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divendres, 28 de setembre del 2012

Examen de Cinefilia (Parte LX)



























































Pues sí: vuelve a ser viernes y estamos a fin de mes.

Pero en esta ocasión se me ha ocurrido introducir una novedad que me encantaría fuese un aliciente para enfrentarse a un sencillo ejercicio de revisión de la neurona cinéfila ya que nos apartaremos un poco de lo que hasta ahora ha sido la tónica general de estos exámenes, porque vamos a formular unas preguntas relativas a un personaje de ficción.

La ventaja -o desventaja, según se mire- es que el personaje en cuestión es muy famoso, archiconocido diría, y no, no lleva traje de nylon ajustado al cuerpo.

Así que tomen los amables examinandos papel y lápiz, porque si apuntan rápido puede que el conjunto les conceda la luz.

¿Preparados?



La primera pregunta, la más fácil, es: ¿De qué personaje de ficción estamos hablando?

Y para saberlo, bastará con fijarse en el selecto grupo de intérpretes que, en un pase de diapositivas, constituyen la Primera pista


Y ahora que ya todos han dado con la solución, se abre el debate con la formulación de las dos preguntas de rigor:

1ª.- ¿Cuál de los intérpretes realiza la representación más adecuada al personaje?

2ª.- ¿Cuál de las diferentes películas opinas que presenta mejor el personaje y su entorno?

Las respuestas indicando el personaje me las remiten directamente a mi buzón y las opiniones -incluyendo las películas- pueden dejarse como comentario, así servirán como pistas adicionales por si acaso.


¿Cómo? ¿Hay pocas pistas, hoy?


Es verdad; esto queda un poco cojo; demasiado masculino; haremos una cosa: a modo de pista que puede contribuir a aclarar o a enredar la cuestión, ofreceremos también la posibilidad de contemplar al grupo de bellas acompañantes> que coincidieron en algunas escenas con los ya vistos.

Ahora ya está todo muy clarito, ¿no?

Vale, vale, añadiremos una pista ampliatoria, que podrá consultarse pulsando aquí


¿Seguro que quieres o necesitas consultar más pistas?

Te advierto que estás a punto de suspender, ¿vale?

Como quieras: has suspendido: pulsa aquí


Pista de consolación, adicional para suspensos


Ahora viene cuando se me enfadan y me llaman tirano y cosas feas, porque no se han dado cuenta que, en este último pase de diapositivas, hay bien a la vista una pista re-que-te-de-fi-ni-ti-va :

Cada actor está fotografiado interpretando al mismo personaje, en ocho diferentes películas.



Como siempre, las propuestas de soluciones de quienes confíen que han averiguado el acertijo dirigirlas en privado a mi buzón y para insultos, amenazas y otros -como respuestas a las dos preguntas añadidas- en el cajetín abajo dispuesto.

Espero leer en las respuestas opiniones interesantes y espero que no haya unanimidad en absoluto....











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dilluns, 24 de setembre del 2012

Un encanto de fantasma.


René Clair fue uno más en la larga lista de directores que forzosamente emigraron al otro lado del Atlántico a causa de la contienda bélica que asoló tierras europeas y llevó consigo a los estudios hollywoodienses la formación en las técnicas cinematográficas con el añadido de una visión forzosamente peculiar por el sedimento cultural del personaje que, además, estaba muy lejos de poder ser considerado poco leído, como lo demuestran los mś de treinta guiones en que participó. 

Como paso previo al viaje transoceánico, René Clair estuvo trabajando en los estudios sitos en Londres y en el ambiente anglosajón, pero sin perder de vista el mercado estadounidense -no en vano la industria americana tenía medio pie en la Gran Bretaña- se ocupó él mismo de guionizar una historieta de Eric Keown que claramente estaba inspirada en un cuento largo del genial Oscar Wilde. 

 La temática gira en torno a la existencia de un fantasma que está condenado a pasearse por un castillo por culpa del poco entusiasmo mostrado en una contienda y las burlas despiadadas de un clan contrario en el momento de la cobardía, basándose la trama en la confrontación entre el fantasma y el mundo moderno.

