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dilluns, 25 de març del 2013

Bebo Valdés





Hace ya cuatro años y medio que dedicamos unos momentos a festejar el nonagésimo cumpleaños del maestro Bebo Valdés y la semana pasada se conoció en los periódicos que había fallecido en Suecia, donde al parecer vive un hijo suyo y Bebo se trasladó hace unos meses desde Málaga, donde residía, según algunos porque estaba aquejado de alzheimer, lo que resulta difícil de entender en un músico brillante a pesar de su longevidad.


De su relación con el cineasta Fernando Trueba quedan algunas piezas e intervenciones en bandas sonoras de documentales como Calle 54 y aparte de impulsar el afamado disco Lágrimas Negras que ya vimos hace años el trabajo de Bebo Valdés se refleja en una película de animación con retazos de biografía de Bebo, de modo que podemos decir que nos ha dejado un maestro de la música que en su senectud colaboró muy efectivamente con el cine.

Por si hay interés, disfrutar de Chico y Rita resulta muy fácil gracias a youtube y se puede disfrutar de la música de Bebo Valdés casi, casi, en vivo y en directo.

Bebo Valdés permanecerá también en la memoria colectiva de los aficionados al jazz como uno de los grandes maestros del jazz hispanoamericano, sabiendo aportar una mirada rítmica propia a melodias conocidas, propias y ajenas.

Genio y figura, podría decirse que hasta el último momento impartió clases en cada una de sus actuaciones en las que, hasta hace muy poco, ni siquiera necesitaba de la partitura para ejecutar jazz : Véanlo tocar, si gustan







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divendres, 22 de març del 2013

Infame (TC 33 & MM 77)






Douglas McGrath ya apareció en este sitio hace un tiempo cuando muy justamente se le apreció en su calidad de guionista de una muy buena película de Woody Allen y eso confiere un marchamo de calidad, una garantía, para entendernos.

Seguramente la experiencia vivida con Allen rindió sus buenos dividendos tanto en los contactos como en la forma de McGrath de encarar lo que ya fueron sus propias obras y vamos a atenernos a una película que reúne en su sustancia diversas condiciones que la hacen única: en primer lugar, el hecho que McGrath se ocupó de dirigirla mientras en otra parte del mismo país otro estaba dirigiendo una película basada en idéntico material digamos que "histórico" ya que ambas se inspiran en torno a lo que sucedió cuando Truman Capote se ocupó de su famosa novela A sangre fría. El lunes ya nos ocupamos de la película que fue exhibida en primer lugar y, como ya apunté, hoy vamos a ocuparnos de la que fue exhibida una temporada más tarde.

¿Alguien se acuerda de la lapidaria frase "nunca segundas partes fueron buenas"? Bueno, pues no es cierta del todo.

McGrath se apoya en la biografía escrita por George Plimpton para escribir un guión desacostumbradamente brillante, pulido en extremo y lleno de diálogos ricos y frases inteligentes que ayudan no poco a remarcar ciertas diferencias que al guionista y director le interesa mostrar en una obra malentendida no tan sólo por la desidia con que fue exhibida en su momento sino porque lógicamente el espectador no sintió ningún interés en ver, al cabo de un año, la misma temática en pantalla grande.

Sin embargo McGrath -que como hemos dicho realizó el rodaje de forma coetánea- desde un primer momento sienta las bases de una mirada bastante diferente, más rica psicológicamente, más profunda y por ende, muchísimo más interesante. Y lo demuestra efectivamente ya desde los magníficos títulos de crédito que encadena con un número musical significativo un INICIO que merece ser visto con tranquilidad: desde el juego de palabras que convierte la frase "soy famoso" (I Famous) a "infame" (InFamous) abarcando un espectro de ciento ochenta grados en la consideración popular e íntima, hasta el cuidado con que se muestran los detalles de una "soirée" disfrutando de ricos cócteles y combinados, ellas hermosamente aderezadas y ellos elegantes, con el punto de favor de una mesa y dos sillas que aparecen de repente en la primera fila para disfrutar de una artista que, dueña de la escena, de repente deja en el limbo las famosas letras y notas del genial Cole Porter, suspendiendo el ánimo de la concurrencia, ofreciendo su dolor amatorio propio y remontando el vuelo en alas de la melodía superando gracias al arte la pena íntima, para satisfacción del respetable, cifrado en un Truman Capote pendiente de todos los detalles, simbiótico sentimentalmente pero sin descuidar el afable saludo: ¡Hey!

