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dilluns, 29 d’agost del 2011

Romper el bucle





Nos hemos ocupado durante estos calurosos días de agosto del tiempo tomado no como fenómeno metereológico que promueve noticias y comentarios relativos a la temperatura, humedad, quizás frío y fuerza de un viento indeseado, sino como concepto físico y filosófico que es capaz de albergar impávido en su seno acontecimientos humanos de la mayor trascendencia: el tiempo, ese material inasible e indómito que nos agobia en muchas ocasiones tanto por la falta del mismo como por su insoportable extensión: podríamos decir sin pestañear que con el tiempo no hay quien pueda.

La etérea condición del tiempo no ha sido jamás obstáculo para que más de un cineasta haya querido enfrentarse a él y ofrecernos su peculiar visión intentando en demasiadas ocasiones domeñarlo con resultados nefastos, como todos ya sabemos y hemos recordado últimamente.

Resulta innegable la influencia que ejerce Richard Lupoff sobre la mente de Danny Rubin cuando éste se dispone a escribir un guión conjuntamente con Harold Ramis a primeros de los noventa del pasado siglo, una historia que se inspira en el cortometraje que hemos podido ver aquí mismo hace unos días: el concepto de inspiración, copia o plagio también ha tenido su momento agosteño (para que luego digan que agosto es un mes inútil) y de nuevo podríamos traerlo a colación cuando repasamos con calma la película que sobre ese guión escrito al alimón dirigió y produjo Harold Ramis titulándola Groundhog Day (1993) titulada en España como Atrapado en el tiempo, presentando una trama en la que el bucle temporal se convierte en protagonista y su ruptura en el máximo deseo del espectador que acaba por identificarse con el sujeto protagonista, un egocéntrico Phil que vivirá una y mil veces en el folclórico Día de la Marmota, dos de febrero en el que Punxsutawney está absolutamente pendiente de los movimientos de la marmota Phil que predice si la primavera se adelantará o no.

Cuando comentábamos el concepto del plagio estábamos de acuerdo en que la inspiración mejorada de una idea era más que aceptable y en mi opinión ése es el caso del guión escrito por Rubin y Ramis porque cuando uno repasa la película después de haberla disfrutado en su estreno y puede fijarse detenidamente en los detalles, llega a la conclusión que tiene que verla de nuevo porque segurísimo que algo se ha escapado: sin la deseable brillantez en los diálogos que perviven con un puntillo de ironía e incluso sarcasmo y son buenos pero no excelsos, lo cierto es que hay un más que remarcable trabajo de cronografía milimétricamente diseñado para encajar cientos de situaciones en el rompecabezas que representa la trama y nada es dejado al azar ya desde la presentación del protagonista, ese hombre del tiempo meteorógico televisivo de nombre Phil que irá a presentar la predicción del tiempo primaveral venidero que hará la marmota Phil y se verá abocado a realizar la misma función por una eternidad, preso del Tiempo, despertando una y otra vez a las seis en punto de la mañana escuchando hasta la saciedad el éxito de Sonny & Cher del año 1965 I Got You, Babe y viviendo el mismo día, en el mismo sitio y con las mismas personas, pero no en las mismas situaciones.

Porque y en ello reside la originalidad y fuerza de la película, nuestro protagonista alterará día sí, mañana también, el curso de la microhistoria de todos quienes le rodean, aprovechando el conocimiento que toma del conjunto pues él vive todos los días como diferentes, acumulando experiencia y sabiduría sin envejecer, manteniendo el guión perfectamente la lógica interna del relato una vez aceptada la premisa del bucle temporal: Phil no puede envejecer porque vive siempre el mismo día, el fatídico dos de febrero del que se burlaba como experto hombre del tiempo: sus acciones sobre sus congéneres y elementos físicos tienen lugar y efecto durante el mismo día, pero al siguiente todo sigue igual: haga lo que haga, a la mañana siguiente, el roto estará cosido: cuando trata de impedir que el viejo mendigo fallezca por la noche, por más que lo intente cien veces, nunca tiene éxito: su actividad no alcanza a modificar ni el pasado ni el futuro y el Tiempo queda incólume.

