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dijous, 30 d’abril del 2020

Mucho más de lo que parece




En su quinta película Nicholas Ray (del que ahora me doy cuenta en trece años no he comentado ninguna pieza suya, con una filmografía tan interesante) se encontró con una novela de Dorothy B. Hughes que había tenido un éxito fulgurante (perfectamente comprensible, dada su calidad) que había sido adaptada por Edmund North y reescrita por Andrew Solt para poder ser presentada sin complicaciones en las pantallas de cine de la mitad del siglo pasado, no en vano ya los rígidos códigos se cernían y aplicaban sin compasión en la industria del cine tratando de convencer a todos que el mundo era fantástico.

Para un pesimista como Ray abandonar la trama novelesca fue sin duda un desafío y se aplicó con el respaldo del productor Robert Lord a sacar provecho de la publicidad del título In a Lonely Place (En un lugar solitario, 1950) para presentarnos una trama que alejándose mucho del original no por ello deja de suscitar un interés inusitado ya desde las primeras secuencias: Dixon Steele (Humphrey Bogart) es un guionista de cine asentado en Los Angeles que gracias a los buenos haceres de su agente artístico Mel Lippman (Art Smith) ha recibido de un productor de cine el encargo de guionizar una novela de éxito pero los plazos van acabando y Dixon no tan sólo no ha leído la novela sino que en un primer vistazo le ha parecido un peñazo infumable y no vislumbra posibilidades de sacar provecho alguno de la pieza literaria, cuando la recepcionista del lugar de encuentro para hablar del encargo le asegura que ha leído la novela y está encantada con ella y a punto de finalizarla, así que Dixon, en un arranque de vagancia extrema y comodidad manifiesta, la invita a su casa para que la chica, Mildred Atkinson (Martha Stewart), le explique de qué va la novela y cómo son los personajes y qué hacen para que a ella le parezca todo tan interesante.

Que le cuente todo, vamos, porque a él le da pereza leer el libraco. Martha, como todo el mundo en Los Angeles está trabajando de recepcionista a la espera de entrar por su belleza en el mundo del cine, así que no se lo piensa dos veces, avisa a su amigo Henry que de la cita que tenían nada de nada, y se va con Dixon a su apartamento, sito en uno de esos complejos angelinos que hemos visto en otras películas, con una entrada a modo de patio interior donde dan las ventanas de todos los vecinos.

En un momento dado, Martha chillará pidiendo ayuda representando un personaje en peligro y Dixon, viendo que la vecina de enfrente, Laurel Gray (Gloria Grahame), se asoma intrigada, le ruega desde el mismo alféizar que se calle y al continuar la entusiasmada Martha su interpretación, lo hará ya enfadado y con malos modos y la cosa acaba con que no hay cena posterior y le paga los servicios prestados de ayudante lectora y la manda a paseo dándole para el taxi pues él se queda en casa, arguye, siendo la despedida observada, una vez más, por Laurel Gray.

La aparición al día siguiente del cuerpo sin vida de Martha, visiblemente estrangulada, hará que Dixon y Laurel sean presentados por el Capitán Lochner de la policía, superior del Detective Brub Nicolai (Frank Lovejoy) que, mira por donde, sirvió en la guerra a las órdenes de Dixon, al que aprecia sinceramente y está seguro que Dixon nada tiene a ver con la muerte de Martha y la declaración de Laurel, que la vió partir sola, confirma la coartada de Dixon.

Pero si las armas las carga el diablo (yo siempre digo que son los tontos, quienes lo hacen) hete aquí que Nicholas Ray con el apoyo de Solt y North recarga el relato con detalles verosímiles que complican las descripciones de los personajes y lo hace de forma magistral pues se vale de comentarios de terceros relativos a un pasado y de acciones que vemos en el acto y lentamente se construye la psicología de esas personas que viven en la pantalla de un blanco y negro expresivo obra de Burnett Guffey y unos planos medios que nos permiten observar todo cuanto ocurre con una cercanía motivadora de unos sentimientos que acaban en zozobra pues pronto creemos una cosa como la contraria.