Ya el título elegido por McGrath es significativo: Infamous (2006) se traduce al castellano como Infame, mal que el estúpido de turno volviera a meter su pezuña para dejarlo en nuestras pantallas con el risible título de Historia de un crimen, entre otras cosas porque ni el crimen ni su historia ocupan más que un lugar meramente lateral, casi anecdótico, de la trama que sustenta un metraje cercano a las dos horas que pasan en un suspiro porque McGrath se preocupa de que todo encaje a la perfección y que todos los colaboradores de la película rindan al cien por cien en su especialidad.

McGrath aprovecha los recursos biográficos que le brinda el texto de Plimpton que conoció muy de cerca los ambientes que relata en los selectos círculos sociales de la Nueva York de los sesenta del siglo pasado cuando la ciudad ya descollaba en su condición de lugar propicio a las empresas culturales de toda índole, Plimpton fue entre otras cosas editor de la revista The Paris Review y el extrovertido y un punto exhibicionista Truman Capote pertenecía, como quien dice, a todos los círculos del momento, ya desde su condición de guionista de cine, de escritor de fama o de homosexual combativo en una época en la que la frase "haz el amor y no la guerra" jamás estuvo diseñada pensando en el colectivo homosexual.

Plimpton lo tuvo bastante fácil porque conocía a casi todos y recabar más que sus opiniones, sus sentimientos y recuerdos acerca de Capote permite a McGrath con muy buen tino recrear la compleja personalidad de Truman no únicamente por lo que hizo y escribió sino por cómo sus actos incidieron en la vida de las gentes que trató.

McGrath debe ser un seductor innato porque consigue que sus secundarios ejerzan su talento interpretativo con todo su vigor otorgando una verosimilitud excepcional a unos caracteres ciertos, auténticos, de gentes que lo mismo eran únicamente ricas esposas o viudas que brillantes mujeres de éxito bien ganado con su esfuerzo e inteligencia como la Diana Vreeland que incorpora de forma absolutamente deliciosa la británica Juliet Stevenson, como se puede comprobar en este vídeo

Del talento de McGrath a la hora de dirigir los actores no debe haber ninguna duda a poco que uno se acuerde de los detalles que se le han ofrecido: por ejemplo: cuando Capote va por la calle con su amigo Jack y llegan a su casa, Jack, antes de introducirse en el portal da una media vuelta significativamente destinada a comprobar que nadie les ha visto entrar juntos; Jack, como nos ha contado Diana, es homosexual como venganza por haber sido "corneado" por su esposa mientras estaba en la guerra de Corea. Ese detalle indica claramente que McGrath está ojo avizor, enriqueciendo la psicología de sus personajes secundarios.

Lo mismo ocurre con el enorme trabajo realizado por una sorprendente Sandra Bullock que consigue adoptar un lenguaje corporal muy expresivo, una contrafigura del protagonista con el que le une una relación de profunda amistad mantenida desde la infancia, seguramente porque ambos eran igualmente brillantes intelectualmente y raros en sus apetencias amistosas, una verdadera casualidad que Nelle Harper Lee y Truman Capote se hicieran íntimos desde párvulos y ambos acabaran sus respectivas carreras cercenadas por sendos grandes triunfos. Harper Lee será la que se avenga a acompañar a Capote en su viaje a la américa profunda representada en los llanos parajes de Kansas con destino a una hacienda, cabe el pueblo de Holcomb, con todos sus habitantes horrorizados por la masacre que finiquitó a cuatro convecinos.

Ya en la llegada a Holcomb, un simple apeadero en medio de la nada, representa una ruptura vital para Capote aunque él todavía no lo sabe: como ya nos anticipaba la cantante interpretada por Gwyneth Paltrow en ese magnífico cameo, de repente aparece algo como un dolor interno, profundo. El choque entre Capote vestido de forma extravagante para cualquier mentalidad de la época y mucho más si uno se aleja del mar y las costumbres de Holcomb parece que va a convertirse en un muro infranqueable pero la pasión por el cine y una vez más la curiosidad y el cotilleo, lugares comunes donde Capote ejerce su maestría, facilitarán las complicidades necesarias con el detective Dewey, sólidamente interpretado por Jeff Daniels que se encuentra con otro carácter secundario provisto no tan sólo de diálogos interesantes sino también de silencios expresivos.

