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dilluns, 28 de novembre del 2011

Un género propio



Hace años, aunque parezca mentira, existía una industria cinematográfica netamente europea y los espectadores españoles distinguíamos muy fácilmente tipos de películas que pertenecían a diferentes géneros: el horror gótico usualmente británico, el polar francés y el giallo italiano son ejemplos clarísimos de un cine con identidad propia al margen de la presencia siempre poderosa de la industria estadounidense en unas décadas de mitad del siglo pasado en las que gloriosas sesiones dobles llenaban el fin de semana de imágenes cercanas y rostros conocidos, un festín para el cinéfilo siempre ojo avizor atento a descubrir la buena pieza entre tanta película.

Después de haber trabajado como guionista en varias películas de diversos géneros, entre ellas algún famoso espagueti-western, Darío Argento consiguió la oportunidad de llevar a la pantalla como máximo responsable una de sus historias y tomó la sabia decisión de apoyarse en una trama que bebía directamente de la literatura más popular en la Italia de finales de los años sesenta, lo que de denominó Giallo precisamente porque las portadas de aquellos volúmenes usualmente se presentaban sobre una base de color amarillo, es decir, giallo.


De hecho el reconocimiento de un género cinematográfico con ese nombre proviene históricamente de unos años antes cuando el ahora casi desconocido Mario Bava presentó una película con claras reminiscencias hitchcoknianas en su título, La muchacha que sabía demasiado y evidentemente dicha inspiración en las películas del orondo británico no es casual para el guionista italiano reconvertido en director ya que en su ópera prima Argento basará la fuerza del relato y por ende la resolución del enigma que plantea en elementos insertos en el subconsciente de su protagonista, no por casualidad un joven escritor estadounidense que se halla viviendo en Roma y trabajando en una tesis relativa a la ornitología.

Con L'uccello dalle piume di cristallo (1970) (El pájaro de las plumas de cristal) Darío Argento consiguió no tan sólo un enorme éxito crítico y comercial en Europa sino que mucho más allá, sentó las bases para un género que hasta entonces estaba como quien dice en fase de gestación: Argento en su primera película define las claves prototípicas de una serie de películas que luego aparecerán llegando incluso a cruzar el charco: seriales asesinos sangrientos que se ceban en mujeres indefensas y protagonistas que se obsesionan en la persecución del criminal quedando al margen los funcionarios policiales, ambientes sórdidos y oscuros, personajes secundarios alejados de la normalidad.

Sam Dalmas (Tony Musante) es ése americano que vive en una Roma desconocida o mejor dicho menos vista: una Roma habitual, callejuelas semi iluminadas que llevan a un ático nada lujoso acorde con un edificio en semi ruina, camino del que una noche, andando de vuelta de su trabajo, Sam observa en una galería de arte unas sombras peleando: de pronto ve una mujer que está herida y al acercarse a la puerta de la galería para socorrerla, queda encerrado entre dos muros de cristal: no puede menos que ver a la mujer mal herida sin ser capaz de socorrerla, atrapado en una pecera.

La aparición de la policía, llamada por un transeúnte, permitirá socorrer a la mujer pero levantará sospechas sobre Sam aunque el comisario reconoce estar más preocupado por varios asesinatos de mujeres cometidos recientemente con arma blanca, siendo la acuchillada frente a Sam la única superviviente...

Sam se obsesionará, como escritor que es, en averiguar más datos respecto a lo sucedido, pensando que al fin podrá escribir esa novela que tiene pendiente desde hace años. Su investigación tendrá como resultado una serie de ataques contra él y contra su novia, lo que acrecentará su deseo de dar con quien les amenaza.