La incertidumbre que el astuto Ray siembra gradualmente y con tesón tiene una fuerza deudora en todos los detalles que más que adornar diríase que conforman la historia, no en vano cada personaje que concurre aporta conocimientos varios y diversos no tan sólo sobre sí mismo sino también sobre la pareja protagonista, Dixon y Laurel, mientras que el espectador empieza a dudar si lo que ha visto en pantalla es todo lo que realmente ha ocurrido o se le ha hurtado algún hecho sustancial que cambiará el desenlace, porque hay un creciente sentimiento de duda, de incerteza relativa a la catadura moral y ética de Dixon pese a la amistad que por él sienten Mel y Brub desde antaño porque el enamoramiento de Laurel nos parece precipitado e imprudente, no así el de Dixon por Laurel (no en vano la Grahame aplica sus dones al empeño).

Si además de presentarnos media docena de personajes cada uno con su particularidad, su intrahistoria propia que modifica su relación con Dixon, sea de amistad, sea de sospecha, la trama aprovecha para soltar algunas puyas sobre el mundillo cinematográfico riéndose de guionistas, productores, nuevas estrellas y lamentándose del desprecio al caído en desgracia por causas de edad y todo lo hace en escasos noventa y tres minutos que pasan en un suspiro, uno forzosamente tiene que sentarse y paladear en la memoria muchos detalles que no pasan desapercibidos porque Nicholas Ray se cuida de atarlo todo muy bien y demuestra que la brevedad del metraje no siempre es una desventaja, porque el que sabe expresarse con fuerza visual también puede mostrar todo aquello que se necesita para explicar una trama perfectamente manteniendo la atención del espectador y no tan sólo en una vertiente de intriga criminal sino incluso con un clarísimo contenido melodramático marcado por la fatalidad, hado malvado.

Cuenta Nicholas Ray en esta su quinta película con la suerte de cara, porque Humphrey Bogart tuvo mucho interés en la película y aparte del dinero que puso en ella se volcó en una interpretación sobria pero muy intensa, llena de matices y miradas dubitativas y compuso un personaje realmente complejo de principio a fin sin temor a pérdida de popularidad. La concurrencia de la guapísima y sensual Gloria Grahame, en aquel momento casada con Nicholas Ray, no se debió únicamente a su cualidad de esposa sino a los increíbles deseos de la RKO de alquilar los servicios de la estupenda actriz para sacar provecho del contrato que tenían con ella, incapaces como eran de apreciar en su justa medida el trabajo de calidad excepcional que desarrolló en diversas películas de cine negro de la época y por suerte en esta ocasión, enfrentándose con firmeza a un actor en estado de gracia y plenitud de facultades. Una pareja magnífica que domina la pantalla con su presencia y buen hacer en unos personajes complejos como la vida misma.

Comprobar que la economía rige esta producción que cuenta con muy pocos escenarios, sólo dos intérpretes con caché acompañados de eficaces secundarios, eso sí, pero no de relumbrón y que el metraje es ajustadísimo, da que pensar si acaso los excesivos medios no serán un obstáculo para que la inteligencia del cineasta se pueda desarrollar, porque el de hoy es un ejemplo muy vivo de película absolutamente imperdible por el que no han pasado los años y en consecuencia va a parar directamente al apartado de obra maestra de este bloc de notas, porque tiene mucho que enseñar a todos y muy poco que envidiar a sus otras compañeras de clasificación, ésta, como siempre, muy subjetiva.







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dijous, 16 d’abril del 2020

Tres mujeres fuertes





He de reconocer de entrada y sin ambages que soy un cinéfilo de pacotilla pues no ha sido hasta acudir a IMDb que he reconocido el nombre de Daniel Barber de quien en verano de 2010 estuvimos comentando su primera película, Harry Brown en la que un provecto ex-militar avezado al uso de las armas las tomaba para aplicar su particular justicia en un ambiente británico selvático. La película no llegó a estrenarse en España y su visionado generalizado se practicó en los televisores bastante más tarde.

Parece ser que lo mismo ha sucedido con la segunda película de Barber, estrenada en 2014 con el título de The Keeping Room y que en la distribución española recibe el título de En defensa propia.