Hay en la película de McGrath tres partes bien diferenciadas que tienen su desarrollo perfectamente delimitado y que se entrecruzan momentáneamente coincidiendo en el tiempo pero casi nunca en el lugar: las relaciones de Capote con sus amigas de Nueva York se complementan con lapsus puntuales en que los conocidos del protagonista, al parecer explicándose en un único plató televisivo con una única silla; las vivencias de Capote y Harper Lee entre los villanos de Holcomb al poco de producirse el múltiple asesinato y la relación que Capote iniciará y desarrollará con uno de los criminales, Perry Smith, interpretado por Daniel Craig con una fuerza y convicción tales que automáticamente debo reconocer mi error de apreciación al verlo en el truño de Skyfall. El señor Craig tiene una estupenda voz y sabe usarla a conciencia y seguramente McGrath le hizo un montón de sugerencias para exprimir a fondo todo su arte porque consigue transmitir la dualidad terrible de asesino y hombre sensible que Capote intuyó, descubrió y desarrolló en su novela.

McGrath se cuida muchísimo de todos los aspectos de su película basándose en la excelente fotografía de Bruno Delbonnel que sabe iluminar los exteriores de forma dramática en los grandes espacios y los interiores del presidio con tonos oscuros depresivos y con delicadeza siempre y buen foco para poder percibir el excelente trabajo que realiza Ruth Meyers como diseñadora y modista, todo un alarde pletórico de significados, como, por ejemplo, la estudiada sencillez del vestuario de Harper Lee y las locuras de Capote que llega a presentarse ante un atónito Dewey tocado con un enorme sombrero y calzando botas puntiagudas de media caña como aproximándose al estereotipo funcional.

Todo para equilibrar el peso de la función porque McGrath sabe perfectamente que ha provisto de inagotable munición a un tirador perfecto: el británico Toby Jones con sus escasos 165 centimetros se erige en gigante robando escenas por doquier, dominando la escena, sea cual sea, porque tiene dos condiciones imbatibles: un personaje muy bien escrito y descrito y un talento apropiado para aprovechar hasta el más pequeño detalle.

La interpretación que Toby Jones realiza es de manual y uno podría decir que, mientras en la otra película Hoffman "hace de" Capote, en Infamous nosotros, espectadores, "vemos" a Capote en una de sus infrecuentes actuaciones en el cine o en una de sus más frecuentes apariciones en la televisión, porque Toby Jones se mimetiza hasta confundirse con el personaje incluyendo el especial tono de voz, sin perder la inteligibilidad y haciendo exhibición del poder irónico y autoparódico que el propio Capote usaba, lo que resulta muy fácil de comprobar acudiendo a youtube.

McGrath tiene la virtud de mantener el foco en todo momento en su protagonista sin llegar a cansar ni agotar el personaje: hay una escena de fuerza plástica irreprochable que puede servir de ejemplo: Capote y Harper Lee están interrogando a un vecino de los asesinados: están los tres frente a la casa, en un exterior iluminado por el sol en ocaso y el vecino está entre ambos, los tres en pie: el aldeano se expresa pausada y claramente en un discurso contenido y emocional y en todo su largo parlamento, respetado por los investigadores urbanitas, ni por un momento deja de mirar a Harper Lee quedando patente el rechazo que Capote produce en los conservadores y atávicos habitantes de Holcomb: con esa negación, ese ninguneo evidente, McGrath refuerza el carácter del protagonista y su situación social alterada por el viaje lejos de la gran ciudad. Nos ofrece información indirectamente, apelando a nuestra inteligencia de espectadores avisados, consiguiendo hacernos cómplices.