Lo único que Phil podrá modificar es su propia condición, su ser y estar, su interior: no conseguirá librarse con el suicidio, negación de toda esperanza: el amor creciente por su compañera Rita (llama Rita a una amante ocasional) le llevará por el camino de la redención pero deberá ser él mismo quien a base de esfuerzo lo consiga. Dice Ramis en una entrevista que, calculado grosso modo, más de treinta años es el cúmulo de tiempo que transcurre para Phil desde que cae encantado en ese bucle temporal, tiempo más que suficiente para empezar a conocerse a sí mismo después de conocer íntimamente a sus semejantes al interesarse sinceramente por ellos.

La parábola filosófica es presentada de forma ágil por Ramis que confía a su conocido Bill Murray ese protagonista atemporal más que viajero verdadero esclavo del tiempo que sabe transmitir la lenta progresión del personaje, bien apoyado por Andie MacDowell como Rita y por el siempre eficaz Chris Elliott como el cámara del equipo de televisión pendiente de ambos Phil, contando además con una galería de secundarios que en escenas sueltas van componiendo toda la población de ese extraño sitio donde Phil vive una y otra vez el mismo día: escenas que, presentando las mismas acciones, gracias a la planificación de Ramis y a la intensa labor de dirección de los actores apoyados en ligeros cambios provenientes del estupendo guión, nunca aburren, convirtiéndose en piezas diminutas de escalones que ascienden lentamente hasta culminar una trama que, pasados casi veinte años, sigue fresca como el primer día, sin envejecer, como si uno mismo se hallara inmerso en su propio día de la marmota y se hallara bien abrigado y dispuesto a ver a Phil predecir el tiempo mientras suena, machaconamente una vez más, la popular Polca de Pensylvania.

Una vez más se demuestra que la comedia bien hecha precisa de una labor previa enorme basada en el talento y el esfuerzo, un encaje de bolillos que sin más pretensión que la de entretener agitando la neurona del respetable, deja un producto confeccionado con escasos medios materiales pero capaz de motivar alguna que otra reflexión después de haber seducido al espectador haciéndole cosquillas en su inteligencia; Ramis y compañía saben tomar la idea primigenia y ampliarla modificándola manteniendo el ritmo y la lógica, consiguiendo un resultado mucho mejor que la ampliación efectuada en el mismo año del corto que ya conocemos.

En definitiva, una película sencilla que ha devenido en clásico indiscutible, totalmente imperdible, inmejorable muestra que el tiempo sí puede tratarse en el cine sin romper nada que resulte irreparable.






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divendres, 26 d’agost del 2011

Examen de Cinefilia (parte XLVII)



Si por casualidad alguna amable persona que tiene la gentileza de visitar este sitio en este agosteño mes en el que el hemisferio norte está de vacaciones pensaba que por ser período vacacional no iba a encontrarse con un acertijo destinado a remover sus cinéfilas neuronas, es que no se ha fijado bien y ha llegado a conclusiones erróneas.

Para ello, para estimular las neuronas, nada mejor que un simple acertijo: hoy de veras que es muy fácil porque no puedo olvidar que el calor aprieta y hay un cierto relajamiento que no conviene romper exigiendo demasiado esfuerzo: de hecho, ni siquiera hará falta leer ni visionar nada: basta con hacer click y escuchar para acertar.

¿Acertar el qué?





De nuevo, la incógnita se centra en dar el título de una película: y para que vean que soy la bondad personificada, lo pueden dar en castellano o en su idioma original.

Las pistas, cuya confección ha resultado más laboriosa de lo que en un principio pensé, las he agrupado conforme a cuatro valoraciones que podrían indicar el conocimiento cinéfilo y así cada quien -allá con su conciencia- sabrá auto clasificarse.

Ahí van:


Pistas para presumir de una cinefilia Sobresaliente[+/-]


Otórguese Matrícula de Honor:


Apúntese un diez:


Con esta, ya tiene un nueve:




Pistas que denotan una cinefilia Notable [+/-]


Si ha escuchado esta, le vale un ocho:


Y si también escuchó ésta y acertó, anote un siete:


Esta complementa a las anteriores, así que démosle siete puntos:




Estas pistas ya son como para no presumir mucho, para sentirse salvado por un Aprobado raspadito [+/-]



¿Ahora ha caído? Pues le vale un cinquillo pelado:


Un cinco, nada más y nada menos:


Esta debería ser ya un cuatro, pero se salva por mi bondad...:




Quien haya necesitado acudir a estas pistas, sintiéndolo mucho, se hace acreedor a un Suspenso inconsolable [+/-]



¿De verdad que aún no está clarísimo?


