El sobreviviente
En muchas ocasiones el cinéfilo veterano suele recordar la década de los sesenta del año pasado como una época dominada por las comedias amables, dulzonas y auto censuradas por los imperativos del código Hayes y ello probablemente sea debido a que en los televisores se han cuidado casi siempre de ofrecer en los horarios de máxima audiencia productos placenteros y nada dados a promover ideas propias de conciliábulos, porque lo cierto es que en los sesenta, si uno busca, puede encontrar muestras cinematográficas que a uno le atrapan y le hacen removerse en su silla y luego dejan poso.
Podríamos decir que es casualidad o curiosa coincidencia que después de afrontar una obra teatral cargada de fuerte dramatismo como es Larga jornada hacia la noche (basada en pieza magistral de Eugene O'Neill) que ya comentamos aquí el año pasado Sidney Lumet decidiera llevar al cine la novela escrita por Edward Lewis Wallant titulada The Pawnbroker en la que se narran las peripecias de Sol Nazerman.
Del guión se ocuparon Morton S. Fine y David Friedkin, dos guionistas que trabajaron con Lumet en su etapa televisiva y ello se nota en el traslado a la pantalla por la evidente economía en la narrativa literaria que Lumet reforzará en el aspecto puramente cinematográfico y visual.
En menos de cuatro minutos iniciales de su tercer largometraje, The Pawnbroker (El prestamista, 1964), Lumet nos pone en situación de forma ejemplar: sabemos que Sol Nazerman es un judío que ve interrumpida una tarde de solaz con su familia por la irrupción de elementos nazis y en una elipsis temporal de 25 años (lo menciona su cuñada) le vemos tomando el sol en el patio trasero de una casa sita en un suburbio neoyorquino con sus cuñados y sus sobrinos y rechaza amargamente la posibilidad de viajar a Europa.
Nazerman regenta una casa de empeño en el barrio de Harlem Hispano y lo hace con una falta de empatía total y absoluta con sus clientes, pobres gentes que empeñan cualquier cachivache, objeto personal en desuso, supuestas joyas familiares, pequeños electrodomésticos, etcétera, para poder afrontar alguna deuda y siempre les observa con frialdad y ofrece el precio mínimo que puede porque en ello le va su ganancia.
Pronto sabremos que esa frialdad no es selectiva y que Nazerman se comporta con todos en la misma forma: las vicisitudes sufridas durante la segunda guerra mundial a causa de su condición de judío preso de los nazis han eliminado por completo todo resquicio de amabilidad, cariño y simpatía y en irrupciones inesperadas los recuerdos de todas las atrocidades vividas, entre las que cuenta ser obligado a ver la eliminación de sus dos hijos y la violación de su esposa, su vida transcurre tratando de olvidar lo sufrido sin que pueda conseguirlo, preso de la tragedia vivida que le marcó de forma indeleble resultándole imposible sobreponerse.
Nazerman en su frialdad consigue alejar a todos los que intentan acercársele y entre ellos veremos a una amante frustrada, un dependiente que intenta por todos los medios aprender de él apelando a una figura magistral, semi paterna, y a una trabajadora social que percibe la enorme soledad de Nazerman y trata de ayudarle sin éxito.
Lumet usa el blanco y negro que le proporciona el camarógrafo Boris Kaufman (en su tercera colaboración) y hace trabajar y sudar la gota al editor Ralph Rosemblum (en su segunda colaboración) porque tiene las ideas muy claras y sabe que tiene entre manos un drama social de amplio espectro pues en torno a la figura de Nazerman, salvo lo que se refiere a su familia, todos los personajes se hallan revestidos de un pathos trágico que les sitúa en la marginalidad de una sociedad ajena por completo a sus cuitas, sus problemas, sus anhelos, sus vidas.
Ante la soledad casi inerte de Nazerman su dependiente Jesús Ortiz, como es natural, mantiene relaciones con otros habitantes del barrio entre los que se cuenta una novia con la que expresa su sueño de ejercer algún día de prestamista en la propia tienda de Nazerman sustituyéndole como jefe, pues está aprendiendo, dice, el negocio. También mantiene relaciones con algún compañero de aventuras pasadas y todos tienen muy en cuenta que el territorio está regentado por un tal Rodríguez, que es muy de armas tomar.
Toda esa mezcolanza de personajes que pululan en torno a Nazerman no tan solo son variopintos por sus querencias: además, su color de la piel es muy variable, del blanco al negro sin pasar por el amarillo, y sus oficios van desde la casi usura de Nazerman hasta el proxenetismo y por si ello fuese poco para una sociedad estadounidense cargada de la moralina del código Hayes, va Lumet y hace que aparezcan los senos desnudos de una mujer y entre todo esto y que era la primera ocasión en que el cine estadounidense se refería explícitamente al holocausto con imágenes claras, ya tenemos que la película se presentó en el Festival de Berlín en julio de 1964 pero no se estrenó hasta abril de 1965 en Estados Unidos y aún debidamente censurada para la mayoría del país.
Una frase se acuñó:"no es la película que deberías escoger en tu primera cita" y es muy cierto, porque deja el ánimo encogido.