Sin embargo la empatía no es un objetivo para McGrath, como seguramente tampoco lo es para Plimpton: diríase que la finalidad de la película es mostrarse aséptica e inmune a los encantos que pudiera tener el personaje de Capote y presentarlo con sus virtudes y defectos, sus ambigüedades y sus ambivalencias, su desprendimiento y su egoísmo, su cariño por Perry y su soterrado deseo de que los criminales sean ajusticiados para que ¡al fin! su libro pueda ser publicado. La maestría de McGrath consiste en comportarse como los clásicos y presentar sin ambages los claroscuros de su personaje que puede resultar entrañable y odioso logrando hacer comprensible la dolorosa situación anímica que permanece en el artista que escribe obteniendo la fama gracias a las desgracias ajenas y la muerte de un ser que ha podido ser apreciado y quizás sinceramente querido, alguien que con el tiempo llega a considerarse amigo y que con esta canción expresa su DESPEDIDA

En definitiva, una película que hay que ver dichosamente en versión original porque el trabajo de todo el elenco es sobresaliente, una gozada para los sentidos del aficionado que a cada visionado observa un nuevo detalle enriquecedor de la psicología de los personajes, dotados, como se ha expresado, de un guión inteligente forjado a base de diálogos ricos en fuerza, dramáticos o ligeros según corresponda a la acción, con momentos memorables rodados con eficacia, sencillez y economía visual, elementos todos ellos de una caligrafía cinematográfica en todo momento adecuada a la trama; absolutamente imperdible para el cinéfilo que no la haya disfrutado todavía y para revisar quien no la haya paladeado en su obligada versión original.











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dilluns, 18 de març del 2013

Capote





Dentro del subgénero especializado que conocemos con el lamentable apócope anglosajón de "biopic" (que con toda probabilidad viene de biographic picture, o sea, película biográfica) hay por lo menos una vuelta de tuerca, un rizar el rizo de la especialidad consistente en plasmar la vida, penas y alegrías, de una personalidad que ha tenido relación con la industria del cine lo que sin duda proporciona como mínimo un halo de verosimilitud sobreentendida.

Resulta muy fácil hallar la relación entre Truman Capote y el cine: al cinéfilo veterano se le ocurren de inmediato dos títulos sesenteros de relumbrón: Breakfast at Tyffani's y In Cold Blood y hay que tener mucha memoria para recordar su intervención en Beat the Devil (que me pareció una charlotada hace años, en un pase televisivo) pero cualquiera le puede recordar por su auto representación en pantalla en la disparatada Murder by Death, así que no es de extrañar que, unida dicha circunstancia a su renombre como escritor, llevar a la gran pantalla por lo menos una parte de su vida fuera una decisión relativamente fácil de adoptar.

Gerald Clarke, que había obtenido cierto éxito con una biografía de Judy Garland (lo de escribir biografías de muertos lleva aparejadas alegrías y amarguras a partes iguales) sin haberse documentado demasiado bien según los hijos de la famosa cantante, decidió poco después dedicar su tiempo a recrear los años que el escritor Truman Capote dedicó a pergeñar su más famosa novela, A sangre fría, basada en unos asesinatos ocurridos en el pueblo de Holcomb, Kansas.

Dan Futterman obtuvo los derechos del libro de Clarke y se ocupó de escribir un guión cinematográfico y junto con su amigo Bennet Miller decidieron que iban a producir una película y que Miller, que ya había dirigido un documental, se iba a estrenar en el cargo de director: y no contentos con ello, llamaron a su antiguo coleguilla de estudios y al momento actor en alza Philip Seymour Hoffman por si le interesaba ocuparse de interpretar al famoso escritor y así los tres, que también ejercieron cono productores, se empeñaron en filmar la que se tituló lógicamente Capote (2005) cuyo título se modificó absurdamente al castellano con el añadido del nombre de pila (seguramente porque el encargado habitual no acaba de tener claro si trataba de Al o de Truman Capote, o Capone, yo qué sé...)

Esta es una película destinada desde el primer plano y hasta el último a mostrar casi permanentemente al protagonista ofreciendo al actor que lo interpreta una catapulta directa a los galardones pero una mirada poco apasionada y más crítica que puede producirse por la lejanía del efecto publicitario permite considerar que hay un cierto desequilibrio que perjudica al conjunto: un defecto propio de un principiante que en su ópera prima se ve condicionado por varios elementos entre los cuales la responsabilidad del director para con el espectador final de la obra se ve relegada frente a exigencias de divismo propias de actores que se creen en el cénit con entrada libre al olimpo de los consagrados, requerimientos que comportan menoscabo en el resto de componentes del elenco, empezando por la atención de la cámara y terminando por la endeblez del guión en lo que a secundarios se corresponde.