Si en su primera película Barber nos ofrecía la posibilidad de considerar el uso de armas por ciudadanos europeos, en su segundo largometraje vuelve a territorio estadounidense y época pretérita -como ya hizo en su cortometraje The Tonto Woman (2008) quizás buscando una rentabilidad económica del proyecto -no en vano parece ser que aporta sus ganancias como excelente director de comerciales publicitarios de renombre- en su exhibición al otro lado del océano Atlántico.

Nada más iniciarse la película vemos un rótulo:

“War is cruelty. There is no use trying to reform it. The crueler it is, the sooner it will be over.”
(La guerra es crueldad. Es inútil tratar de cambiarla. Cuanto más cruel sea, más pronto terminará.)
William Tecumseh Sherman, General del Ejército de la Unión.

De esta forma, Barber, que se apoya en un guión escrito por la entonces primeriza Julia Hart (que posteriormente ha dirigido cuatro películas con el apoyo de su esposo Jordan Horowitz, a su vez productor de la película que tratamos) nos presenta una situación que a priori podría revestir complejidades varias, ya que la trama se basa en las desventuras de tres mujeres en los finales de la contienda fratricida que ha pasado a los anales históricos como La Guerra de Secesión de los Estados Unidos de América del Norte, en la que los unionistas se opusieron y vencieron a los confederados separatistas en una confrontación tan dramática y sangrienta que todavía algunos se resisten a olvidar.

Si la frase inicial pronunciada por el General Sherman corresponde a una realidad práctica no es a este comentarista a quien le toca aquilatarla pero cualquier espectador ignorante de la historia como yo mismo forzosamente tomará la referencia como un punto de partida ineludible condicionante de la historia que vamos a ver en la pantalla.

Vemos a una guapa mujer joven provista de una escopeta de avancarga (es decir: un sólo disparo) andar sigilosamente en una zona boscosa y pronto entendemos que va a la caza y por su aspecto, vestida con ropas ajadas, entendemos que la pieza tiene como destino el condumio personal antes que sujeto pasivo del placer cinegético.

La pequeñez de la presa - quizás un conejo silvestre o una liebre veloz – y la frondosidad del bosque hacen que Augusta se presente de vuelta a casa con el arma descargada, el saco vacío y el hambre tan intenso como el que tiene su hermana pequeña Louise y la mucama Mad, fámula ilota que a lo largo de la semana en que se producen los acontecimientos recibirá de las dos hermanas distintos tratamientos.

Las tres viven en una casa enorme perdida en medio de una gran extensión que se supone pertenece a la familia y duermen juntas en una misma habitación – reforzada la puerta con travesaño – pero viven y comen durante el día en una construcción de planta baja donde está la cocina y el lavadero. Una finca de madera en su totalidad, típica de los señores sureños de la sociedad esclavista.

El problema es que las tres mujeres están solas y no hay hombres a su vera, ni blancos ni negros: todos están en la maldita guerra matando y muriendo y con destino incierto; pero saben que la lucha fraticida está acabando y que su bando está perdiendo batalla sí batalla también y las huestes del tal Sherman se aproximan, dicen algunos.

Unos tiparracos, dos soldados quién sabe si desertores o agentes del mal enviados para estremecer a los sudistas, les hemos visto actuar con ferocidad y saña y querrá la casualidad que fijen su atención en Augusta justo cuando ella buscaba auxilio para su hermana, herida por un tejón inesperado: a las penalidades de la guerra en ausencia de varones que realicen tareas agrícolas y cacen se añade la inseguridad personal y las tres mujeres deberán afrontar con sus escasos medios y conocimientos castrenses una escaramuza en la que sabemos les va primero la honra y luego la vida.

Barber una vez más acude al uso de las armas como solución a un problema personal. En este caso, muy distinto de su anterior película, las protagonistas no son parte activa: no acosan: simplemente se defienden de una amenaza que conocemos como cierta: no hay caso para buscar una inocencia en los dos rufianes pues les hemos visto actuar antes. El director, ayudado por el buen trabajo que realiza el camarógrafo Martin Ruhe, consigue que las amplias estancias de la mansión campestre devengan en lugares claustrofóbicos e incluso en las forzadas salidas al exterior sentimos la limitación anímica constriñendo el espacio porque ignoramos dónde estará el adversario.