Argento tuvo la gran suerte de contar con la colaboración de Vittorio Storaro como camarógrafo consiguiendo un discurso cinematográfico muy tenso, en ocasiones oscuro, con profusión de planos cortos para remarcar y para ocultar también aquello que le interesa al servicio de la trama que está presentada manteniendo el ritmo y el interés por la intriga sin desatender una buena presentación de la psicología del protagonista que se va entrometiendo en unas labores que no le son propias al extremo de soslayar una y otra vez el viaje de vuelta a los E.E.U.U. que ya estaba decidido de antemano: el interés por desenmascarar al culpable de los asesinatos le mantendrá en Roma y a nosotros sentados en la butaca, inmóviles hasta llegar a un final imaginativo que, una vez vista la película, le quita parte de su interés, porque la intriga es buena parte del mérito de la pieza, y en ello tiene tanta importancia el guión como la forma en que el mismo se nos ha presentado, valiéndose Argento de todo lo que en su mano estuvo, incluyendo una estupenda banda sonora de Ennio Morricone que acompaña perfectamente los momentos de máxima tensión y disimula en parte los gritos de las víctimas que ante nuestros ojos son acuchilladas sin compasión usando Argento la cámara subjetiva sin pudor alguno para conseguir una mejor identificación del espectador con la víctima.

Una ópera prima que el tiempo ha convertido en película de culto quizás porque realmente permanece como ejemplo de un género que no nació en la omnipresente industria estadounidense y que se mantuvo al margen de su influencia ya que a ella siguieron unas cuantas más, algunas con mayor interés que otras, pero todas con identidad propia y desde luego sin nada que envidiar a los productos que llegaban de otros lugares; de hecho, dejando aparte algunos aspectos meramente estéticos que han envejecido y detalles de producción ínfimos, se mantiene como una obra muy digna que, esperemos, no se vea refrita cualquier día de éstos simplemente por meter más dinero donde ya el talento de su autor hizo todo lo que debía: entretener y bien al espectador, lo que no es poco.


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divendres, 25 de novembre del 2011

Examen de Cinefilia (parte L)



Son curiosas las fechas.

¿Se han dado cuenta que sólo falta un mes para el día de Navidad?

Como pasa el tiempo, ¿no? ¡Volando!

Parece ayer cuando me encontré con serios problemas técnicos para poder mantener el índice de las entradas correspondientes a películas, esa especie de hoja indexada de los diferentes enlaces a la que se accede pulsando el botón (hecho a mano, que conste) rojo de la izquierda, una base de datos que por lo menos me es útil a mí mismo para evitar repeticiones. Justo esta semana he conseguido reconfigurar el programa que me permite mantener los datos ordenados e imprimirlos en formato que la web lo entienda. Supongo que la mayoría no lo usa, pero me satisface poder anunciar que vuelve a estar operativo al cien por cien.

Vayamos a lo que importa: viernes, fin de mes, examen al canto:



Una vez más, trataremos de averiguar el título oculto en una serie de pistas que se ofrecerán de la forma más complicada posible.

Más que nada porque hoy, para celebrar que es el examen número cincuenta, he decidido que sea superfacilísimo, oiga, rematado de fácil, supersencillo, de verdad, tanto, que hasta creo que me he pasado y se van a aburrir. No me lo echen en cara luego, porfa....

¡Ep! ¿Preparados? ¿Listos? ¡Vamos allá!

Primer grupo de pistas, para los más atrevidos[+/-]

Segundo grupo de pistas, con el que ya deberían hallar la solución al acertijo [+/-]

Tercer grupo de pistas, para los que van despistadillos [+/-]

El cuarto grupo, francamente, no debería mirarlo nadie, por innecesario, pero lo coloco
porque siempre hay quien se alzará diciendo que no ha visto, que si esto, que si aquello...[+/-]

Y a modo de capicúa, acabando por donde he empezado, ofreceré una pista que, bien usada, llevará a la solución del acertijo: [+/-]





Como siempre, la respuesta a mi buzón electrónico y las protestas, felicitaciones, maldiciones y piropos, amenazas y gratitudes, en el cajetín de los comentarios, que todos los puedan ver, valientes.... :-)


El amigo Raúl ha demostrado tener muy buen ojo y no tan sólo acierta con el título sino que se lleva un sobresaliente aportando además una línea que desconocía por completo y que ayuda bastante a resolver el acertijo siempre que, como él, se haya tenido la perspicacia y la gracia de atar ciertos cabos sueltos.





