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dijous, 27 de juny del 2019

A todo meter





Oz Oseransky es un buen tipo, trabajador, amable, buena persona y tiene la virtud de caer bien a quien le conoce.

¿A todos?

A todos no, porque su esposa Sophie le desea todos los males y confabula con su madre para conseguir que el bueno de Oz acabe fiambre con la esperanza de cobrar un suculento seguro de vida. El pobre Oz ni se imagina que así le pagan su esposa y suegra sus desvelos para enjugar las deudas que su suegro, dentista como él, dejó a su fallecimiento con el embargo de todos los bienes como premio.

Un buen día, Oz se acerca a saludar a un nuevo vecino y se percata que se trata del archifamoso asesino a sueldo Jimmy "El tulipán" Tudeski, recién salido de la cárcel de los U.S.A. y mira por donde se ha ido a establecer en Canadá, justo al lado de Oz, nativo de Chicago y conocedor que la mafia del otro lado de la frontera ha puesto precio a la cabeza de Jimmy.

Así que, enterada Sophie de la nueva vecindad, enseguida obliga a Oz a viajar a Chicago para cascar un chivatazo y recibir una recompensa: total, lo peor que puede pasar es que liquiden a Oz y así ella cobrará del seguro. Oz no quiere delatar a nadie, pero Sophie le asegura que le hará la vida más imposible que hasta entonces y él aprovecha para largarse unos días y comer ostras con un amigo en Chicago, tomando el desplazamiento como unos días de asueto y liberación matrimonial.... pero......... lo que empieza de una manera, acabará de otra.......



El guión escrito de primera mano por Mitchell Kapner cayó en la responsabilidad de Jonathan Lynn para ser llevado a la pantalla grande y lo cierto es que la película, titulada The Whole Nine Yards (2000) resultó ser un éxito comercial superando las previsiones al punto que provocó una secuela, cuatro años más tarde, en la que faltando la intervención de Lynn, inmediatamente uno percibe que el éxito de la primera habría que imputarlo, en buena medida, al director, máximo responsable para bien o para mal, como nunca me canso de escribir.

Resulta evidente que Lynn, reputado guionista desde su creación de la muy conocida, popular y respetada serie británica Yes, Minister seguida de la no menos hilarante Yes, Prime minister, alguna conseja debió ofrecer en los ensayos al buen grupo de intérpretes a sus órdenes para enmendar, corregir, dar brío y maldad a unos diálogos y réplicas que ayudan no poco a construir unos personajes particulares, unos caracteres que oscilan desde la ambición traidora de Sophie a la noble ingenuidad de Oz que ¡caramba qué bien nos cae! consiguiendo casi inmediatamente la empatía del espectador que se mantiene en medio de una rocambolesca historia (y pocas veces tan ajustado el adjetivo) trufada de dosis de humor e intriga a partes perfectamente dosificadas por un director que sabe lo que tiene entre manos y lo más importante, lo que debe hacer con ello para mantener la atención del espectador, una vez más feliz mirón de un enredo que dejará algunos muertos y algunos corazones felices. No se puede pedir más.

Esta es de esas películas honradas a carta cabal porque pretenden "únicamente" entretener al espectador y sin menospreciarse en el intento dedican todos los mejores esfuerzos a conseguirlo sin despreciar la inteligencia y el humor que anidan en un público que va a pasar un rato agradable sin necesidad de que le ensarten con frases ampulosas de filosofía barata ni con promesas de salvar el universo de manos del malo maloso y poderoso: aquí nos encontramos con un enredo bien urdido, dinero y pasión amorosa, tiros cuando hace falta y sorpresas que siempre vienen a cuento porque el director nos respeta y no nos engaña ni toma el pelo miserablemente: nos hace un guiño cómplice, en todo caso, y se lo agradecemos. De vez en cuando, divertirse sin tonterías es un placer inesperado por ser cada vez más insólito. La prueba evidente la tenemos en la penosa secuela, cuatro años más tarde.

Jonathan Lynn no hubiera podido conseguir producto semejante sin la concurrencia de un reparto que no es de campanillas pero sí sólido y eficaz: el rey de la función es Matthew Perry (que demuestra sentido físico de la comedia) que nos encandila de inmediato en una composición muy naturalista, de vecino de al lado y tiene de contraparte a Bruce Willis que viene reforzado por todos los personajes que previamente ha incorporado para personificar a ése asesino a sueldo que ya ha cumplido su condena pero tiene algo que le reconcome, y luego está Rosanna Arquette en una extravagante composición de pérfida mujer, todo lo contrario de Amanda Peet y Natasha Henstridge, cuyas intervenciones silenciaremos por si todavía queda algún amable lector que no haya visto la película y desee hacerlo, ni que sea para comprobar que Michael Clarke Duncan, desde su imponente figura, sabe carcajearse a satisfacción y uno no sabe si temerle o tomarle cariño.