¿En serio ha tenido que escuchar estas pistas otra vez?


Escúchese esto poco a poco y dígame que no acierta.... :






Como siempre, las respuestas a mi correo electrónico y los comentarios maliciosos, maledicentes, amenazas, insultos e improperios vanos y alguna carcajada, en el cajetín reservado a los gentiles comentaristas: muchas gracias por participar en el juego...




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dilluns, 22 d’agost del 2011

Flechazo inoportuno



Todos los cinéfilos sabemos que ocupar el sillón de director en un rodaje es una ambición para muchas personas, sobre todo para aquellas que nunca han pasado el trance y se creen con la capacidad de mando y conocimientos cinematográficos suficientes para desarrollar con buen fin tal actividad: y sabemos también que no tan sólo algunos críticos desean fervorosamente ocupar tal sitial: también somos conscientes que muchísimos guionistas se debaten entre el pánico escénico y el deseo profundo de ser ellos mismos quienes se ocupen de dirigir un rodaje que se basará en sus propias ideas y texto, maldiciendo en su interior el momento en que, en la última película entregaron el guión sin chistar y luego pasó lo que pasó, en su opinión, claro...

Dar el paso adelante cuando hay ocasión es una decisión anhelada que requiere valor y confianza y parece que todo ello concurrió para que George Nolfi decidiera, después de ver lo que hicieron en 2007 con su último guión, afrontar él mismo el rodaje de un guión escrito basándose en una obra del afamado Philip K. Dick, prolífico escritor estadounidense que tomó popularidad internacional justo el año que falleció, cuando se estrenaba Blade Runner (sí: esa que ahora dicen que gozará de una secuela, precuela, o algo así, dirigida por el mismo de siempre) y que ha sido llevado al cine en varias ocasiones gracias a sus muchos relatos cortos, ideales como punto de partida.

Uno de esos relatos cortos lo tituló el escritor Adjustment Team y es del que Nolfi se sirvió para pergeñar una trama que ofrece diversas líneas de interés que nos cuenta en su ópera prima titulada The Adjustment Bureau (titulada en España como Destino oculto en una nueva demostración de ineptitud traductora) en la que Nolfi además actúa también como productor, no fuera a ser que nada se le escapara de las manos.

Nolfi se vale de la narración breve original como punto de partida para desarrollar una historia en la que hay tres componentes básicos, vitales, que inmediatamente llegan al espectador: la casualidad, la libertad y el amor, sentido este último a partir de un flechazo que hiere figuradamente los corazones de la pareja protagonista y los une para siempre.

Esa afortunada pareja, David Norris (Matt Damon) y Elise Sellas (Emily Blunt), es el centro de interés y desde el momento en que se enamoran consiguen encandilar al espectador a causa de una fortísima empatía en la que la buenísima labor y excelente química escénica de ambos intérpretes, que saben dotar a sus gestos de una naturalidad y falta de afectación notables, produce esa sensación que tantas ocasiones echamos de menos; a ello no es ajena tampoco la buena mano de Nolfi que en su primera película demuestra tener el oficio tras la cámara bien aprendido y permite a los actores desarrollar su trabajo sin prisas lo que a su vez consigue que el espectador paladee esa sensación etérea que es el amor.

El guión de Nolfi desarrolla y amplía la idea primigenia y adjunta diálogos que están bien escritos bordeando lo más sutilmente que puede líneas en las que la filosofía toma visos de religiosidad tratando de no tomar partido más allá de lo que concierne a la espléndida pareja que sostiene su amor a pesar de los muchos avatares que les sucederán a lo largo de varios años, curso de un sentimiento muy bien relatado por Nolfi que, además, sabe resolver con muy buena mano escenas de acción briosas y sabe utilizar unos efectos especiales sencillísimos sin que en ningún momento haya oportunidad de solazarse en los aspectos técnicos.