Si la narración "original" se titulaba Sir Tristram Goes West, la película que el mismo René Clair dirigió en base a su propio guión se tituló The Ghost Goes West (1936) propiamente trasladado el título al castellano como El fantasma va al oeste, producción de Alexander Korda que contó con la inestimable presencia de Robert Donat, Jean Parker y Eugene Pallete como trío protagonista, así como la colaboración de Elsa Lanchester y Hay Petrie como secundarios de refuerzo en una película rodada en blanco y negro y provista del metraje aúreo, milimetrada rigurosamente por René Clair a pesar de ciertas discrepancias con Alexander Korda, como por otra parte era usual en el productor, muy capaz por sí mismo de dirigir también películas la mar de interesantes. 

Nos hallamos ante una película que resulta curiosa por diferentes conceptos sin que a estas alturas del siglo XXI, pasados tantos años, nos asombren sus efectos especiales como en la fecha de su estreno manteniéndose como una sencilla comedia que curiosamente -y en opinión de quien suscribe- resulta más divertida que la versión fílmica de la novela de Oscar Wilde que en 1944, ocho años más tarde, se acometiera con la participación del famosísimo esposo de la Lanchester. 

Murdoch Glourie es el joven heredero del clan de los Glourie, más inclinado a la francachela y al romanticismo fácil que a la contienda y cuando debe acudir a las líneas de combate llega tarde porque se ha entretenido con una damisela: el clan contrario, los Mclaggen se burlan de él y no tiene tiempo de partirles la cara porque fallece al instante quedando su reputación de cobarde, lo que comporta que su padre le maldiga y deba vagar por el castillo familiar hasta que consiga que un Mclaggen se retracte de la burla. 

Pasan los siglos y Donald Glourie es el último vástago de los Glourie y estando en la ruina y en bancarrota, para satisfacer a sus acreedores vende el castillo a un comerciante estadounidense que atiende al capricho de su hija: van a despiezar el castillo y se lo van a llevar a Florida. Fantasma incluído, claro.

El guión de René Clair está bien escrito, es equilibrado y se manifiesta en diálogos provisto de cierta gracia y un puntillo de ironía que carga las tintas sobre los ignorantes hombros de los comerciantes estadounidenses más provistos de dólares que de cultura y sensibilidad artística sin llegar a convertirlos directamente en patanes, probablemente porque en el fondo eran quienes pagaban el presupuesto y René Clair ya debía estar pensando en cruzar él mismo el charco, a bordo de un transatlántico, quizá también provisto de un fantasma que se paseara por pasillos y camarotes asustando al personal con su apariencia y prestándose a confusiones varias, porque el ancestro es idéntico al moderno galán que, naturalmente, enamorará a la damisela.

Se trata de una comedia amable que ofrece momentos divertidos sin que el vitriolo llegue a desparramarse, rodada con agilidad por René Clair que sabe darle la ligereza oportuna para mantener un ritmo vivo sin que decaiga, ajustado al afortunado metraje a la perfección, con la inestimable ayuda del terceto protagonista que cumple sobradamente con su cometido: Robert Donat en su doble papel está siempre seductor y elegante, Jean Parker destila romanticismo y Eugene Pallete, como siempre, rezuma eficacia por los cuatro costados de su recia apariencia, los tres dando muestra de algo tan inusual como es saber escuchar las frases graciosas del otro sin inmutarse, como lo más natural.

Una de esas películas que sin resultar imperdibles para el público en general considero indispensables para el cinéfilo activo porque sin duda quedan en el bagaje y ayudan a entender el porqué algunos fantasmas resultan encantadores y otros, cargantes.

Vídeo
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divendres, 21 de setembre del 2012

MM 69 BANJO ON MY KNEE



Ha sido una verdadera sorpresa encontrar esta escena que sigue porque uno, que ha visto un rostro conocido y lo ha enlazado en muchos caracteres, entre ellos el del famoso Barnaby Jones, no tenía ni la más remota idea de las habilidades musicales de un actor tan entrañable como Buddy Ebsen y mira por dónde en el año 1936 y en muy buena compañía, ofrece una pequeña exhibición que recuerda, al parecer, sus inicios en el mundo de la interpretación:



Y una propina inesperada a cargo de un gran actor que nos define con una exactitud pasmosa el verdadero significado de la versatilidad interpretativa:




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dilluns, 17 de setembre del 2012

Podemos recordarlo todo por usted





Paul y Arnold estarán encantados de la vida y si Philip resucitara creo que antes de agarrar un berrinche pasaría por caja para tomar una buena dosis de prudencia aunque probablemente a estas alturas ya estaría acostumbrado.