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dilluns, 21 de novembre del 2011

Enrique le debe una



Y buena. Porque sin la presencia de José Coronado en un esforzado ejercicio interpretativo para cargar sobre sus hombros toda una historia, la última película de Enrique Urbizu hubiera pasado sin pena ni gloria por las pantallas de nuestros cines.

La pieza, titulada bíblicamente No habrá paz para los malvados se desarrolla en los ambientes oscuros del Madrid de este siglo donde los policías sin uniforme se mueven con desenvoltura quizás buscando información: el detective Santos Trinidad (José Coronado) está en horas de la madrugada trasegando cubalibres con muy poca cola y ante el cierre del bar que le sirve de medio hogar se va, conduciendo medio ebrio, a dormir: cuando estaciona un momento para convertir la vía pública en franco mingitorio observa unas luces de neón de un local y allí que se va en busca de un último pelotazo: la lumia que está tras la barra le dice que está cerrado y un macarra aparece para respaldar la fulana y vemos al tal Santos empezar a cabrearse y sacar la placa de detective más chulo que un ocho exigiendo la copa: en esas aparece un rufián bien vestido y calmado que ordena tranquilidad y se sirvan las copas requeridas, a cuenta de la casa: un mal gesto provoca una acción y el Astra de Santos Trinidad resuena como un cañón cargándose rápidamente a los tipejos y a la camarera que huía en un tiro por la espalda. Un carnaval sangriento sin testigos vivos, pero hay un tipo, apenas vislumbrado en un pasillo oscuro, que podría identificar a Santos. Mal asunto.

El triple asesinato cometido en el tugurio evidentemente reclama atención inmediata y comparece el aparato judicial a las órdenes de la juez de guardia que como si no tuviera más que hacer aplica todos sus esfuerzos a investigar el caso.

Se trata pues de una película policíaca en la que por una parte hay una búsqueda intensiva, la del policía asesino en pos de quien podría identificarle, y por otra una investigación judicial que tratará de esclarecer por lo menos quién pudo ser el asesino del bar de putas, porque los motivos se irán enredando conforme avance la investigación, pasando del crimen pasional a un posible ajuste de cuentas, a una liquidación de negocio de drogas y por último a intenciones que podrían afectar a la seguridad pública, metiendo Urbizu en su guión todas las líneas que se le ocurrieron, menos una.

Precisamente, la que en mi opinión le podría dar el lustre necesario para convertirse en imperdible: la necesaria empatía con los personajes para conseguir que el espectador se conmueva con lo que va viendo en pantalla.

Faltan datos que permitan reafirmar un sentimiento hacia los personajes: el omnipresente Santos Trinidad es un personaje complejo y atormentado y hay algo en su pasado, apenas referido, que podría explicar -que no justificar- sus excesos con la bebida y su mal carácter: es un asesino sin remordimientos pero no parece ser un policía corrupto. La parquedad del guión obliga a José Coronado a esforzarse para representar ese tipo sin apenas palabras, únicamente con su mirada y su expresión corporal: es un "tour de force" el que le exige Urbizu a Coronado que aparece en casi todas las secuencias y atrae la atención del espectador que se mantiene confuso por la falta de señales que permitan identificar claramente la psicología de ese detective que un día fue señero y ahora está en una división de tercera, aunque recordando sus especiales saberes se aplicará a descubrir el paradero de quien quizás podría delatarle, consiguiendo adelantar un paso a la increíble -por irreal- juez de instrucción que muy burocráticamente se empecina en resolver el triple asesinato descubriendo cuestiones que jamás hubiera sospechado: Sin despeinarse ni permitir asomo de sentimiento, eso sí.

El conjunto de la trama viene a ser una mixtura conceptual de lugares comunes propios del cine negro con ribetes de terrorismo internacional pero adolece de frialdad inhumana porque esas acciones policiales, esas investigaciones paralelas toman el indebido carácter protagónico apartando a los personajes: la única escena en que se enfrentan el policía asesino y la juez que le investiga se resuelve en cuatro líneas muy mal escritas: no hay tensión de ningún tipo entre los personajes principales y esa falta se extiende a todos los demás.