Lumet realiza un trabajo magnífico como director emplazando la cámara con una sensibilidad extrema en cada momento, coadyuvando a la comprensión de lo que sucede en el interior no tan sólo del protagonista sino también de todo el estupendo grupo de secundarios que comparecen en esa especie de jaula que es la casa de empeño, con una impactante reja que enjaula tanto a Nazerman como a todos esos que acuden a obtener unas míseras monedas: hay una sensación de claustrofobia anímica que se extiende a todo el barrio del Spanish Harlem presentado sucintamente por la cámara que Lumet mueve con soltura de un antro a otro remarcando una marginalidad sufrida y casi aceptada por todos excepto por Nazerman que se ve a sí mismo como un punto extraño, ajeno a todo, receptor de penas y desgracias en forma de trastos en ocasiones queridos a cambio de un billete pequeño que crecerá caso de retorno.
La narrativa visual de Lumet es marca de la casa, no en vano pertenecía a una generación de cineastas que mamó el oficio en muchas horas de realización televisiva y luego desarrolló su talento en la pantalla grande y así no le duelen prendas ni se le cae ningún anillo al ejecutar elipsis y flashbacks en cualquier momento y de forma inesperada, de sopetón, con la intención de resultar dolorosos, como lo son para ése Nazerman que los sufre de veras, agarrotada su expresión gracias al superlativo trabajo interpretativo realizado por Rod Steiger que, envejecido para la ocasión gracias al maquillaje efectuado por Bill Herman y Ed Callaghan, nos ofrece una amplísima muestra de sentimientos intensos y reprimidos y lo hace sin el desmelenamiento habitual entre los del "método" con toda seguridad porque a pesar de disponer de rango de estrella supo dejarse dirigir por Sidney Lumet que, como sabemos, no era manco a la hora de aconsejar a los intérpretes para conseguir los mejores resultados. A Steiger no le dieron el oscar al mejor actor, pero se lo entregaron a la más mínima ocasión, como ya comentamos aquí hace quince años.
La película mantiene el vigor original y sigue sobrecogiendo como relato causado por una contienda bélica criminal y si acaso ha perdido algo es en la presentaciónn de unos tipos vivos en la sociedad que en el momento de su estreno eran objeto de luchas -las protestas callejeras de los sesenta- étnicas y raciales y que ahora, sin que el problema se haya resuelto a satisfacción, no alcanzan el mismo punto; si le añadimos el escándalo de las tetas expuestas y un lenguaje nada refinado, está claro que todo el valor que le puso Lumet a presentar la trama en su conjunto idiosincrásico idóneo ahora puede ser irrelevante para el cinéfilo que no tenga en cuenta el contexto histórico, pero permanece incólume y potente la figura central de ese Nazerman, un sobreviviente a su pesar.
Absolutamente recomendable verla en v.o.s.e. para disfrutar de un elenco de campanillas y un buen equipo de sonido para dejar que las diabluras de Quincy Jones nos ayuden a situarnos en la trama con el debido ánimo. Imperdible.
Tengo pendiente leer este artículo. Pero te escribo porque semanas atrás no podía entrar a tu blog. Menos mal que estas de vuelta.
ResponEliminaAlgo pasa con blogger, Alí, porque incluso a mí me impide interaccionar como antes. Quizás es que no les gusta que no use sus plantillas.
EliminaMe gusta mucho la película, aunque todavía subsiste en ella mucho de raíz teatral y de los modos televisivos de Lumet. La película es, ante todo, Steiger, para lo bueno y lo malo. Su habitual intensidad, a veces de histrión, está aquí más sujeta, aunque no del todo ausente. Un abrazo.
ResponEliminaPara mí fue una sorpresa, Alfredo, y recordando los trabajos de Steiger, diría que es uno de los más contenidos, porque usualmente queda como ejemplo de lo que el "método" fue y no tuvo que ser.
EliminaEn cuando a Lumet, me encanta el uso impactante de los flashback sin miedo a que la concurrencia se pierda ni se altere la atención y sin caer en efectismo alguno.
Lo que es seguro es que es un plato árido sin concesiones.
Un abrazo.
Bueno, salgo como anónimo pero soy 39escalones. Debe de ser algún efecto perverso de la inflación...
ResponEliminaJajaja, me temo, Alfredo, que somos muchos los que estamos con inexplicables problemas con blogger. Yo mismo debo de identificarme en cada comentario ¡en mi propio blog! Inaudito y expresivo del poco cuidado que nos ofrecen, seguramente por la cada vez menor importancia en su negocio.
EliminaOtro abrazo.
La trama es realmente dramática. Cosas coo estas explican la mala fama de avaros que han tenido los judíos, no de ahora sino desde los tiempos medievales cuando tenían que saltar de un reino a otro pues eran perseguidos.En definitiva: No es una película ni para la primera ni para ninguna cita.
ResponEliminaEn cuanto a verla...caray...no sé cómo hacerlo pues solo tengo youtube
Una amiga me ha mostrado el enlace a youtube, Alí:
Eliminahttps://www.youtube.com/watch?v=36Sa2CSS3l0
Espero que te guste; ya veo que has captado que, evidentemente, como dices, ni para una primera ni para una segunda cita, a menos que se advierta lo que uno se va a encontrar. Ya dirás si te gustó o no.
Un abrazo.