En las conversaciones entre cinéfagos suele aparecer de forma recurrente la conexión entre literatura y cine con aspectos tan variados y propensos al debate como la conveniencia de respetar o no la literalidad de una obra escrita tanto en lo que hace al desarrollo de la materia que trata cuanto a la munificiencia de los diálogos que en la misma puedan permanecer, conocidos ya de un público inteligente que cuando asiste a la proyección de una película puede encontrarse con piezas dotadas de abundante diálogo, por ejemplo alguna de Joseph L. Manckiewicz, y, por el contrario, sintetizadas mediante relatos visuales de la mano de Don Alfred Hitchcock, tomados ambos como paradigmáticos ejemplos de una forma de entender el cine absolutamente divergente pero magnífica en cualquier caso.

De lo que no se libra ninguno es del duro trabajo realizado por el guionista, tanto si innova como si se ciñe básicamente a la idea escrita.

Como todos ya sabemos, Philip K. Dick fue un autor de novelas y relatos de ciencia ficción que tras su fallecimiento en 1982 alcanzó enorme notoriedad gracias a que algunas de sus obras sirvieron de base para ciertas películas de éxito. Uno de sus relatos cortos We Can Remember It For You Wholesale, que puede leerse traducido al castellano con el título Podemos recordarlo todo por usted, sirvió de base para una buena película dirigida en 1990 por Paul Verhoeven y protagonizada por Arnold Schwarzenegger, una historia trepidante, pletórica de acción y violencia, con efectos especiales que nos trasladaban a un futuro en el que los viajes a Marte son una realidad, una trama en la que subyace un discurso metafórico que va más allá de lo que el relato original ofrece, ampliando aspectos que, no obstante, concuerdan con el tono propio del cuento.

Y ahora, en este siglo XXI tan escaso de luces que padecemos, una compañía productora sarcásticamente denominada Original Film encabeza una pléyade de empresas del cine que pueden verse aquí decididas seguramente a conseguir la total destrucción del cine como arte portador de ideas ya que entre todos no han sabido hacer otra cosa que dedicar dinero, tiempo y ganas a rodar un engendro titulado Total recall (Desafío total) que así ha sido presentado de forma multitudinaria este fin de semana en España el último intento de hacernos creer que una revisión de un texto con nuevos medios puede resultar interesante.

Nada más lejos de la realidad.

Un truño dirigido por Len Wiseman, que forjó sus conocimientos cinematográficos como director artístico de memorables pifias como Godzilla e Independence Day y se ha fogueado con la saga de Underworld, La jungla 4.0 y la paupérrima revisión de la serie Hawai 5.0, eligiendo para sustituir a un tipo duro y bestia como Arnie al mucho más "cool" Colin Farrel, ya da pistas al cinéfilo prudente de que se va a encontrar con una especie de refrito indigesto. Hay que ser tonto para caer miserablemente en la trampa. En mi caso no es ninguna novedad, porque ya lo dije aquí mismo hace años; sin remedio, vaya.

Porque uno, que ha bajado considerablemente el nivel de exigencia so pena de no poder acudir a la sala de cine que tengo a cuatro pasos, donde lógicamente se ofrecen estrenos, uno, digo, pensó que al tratarse de una película de ciencia ficción y sin ocultar que se trata de una nueva revisión de la trama, seguramente gracias a novísimos efectos especiales el desarrollo de las aventuras espaciales sería remozado con nuevo brío.

Lo que no podía haber imaginado ni supuesto con antelación es el cúmulo de despropósitos y de plagios descarados que uno se encuentra, como si se tratara -o tratase- de una competición de cortar y pegar -o aplicar el photoshop para cambiar detalles- o quizás es que en realidad se trata de una competición cinéfila en la que después, a la salida del cine, las buenas gentes compitan entre sí para comprobar quien recuerda más plagios (guiños, dicen los críticos profesionales).

Bien: recapacitemos: olvidemos el texto, el relato corto escrito en 1966 por Philip K. Dick Podemos recordarlo todo por usted y olvidemos la película de 1990.