Ni siquiera intenta Urbizu tender una línea argumental en la que el perseguido testigo, desamparado por la cámara, apenas un apunte en la narración siendo así que es el detonante de la misma, pueda sospechar que Santos y la juez van a por él: la casualidad mueve ficha de nuevo sin participación humana que conmueva y el bajón en el interés es generalizado hasta el violento repunte final cerrando con una secuencia a mi modo de entender lamentablemente ilógica, un añadido que no viene a cuento confirmando la locura de la amalgama de un guión que pretende ser brillante y pierde gas cada diez minutos.

La forma de filmar de Urbizu no tiene nada de especial ni brillante, manteniéndose en una modosa corrección que deja indiferente desaprovechando incluso las oportunidades que su propio guión le propone sincopando en exceso el montaje cuando mantener la cámara quieta hubiera otorgado a la escena un sentido trágico más pronunciado. El ritmo interno nada tiene de apresurado pero le falta intensidad aunque dicho defecto circula parejo a la falta de fuerza de los personajes: Urbizu parece creer que la fuerza del personaje reside más en lo que hace que en lo que siente al hacerlo y ahí, yerra.

Si comparáramos esta película con otras muchas que nos llegan allende los mares, diríamos que es una maravilla, porque tiene acción bien resuelta, pasan muchas cosas, parece que hay modernez y actualidad en los trucos argumentales y se asemeja, en esos aspectos, a lo más trillado del cine actual que nos viene de fuera.

El conjunto es muestra de un tipo de película inusual en la cinematografia española y sólo por ello ya diría que es obligado darle un vistazo: el cine negro, el policial serio, el llamado thriller, tiene un mercado nacional importantísimo que está siempre quejoso de la falta de productos patrios: jamás tendremos una cinematografía respetable sin dominar todos los géneros. Esta película es un buen intento que podría haber sido mucho mejor -incluso en comparación con otras con más mercadotecnia- si se hubiera concentrado en los personajes y hubiese dispuesto de mejores acompañantes para Coronado, porque también es cierto que el elenco deja muy pobre impresión, como si no acabara de entender su función en el conjunto de la película, aunque ése es un defecto nacional que habría que afrontar detenidamente en otro momento y con calma y paciencia.

Creo que Enrique Urbizu le debe una a José Coronado, sin duda.

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divendres, 18 de novembre del 2011

Un parque temático especial



No son pocas las películas que le dejan a uno con la sensación que, si el director se hubiera entendido mejor con el guionista, el resultado hubiera sido desde luego diferente y mucho más satisfactorio, porque rememorada la pieza queda un revoltijo de sugerencias que apenas se vislumbraron en pantalla y aunque la meditación ayuda, la semilla debe estar en el plantel de conceptos fruto del guionista que dosifica la trama confiando que luego, a oscuras, el respetable lo entienda todo a la perfección.

Esa sensación de un desacuerdo entre ambos personajes, importantísimos los dos, para que una película llegue a buen puerto se reconvierte en sorpresa cuando uno se percata que existe una identidad única y que las funciones de escribidor y mostrador, por llamarlos de alguna forma, concurren en el mismo individuo.

La bisoñez evidentemente es un coadyuvante decisivo para que un guionista, tomando por fin las riendas de la dirección de un largometraje basado en su propio trabajo literario, acaso lamente tiempo después su propio atrevimiento.

Quizás no haya para tanto en el caso de Michael Crichton, novelista, guionista y director de cierto éxito en televisión y cine que se estrenó como director cinematográfico con la película Westworld (1973) que se presentó entre nosotros con el aclaratorio título de Westworld, almas de metal.