Las tres mujeres se erigen en heroínas forzosas para tratar de salvarse y su inexperiencia les pasa factura lo que no empece la sensación de que sus personajes de alguna forma pretenden incardinarse en un feminismo que en la época representada probablemente tenía otras características y ello no se refiere a los hechos, a las acciones, sino a algunos parlamentos que asimismo enlentecen el desarrollo de la película y chocan con una realidad árida y cruda propia de una situación límite en la que esas tres mujeres por sí solas ya merecen consideración ejemplar.

Probablemente con menos diálogos la sensación de miedo injusto y la resolución de afrontarlo resultarían cinematográficamente más interesantes y transmitirían con más claridad la fortaleza de que hacen gala las protagonistas así como la vileza de los esbirros.

Queda como perdida la oportunidad de señalar la miseria moral del vencedor que no contento con la victoria, aplicando la frase inicial, se regodea en la masacre como elemento discursivo que resulta repugnante por la ausencia de misericordia, y ése sí hubiese sido un elemento a añadir a la trama, pero, amigos, eso ya pertenece al campo de las hipótesis que somos libres de aplicar pero no de exigir, aún cuando, probablemente, incluso hubiese tenido mayor oportunidad de traslación al tiempo presente por la victimización de las mujeres a manos de los victoriosos.

Tiene la suerte Barber de contar con tres intérpretes femeninas que llevan casi todo el peso de la película sobre sus hombros y consiguen la simpatía del espectador que rápidamente se interesará por su suerte: ellas son Brit Marling oomo Augusta, Hailee Steinfeld como Louise y Muna Otaru como Mad, todas muy metidas en sus personajes y realizando una composición naturalista muy apreciable, sin caer en los fáciles aspavientos que vemos en muchas películas, lo que, para mí, se debe al buen trabajo de Barber como director de intérpretes.

En definitiva, una película a apuntar en la lista de pendientes, para acordarse en el momento en que se pueda ver en la pantalla pequeña de una suerte u otra, porque, sin ser imperdible, desde luego hubiese merecido la pena el estreno en las carteleras patrias.








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dimarts, 7 d’abril del 2020

El socio silencioso







El canadiense Oscar Peterson juntó a sus colegas Benny Carter, Zoot Sims, Clark Terry, John Heard, Grady Tate y Milt Jackson con el fin de grabar la banda sonora que él mismo había compuesto para una película canadiense titulada The Silent Partner, titulada en España como Testigo silencioso, dirigida por el también canadiense Daryl Duke que se apoyaba en un excelente guión escrito por el californiano Curtis Hanson a partir de una novela de Anders Bodelsen.

Curtis Hanson estaba finalizando su fase de aprendizaje bajo la tutela de Roger Corman (en la que no tuvo mucho éxito comercial ni como guionista ni como director) y cabe suponer que alejado de las prisas de la factoría Corman pudo pergeñar con tranquilidad una pieza que con la complicidad de Daryl Duke ha sido una sorpresa inesperada para este comentarista que se afanó en buscarla después de elegir al azar un vinilo de los varios de.... mira: Oscar Peterson... ¡este! ¿una banda sonora? ni me acordaba....: The Silent Partner

El disco es excelente muestra de la sabiduría jazzística de Peterson y ahora lo trataré si cabe con más cariño porque me ha descubierto una película muy interesante que además de permanecer como buen representante del thriller también es vivo ejemplo de los usos y costumbres de una sociedad de hace cuarenta y dos años ya. Entre otras peculiaridades, la de usar buena música de jazz para acompañar las películas.



Resulta curioso que los máximos responsables sean canadiense y californiano, porque los protagonistas masculinos son a su vez del mismo origen y las dos mujeres que comparten escenas son la una canadiense también y la otra, inglesa de pura cepa. He decidido que nada más voy a contar de las personas reales que vemos en pantalla y recomiendo ni siquiera buscar fotos ni datos de la película, porque a priori desvelarían aspectos que quizás disminuirían el interés que la trama suscita: si se fían de mi palabra y opinión, pueden leer lo que siga pero no busquen más que la película, porque vinilos ya no creo que encuentren....

