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dilluns, 31 d’octubre del 2022

Argentina, 1985





Una vez más la vagancia me ayudó a descubrir una película que en otras circunstancias probablemente me hubiese perdido en su estreno: si hubiese sabido de antemano que Santiago Mitre era el director, ni siquiera la presencia siempre atractiva de Ricardo Darín me hubiese compelido a ver su última película juntos, porque el recuerdo de la anterior, La cordillera, dejó en mí un regusto de producto fallido; tan mala me pareció que ni siquiera me esforcé por comentarla tras su visionado.

Encontrarme de repente en Amazon vídeo la sugerencia de ver una película en cuyo póster aparece el siempre apreciable Ricardo Darín fue un anzuelo irresistible y en lo que podríamos llamar un tiro a ciegas me dispuse a ver Argentina, 1985, imaginando, como así es, que se referiría a la situación del país sudamericano en una época que para muchos puede ser lejana pero que para mí no lo es tanto pues todavía recuerdo seguir con atención lo acontecido en los medios de comunicación, tanto en los desgraciados años de la opresión militar cuanto en el proceso posterior, en 1985, sobre el que recae esta considerable película.

En esta ocasión Santiago Mitre y su coguionista Mariano Llinás tienen el gran acierto de olvidarse de ficciones ni siquiera figurativas ni de adorno y tras un gran trabajo de recopilación se ajustan con admirable sobriedad a un relato de lo que ocurrió desde finales de 1984 a finales de 1985, desde que se decidió iniciar un proceso iniciático por la intervención de la justicia civil en el procesamiento de individuos pertenecientes al estamento militar por causas claramente delictivas mal disfrazadas de negligencias que trataban de ocultar un genocidio aplicado por partes.

En una cuestión semejante no cabe duda que la tentación de cargar las tintas -cinematográficamente hablando- sobre los horrores cometidos por los criminales y sufridos por el pueblo llano con profusión de imágenes violentas y señalar la peligrosidad del empeño mediante la muestra visual de las amenazas, todo ello visto muchas veces en pantalla, era una invitación difícil de rechazar y tengo para mí que la decisión de ambos guionistas es absolutamente afortunada porque consiguen con su relato causar honda huella en el ánimo del espectador sin caer en el recurso fácil de la impresión amarga y dolorosa de sufrimientos físicos, porque en una decisión encomiable optan por incidir en el sufrimiento moral de todos los participantes en el lado de las víctimas y en la zozobra atemorizada de los perseguidores de justicia.

La película, dotada de un generoso metraje de 140 minutos que no se hace largo, nos mostrará el recelo inicial del Fiscal Julio Strassera (inmensa interpretación de Darín) que se huele le van a encargar la acusación de la cúpula militar de Videla y compañía porque el Consejo Militar rechaza juzgarles y el presidente de la nación no puede desoír el clamor popular de justicia y el fiscal sabe que la cosa no será ni sencilla ni fácil ni falta de riesgos personales tampoco, aunque acabará recibiendo la orden y acatándola formará un equipo de gente a la que no conoce, empezando por un Fiscal adjunto que le envían, un tal Luis Moreno Ocampo (muy buena la interpretación del joven Peter Lanzani) que, mira por donde, está relacionado familiarmente con la cúpula militar de más rancio abolengo (su madre va a misa coincidiendo siempre con Videla....) más un grupo de jóvenes inexpertos para llevar a cabo la instrucción del proceso, porque contra lo que era usual, sería la Fiscalía la encargada de ello, y Strassera ni tiene ni halla gente de confianza para ocuparse de la tarea, muchos rechazándola por miedo y otros por considerar que era innecesario el proceso.

Santiago Mitre toma la decisión de otorgar a la narración un aire semi documental, muy realista, huyendo de cualquier enfoque que pueda empañar una visión natural y cercana de todo lo que nos cuenta y mueve la cámara emplazándola muy bien, sin efectismos, lo que no le impide servirse con mucha eficacia de toda clase de planos y travellings al servicio de la narración cinematográfica sin olvidar el uso inteligente de los efectos sonoros que sobrevuelan algunos planos para mostrar el efecto que las palabras ejercen sobre los distintos personajes, pues esta película, que tiene un lenguaje visual muy potente dotado de una caligrafía cinematográfica impecable, no funciona sin la palabra: la palabra dada a los representantes de los miles de víctimas, la palabra sincera, doliente y precisa de los que en sede judicial explican lo que les ocurrió en manos de los criminales con ínfulas de autoridades, y es en esas palabras donde reside la enorme fuerza de la película y Mitre sabe concentrar en el último tercio del metraje esas desgarradoras declaraciones que impresionan a todos por igual con excepción de los que ya las conocían por haberlas causado y Mitre sabe mover la cámara para señalar que la vista judicial no tan sólo es pública sino que además es televisada al mundo entero y lo hace usando la cámara y un montaje ejemplar de la mano de Andrés Pepe Estrada, sentando cátedra de una nueva forma de mostrar aconteceres políticos que trascienden en delitos de lesa humanidad con fuerza determinante sin necesidad de mostrar sangre, llegando al ánimo compungido del espectador que, escuchante más que oyente, no puede menos que imaginar a su manera lo que relatan las víctimas y así hace suyo su sufrimiento.