La dirección de los intérpretes brilla por su ausencia: los secundarios son filmados con escaso interés por Miller y por ello acabada la película muy poco podemos recordar ni de los dos asesinos, Dick y Perry, ni del detective Dewey y apenas algo de Nelle Harper Lee, que es una mujer que por sí sola merecería una película; ello ocurre porque la cámara está pendiente de Capote para no perderse ninguno de sus gestos que, a decir verdad, son muy pocos en justa proporción a la realidad, porque Hoffman se dedica a castrarse emocionalmente impidiendo que aparezca la sensible extroversión propia del personaje real, realizando un retrato que se ajusta poco a lo cierto, aderezado además por una vocalización inadecuada: la semblanza recreada por Hoffman, aunque bien trabajada, se refiere a otro Capote más cercano al que sea capaz de aceptarse como válido por la inmensa mayoría silenciosa, esa que compra sus entradas de cine y su bote de palomitas y su gaseosa de litro.

Miller nos lleva a un terreno en el que el documental dramático está cercano y se vale de la muy bella y efectiva labor fotográfica de Adam Kimmel que enfría el tono en muchas escenas otorgando un ambiente pretendidamente realista; la labor a la moviola de Christopher Tellefsen mantiene un relato sin lagunas perceptibles aunque le falta a Miller potencia visual y experiencia al momento de emplazar la cámara y ordenar el uso de algún objetivo que se adecúe más a la trama que se nos está contando, sucintamente el trabajo de investigación y documentación por parte de Truman Capote, auxiliado por su amiga de la infancia Nelle Harper Lee, curiosamente dos escritores que sucumbieron al éxito literario y cinematográfico.

La película se centra en el nacimiento, mantenimiento y extinción de la relación entre Capote y el criminal Perry Smith mostrando la ambivalencia de intereses en el escritor de forma bastante clara pero dejando la balanza desequilibrada al dejar con poco contenido el retrato que nos presenta del asesino Perry Smith cuya complejidad psicológica, alimentada por el propio Capote, nunca acaba de exhibirse con la necesaria fuerza, quizás por un claro error de elección de actor para ocuparse de tan ingrato papel que teóricamente debería permitir al intérprete lucirse como secundario de lujo.

La carga psicológica y por tanto la empatía que siempre busca el espectador recae únicamente en el ubicuo Capote y no llega a repartirse en el resto del elenco porque se les priva tal posibilidad ya desde el poco cuidado de sus diálogos y la película se resiente: cuando no está Capote en pantalla nada parece interesante y ello por un lado redunda en un exceso de alabanzas que encumbran a Hoffman mientras por otro el mismo carácter no acaba de mostrarse con la deseada, esperable, complejidad.

El guión acierta alejándose de toda la parafernalia burocrática y judicial que se desarrolló forzosamente durante tanto tiempo sin que ello desmerezca el conjunto ya que el foco se centra en el escritor como único punto de interés y el tratamiento casi documental y el comedimiento que observamos en la labor interpretativa de Hoffman, nada histriónico, conforman una sensación de verismo propia de un telefilme de sobremesa de aquellos "basados en una historia real" que son interesantes en una primera instancia pero que en la segunda han perdido gas y fuerza, en este caso, reitero, por aplicar toda la atención en un único punto que, si bien logró en su momento la atención mediática y los galardones, no sirve para sostener la película a un nivel que la haga imprescindible salvo para comprobar un buen trabajo de Philip Seymour Hoffman.

p.d.: de la otra, hablamos el viernes.

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divendres, 15 de març del 2013

Paperman (2012)



Como suele suceder en estos casos, andaba buscando otras cosas en youtube y de repente me topé con el cortometraje ganador del premio oscar al mejor cortometraje de animación otorgado hace unas semanas, el cual, obviamente, no ha sido programado en las pantallas al alcance de casi ninguno en este país dedicado a subvencionar películas mediocres.