La construcción de los personajes no es precipitada e incluso los miembros de ese equipo de ajuste constituye un grupo de lo más variopinto: contra la usual costumbre de adocenar de forma grupal los caracteres secundarios pertenecientes a una misma organización, Nolfi se entretiene a presentarnos diversas miradas sobre cada individuo que se manifiesta decidido o dubitativo, temeroso y anhelante, dispuesto a tomar partido con un margen de libertad que se basa en la duda relativa a lo más oportuno, lo más conveniente, lo más razonable, lo mejor en cada caso, siempre bajo el prisma individual y nunca falto de un sentido del humor y aceptación de la contrariedad causada por la imprevisión y la inevitable casualidad, elemento aleatorio imprescindible en la trama.

El protagonista, por otra parte, podría ser el fiel reflejo de cualquiera: su carácter de político es una línea comercial de cara a la galería estadounidense, con referencias kennedianas positivas y negativas, pero lo que importa es que es un hombre enamorado, que siente en su corazón la pulsión inacabable del amor y que se sirve de esa fuerza para seguir adelante sin parar en mientes de procesos en los que se implica de forma voluntaria y con repercusiones que van mucho más allá de su persona: le vemos ceder ante lo que los galos, tan elegantes ellos para estas cuestiones, definen certeramente como "un amour fou", porque lo que busca, en definitiva, es mucho más que el conocimiento carnal de una pasión devoradora: es la unión con su media naranja, su compañera ideal.

La gran virtud de esta película en mi opinión es que ofrece vistas a lo que les sucede a una serie de personajes que acaban siendo gentes reconocibles: nadie es perfecto, todos se equivocan, y todos tratan de corregir sus errores, en una carrera contra reloj -el tiempo es importantísimo en la acción, y la falta de cronómetro produce fiascos a reparar- y esa falta de unidad y perfección, esa vulnerabilidad, ese miedo a no conseguir el objetivo une a todos y nos los hace más cercanos y por lo tanto, interesantes.

Buscar en esta película un debate filmado sobre el libre albedrío es un error como sería, en mi opinión, tratar dicha cuestión en una película pretendiendo alcanzar una solución rotunda: hay lugares más propicios para la filosofía: y más idóneos, también. Si P.K. Dick lo despacha en pocas páginas y deja un final abierto, Nolfi se recrea en la ficción romántica que deja buen sabor de boca ya que ha sabido, en su primera sentada en la silla dictatorial, ordenar con muy buen ritmo una función de hora y tres cuartos que se ve en un suspiro, y eso, amigos míos, a estas alturas del siglo, es mucho.


Tráiler




p.d.: El cartel promocional que más se ha visto es, como quien dice, de juzgado de guardia, como puede verse aquí.[+/-]



¿Me puede explicar alguien a quién se le ocurrió cercenar miembros de esa manera tan fea?

¿Es que intentaban hacerle una faena al amigo Nolfi?

¿Nadie se dio cuenta que la composición del cuadro atenta a la dinámica?

Vaya cartel más feo....







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divendres, 19 d’agost del 2011

Un bucle anterior







Nos referíamos en la entrada anterior al uso interesado de un bucle temporal inducido en un relato que a los más jóvenes les puede parecer original, pero resulta que en el medio televisivo de los USA de hace ya más de veinte años se presentó un cortometraje basado en una narración de Richard Lupoff sobre la que Stephen Tolkin y Jonathan Heap escribieron un guión que dirigido por el propio Heap se presentó en sociedad en 1990 bajo el título de 12:01 PM obteniendo notable éxito de crítica y público.

La trama nos muestra el bucle temporal que padece el protagonista, un hombre corriente, Myron Castleman (Kurtwood Smith, rostro conocido y actor eficaz en su línea) que vive, una y otra vez el mismo lapso de tiempo: una trama que ahora nos suena conocida pero que en aquel momento fue innovadora y que gracias al medio televisivo, más libre que el cinematográfico en lo que a planteamiento y resolución de las tramas se refiere....

Pero mejor que contarlo creo que será que lo vean y juzguen, pues afortunadamente el cortometraje está ¿momentáneamente? disponible en youtube en tres partes: está en inglés sin subtítulos, pero afinando el oído y mirando bien se entiende casi todo.

