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divendres, 31 de gener del 2014

Ser (o no ser) fisonomista




¡Ey! ¡Esa es Mariah Carey!

Calla: no digas tonterías y calla, que está empezando la película...

¡Que te digo que esa era Mariah Carey!¡Que no se me escapa una cara!

Que te calles...

¡Y ése es Robin Williams!

¡Calla ya!

Suelo tener buena memoria para las caras y me pierdo con los nombres y la fechas y en ocasiones -contadas, pero reales- presumo de ser un buen fisonomista.

Mal rayo me parta porque cuando después de acabada la sesión acudí ansioso al archivo de archivos comprobé que, en el fragor de la contienda, se me escapó algún careto, supuestamente por obra y gracia de unos maquilladores que se ocuparon más de disimular rostros conocidos que de su trabajo bien entendido.

Centrémonos: me refiero a la película teóricamente dirigida por Lee Daniels, basada en la historia real, contada en un artículo de Wil Haygood, de un tipo que, a pesar de ser negro, o quizás por ello mismo, sirvió de mayordomo en la Casa Blanca, donde reside el mandamás de los U.S.A., ya saben, donde se rodó aquella exitosa serie televisiva.

O sea, The Butler (El Mayordomo) que según la mercadotecnia había de suponer galardones para su protagonista y también para una novata actriz secundaria -por decir algo- personificada en la plenipotente presentadora de televisión más afamada de toda la orbe anglosajona.


El reclamo de la estupenda actuación de Forest Whitaker provocó las ganas de verla en v.o.s.e. y he de admitir que, acabada, me sentí decepcionado; y pasadas que han sido varias semanas del evento, el recuerdo que permanece es de una feria de vanidades a la que la epónima Oprah Winfrey invitó -de aquellas invitaciones que Don Corleone hacía- a un montón de popularidades que en su mayoría algo tenían a ver con el cine, porque la cantidad de "cameos" es tal que quien suscribe no pudo callar en las más de dos horas largas, larguísimas, que dura el invento.

Por lo demás, dejando aparte la posible competición de reconocer antes que nadie al camaleónico personaje real que se oculta tras una narizota (¡válgame Orson!) el talento brilla por su ausencia: el departamento de maquillaje, huérfano de miradas del director, ése que debería ser responsable del todo, se abandona a disfrazar extraños por dos minutos mientras que desatiende la evolución temporal de una familia y a mitad del metraje uno ya no sabe si la cosa va de surrealismo o es que el protagonista envejece más rápidamente que nadie, no vayamos a encontrarnos de repente con otro Benjamín. Un lío, vaya.

Una historia que posiblemente intenta abarcar mucho más de lo que puede y que, alejándose de toda humanidad queda en la mera anécdota de Readers Digest, risible, cómica, triste, mendaraz, desechable, nunca independiente, carente de rigor.

La propaganda que le hicieron resulta así pues engañosa al límite porque ni hay un contenido racial y social estimable ni tampoco hay una gran actuación en parte alguna: Whitaker está rígido como si se hubiera tragado el palo de una escoba, más pendiente de que no se caiga el maquillaje que de otra cuestión, posiblemente porque el guión es tan tramposo y tan esquemático como superficial y carente de interés y evidentemente el personaje central, que seguramente concuerda con la realidad, no tiene ningún punto de interés: seguramente, un director como Don Alfred hubiera mandado a la mierda la realidad y se hubiera esforzado en pergeñar un guión interesante: Lee Daniels no es capaz. Y aburre, pecado maldito, por muy concurrente que sea en este siglo que vivimos.

Si no la han visto ahórrensela.

Si acaso, como campo abonado para competición de fisonomistas, pero si se animan, puede que les echen de la sala antes que aparezca Liv Schreiber haciendo una mala imitación.

Quedan advertidos.









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