Es una bonita y muy clásica en su formato historieta de la factoría Disney, ejemplo de todo lo bueno y malo: predecible, imaginativa y muy bien confeccionada.

El cortometraje se ha titulado Paperman y dura apenas siete minutos de nada:





Una vez lo hayan visto, puede que, si llevan un tiempecito pasándose por aquí, les haya sonado un poco la trama a conocida, aunque quizás mi imaginación sea excesiva....



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divendres, 8 de març del 2013

TC (32) Grease




A riesgo de recibir improperios varios de fans irredentos he de confesar que, a mí, Grease siempre me ha parecido un musical bastante ramplón, gazmoño y soso: hay alguna cancioncita pegadiza que parece animarme pero que no consigo soportar hasta que acaba porque el intenso sabor dulzón me empalaga sobremanera y me produce rechazo.

Debe ser una animadversión fruto del poco interés que esas melodías despertaron en el cinéfilo incipiente que ya en 1978 era provisto de una buena colección de vinilos infinitamente superiores en cuanto a calidad, garra y fuerza.

Ello no obsta a que siga considerando que Olivia está refulgente.

Lo que no recordaba en absoluto, seguramente porque la película la he visto en una sola ocasión, son los títulos de crédito diseñados por John Wilson que por su estilo datan la época.

Vean, si les place:



Y para que nada falte, podemos también dar un vistazo a los títulos finales, que a algunos les sonarán a conocidos por haber visto un remedo hace poco: también ayudan a situar la época, sin duda







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dilluns, 4 de març del 2013

SILVER LININGS PLAYBOOK




Aún manteniendo cierta desconfianza en las propuestas rebosantes de publicidad nada encubierta que supone todo el alboroto y ruido mediático en torno a los premios cinematográficos que se conceden, otorgan, entregan o venden es los primeros compases de cada año, uno, revestido de cierta indolente mitomanía y ansioso de disfrutar de lo lindo con unas buenas interpretaciones, cae irremediablemente en la tentación de ver una película que ha conseguido nada menos que nominaciones a los mejores intérpretes principales y secundarios ¡de ambos sexos! con la añadidura de mejor película, mejor director, mejor montaje y ¡mejor guión adaptado!.

Irresistible batería de anzuelos para un cinéfago hambriento de emociones fuertes aunque me contento con ver la película doblada al castellano porque uno ya es gato viejo y para verlas en pantalla y en v.o.s.e. hay que tomarse molestias que podemos tipificar como serios obstáculos.

Así que en la misma jornada de la entrega de los Oscar en "mi cine" nos sirvieron, aderezadita con una gran pantalla y un notable lleno de la sala que me situó donde no me gusta, demasiado cerca del lienzo albino, la última película de David O. Russell titulada en original Silver Linings Playbook que en España ha recibido el título de El lado bueno de las cosas.



Cuando vi el poster anunciando la exhibición y reconocí a Bradley Cooper y leí el nombre de Robert de Niro pensé que iba a ser otro fin de semana sin cine porque mi memoria funciona y esta entrada sigue ahí para recordatorio y preaviso. Al consultar más datos y saber de premios y nominaciones, me entró la insana, irresistible e irreprimible curiosidad por ver cómo era posible que Cooper y De Niro fuesen objeto de mención.

Mis conocimientos de inglés no alcanzan a descifrar el significado del título original pero desde luego el título otorgado en castellano hace justicia a la película: una comedia llena de buenas intenciones y mejores deseos que pisa terrenos archiconocidos y lo hace discurriendo por sendas trilladas mil veces. Si han leído o escuchado que se trata de una regeneración de la comedia dramática, olvídense del mensaje, porque es exagerado al servicio de una propuesta comercial resultona pero olvidable. La ví hace una semana y casi ni me acuerdo.

Russell interviene como guionista adaptando la novela homónima de Matthew Quick y luego se encarga de dirigir la película y se supone que a los actores también.