Hagamos un ejercicio de buena voluntad, y démosles a estos muchachos un voto de confianza ¿vale?

Pues no: no vale, porque el propio Wiseman nos mete en los morros a la joven Kaitlyn Leeb para recordarnos que se ha fijado en la película de 1990 o por lo menos en sus detalles más nimios y anecdóticos pero ha olvidado lo más importante, que, como siempre, es el respeto a la inteligencia del espectador.

Por cierto: puede que a partir de esta línea se escape algún detalle de la película, así que avisados quedan. De todas formas, importante, lo que se dice importante, no hay nada a desvelar; por desgracia.

Lo que hace más de veinte años era una aventura espacial en la que los dirigentes terrestres exprimían la colonización efectuada en el planeta Marte, ligando así con el relato corto, ahora se ha reconvertido en una aventura neo colonial en la que el planeta Tierra, a fines de este siglo XXI, después de temibles guerras, ha quedado con su población residente en dos zonas: la Nueva Gran Bretaña (¡toma ya! les va a encantar) que es donde reside el poder, y la Colonia, que coincide con Australia (¡toma ya! se van a ciscar en todo. [ya que el rodaje se hizo en Toronto, esto huele a vendetta dentro de la Commonwealth.])

Como es natural, en la Colonia es donde residen los obreros como el protagonista que, claro, siendo de la Colonia no podrá alcanzar el soñado empleo de encargado en la planta de fabricación de policías o soldados robotizados que, ¡pásmate! está situada en la Nueva Gran Bretaña.

Y tú te lo miras bien, intentando asimilar que los obreros australianos cada mañana -y cada tarde, al terminar la jornada laboral- se trasladan desde la Colonia hasta Nueva Gran Bretaña y lo hacen por medio de ¡tachánnnnn!


¡LA CATARATA!



La catarata es un tren que atraviesa el globo terráqueo -no exactamente, porque australia no está en las antípodas- en diecisiete minutos de fantástico recorrido a cuya mitad hay una inversión de gravedad para adaptarse a la que hay al emerger al otro lado del planeta.

De entrada, así por encima, el diámetro del globo es de unos doce mil setecientos kilómetros, lo que significa que la catarata debería circular por en medio del planeta nada menos que a casi cuarenta y cinco mil kilómetros por hora, para poder efectuar el recorrido en diecisiete minutos. Y ello es importante para la trama, máxime porque las bombas de relojería que veremos tienen todas ellas un tiempo prefijado de ¡tachánnn! ¡quince minutos!

Es un detalle, especial, que demuestra claramente que no ha habido esmero ni dedicación a la hora de confeccionar el guión y que ni Wiseman es tan sabio como su apellido pretende ni los seis guionistas que constan en los créditos se han tomado la molestia de agarrar una simple calculadora, permaneciendo en el ánimo del espectador durante todo el metraje una sensación de falsedad y de falta de credibilidad que, una vez más, no proviene de la fantasía de lo que se nos presenta sino de la falta de cuidado en la lógica interna de la narración.

El escenario apocalíptico está mal copiado de Blade Runner, llovizna inclemente incluída, y las persecuciones de vehículos aéreos mal aprovechadas, corriendo a cargo del espectador adivinar que los trastos no vuelan sino que se desplazan en vías magnéticas, curiosamente lo mismo por encima que por debajo de un curso prefijado que se convierte en ininteligible dada la presentación construída por Wiseman, en un exceso de infografías digitales que marean lo mismo que un video juego a toda pastilla y ponen de los nervios y agotan por su precipitación y ritmos sincopados, todo muy artifical y falto de sentimiento.

No hay empatía.

No por lo menos para un Colin Farrell que no parece estar muy convencido de su papel, siempre con cara de duda, como preguntándose: ¿qué hago yo en esta película?. Las idas y venidas de ese protagonista que no acaba de saber muy bien quién es ni para quién trabaja, estaban mejor representadas por el siempre poco expresivo Arnie porque su cara de pocos amigos resultaba más convincente: un tipo en esa situación, aparte de estar confundido, está cabreado; mucho. Aquí, sin embargo, la cara de cabreo y la determinación aniquiladora la encontramos en la bella Kate Beckinsale que se ha quedado encasillada en el arquetipo fácil y simplón pero para el caso resulta mucho más atractiva -y guapa, pero eso no cuenta por ser una valoración particular- que el sosainas del protagonista que ni tan solo puede dotar al personaje de la ambigüedad necesaria para mantener siquiera un pelín de interés.