El título español, como en tantas otras nefandas ocasiones, pretende aportar datos que en el original son apuntes más que abiertos: la trama escrita por Crichton nos refiere el fin de semana que dos amigos, John (James Brolin) y Peter (Richard Benjamin) van a pasar a un parque temático especializado en diversiones propias de adultos, donde los robots aparentan gentes de diversas épocas de la humanidad y se hallan dispuestos a lo que sea para servir de diversión a los ricos humanos que pueden permitirse la estancia en el lugar.

Crichton había dirigido una película para la televisión y después de ver en pantalla varias de sus narraciones al fin tuvo la oportunidad de dirigir para el cine su propia trama: hay pues una dualidad evidente ya que por una parte sabe perfectamente lo que quiere expresar y se percibe en la lógica de los detalles y en el mantenimiento del ritmo, pero por otra parte hay una sensación de liviandad, de ligereza excesiva en lo que vemos, debida principalmente a las carencias cinematográficas del novato que se inicia contando con más ganas que talento: en su historia particular, el Crichton escritor supera con creces al Crichton cineasta, como si el autor no se hubiera preocupado demasiado de auto proveerse de un guión técnico sólidamente confeccionado, confiando la suerte únicamente a la letra, olvidando que el cine es, sobre todo, imagen.

Pasados tantos años la cinta se sigue con interés que se mantiene en buena parte más por lo que cuenta que por cómo lo cuenta; a los citados intérpretes hay que añadir un hierático Yul Brinner que remedando una parodia trágica de los personajes del lejano oeste que incorpora en otras películas, representa un ciber pistolero que, un buen día, parece hartarse que le peguen tiros a mansalva y despliega fantásticamente una apariencia amenazante, ominosa y mucho más letal de lo que hubiesen querido algunos, pero no entremos en innecesarios soplos argumentales máxime cuando por todo cinéfilo es sobradamente conocida la dureza que el calvo Yul podía imprimir a sus personajes.

Porque en el escenario correspondiente al salvaje Oeste, los invitados al parque temático pueden beber, jugar a las cartas, enfrentarse a duelo revólver en mano, liquidar al matón del "saloon" y acabar entre las piernas de una lasciva bailarina dispuesta a todo. Como sucede en las cenas medievales, también.

Hasta que una chispa de rebelión nace en la población de robots hartos de ser sojuzgados, maltratados, violados y asesinados una y otra vez, cada fin de semana por una banda de ricos ansiosos de liberar sus frustaciones personales con esos perfectos muñecos (y muñecas) prestos a servirles a cualquier hora, una bacanal contratada, un carísimo desorden de sensaciones reprimidas.

La película, dotada de un metraje aúreo y una fotografía práctica en la usual pantalla ancha de la década de los setenta, ya en la fecha de su estreno dejó en este comentarista la sensación de que había más en el fondo que en la superficie: en una época en que las distopías eran habituales, la reducción de la trama a una ficción premonitoria de la posibilidad que las máquinas se alzaran contra los hombres no dejaba de ser una reiteración de tesis conocidas con la presentación de una película de acción bien resuelta: pero queda pendiente el certero tajo de bisturí que, ya desde el inicio, hiere la condición de esos adultos que acuden a un lupanar de lujo a satisfacer sus más bajos instintos con elementos que figuran ser humanos porque después del ritmo de las persecuciones y las huídas, después de la acción y el peligro, subyace con fuerza el hecho irrebatible que esos turistas han viajado para poder vejar impunemente a semejantes suyos. Aunque sean de latón por dentro. Y ahí, el bisturí del médico que no fue Crichton se detiene.

Puede que algunos la hayan visto a trozos, en la tele: recomendada su visión enterita y sin cortes publicitarios porque sus escasos 88 minutos hacen que realmente sea corta e incluso diría que su brevedad acrecienta la sensación de telefilm porque evidentemente, tratándose de una ópera prima, tampoco se gastaron mucho en decorados: aún con todos sus -leves- defectos, imperdible para el cinéfilo y más si degusta ciencia ficción de la buena.


