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dijous, 16 d’abril del 2020

Tres mujeres fuertes





He de reconocer de entrada y sin ambages que soy un cinéfilo de pacotilla pues no ha sido hasta acudir a IMDb que he reconocido el nombre de Daniel Barber de quien en verano de 2010 estuvimos comentando su primera película, Harry Brown en la que un provecto ex-militar avezado al uso de las armas las tomaba para aplicar su particular justicia en un ambiente británico selvático. La película no llegó a estrenarse en España y su visionado generalizado se practicó en los televisores bastante más tarde.

Parece ser que lo mismo ha sucedido con la segunda película de Barber, estrenada en 2014 con el título de The Keeping Room y que en la distribución española recibe el título de En defensa propia.

Si en su primera película Barber nos ofrecía la posibilidad de considerar el uso de armas por ciudadanos europeos, en su segundo largometraje vuelve a territorio estadounidense y época pretérita -como ya hizo en su cortometraje The Tonto Woman (2008) quizás buscando una rentabilidad económica del proyecto -no en vano parece ser que aporta sus ganancias como excelente director de comerciales publicitarios de renombre- en su exhibición al otro lado del océano Atlántico.

Nada más iniciarse la película vemos un rótulo:

“War is cruelty. There is no use trying to reform it. The crueler it is, the sooner it will be over.”
(La guerra es crueldad. Es inútil tratar de cambiarla. Cuanto más cruel sea, más pronto terminará.)
William Tecumseh Sherman, General del Ejército de la Unión.

De esta forma, Barber, que se apoya en un guión escrito por la entonces primeriza Julia Hart (que posteriormente ha dirigido cuatro películas con el apoyo de su esposo Jordan Horowitz, a su vez productor de la película que tratamos) nos presenta una situación que a priori podría revestir complejidades varias, ya que la trama se basa en las desventuras de tres mujeres en los finales de la contienda fratricida que ha pasado a los anales históricos como La Guerra de Secesión de los Estados Unidos de América del Norte, en la que los unionistas se opusieron y vencieron a los confederados separatistas en una confrontación tan dramática y sangrienta que todavía algunos se resisten a olvidar.

Si la frase inicial pronunciada por el General Sherman corresponde a una realidad práctica no es a este comentarista a quien le toca aquilatarla pero cualquier espectador ignorante de la historia como yo mismo forzosamente tomará la referencia como un punto de partida ineludible condicionante de la historia que vamos a ver en la pantalla.

Vemos a una guapa mujer joven provista de una escopeta de avancarga (es decir: un sólo disparo) andar sigilosamente en una zona boscosa y pronto entendemos que va a la caza y por su aspecto, vestida con ropas ajadas, entendemos que la pieza tiene como destino el condumio personal antes que sujeto pasivo del placer cinegético.

La pequeñez de la presa - quizás un conejo silvestre o una liebre veloz – y la frondosidad del bosque hacen que Augusta se presente de vuelta a casa con el arma descargada, el saco vacío y el hambre tan intenso como el que tiene su hermana pequeña Louise y la mucama Mad, fámula ilota que a lo largo de la semana en que se producen los acontecimientos recibirá de las dos hermanas distintos tratamientos.

Las tres viven en una casa enorme perdida en medio de una gran extensión que se supone pertenece a la familia y duermen juntas en una misma habitación – reforzada la puerta con travesaño – pero viven y comen durante el día en una construcción de planta baja donde está la cocina y el lavadero. Una finca de madera en su totalidad, típica de los señores sureños de la sociedad esclavista.

El problema es que las tres mujeres están solas y no hay hombres a su vera, ni blancos ni negros: todos están en la maldita guerra matando y muriendo y con destino incierto; pero saben que la lucha fraticida está acabando y que su bando está perdiendo batalla sí batalla también y las huestes del tal Sherman se aproximan, dicen algunos.

Unos tiparracos, dos soldados quién sabe si desertores o agentes del mal enviados para estremecer a los sudistas, les hemos visto actuar con ferocidad y saña y querrá la casualidad que fijen su atención en Augusta justo cuando ella buscaba auxilio para su hermana, herida por un tejón inesperado: a las penalidades de la guerra en ausencia de varones que realicen tareas agrícolas y cacen se añade la inseguridad personal y las tres mujeres deberán afrontar con sus escasos medios y conocimientos castrenses una escaramuza en la que sabemos les va primero la honra y luego la vida.

Barber una vez más acude al uso de las armas como solución a un problema personal. En este caso, muy distinto de su anterior película, las protagonistas no son parte activa: no acosan: simplemente se defienden de una amenaza que conocemos como cierta: no hay caso para buscar una inocencia en los dos rufianes pues les hemos visto actuar antes. El director, ayudado por el buen trabajo que realiza el camarógrafo Martin Ruhe, consigue que las amplias estancias de la mansión campestre devengan en lugares claustrofóbicos e incluso en las forzadas salidas al exterior sentimos la limitación anímica constriñendo el espacio porque ignoramos dónde estará el adversario.

Las tres mujeres se erigen en heroínas forzosas para tratar de salvarse y su inexperiencia les pasa factura lo que no empece la sensación de que sus personajes de alguna forma pretenden incardinarse en un feminismo que en la época representada probablemente tenía otras características y ello no se refiere a los hechos, a las acciones, sino a algunos parlamentos que asimismo enlentecen el desarrollo de la película y chocan con una realidad árida y cruda propia de una situación límite en la que esas tres mujeres por sí solas ya merecen consideración ejemplar.

Probablemente con menos diálogos la sensación de miedo injusto y la resolución de afrontarlo resultarían cinematográficamente más interesantes y transmitirían con más claridad la fortaleza de que hacen gala las protagonistas así como la vileza de los esbirros.

Queda como perdida la oportunidad de señalar la miseria moral del vencedor que no contento con la victoria, aplicando la frase inicial, se regodea en la masacre como elemento discursivo que resulta repugnante por la ausencia de misericordia, y ése sí hubiese sido un elemento a añadir a la trama, pero, amigos, eso ya pertenece al campo de las hipótesis que somos libres de aplicar pero no de exigir, aún cuando, probablemente, incluso hubiese tenido mayor oportunidad de traslación al tiempo presente por la victimización de las mujeres a manos de los victoriosos.

Tiene la suerte Barber de contar con tres intérpretes femeninas que llevan casi todo el peso de la película sobre sus hombros y consiguen la simpatía del espectador que rápidamente se interesará por su suerte: ellas son Brit Marling oomo Augusta, Hailee Steinfeld como Louise y Muna Otaru como Mad, todas muy metidas en sus personajes y realizando una composición naturalista muy apreciable, sin caer en los fáciles aspavientos que vemos en muchas películas, lo que, para mí, se debe al buen trabajo de Barber como director de intérpretes.

En definitiva, una película a apuntar en la lista de pendientes, para acordarse en el momento en que se pueda ver en la pantalla pequeña de una suerte u otra, porque, sin ser imperdible, desde luego hubiese merecido la pena el estreno en las carteleras patrias.








2 comentaris :

  1. Hola Josep. ¿Cómo andás?
    Agendada.
    No tenía noticias de esta película. Y no es la primera vez que me pasa, enterarme por este, tu gran sitio de recomendaciones (y a veces NO recomendaciones)

    Abrazos!

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    Respostes
    1. Hola, Frodo: por aquí andamos, capeando el temporal con películas que, a veces, son buenas y claro: hay que avisar a los amigos.
      Un abrazo.

      Elimina

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