Así las cosas lo único esperable en este producto -ya que la lógica brilla por su ausencia de la trama- es contemplar una serie de escenas de acción espectacular que epaten al patio de butacas a cambio del tiquet abonado, pero, ¡ailás! tampoco hay nada que no resulte cartón piedra o maqueta digitalizada que se derrumba sin ningún atisbo de originalidad, ni siquiera ruido ensordecedor, y tampoco el ejército de soldados robotizados resulta nada más allá que remedos de descartes de otras producciones, de tan vistos como están: para haber sido Wiseman el encargado en las dos citadas, Independence Day y Godzilla, ya podría haber inventado algún bichejo original para la suya: ni eso.

La trama es un repiqueteo de la película de Verhoeven rebajando el tono y las expectativas, desaprovechando las ideas que en torno a la propia identidad y a la confusión entre realidad y ficción interesada y manipulada ofrece la anterior, cuando lo más lógico, puestos a revisar, hubiera sido incidir más en aquella temática, porque las cintas de acción, incluso de ciencia ficción, como los libros del propio género, no tienen porque dejar de lado la presentación de ideas que interesen y hagan pensar, dejando poso después del entretenimiento.

No es el caso: ni poso ni siquiera entretenimiento. Se la pueden ahorrar tranquilamente.


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divendres, 14 de setembre del 2012

TC (28) Mission Impossible (1996)



Brian de Palma accedió a encargarse de llevar a la gran pantalla una serie que triunfó en las pantallas hogareñas, con la interesada producción de Tom Cruise que, naturalmente, se ocupó, además, de chupar cámara intensamente, que por algo la idea fue suya.

En mi opinión, la primera película sigue siendo la mejor de la saga que se ha ido alargando innecesariamente, perdiendo fuerza el guión a cada nuevo episodio...

Los títulos de crédito, cortos y veloces, siguen el ritmo de la celebradísima sintonía musical compuesta por el no menos célebre Lalo Schifrin "arreglada" por Danny Elfman:




Precisamente en ese año 1996 se cumplía el treinta anniversario de la presentación en la pequeña pantalla de la serie original, que con su sintonía original, en cuyos títulos de crédito, evidentemente, no aparece únicamente un protagonista, pues la acción recaía en varios personajes, interpretados por diferentes actores a lo largo de sus siete temporadas en antena.

Veamos, si os place, los títulos originales:





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dilluns, 10 de setembre del 2012

Lealtades, miedos y honor



Por haber, hay hasta una persecución automovilística: además de tensión e intriga, peleas a puñetazos, luchas con arma blanca, emboscadas nocturnas, tiros a traición, muertes, miedo y pasión, hay una persecución en la que dos coches, sólo dos desvencijados y andrajosos trastos, corren como alma que persigue el diablo, uno en pos del otro, uno escapando y el otro persiguiendo, en una solitaria carretera trazada por los surcos de carromatos que durante años transitaron por el desierto que rodea las cuatro casonas que pomposamente llaman pueblo, Black Rock, dicen, por alguna roca negra vieja que los blancos descubrieron cuando echaron de allí a los indios.

Por haber, hay pues acción estupendamente presentada y filmada, resolutiva de ciertas tensiones, lo que en algunos momentos de las modas críticas se denominó "fisicidad" de los personajes que viven en la pantalla de cine, o de televisor a poder ser bien ancho, donde podamos disfrutar durante menos de hora y media de la película Bad Day at Black Rock titulada en español como Conspiración de silencio, dirigida por John Sturges en 1955 con un reparto de intérpretes que quita el hipo: baste recordar que uno de los secundarios, Ernest Borgnine, tristemente fallecido este año de 2012, consiguió el Oscar al mejor actor principal por su composición de un bonachón en Marty, rodada el mismo año, cuando a las órdenes de Sturges le vemos como una amenazadora presencia, mucho músculo y poco cerebro, fiero y leal como un cancerbero que actúa sin preguntar.