¿La recomiendo? Pues claro: la vi de estreno y me reí bastante y salí contento del cine y hace muy poco he vuelto a verla y he vuelto a reirme, lo cual significa probablemente que sigo teniendo el mismo sentido del humor y que algunos hilarantes detalles semi olvidados siguen funcionando.

plus: El título original, The Whole Nine Yards, ya de por sí mismo tiene mucha miga, pues su significado en inglés es tan amplio como el número de partidarios de uno u otro. Aquí en The Phrase Finder hay una explicación. Su traducción al castellano, evidentemente, puede ser incluso más amplia, pues no andamos cortos de expresiones propias. La que usaron, "Falsas apariencias" para darle título a la película, me parece, una vez más, ridícula. Pero es opinable, como todo.










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diumenge, 9 de juny del 2019

El gran impostor





Perteneciente a la generación de directores surgidos del incipiente campo televisivo, Robert Mulligan (del que hemos comentado ya dos películas anteriormente) abandonó definitivamente la pequeña pantalla en 1960 y lo hizo rodando dos películas protagonizadas por Tony Curtis la segunda de las cuales curiosamente se estrenó en Italia como primicia en las navidades del mismo año y por ello en ocasiones aparece su ficha como datada en 1961: se trata de The Great Impostor (1960), estrenada en España como El gran impostor en el año 1962 sin que pueda entenderse la demora salvo rocambolescas decisiones de la censura imperante.


Basada en una novela de Robert Crichton escrita a modo de biografía de Ferdinand Waldo Demara y guionizada por Liam O'Brien, nos presenta una serie de sucesos protagonizados por un sujeto del que llegaremos a dudar cómo se llama realmente.

Desde el primer minuto Mulligan dirige con fluidez, sin violencia alguna, concisión y elegancia una historia que arranca en una detención inexplicable de un apuesto y risueño profesor de un colegio infantil al que se presentan las fuerzas policiales y que, vistas por el maestro, calmadamente se despedirá de los niños y niñas que le miran inquietos y plácidamente, como quien va a paseo, entrará en el coche policial que le lleva a un barco donde sin más miramientos le esposarán a una cama que está dentro de un camarote cerrado con llave, pese a las protestas del sujeto, que educadamente se queja por innecesaria precaución, pues ¿donde iría saltando del barco?

El tipo en cuestión, una vez solo, fácilmente abre las esposas con un cortaúñas y se tiende en el camastro, recordando cómo empezó todo...

Mediante el uso inteligente del flashback Mulligan se remonta cronológicamente hasta la infancia, donde conocemos el entorno básico del personaje para saltar inmediatamente al primer encontronazo que tiene con el sistema establecido: hay una no muy acentuada pero tampoco velada crítica a una burocracia sujeta a normas inalterables e inamovibles que el protagonista afrontará con rebeldía, incapaz de someterse y ello le va a llevar a una carrera de falsedades y simulaciones en las que no hay rastro de criminalidad aparente.

Porque quizás a causa del origen de todo, esas conversaciones entre Robert Crichton y Ferdinand Waldo Demara que sirvieron al autor para escribir su novela posiblemente fuesen controladas por el protagonista de la historia dulcificando sus aventuras, evitando entrar en detalles que pudiesen perjudicarlo. Sea como sea, lo cierto es que Mulligan se acoje al guión que le facilitan y ante la tesitura de no disponer de elementos incriminatorios del protagonista, se dedica a remarcar que a través de todas sus aventuras y simulaciones siempre se produce con natural simpatía de seductor nato, remarcando no la búsqueda de un beneficio material pero sí el intento de hallar un lugar en el mundo que le sea apropiado, en el que sea aceptado y querido.

Esa perspectiva adoptada por Mulligan la refuerza con una filmación dotada de mucho ritmo al evitar pasajes innecesarios, transitando de un episodio a otro y de un lugar, incluso un país, a otro con ligereza y celeridad, no en vano la historia se ha iniciado en un flashback y son los recuerdos del protagonista los que nos relatan su historia, cumpliendo con lógica una visión amable del propio personaje y también, hay que decirlo, de todas aquellas personas con las que se va encontrando en su camino, incluídos los agentes del orden que de vez en cuando le interrumpen y capturan.

Mulligan tiene la gran suerte de contar con Tony Curtis como protagonista: sin aparente esfuerzo el apuesto intérprete se adueña de la cámara en una composición de seductor capaz de hacerse pasar lo mismo monje que médico, militar o experto en prisiones, siempre con la inteligencia precisa y necesaria para desempeñar la ocupación dejando tras de sí personas agradecidas y Curtis logra jugar perfectamente la doble cara ante terceras personas y la inquietud de la duda y la zozobra del personaje al enfrentarse a una nueva simulación. Cuenta además Mulligan con algunos secundarios de lustre como Gary Merrill, Karl Malden, Joan Blackman y Edmond O'Brien que en diferentes momentos proporcionan eficaz soporte al protagonista: es una de esas películas en las que el "actor supporting" resulta imprescindible, porque sobre los hombros de Curtis recae el peso de casi todos los fotogramas de una película que pese a su duración cercana a las dos horas se ve sin un suspiro, del tirón.

De esas películas que podemos catalogar en la serie B por su ajustado presupuesto y una vez más por el talento desplegado: una pieza que sin ritmo apresurado ni frenético relata una historia que, de no ser cierta, sería increíble. Muy interesante para alimentar cinefilias varias en tiempos de escasez.




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