Que lo disfruten:

12:01 (1/3)

12:01 (2/3)

12:01 (3/3)










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dilluns, 15 d’agost del 2011

Un bucle aburrido



El dominio del tiempo es un un deseo que se repite en múltiples campos hasta convertirse en una constante que concita el interés de cualquiera: poder manipular los efectos que el tiempo tiene sobre todas las cosas es una entelequia que produce, ha producido y seguirá produciendo pingües beneficios y el recurso a presentar tramas en las que el tiempo es domeñado ostenta una cierta frecuencia en el género de las aventuras de ciencia ficción, en su mayoría cometiendo infracciones de la más pura lógica aún aceptando premisas forjadas a base de fantasía e imaginación desbordantes.

No es el caso de Ben Ripley que en su cuarto guión bebe en fuentes conocidas para presentar una trama en la que los orificios de la lógica abundan tanto que observar el resultado final desde una perspectiva crítica con la mirada latente de la ciencia ficción clásica es un error de bulto que habrá que desechar previamente a la adquisición de las entradas del cine donde se proyecte la última película de Duncan Jones, al parecer el último enfant terrible de la cinematografía mundial que en su segundo largometraje se apoya en un guión de Ripley para rodar la película titulada Source Code (2011) presentada en España como Código fuente, protagonizada por Jake Gyllenhaal que da cara, manos y pies al capitán Colter Stevens, un piloto de helicóptero que de improviso se ve en un tren que arriba a Chicago y sufre un atentado: un corto viaje de ocho minutos que se repiten una y otra vez porque Colter de hecho está suplantando la identidad de un pasajero, reviviendo sus últimos ocho minutos de vida, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, hasta que consiga averiguar quién es la mala persona que ha colocado la bomba, porque una superagencia especialísima del ejército ha descubierto que ese atentado -que ya ocurrió- era una prueba para atentar contra la ciudad de Chicago, donde las muertes se contarán por millares si Colter no logra identificar al culpable en esos ocho minutos de vida ajena que una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, revive.

El bucle temporal no es desde luego una idea original de Ripley ni de Jones por mucho aprecio que les quiera dar a la historia que presentan y si nos ponemos serios, habría que indicarles que un vistazo a las teorías de Novikov no les iría nada mal a ambos para futuras experiencias. Es lo que tiene la ciencia ficción: que hay que ser cuidadoso con las propuestas a menos que uno pretenda un discurso realmente alejado del género, digamos, por ejemplo, rodar una película de acción con unas gotitas aromatizantes de sci-fi y quizás una pretensión de suspense que, mira por donde, a media película ya decae porque todos sabemos quien es la mala persona que se dedica a explosionar bombas.

Es cierto que la película puede dar para una buena conversación porque su endeble final que rompe con toda lógica interna del relato y dinamita cualquier intento de explicación inteligible, además puede verse como una débil crítica a los afanes y paranoias de las agencias de seguridad estadounidenses que todavía colean después de la pifia del once de septiembre: los detalles del armazón se vienen abajo como si uno cortara por la mitad una pescadilla que se muerde la cola y se acabara de repente la solución de continuidad de una trama que acaba por constituir la excusa a un rato de acción mermada por la reiteración -ese bucle de ocho minutos acaba por agotar- a pesar que Jones acierta mínimamente al modificar el ritmo de la planificación conforme el final se va acercando para incrementar la tensión que nos llevará a un final acomodaticio y flojo, un viaje que pierde o desecha la oportunidad de ser más opresivo sirviéndose del limitado escenario que es un vagón de tren y, si me apuran, el cubículo donde el ubicuo Colter pasa el rato entre viaje y viaje.

El elenco no es desde luego un punto a favor para que esta película de acción con aires lejanos de sci-fi tomados como mera excusa para explicar lo inexplicable permanezca en la memoria del cinéfilo que agradecerá seguramente la brevedad temporal de la propuesta y que no se llegue a la docena de reiteraciones de esos apresurados ocho minutos en los que el protagonista, además, tendrá tiempo de descubrirse enamorado de una Michelle Monaghan que aparte de sonreir apenas hace nada, como si su personaje en realidad fuera únicamente la excusa para que haya algo de romance en una historia que no lo necesita en absoluto.

En definitiva, perfecta muestra de cine pasatiempo que se reviste de ínfulas que no le corresponden según el ojo que lo mire.