John Sturges fue un director que incluso en vida padeció una clasificación en mi opinión totalmente injusta, rebajando su valía a especialista en cintas de acción y se le recuerda, incluso entre los cinéfilos, por títulos como Los siete magníficos o La gran evasión, provistos de dinamismo innegable, pero se olvida con frecuencia que también supo trasladar al cine una novela tan solitaria como El viejo y el mar de Ernest Hemingway, en apacible alianza con Spencer Tracy, con quien trabajó en tres ocasiones, siendo la primera El caso O'hara, de 1951, y la más conocida la que hoy nos ocupa, basada en un relato corto de Howard Breslin que adaptó Don McGuire y guionizó Millard Kaufman, cuyo trabajo recibió el respaldo de la nominación al Oscar, en una convocatoria en la que Marty se llevó los tres premios a los que la presente había estado nominada.

La película de Sturges la clasificaría ahora la mayoría de la crítica como "título políticamente incorrecto" de tener oportunidad de rodarse y estrenarse, que lo dudo mucho, porque detrás de las estupendas escenas de acción subyace una multitud de ideas que pueden molestar no tan sólo al poder establecido. El guión de Millard, al que algunos han querido ver como ajuste de cuentas de la industria cinematográfica con las acciones del senador McCarthy, trasciende lo que podría quedar en panfleto de una época para permanecer como ejemplo de las relaciones humanas más complejas entre una serie de personajes que, aislados en medio de la nada polvorienta cruzada por una vía férrea, quedan atónitos cuando el expreso que habitualmente cruza rugiente sus parajes se detiene y desciende de él un pasajero: un hombre de ciudad, trajeado, manco; un tipo que, nada más llegar, preguntará y preguntará y preguntará hasta remover cielo y tierras, cuerpos y almas. Un tipo que dispone de veinticuatro horas para resolver, zanjar y liquidar su asunto, pues mañana deberá subir al tren que, inesperadamente, volverá a detenerse para llevárselo.

O no.

Porque las preguntas que hace levantan recuerdos y abren heridas. El tipo, Macreedy, husmeará en las vidas de todos y les enfrentará a la verdad que se han ocultado a sí mismos por vergüenza, creando una paulatina y progresiva presión anímica sobre todos los habitantes del villorrio que viven mayoritariamente sometidos a los designios de un carismático terrateniente que atiende al nombre de Reno Smith.

Todos los personajes de la trama están perfectamente descritos tanto por los acerados diálogos desprovistos de florituras como por las acciones corporales y su disposición en las escenas, un conjunto perfectamente orquestado por Sturges que sirve la idea más allá de la mera apariencia formal que adopta gracias a los buenos oficios del director de fotografía William C. Mellor que retrata toda la trama con los elementos visuales que uno espera hallar en un western prototípico dotado de paisajes panorámicos (2,55:1) impresionantes por la sensación de soledad, de grandeza natural que resalta la pequeñez de la presencia humana.

Una presencia que, aún siendo reducida, ejemplifica la degradación moral de una sociedad que se somete al miedo en un conformismo injustificable por mucho que el instinto de supervivencia se pretenda como excusa; un grupo de gentes que se deja manipular culpabilizando inocentes por el color de su piel. El miedo a lo desconocido una vez más convertido en odio al extraño, en este caso identificado en los estadounidenses de origen japonés que, a renglón del ataque a Pearl Harbor, fueron obligados a vivir en campos de concentración.

Pero hay más: el magnífico guión nos introduce lentamente en un discurso que se hace paulatinamente más profundo, más íntimo, menos público, más injusto: el odio al japonés no nace como represalia, ni siquiera como desprecio de raza; nada de eso: nace por la propia incompetencia, por el fracaso propio; por la inutilidad inasumible brota el deseo de la venganza, la ira alimentada por la envidia al extraño, al foráneo que de fuera ha venido y con su esfuerzo, su pericia, su tesón, ha logrado lo que jamás nadie pudo imaginar. Y por eso se le odia, porque pudo triunfar donde todos fracasaron. No se trata del color, amarillo, negro, marrón: se trata de la envidia, de algo tan sencillo como inaceptable; se trata de que ese recién llegado, con su esfuerzo, sobrevive en medio del erial, justo allí donde debía fracasar, allí donde estaba dispuesto que padeciera, que sufriera por su condición de inferior, de miembro de otra raza, con otro color: genera odio, porque triunfa; levanta pasiones aniquiladoras porque subsiste y prospera, dejando en evidencia con su trabajo constante la indolencia y vagancia de aquellos que, airados, se erigirán en sus verdugos armados de un odio inexplicable, mero disfraz de una envidia que corroe las entrañas de los malvados cobardes.