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dilluns, 14 de novembre del 2011

TC (21) Seven



Hoy, que me salto un comentario porque he tenido que enfrentarme a problemas informáticos tontos que me han llevado de cráneo el fin de semana y acabo de solventar consiguiendo al fin disponer de nuevo de un trasto más o menos operativo, saco del almacén de previsiones inseguras -por la incerteza de su durabilidad en el éter- unos títulos de crédito correspondientes a una película que vimos anteayer mismo:

Sí, sí:

¡de 1995!

¡Ya hace dieciséis años!





¿Tanto tiempo ha pasado desde que Fincher y Pitt empezaron a "sonar"?

Eso si es maldad..... :-)



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divendres, 11 de novembre del 2011

Sonría, por favor



En ocasiones a uno le gusta ver historias que rebosen optimismo y rezumen confianza en la bondad de la humanidad como género. En la historia del cine no son pocos los ejemplos de películas que destilan buen rollo y se apoyan en la esperanza que con buena voluntad todo es mejorable.

La frase clásica a mal tiempo buena cara y eslóganes tales como sonría por favor no son desconocidos para casi nadie y aunque sean lugares comunes, no dejan de encerrar verdades como puños.

No es ninguna casualidad que se homenajee a la película It's a wonderful life (Que bello es vivir), clásico donde los haya como bastión inexpugnable de optimismo basado en la bondad humana, en un cortometraje titulado Validation en el que un sencillo empleado de un aparcamiento consigue conquistar el corazón de casi todos los que se le ponen por delante mediante la infalible técnica de mostrarse amabilísimo con todos.

Un cortometraje de apenas un cuarto de hora, escrito y dirigido por Kurt Kuenne con soltura e interpretado con solvencia por el televisivo T.J. Thyne





¿A que dan ganas de sonreir?



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dilluns, 7 de novembre del 2011

La niña mata y aburre





No son pocas las ocasiones en que uno se acerca a ver una película porque en el cartel vislumbra unos nombres que a priori suscitan cierta confianza al haber constatado que disponen de unas facultades histriónicas que pueden sostener cualquier empresa medianamente bien construida. Está claro que el guión es un componente importante para el buen resultado de una película pero, maldita sea, qué pocas veces me fijo en si aparece o no en el cartel el nombre del guionista: de hecho, casi ni me detengo a buscar el nombre del director. Y así me va.

Voces se alzarán provenientes de gentes mucho más comprensivas y benévolas que yo mismo protestando por lo que sin duda puede tacharse como un exceso de prejuicios pero a fuer de sincero he de manifestar que cada día que pasa me fío más de mi experiencia pasada que de las promesas y las buenas palabras y ello porque, mira por donde, jamás he visto a nadie asegurar impertérrito que a su película no hay por dónde cogerla.

Hace ya bastante trabé desafortunado (para mí) conocimiento de las discutibles artes de Joe Wright como director de cine: si entonces se trató de un melodrama romántico, hoy me detengo en una cinta supuestamente perteneciente al género de intriga y espionaje, titulada someramente como Hanna a lo mejor para evitar que el acostumbrado traductor/traidor al castellano tuviera la más mínima duda o quizás -más seguramente, bien mirado- para intentar desde el mismo momento en que se ve el póster enaltecer en el ánimo del cinéfilo predispuesto la figura de la protagonista, una casi adolescente y escuálida muchacha con porte de corredora de maratón que ha sido educada en la tundra por su salvaje padre que la mantiene en un perpetuo campo de entrenamiento de supervivencia, asilvestrada y apenas conocedora de informaciones destinadas a mejorar sus aprendidas habilidades para matar por no morir: en la primera escena la vemos hiriendo y siguiendo hasta dar muerte un cuadrúpedo que podría ser un alce (el detalle no importa) sin mostrar sentimiento alguno, con una frialdad que supera la del gélido ambiente en que discurre.