Vean el Tráiler






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divendres, 12 d’agost del 2011

MM 51 Empezó en Napoles




Uno se encuentra en internet -e incluso en youtube- algunas piezas que le dejan un poco extrañado: si no fuera porque estamos en un ambiente cinéfilo, casi que podría asegurarse que se trata de un colectable próximo al friquismo, por lo menos en la sensación que me dejó al descubrirlo y también en los siguientes visionados.

No he querido profundizar en la historia documental pero seguro que hubo sus más y sus menos cuando la bella magioratta se vio en pantalla de esta guisa

Los vítores de acompañamiento no hace falta decir porqué eran causados, claro...

Por si las dudas: no hay doblaje alguno....



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dilluns, 8 d’agost del 2011

Guiones, guiones, guiones y memoria



Puede que sea un tema recurrente para la cinefilia combatiente y vindicativa de sus derechos como espectador que en buena consonancia con su definición genérica se halla espectante de una buena historia, bien contada, bien interpretada, para disfrutarla viéndola proyectada en su pantalla de cine favorita.

Sin un buen guión no hay nada más que fuegos de artificio y el arte carece de sustancia.

Es evidente que ser original ha de resultar harto difícil, pero por lo menos, puestos a tomar ideas de otros, habría que darles algún crédito, máxime si hay, digamos, una cercanía temporal.

¡Vaya! Se me ha ido el santo al cielo y no recuerdo lo que iba a escribir.


A ver si algún amable lector estival puede ayudarme:

¿Que me recuerda esto?


¿Y esto otro qué?







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divendres, 5 d’agost del 2011

ESD 33 EL ESPIRITU DE LA COLMENA



Es una opinión personal de quien mantiene este bloc de notas que quien es el mejor cineasta español vivo es Víctor Erice, mal que su obra sea tan limitada para desgracia nuestra.

Su amor por el cine se hace patente en la película que le hizo famoso hace ya tantos años, El espíritu de la colmena, en la que las imágenes de un clásico del cine perviven en la mirada soñadora de su tierna protagonista: sin diálogos, apenas unas frases musitadas, finaliza una de las mejores películas españolas de todos los tiempos:








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dilluns, 1 d’agost del 2011

Boom, 1616: Polémico carnaval feminista




La Kermesse (Rubens,1630-1635)


Boom es un encantador pueblo belga que pertenece a Flandes y su historia alberga no pocos sucesos, pero ninguno tan peculiar como el que a principios del siglo pasado le adjudicó la imaginación del guionista Charles Spaak que -quizás pensando en desarrollarla algún día- escribió una historieta ubicada temporalmente en los tiempos en los que los Tercios se paseaban, dominantes, por los Países Bajos.

Después de una corta estancia en los USA en la que aprovechó para dirigir en dos ocasiones a La Divina (El beso y la segunda versión, en alemán -y que no he visto todavía- del drama Anna Christie basado en la pieza teatral del poco recordado Eugene O'Neill), el cineasta francés de origen belga Jacques Feyder, con veinte años de experiencia en el cine silente y en los inicios del cine sonoro, decidió que había llegado la hora de propulsar el rodaje de una historia en la que el cine galo se planteara seriamente la posibilidad de producir una película con todos los medios necesarios, una superproducción semejante a los grandes fastos del Hollywood que acababa de dejar atrás.

Y lo consiguió: vaya si lo consiguió, porque se gastó nada más y nada menos que ocho millones de francos que, en el año 1935, era toda una enorme fortuna.

Y los dedicó a contar minuciosamente, con pelos y señales, todo lo que ocurrió en el pueblo de Boom en la kermesse del año 1616, dia más dia menos por estas mismas fechas, jornada festiva que los ciudadanos de Boom se hallan prestos a iniciar: engalanan sus calles, colocan un letrero indicativo de la fiesta en el arco de entrada al pueblo, los voluntarios arcabuceros ensayan sus descargas de honor y el mercadeo de víveres para los condumios festivos alborota las callejuelas abarrotadas de gentes que se saludan a cada cruce mientras los prohombres del lugar se visten con sus mejores galas para posar en las dependencias del ayuntamiento frente a un exasperado pintor joven, un tal Breughel, de nombre Jean, locamente enamorado de Siska, la hija del Burgomaestre.