Y llegará en un tren que nunca para en la paupérrima estación un manco provisto de una pregunta que levantará ampollas en los oídos y en el alma: ese Macreedy que nadie conoce, ése que nadie quiere escuchar, ése, sí, será el que provoque la catarsis y obligue a todos a reconocer su responsabilidad, a tomar conciencia de su culpa; de su conducta cómplice sujeta a la comodidad de una apariencia de trabajo: porque en Black Rock, nadie parece tener nada que hacer y todos cobran su salario del terrateniente: todos tienen un sueldo seguro, pagado ni con su trabajo ni con su esfuerzo pero sí con su temeroso silencio. ¡En mal día se le ocurrió aparecer, al tal Macreedy!. Todas las sociedades deberían tener, hoy, un Macreedy, porque el relato que nos ofrece con pulso muy firme Sturges sigue vigente con muy leves variaciones.

Sturges se vale, como hemos dicho, de la estupenda fotografía panorámica y se apoya en una excelente banda sonora compuesta por André Previn; mueve las cámaras con presteza y brío en unos exteriores asolados y emplazándolas perfectamente en los interiores en los que consigue, pese a la luz que entra a raudales por los ventanales, transmitir la sensación ominosa que rodea al protagonista desde que hace la primera pregunta. Tiene además la suerte y el acierto de dirigir a unos actores que llenan la pantalla con su presencia: opuesto a Spencer Tracy disfrutamos de la composición de Robert Ryan, una vez más adalid de las peores pasiones y aparte del citado Borgnine contar con secundarios como Walter Brennan, Dean Jagger y Lee Marvin es un lujazo para un producto que teóricamente fue provisto con un presupuesto muy ajustado, supuestamente una película de estudio que inesperadamente alcanzó un notable éxito tanto de público como de crítica.

Una película a revisar con calma, si es posible en versión original subtitulada y comprobando que el formato panorámico original se haya respetado, que ya sabemos que hay por ahí muchas ediciones lastimosamente poco respetuosas. Una obra imperdible, oportunidad para disfrutar de un elenco de intérpretes sensacional al servicio de un texto que crece con el paso del tiempo: lo que en un primer visionado pareció efectiva cinta de acción, acabará siendo motivo de reflexión porque, como todos los clásicos, permanece como un dedo que señala la desnudez del poderoso y muestra sus defectos.

Tráiler





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divendres, 7 de setembre del 2012

La victoria de Victori






Encantados de haberse conocido.

Michael Fassbender (1977, Heildelberg, Baden Württemberg, Alemania), actor que está en una carrera ascendente con popularidad iniciada hace pocos años, aparece en esta foto apoyando efusivamente a David Victori (1982, Manresa, Catalunya, España) celebrando que al joven manresano le han concedido, en el marco de la Mostra de Cinema de Venezia, el primer premio al concurso de cortometrajes patrocinado por Ridley Scott y el propio Fassbender, galardón que significa disponer de un presupuesto de quinientos mil dólares para rodar una película -cabe suponer que un medio metraje- en el que quizás el actor ocupe lugar preeminente.

David Victori lleva años trabajando como auxiliar de Bigas Luna y ha escrito varios guiones y dirigido algún que otro cortometraje basado en ideas propias.

Precisamente el premio lo ha conseguido por su último trabajo, un corto titulado La culpa que puede verse haciendo click aquí

Parece que la violencia es un tema que preocupa al prometedor director, porque buscando, he podido comprobar que con anterioridad, en 2008, ya había realizado otro cormetraje que, basado en guión propio, tituló como Reacción, protagonizado por un actor de cierta fama a nivel doméstico; pueden ver el vídeo haciendo click aquí

Esperemos que en un futuro próximo David Victori se haga un hueco entre los directores reconocidos.