La trama gira en torno a una buena cantidad de dinero que se convierte en acicate para una serie de actos inusuales que a su vez nos muestran distintas personalidades de hombres y mujeres que mezclan sus apetencias económicas con las sexuales y las sentimentales y no todo por el mismo orden ni siempre en la justa correspondencia, rechazando una literalidad lineal en la forma en que afortunadamente se producía en muchas ocasiones el cine en la década de los setenta del siglo pasado: en esta película la moralidad es vacilante, débil y confusa, reflejo de la vida misma y la inteligencia de los personajes alterna su apariencia en extremos que van de la sagacidad a lo siniestro y la incertidumbre es la sensación más persistente en el ánimo sobrecogido del espectador que en ocasiones entiende ha advertido un avance de la trama que pasó desapercibida por algún personaje hasta que comprendemos que nos hemos pasado de listos.

La gran virtud de esta película es que no hace trampa porque desde los primeros minutos ya hemos advertido que tanto Curtis Hanson como Daryl Duke han preparado muy a fondo el desarrollo del guión: resulta evidente que ambos colaboraron también en la confección del guión técnico (no olvidemos que Curtis muy pronto empezaría a tener reconocimiento como director) porque son muchas las escenas "mudas" en las que se nos explican motivaciones e intereses de los personajes: una cámara bien situada, un encadenamiento de planos útil y preciso; un montaje excelente que mantiene el ritmo y unas actuaciones estimables de cuatro intérpretes que otorgan verismo y naturalidad a unos personajes que no están cortados por ningún patrón, que son variables -o nos lo parecen- como puede serlo cualquier vecino, unos tipos que toman decisiones meditadas en un juego del ratón y el gato que no sabemos cómo acabará, porque hay una cierta dejadez en la observación de normas morales admitidas socialmente como válidas para construir una comunidad pacífica que modifica el aprecio y simpatía que pueda suscitarnos un personaje u otro cuyos hechos implican unas conductas morales cambiantes que se adaptan o modifican conforme la rocambolesca trama avanza tranquilamente -es un decir- hasta su conclusión una hora y tres cuartos más tarde que se nos pasa como si nada

La construcción de las secuencias y su desarrollo cinematográfico es impecable y Daryl Duke logra empezar el relato con su cámara contándonos algo que va a ir aumentando de interés paulatinamente, sin bajón alguno, en un creciente interés que nos pega a la butaca hasta el final por momentos incierto: la relajada moralidad de los personajes se incorpora como un elemento de suspense importante ya que puede alterar y condicionar su respuesta a hechos inesperados y cambiantes y en consecuencia provocar que la trama tome caminos impensables a priori pero no por ello menos faltos de una lógica omnipresente que respeta en todo momento la inteligencia del espectador atrapado sin remedio su interés en unas aventuras criminales que además se basan en las complejidades humanas de unos tipos muy alejados del estereotipo habitual de algunas películas que simplemente son de buenos y malos: aquí, el maniqueísmo está fuera de lugar.

Me quedo con las ganas de comentar algunas escenas que me parecen modélicas en su caligrafía cinematográfica, momentos en los que por ejemplo apreciamos cambios de actitud, dudas, decisiones y planificación de estrategias, así como arrebatos de cólera a causa de frustraciones inesperadas, todas ellas sin mediar palabra alguna, gestos elocuentes muy bien ejecutados por intérpretes metidos hasta el tuétano del personaje y todo debido a la gracia y buen hacer de un director que sabe lo que tiene entre manos y sabe contarlo con su cámara. Una delicia inesperada que lamento no haber visto donde debía, en el cine de pantalla grande.

Una joya setentera que con toda seguridad sorprenderá a más de uno si se aviene a seguir mi consejo: no te la pierdas o lo lamentarás. Del disco, igual que de la película, puede que haya por ahí alguna copia digitalizada.

Imperdible, también, para cualquier aficionado al jazz: pero eso ya lo sabían.


p.d.: Cuidadín con leer los comentarios si no se ha visto la película. Mejor no leerlos.






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