A todo esto, unos jinetes irrumpen a galope tendido apartando la muchedumbre asustada y se detienen ante la Casa del Pueblo: un mozo atlético, apuesto y aguerrido que atrae todas las miradas femeninas en suspenso penetra hasta el salón de plenos del concejo y deposita una misiva sellada con lacre; toma un trago de vino de una jarra y lo escupe con visible desagrado; se vuelve a la montura de un salto suscitando suspiros en las mujeres curiosas que le ven partir al galope, aparición que ha sido de un momento breve, intenso, inolvidable: ¡como montan esos españoles!...

¡¿Españoles?!

¡¿Que querían esos españoles?!

Ninguno de los concejales quiere ni tocar la misiva lacrada como si fuera mensajera de la muerte y desolación: le corresponde al Burgomaestre el honor y éste, paralizado, anuncia que el Duque de Olivares, con su tercio, pasará al dia siguiente por Boom y espera poder reponer fuerzas una jornada.

¡Eso es mañana!¡Nos matarán!¡Nos arrasarán!

El posadero recuerda a todos las atrocidades que los tercios españoles cometieron pocos años atrás y todos se imaginan a sus mujeres violadas, los hijos descuartizados y ellos mismos sometidos al potro de torturas para revelar no saben qué secretos inconfesables. El consejo, formado por los más prósperos comerciantes del pueblo, ganadero, pescadero, carnicero, panadero, posadero, no sabe qué hacer frente a la anunciada llegada del temido invasor: al fin, el Burgomaestre, lleno de sabiduría, apunta que, dándose por muerto y desaparecido el consejo y ocultos los hombres, los españoles no se ensañarán con las mujeres y los críos. Los concejales encuentran la idea muy oportuna y en definitiva deciden que el pavor y el miedo que les infunden los españoles aconsejan con buen tino seguir la recomendación de su líder y se procuran una excusa para desaparecer.

Así es como las mujeres del pueblo, espoleadas por Cornelia, la esposa del Burgomaestre, acaban por ocuparse de recibir a esos temibles españoles, justo el dia en que debía empezar la kermesse, esa mascarada festiva, y por ello Jacques Feyder tituló su película como La kermesse héroïque que tardó nada más y nada menos que treinta y cuatro años en estrenarse en España, en 1969, con el correctísimo título de La kermese heroica.


La Kermesse Heroica (1935)


La historieta escrita por Spaak sirvió de base al guión pero los diálogos corrieron a cargo de Bernard Zimmer quien supo dar a la trama un aire pícaro usando frases con doble sentido en los rápidos intercambios entre los personajes que se refieren los unos a los otros por su ocupación antes que por su nombre; el propio Feyder intervino en la confección del guión en el que ¡oh sorpresa! resulta que esos españoles invasores son presentados como galantes caballeros que, encabezados por el Duque de Olivares, declinan la oportunidad de alojarse en otra villa en señal de duelo por la -ficticia- muerte del Burgomaestre a causa de la lejanía y del cansancio y necesidades de la tropa.

Ante la forzada presencia de sus inesperados huéspedes y comprobando que son tan civilizados como ellas mismas, las esposas de los ocultos hombres de Boom se aprestan, de buen grado, a recibir en sus casas a la oficialidad y soldadesca que tan sólo desea tomar un buen baño, un ágape suculento y ..... lo que sea dado con cariño y amabilidad.

Que esta película hallara tan grandes dificultades en ser exhibida en España no obedece, pues, a que esos belgas afrancesados se aplicaran a desquitarse por las tropelías cometidas hace siglos en aquellas tierras, ya que esos soldados son presentados como hombres corteses y refinados: únicamente discuten, entre ellos, en el aprecio del cuadro que está pintando el joven Breughel, ensalzado como obra de buen principiante con talento por el Duque de Olivares y denostado por el capellán castrense, admirador del Greco por encima de cualquier otro, ante la mirada atónita de Cornelia que contempla embobada al Duque.

Porque conviene recordar que la polémica acompañó a esta película desde su mismo estreno, ya que se entendió por algunos como una apología del colaboracionismo con las tropas invasoras: notemos que se estrena en una época en la que Europa se hallaba apenas recuperándose de una gran guerra y ya se olían dificultades por los movimientos populistas en Alemania y Bélgica, con la mezcla de pueblos, se resistió a admitir una película que ponía en solfa cuestiones muy íntimas; curiosamente, parece que tampoco gustó al nazi Goebbels, supuestamente favorecido en opinión de los primeros.