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dilluns, 3 de setembre del 2012

MM 68 CRISS CROSS





Este fragmento que hemos podido revisar -hoy sin tijeretazos malévolos- pertenece a la película titulada en origen Criss Cross titulada melodramáticamente en español como El abrazo de la muerte y corresponde a la costumbre que en la época de oro del cine sostenía que, en algún momento de una película, debía de haber una especie de interludio musical que, en manos de un hábil director como el germánico Robert Siodmak, servía para avanzar dentro de una trama que no se veía mermada por la presencia de algún músico famoso de la época, como es el caso del líder de esa orquesta, Esy (Ismael) Morales, compositor asimismo de la pieza, titulada Jungle Fantasy, una buena muestra de ritmo frenético que retrata perfectamente el estado de ánimo del protagonista de la cinta, el joven Steve Thompson que no puede sacarse del corazón el recuerdo apasionado de su ex-esposa Anna, al extremo de implicarse con el nuevo esposo de ella, un tal Slim Dundee de dudosa reputación provista de un halo del hampa escurridiza, independiente y peligrosa.

Siodmak le había dado a Burt Lancaster la oportunidad de su vida al confiarle el protagónico de The Killers (Forajidos de Hemingway, a la que dedicamos una serie de entradas hace más de cuatro años ya) y al cabo de tres años requirió su presencia de nuevo para representar un tipo bastante parecido que, en la mejor tradición del cine negro, se halla, presa su voluntad, en manos de una pérfida y codiciosa mujer fatal a la que da imagen la bella Yvonne de Carlo, por entonces, 1949, reina del technicolor propio de las aventuras exóticas, una apuesta de inicio arriesgada pero que revela la enorme profesionalidad tanto de la actriz como del director pues la malvada Anna consigue conducir a su enamorado Steve por el camino de la tragedia personal.

Siodmak no debía demostrar nada a mediados del siglo pasado y si lo hace es economizando fotogramas manteniendo el ritmo hasta alcanzar un metraje de menos de hora y media, adoleciendo si acaso de un final precipitado y con exceso de moralina.

Pero antes podremos comprobar cómo un guión bien escrito, a pesar de la escasez de tiempo, dispone de diálogos suficientes para retratar a los personajes secundarios, incluso la dipsómana que habita en la esquina de la barra sufriendo la compasiva mirada del camarero sabio de la vida, dando por sentado que naturalmente Daniel Fruchs y William Bowers aprovechan la línea argumental de la novela de Don Tracy para presentar un villano tan elegante como Slim Dundee que seguramente sin las buenas maneras del siempre espléndido Dan Duryea no hubiera sido lo mismo.

Siodmak imparte una lección magistral -que visto lo visto cayó en saco roto- del uso elemental de una cámara moviéndola firmemente sin prisas ni aceleraciones pero colocándola donde mejor muestra la historia que nos cuenta; la iluminación en clásico blanco y negro como era de esperar se adecúa al dramatismo del momento que narra, ofreciéndonos la paleta de Franz Planer tanto una completa gama de grises como un esforzado contraste casi expresionista, y los planos de que se vale Siodmak comprenden la práctica totalidad de lo imaginable, desde planos detalle hasta picados desde una altísima grúa que además se moverá y descenderá, sólo para enfatizar una acción criminal que luego retratará con muy poca visibilidad emplazando la cámara casi a ras del suelo: un verdadero festín que se acentúa cuando uno dispone del dvd y se permite el lujo de ver la misma escena con o sin sonido, advirtiendo que Siodmak lo cuenta todo con la mirada. Hagan la prueba si les es posible.

Porque incluso en la dirección de actores Siodmak brilla, consiguiendo que por la situación del personaje y su lenguaje corporal se adviertan perfectamente las tensiones que la trama produce. Y a pesar de ello los diálogos no sobran y encima se da el lujo de enriquecer la presentación mediante una voz en off que acompaña fragmentos en flashback -al modo usual de la época, ya advertido en su anterior encuentro en The Killers- que, en una muestra de señorío, Siodmak rompe cuando le parece, dejándolo atrás y reanudando la narración cinematográfica en el presente vigoroso introduciendo la duda en la posible resolución de la trama, dando un par de vueltas de tuerca más a la ya de por sí alambicada historia, mezcla ajustada de melodrama y thriller, otra pieza de genuino cine negro que no puede faltar en la estantería de ningún cinéfilo que se precie de serlo.




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