridículo; en un ejercicio imposible de nostalgia taquillera, pretende que nos creamos que todavía, pasados veintisiete años, posee el nervio físico para afrontar unas aventuras que tan sólo tienen vertiente física, nada intelectual, pues el guión -ay, ese guión- es tan plano como el cerebro de un mandril muerto y no hay enigma que resolver esta vez; las pesquisas se tornan en meros indicios que se van descubriendo como por casualidad, sin el enigma y la incertidumbre que alumbraban anteriores entregas de la serie. Porque es vano el intento de hacernos creer que un sesentón es capaz de equilibrios imposibles para un joven adulto, pero ya es de pena que su experiencia no le ayude a resolver cuestiones tan simples como las malas intenciones de algún personaje que cree confiable.
Hay en la historia una serie de guiños cinéfilos para seguidores de la serie, que pronto se revelan como meras argucias baratas, más que guiños inteligentes miradas bizcas carentes de contenido y prosecución en la trama; así, el tan cacareado inicio, que podría perfectamente significar una vuelta a los orígenes y cerrar de forma académicamente correcta un círculo histórico, es un montaje inverosímil con unos malvados de pacotilla, presentación maniquea y burda de una villana en definitiva torpe y asexuada en la persona de la desfavorecida buena actriz Cate Blanchet que parece no saber elegir con cuidado los trabajos que acepta, dando corporeidad a una superwoman mala de remate, afeada su natural condición por un maquillaje ideado por algún enemigo oculto, una tal Irina spalko que acabará como todos los malos de la serie.
Dos buenos actores como Jim Broadbent (que aún siendo más joven que Ford, al no estar igual maquillado, parece mayor) y John Hurt, totalmente histriónico en un papel que podría haber llevado a cabo incluso Santiago Segura, se hallan totalmente desperdiciados, aunque ello ya es marca de la casa del productor Sr. Lucas desde que se dedica a jugar con androides.
En el aspecto interpretativo lo que clama al cielo es la sensación que esta cuarta entrega no tiene otra razón de ser que presentarnos al nuevo proseguidor de la franquicia, sí, franquicia, como la de los McDonald's, un ¿actor? que mal imita al motero de Marlon Brando, un tal Shia LaBeouf cuyo personaje, sobre ser plano y estar muy mal escrito, carece del más elemental interés, pues a los cinco minutos uno ya sabe o adivina por donde van a ir los tiros; el tipo se pasa el rato peinándose como un vulgar chulo piscinas y, pese a los intentos de mostrarnos a un experto con el cuchillo y con la espada, lo cierto es que no hace nada que sea irremediablemente inolvidable, excepto el más vergonzante ridículo al desplazarse como émulo de Johnny Weismuller en una escena risible si no fuera porque uno ha pagado su entrada al cine por ver ese esperpento y se esperaba otra cosa. Ni escenas de habilidad con el cuchillo ni nada de esgrima, porque la confrontación con sable está presentada con una pobreza tal que da grima, cuando lo esperado era una buena esgrima, y me ha salido un pareado, que era lo buscado.
El Sr. Spielberg, según consta en la ficha de IMBD, ha tenido la desfachatez de asegurar que, tratando de mantener el ambiente tipo "vintage" (palabra muy especialmente abusada) ha recuperado una forma de dirigir que hacía años pensaba haber dejado atrás: pues bien, nada de nada; el Sr. Spielberg, a ojos de este comentarista, hace tiempo dejó de ser un director interesante, meciéndose en su dorada hamaca sin dar lo que vulgarmente se dice "el callo", porque, a la vista de sus primeros trabajos, talento no debe faltarle, y debe tener mucho acumulado, pues no lo gasta en las películas que hace últimamente.
Las escenas de acción de esta secuela/precuela están rodadas de forma eficaz, pero nada impide pensar que cualquier otro director las hubiera filmado igual; no hay destellos de originalidad (pienso en aquella -añeja, ya- escena donde Indy se enfrenta a un árabe enorme con una gigantesca cimitarra, todos pendientes del peligro, y lo acaba de un simple tiro) y todo queda realmente confuso, irreal y mal acabado.
Los efectos especiales son de verdadera pena, pero lo que ya clama al cielo -aparte de fallos de lógica propios del paupérrimo guión (¿de verdad ha intervenido tanta gente?) - es la sensación que la mayoría de los elementos que constituyen las típicas trampas milenarias con puertas, huecos, escaleras, etc., ¡Son de Cartón Piedra! : si es que parecen decorados para turistas de visita en los grandes estudios cinematográficos; o peor, aún, parecen el castillo encantado de cualquier parque de atracciones para niños de teta.
La sensación de tomadura de pelo al respetable, por lo que a este comentarista concierne, es omnipresente a lo largo de toda la sesión; cierto que la película no se hace pesada, pero uno tiene la sensación, escena tras escena, que aquello es un bluff con todas las letras, que no han puesto ni mucho menos toda la carne en el asador, y que se lo han tomado clarísimamente como una oportunidad más de exprimir a la gallina de los huevos de oro que representa el conjunto de los bolsillos de los espectadores, ávidos por revivir unas sensaciones que fueron y que ya no son.
Como espectador, me siento defraudado; tanto Spielberg como Lucas son capaces de mucho más. ¿O quizás no? Quizás su aprecio por el oro ha conseguido enterrar su primigenio talento y ha quedado sólo una especial habilidad para la mercadotecnia.
La pregunta, para ellos, es muy importante: ¿Son felices, ganando tanto dinero de esta forma? ¿ Están realmente satisfechos con sus películas desde el punto de vista artístico? ¿De veras necesitan ser multimillonarios, tanto, que son capaces de abandonar su arte? ¿No les basta con ser millonarios?
De verdad de la buena: si examinamos la cronología de los trabajos de esa pareja de antiguos cineastas... ¿cuántas películas inolvidables (no hablo ya de obras maestras) podemos apuntar a la lista? ¿cuántas quedarán en la memoria cinéfila dentro de, pongamos, treinta años?
A este comentarista le sobran dedos...
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