Por mi parte visto que esta supuesta recreación histórica causó desagrado en tirios y troyanos me pregunto si la causa no era otra, porque es de justicia reconocer que Feyder presenta un alegato feminista de primer orden: en una especie de confusión festera las mujeres de Boom toman prestada la idea de Zamarramala y la rematan con gran estilo: Cornelia toma como viuda -aparente- la vara de su difunto esposo Burgomaestre y encabeza la comitiva y los actos con que ella y las mujeres concejalas -sustitutas todas ellas de sus cobardes esposos- agasajan a ese invasor tan bien parecido, agradecido por los abundantes manjares y deseoso de sellar una buena relación en cualquier alcoba discreta: los preparativos de la kermesse sirven al efecto y el disfraz se engalana y la moral se relaja: cuando Cornelia se dirige a las mujeres del pueblo para organizar el amicable enfrentamiento al invasor, la pescadera asegura que no podrán pasar sin sus hombres, "ya sabes porqué", dice, picarona, y a fe que la noche, con el tercio enhiesto en armas, no queda en terreno baldío.

Más que un colaboracionismo, palabra detestable, se trata de lo que algún mandatario años más tarde definiría como una cohabitación y, en el caso de la posadera, quintuplicada, mientras su esposo la busca infructuosamente.

Esa libertad que se toman las mujeres de Boom ante la inane y cobarde respuesta de sus maridos, declaradamente ineptos y figuradamente cornudos hasta el fin de sus días todos ellos, hoy puede promover una sonrisa pero a buen seguro que en 1935 escandalizó a más de uno.

Feyder consiguió una financiación elevadísima al objeto de reproducir con la máxima fidelidad la época: con minuciosidad extrema se realizaron los decorados y el vestuario, tomando notas de los cuadros de célebres pintores de la época; para conseguir una recreación pictórica perfecta únicamente se hecha de menos la fotografía en color; Feyder decide con buen tino emplazar la cámara ofreciendo una quietud plástica en la mayoría de los cuadros, con una suavidad de transiciones buscada y conseguida con una iluminación perfecta; cuando representa la imaginería catastrofista de las atrocidades pasadas, en actos de guerra y desvarío, la cámara se precipita en ángulos abruptos y angustiosos, pero cuando arriba el invasor elegante y seductor la calma se apodera de la cámara y la caligrafía se dulcifica y tan sólo vemos la mano de Feyder cuando usa la elipsis con un guiño pícaro, como broma que apunta a un entendimiento que no precisa palabras, porque con la imagen ya nos basta: Feyder sabe que entendemos y borra líneas innecesarias.

Feyder tuvo una gran ventaja al momento de iniciar el rodaje porque la protagonista, esa Cornelia sobradamente inteligente y decidida no la tuvo que buscar: la tenía en su cama, porque la inmensa actriz Françoise Rosay fue su esposa y madre de sus tres hijos. No puede uno imaginarse ya a otra actriz representando a Cornelia cuando la vemos haciendo una exhibición de multitarea al llevar una conversación con su hija, por ejemplo, mientras está ojo avizor a las pifias que los sirvientes cometen lanzándoles invectivas motivadoras, moviéndose de un lado a otro de la mansión y cambiando el tono de voz a seductora al encontrarse con "su Duque" a los pies del supuesto cadáver de su marido, al que de la forma más fina le toma las zapatillas del cajón para vestir los pies de su invitado especial, desvistiendo un "muerto" para halagar un "vivo".

Los coprotagonistas, encabezados por André Alerme son un grupo más que eficaz de comediantes franceses que saben mantener el tono y el ritmo vivo que Feyder imprime al desarrollo de toda la trama: sin llegar a ser un vodevil la picaresca está servida y si bien los lances no causan carcajadas la sonrisa permanece, la parodia se mantiene y la proclama feminista surge como lava de un volcán cuando vemos al tercio partir vitoreado por las residentes en la calle y sus maridos bajo el alféizar.

Casi dos horas de metraje que pasan en un suspiro, pieza histórica de la filmografía franco-belga y por extensión europea, imperdible muestra de un cine que sobre unos medios económicos casi ilimitados sabía colocar una trama inteligente capaz de permanecer fresca pasados ya con holgura setenta y cinco años de su rodaje.





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