Sinópticamente la trama se reduce a: chico con problemas de adaptación a la realidad, aquejado de transtorno bipolar, conoce a chica con problemas de adaptación a la realidad a causa de su inesperada viudez. Esos planteamientos huelen a final feliz a cuatro leguas y por si fuera poco ya el cartel deja bien clarito que hay una pareja protagonista, dos guapetones jovencitos como quien dice condenados a juntarse, dos mitades que hacen un todo.

El tratamiento dado a la idea básica no es ni siquiera agridulce: con estos elementos primarios cualquier guionista de los que sabían escribir hubiese confeccionado una comedia dramática o quizás un drama romántico de calado psicológico, aunque para entonces el amigo Cooper estaría fuera de juego. Puede que su compañera, la jovencísima Jennifer Lawrence, que se lo come con patatas en cada escena de las muchas que comparten, pueda afrontar un personaje con más enjundia: su trabajo aquí destaca de forma natural, por decantación, como las pepitas de oro del barro y arena; no como para conseguir un Oscar, pero la nena vale mucho, ciertamente.

Lo malo es que Russell, con plena conciencia, se dedica a presentar un telefilme pletórico de problemas no afrontados y buenas intenciones, buen rollismo de amigos, parientes y conocidos y una dirección que mantiene justito el interés durante las dos horas del metraje, sin sorpresas ni emociones, como buscando adrede un carácter amable a todas las situaciones: resulta paradigmática la relación entre el padre del protagonista, un De Niro con tres tics menos que los acostumbrados en los últimos años, y su amigo y contrincante en las apuestas deportivas, un extremo increíble, ilógico, más falso que un duro sevillano, con el que intenta añadir alguna emoción al tramo final, una apuesta con resultado incierto que puede llegar a ser trágico y que uno gana y el otro pierde y se quedan tan panchos, tan amigos, pensando ya en otra apuesta, como si nada, porque, en realidad, ha sido un artificio para rellenar unos minutejos de nada, porque no hay substancia en la relación de la pareja protagonista.

Uno está aguardando la tela, la chicha, pero ni hay chicha ni hay limonà: hay un desperdicio de buenas gentes que intentan con su labor interpretativa levantar unos caracteres que resultan carentes de fuerza por estar capados por su propio autor que los presenta estériles de repercusiones: dos personajes con una historia previa cargada de tragedia desarrollados con un tratamiento apto para todos los públicos aunque los puritanos de la MPAA le hayan puesto una "R"

Un hombre y una mujer, jóvenes y atractivos ambos, los dos con el corazón destrozado por diferentes pérdidas, tratados de forma harto superficial, en exceso ligera, más acorde con su apariencia afortunada que con su pasado trágico, como si Russell buscara deliberadamente ser leve rehuyendo afrontar la amargura que se esconde en la verdad de los episodios que han condicionado las vidas de ambos, y muestra de ello son también las acciones de los padres, hermanos y amigos, gentes tan cercanas y queridas que ni tan sólo uno de ellos se ha tomado la molestia de visitar al protagonista en su forzado encierro de ocho meses en una institución para enfermos mentales.

Son detalles que uno tras otro afloran en la memoria de lo visto, retazos de una trama que no acaba de cuajar, un artificio que resultó agradable de ver pero que no deja huella, ni poso.



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divendres, 1 de març del 2013

MM 76 DUETS





Para quienes gusten de hallar homenajes al cine dentro de los homenajes al cine que se hacen en las películas, nada mejor que atender, por unos escasos minutos, la propuesta que hace trece años presentaron un padre y una hija:

Con la excusa de montar un karaoke, un bar con unos altavoces atronadores, un escenario mal iluminado y unos clientes aficionados a dar el cante, el señor y la señorita Paltrow nos ofrecen dentro de la trama de la película Duets (2000) una versión de un clásico pop que en el lejano 1981 copó durante unas semanas los primeros lugares de las listas, una canción que ayudó a popularizar entre la juventud la figura de la icónica Bette Davis, de mirada inolvidable, pletórica de expresión:





La canción, compuesta por Donna Weiss y Jackie DeShannon, resonó durante semanas en la radios de principios de los ochenta gracias a la versión que de la misma hizo Kim Carnes y a varios video clips, entonces novedad, que se ofrecían como gancho en bares y discotecas: si lo desean, aquí pueden ver y escuchar la original.

Por momentos, casi prefiero la versión de Gwyneth.....




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