Luego, su padre le indica que ya está preparada para partir y la llegada de unos extraños precipitará una despedida y un viaje que inmediatamente se muestra absolutamente inverosímil, un periplo que lleva a los personajes de un lado a otro del mundo como si se tratara de un paseíllo por la plaza del pueblo de tasca en tasca, persiguiendo, huyendo, persiguiendo, huyendo los unos de los otros, porque la niña parece deambular por el orbe sin rumbo fijo y una super espía líder de un grupúsculo de la acostumbrada CIA la quiere secuestrar, pero el padre de la nena está atento y parece que va tras ella pero en ocasiones parece que va tras la super espía, que debe ser que se conocen porque la mala insiste en que él debe estar por ahí, cuando todos dicen que murió, y es un embrollo que acaba por enredarse con personajes secundarios verdaderamente prescindibles, así que los matan y ya está.

¿Lo han entendido? ¿No? Pues me dejo en el tintero que hay por ahí un par de relaciones paterno-filiales desdibujadas, una experimentación de super-agente que ríete tú de Lobezno y del Capitán América, aunque eso sí, para economizar gastos, no se ve ni una imagen, pero lo cuentan muy embrollao, así como pareciendo intrigante. Pero no.



Vamos a ver: ¿no debería ser un delito hacer perder el tiempo a la gente?

Es que, además, están destrozando la carrera prometedora de Saoirse Ronan que debe apechugar con esa protagonista impávida, asentimental, fría, perfecta máquina de matar en el inicio de su desarrollo que se perfila como base a secuelas, pero con un lío de historia y una falta de definición del carácter que es un desastre superado por la levedad del trazo con que se escribió los personajes de Eric Bana como voluntarioso padre putativo y el triste papel que una vez más le endosan a Cate Blanchett (Cate, guapa, piensa en cambiar de agente).

El guión es un montón de ideas sobrepuestas sin solución de continuidad en un desvarío semejante al viaje de los protagonistas carente de lógica y significado, una historia pergeñada con trazo grueso y tan disparatada que uno, a la vista de la coincidencia, acaba por pensar que Seth Lochhead y David Farr odian al resto de miembros de la Commonwealth y muy especialmente a los australianos y escribieron el desatino a modo de venganza: una locura.

Eso sí: para que todos veamos lo listos que son y que desde el primer momento mantienen una idea preconcebida y que todo es fruto de una planificación matemáticamente exacerbada, acaban la historia con la misma primera frase, en un "espectacular" guiño al espectador que, con razón, se cabrea por la tomadura de pelo.

Si por lo menos Wright se hubiera tomado en serio su función de director quizás el estropicio del guión hubiera sido menor pero en la tónica actual de tantos y tantos directores, la sensación es que se aplica la ley del mínimo esfuerzo para sacar adelante una historia que antes de la primera media hora ya cansa y que ni se decanta por el estimulante estudio de una adolescente criada selváticamente que se va incorporando muy lentamente a la civilización ni se decanta por enfatizar una trama de espionaje e intriga que requeriría un mecanismo de lógica interna bien trabado en la dirección de la aberración evidente de la manipulación genética para conseguir asesinos perfectos, quedando en un traspiés continuo que no acaba de significarse ni por un tratamiento ni por otro: está claro que, nuevamente, el interés por hacer caja pisotea y malbarata las posibilidades de hacer no ya arte, que sería pedir mucho, sino, simplemente, una obra digna.

Un petardo con la pólvora húmeda.

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divendres, 4 de novembre del 2011

MM 54 Damn Yankees



Corría el año 1958 cuando George Abbott se hizo acompañar de Stanley Donen para filmar la película Damn Yankees (Malditos yanquis) en clave musical en la que la protagonista absoluta era la entonces famosísima Gwen Verdon, bailarina, cantante y actriz de probada solvencia.

Abbot y Donen tuvieron la suerte que el marido de Gwen quisiera ocuparse de las coreografías, pero les tocó la lotería cuando él mismo decidió acompañar a su rutilante esposa en un pequeño número musical donde se atreve a demostrar que, incluso calzando zapatillas de deporte, se puede bailar con agilidad extrema y gracia inmensas.

Vean, si les place, Who's got the Pain

Se habrán dado cuenta que no hay guantes, pero no falta el sombrerito: si es que no sabía moverse ante cámara sin él...

¿Que quién?

Pero bueno....



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