Cuando el guión es bueno........
............ la película no defrauda: si además ya desde la elección del nombre de uno de los protagonistas masculinos, nada menos que Archibald "Archie" Leach [+/-] , el cinéfilo ya entra en la difícil vereda del terreno de la comedia porque el guionista claramente pretende homenajear un género que en las últimas décadas se ha visto presentado con productos que fácilmente podríamos calificar como ejemplos de mediocridad, aceptamos una propuesta que podrá resultar exitosa o un fracaso.
En el caso que nos ocupa, resulta que uno de los cuatro protagonistas de la película cuando leyó el guión de la mano de su amigo promotor de la idea y asimismo protagonista (reservándose la incorporación del mentado Archie Leach) pensó que de tal engendro no iba a salir una buena película y su primera sensación no era precisamente de alguien ajeno a la comedia, porque se trata de Michael Palin considerando una trama escrita por su colega John Cleese, ambos partícipes de los celebérrimos Monty Python que ambos fundaron a finales de los sesenta del siglo pasado.
Quizás las sensaciones de Palin estaban condicionadas por sus intervenciones en los guiones de los Monty (a título de ejemplo, Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (1975) y La vida de Brian (1979) porque efectivamente el guión de A fish called Wanda (1988) es, diríamos, más civilizado, precisamente porque a pesar de mantener la autocrítica británica a los mismos niveles habituales, las ironías, parodias y dagas voladoras mantienen una contención que en las anteriores estaban desatadas, evidenciando la intención de Cleese de crear una comedia de tipo más clásico, menos gamberro, sin renunciar mucho a todo ello.
La historia ha dejado como siempre las cosas en su lugar y Palin muy pronto reconoció que su primera impresión no estuvo a la altura de las circunstancias: permanece la sensación que Cleese estaba decidido a producir una película que rindiera varios homenajes empezando por quien iba a ser el director de la película: Charles Crichton era en 1988 un de los veteranos directores de cine de la industria británica que llevaba apartado de los platós desde 1965 porque la vida le llevó a los televisores; Cleese estaba decidido a que esa película la debía dirigir Crichton y estuvieron ambos preparándola durante casi cuatro años y al fin Cleese terminó las gestiones asegurando que él iba también a dirigir la película, porque las financiadoras no querian invertir en una película dirigida por un hombre de más de setenta años. Cleese siempre ha dicho que apenas dirigió cuatro escenas, al final del rodaje, para que Crichton pudiese empezar a trabajar en el montaje final.
Archie Leach (John Cleese) es un abogado penalista que tiene éxito en su trabajo pero que, como él mismo dirá, tiene una esposa que prefiere trabajar en el jardín que hacer el amor apasionadamente y una hija que ve en su padre una cuenta bancaria y poco más, así que su vida íntima sufre una conmoción cuando de la nada parece surgir la muy pícara Wanda (Jamie Lee Curtis) que es una estadounidense que tiene enamoradísimo a George Tomason (Tom Georgeson) quien ha preparado un audaz robo de diamantes por valor de 13 millones de libras esterlinas de las de hace cuarenta años, una verdadera fortuna a repartir entre cuatro, porque con el amigo fiel de George, Ken (Michael Palin) y el experto en armas Otto (Kevin Kline) estadounidense que se hace pasar por hermano de Wanda, forman un cuarteto muy singular que verá interrumpida su rápida huida por culpa de una señora que pasea sus tres perritos y recordará, irritada, la faz de George.
Otto es un psicópata chulesco, violento y engreído porque asegura leer un libro de Immanuel Kant, aunque rápidamente percibimos que su estupidez es ilimitada, su libido irrefrenable y sus comentarios hilarantes en este siglo que vivimos probablemente conseguirían que la mayoría de resabiados patológicos clamaran por unas tijeras censoras que afortunadamente hace cuarenta años no podían ejercer su castradora función.
Hay una violencia en la trama que produce carcajadas en el espectador porque se mantiene un tono casi surrealista, gamberro, que se destila magníficamente en el personaje de Ken, que añade a su muy expresiva tartamudez las complejas contradicciones de ser desalmado asesino de humanos y defensor a ultranza de los animales, capaz tanto de llorar incontroladamente como de matar a sangre fría mientras mantiene la vana ilusión de alcanzar el amor con Wanda.
Ella sí que sabe lo que quiere: Wanda focaliza sus intereses en los diamantes y por poseerlos está dispuesta a todo; sabe usar su argumentos y su capacidad de seducir la tenemos patente al comprobar que besa libidinosamente a los cuatro compañeros de una aventura que tiene como mcguffin una bolsa de piedras millonarias y como desarrollo el que conviene para mostrar con mucha fuerza y enorme eficacia unos tipos psicológicamente complejos que actuarán en teoría de forma lógica pero en realidad muy alocada, con un ritmo endiablado adornado por las carcajadas que de vez en cuando asomarán de forma irresistible.
Esta es una comedia de altura de miras muy medida y engrasada que funciona como un reloj, como debe ser en una buena comedia, la representación más difícil: provocar la risa manteniendo las formas sin que la función decaiga nunca ha sido fácil y apartarse de lo chabacano buscando la complicidad directa del espectador es una postura que permite que el resultado final, pasados cuarenta años, siga resplandeciente; diría que incluso muy por encima de lo que se estrena en carteleras en estos aciagos años en los que la libertad de expresión se coarta por unas mayorías realmente estúpidas.
Charles Crichton se ocupó en la que a la postre fue su última película cinematográfica de que todo encajara a la perfección: el ritmo es brillante, el tempo de la comedia envidiable, y en cuanto a las interpretaciones, el conjunto es una maravilla que aprovecha un guión irrefrenable provisto de unos diálogos en ocasiones mordaces, paródicos, irónicos, unas situaciones hilarantes que ahora casi nadie se atrevería a filmar y todo con una pasmosa naturalidad y un despliegue de facultades histriónicas que obligarán al cinéfilo apasionado a ver la película en versión original ni que sea para comprobar qué bien vocalizan y cómo alteran su expresión según el momento que convenga, todo ello a una velocidad ajustada a la más que estimable comedia que tenemos la suerte de poder disfrutar.
Absolutamente imperdible para quien sienta la cinefilia en sus venas. Abstenerse partidarios de la cultureta "woke": acabarán como Saulo de Tarso.
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