Santiago Mitre, de esta forma, aplica atinadamente la norma clásica que asegura que el espectador inteligente debe ser motivado en su cerebro antes que en su estómago. Y así, consigue que la explosión final resulte contagiosa : ¡nunca más!

Parece ser que el presupuesto fue amplio (Amazon, de forma sorprendente, puso bastante tela en el proyecto) y hay que decir que fue muy bien gastado, porque aparte de la gran cantidad de figurantes, el elenco, encabezado como se ha dicho por Ricardo Darín y Peter Lanzani, realiza un trabajo que ya quisiera yo verlo en las películas españolas: baste afirmar que tras unos minutos para pillar el ritmo, los giros y los usos argentinos, todos, absolutamente todos, resultan perfectamente inteligibles: hasta el chaval Santiago Armas Estevarena (que interpreta al hijo de Strassera) pronuncia y vocaliza que es un primor. Lloraba yo, al verlo: lloraba de envidia.

Darín realiza un trabajo magnífico, pletórico de naturalidad, de gestos contenidos, de miradas significativas, de gestualidad expresiva y de su dicción nada se puede decir que suene a novedad: el tipo es un maestro y no voy a descubrirlo ahora y así como en su anterior colaboración con Mitre no salva el desastre, en esta su presencia es una guinda que culmina un producto de muy buena calidad, una película que además cuenta con un trabajo artístico notable que empieza con la fotografía de Javier Juliá y sigue con la dirección artística de Micaela Saiegh y todo el grupo de maquilladores y figurinistas, porque uno, que vivió aquellos años, recuerda perfectamente los detalles y los usos, aunque ciertamente el del tabaco a este lado del Atlántico no se hallaba tan omnipresente y ése es un detalle más que delata el afán de Santiago Mitre de ser concienzudo relator de un proceso que no tan solo queda como parte de la historia de Argentina sino también del mundo entero.

En definitiva, una película que nadie debería dejar de ver, primero porque es un ejemplar imperdible del arte cinematográfico y segundo porque lo que cuenta mientras nos entretiene es algo que jamás deberíamos olvidar. No se la pierdan.



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dilluns, 10 d’octubre del 2022

El paseo de los muertos vivientes



Nadie se asombrará ni extrañará ni se sentirá llamado a engaño si digo que el género de terror no se halla entre los que aprecio y es por ése motivo y no otro que aún teniendo a media hora de casa los cines de la bella población de Sitges jamás he ido a ningún acto de su merecidamente famoso Festival de Cine que este año cumple su LV aniversario, lo cual por sí mismo ya es digno de admiración.

Sin embargo mi afición por la fotografía y el concierto con algunos colegas me impulsó el pasado sábado 8 de octubre a comparecer en una soleada tarde de la Blanca Subur para aprovechar que se celebraba dentro de los múltiples actos concernientes al Festival de Cine lo que al parecer se ha convertido en una tradición consolidada por todo el mundo y siendo la ocasión propicia y nunca mejor hallados lugar y fecha, en Sitges comparecieron cientos de aficionados al cine de terror que se sometieron primero al maquillaje cabe la playa de San Sebastià y luego, al anochecer, se pasearon aterrorizando a los transeúntes que de buen grado y mejor humor aplaudían semejantes atuendos y caracterizaciones.

Dejo como muestra un carrusel de las imágenes que pude tomar, advirtiendo que los protagonistas, todos, son gentes de muy buen humor y lejos de querer asustarnos, esperaban el grito cómplice de los espectadores, convirtiéndose en lo que antaño hubiéramos denominado un "happening" en el que entre todos, los unos asustando y los otros asustándose, pasamos un rato inolvidable.

Espero que les gusten las fotos. Recomiendo usar la pantalla completa.





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