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dijous, 28 de desembre del 2023

Un Macbeth del siglo XXI: bonito y descafeinado.

Macduff.- ¿Mis hijos también?
Ross.- ¡Esposa, hijos, criados, cuanto pudo encontrar!
Macduff.- ¡Y no estar yo allí!¡Mi mujer también muerta!
Ross.- Ya lo dije...
Malcom.- ¡Valor! Y que una gran venganza sea el remedio que cure este mortal dolor...
Macduff.- ¡El no tiene hijos!....

(La tragedia de Macbeth, Acto IV, Escena III, Trad. Luis Astrana Marín)

Denzel Washington, que este 28 de diciembre ha alcanzado los 69 años de edad, lleva desde hace un tiempo buscando afanosamente el papel de su vida sea en una película sea en el teatro (ya comentamos hace seis años que estaba preparando una representación de la muy difícil obra The Iceman Cometh y parece que desde entonces, julio de 2018 no ha vuelto a las tablas de Broadway); en el cine, ha tenido la mala idea de aparecer en sendos remakes desastrosos, uno de Pelham 1,2,3 y otro de Los siete magníficos, intentando que olvidáramos a Walter Matthau y a Yul Brinner, lo cal no sé si era arriesgado o simplemente un gran error de su parte.

Seguro que Denzel, que evidentemente ansía un reconocimiento profesional en una labor de mérito, es conocedor que Orson Welles dirigió y produjo en 1936 una versión de La tragedia de Macbeth con un elenco formado por negros y trasladando la acción de la Escocia medieval a un caribe ficticio titulando la representación como Voodoo Macbeth, cambiando las brujas por hechiceros vudú. Imaginando que cualquiera tomará estos datos como una inocentada, baste acudir a este enlace de Voodoo Macbeth para comprobar que Welles, con 20 años, ya era un experto conocedor del teatro de Shakespeare y lo bastante inteligente como para innovar.

Imagino a Denzel dándole vueltas al cacumen para conseguir el ansiado papel de Macbeth y hasta puedo suponer que lleva con esa idea desde que Kenneth Branagh le otorgó el papel de Don Pedro, Príncipe de Aragón, en la shakesperiana comedia Much Ado About Nothing que ya comentamos en su día aquí en 2008.

En éstas, va y se encuentra digamos que en cualquier fiestorra de Hollywood con Joel Coen y su esposa Frances McDormand, que ya ha cumplido los 66 años y como Denzel lleva tiempo buscando afanosamente incrementar el exagerado número de premios que ha conseguido como actriz y alcanzo a comprender que con los egos subidos a tope ambos llegan a convencer a Joel Coen para que se ocupe de llevar a la pantalla una nueva y definitiva versión de La tragedia de Macbeth que se estrenaría en 2021.

Joel Coen probablemente maldijo cien veces el momento en que se le ocurrió asistir al citado fiestorro, pero no se lo dijo a nadie por no buscarse problemas. O sí, no lo sé.

Joel Coen retoca muy poco el original de Shakespeare y aparte de los dos protagonistas que le toca soportar (una porque es la parienta y el otro porque estamos en el siglo XXI con su maldita corrección política y además se puso muy pesado) logra gracias a la excelente labor de Ellen Chenoweth disponer de un reparto de secundarios muy bueno y de ello te das cuenta en los primeros cinco minutos de ajustado metraje cuando escuchas (en v.o.s.e., claro) a Kathryn Hunter (por cierto, nacida en Nueva York) declamar los versos de las brujas y a Bertie Carvel (del mismo Londres, que reconocí su voz de inmediato -por su protagónico de Dalgliesh- pero no su cara, muy caracterizado) como Banquo y de repente oyes a Denzel Washington ponerse él mismo en ridículo con una declamación que deja en evidencia su poca categoría, incapaz de abandonar su acento estadounidense ni por un momento, lo que también, ¡ay!, le ocurre a Frances McDormand.

Hay un contraste lamentable entre los dos protagonistas y todo el resto de la película y me atrevo a decir que quizás Joel Coen hubiese hecho mejor dejando a la parienta en casa y produciendo y dirigiendo una versión cinematográfica del éxito teatral de Orson Welles de 1936, es decir, todos negros y la acción en el caribe, con lo cual nadie puede pretender que el texto se pronuncie en un inglés medianamente correcto como mínimo y excelente en el mejor de los casos. No me vale tampoco la inclusión de gentes de raza negra en unas tramas históricas que forzosamente les son ajenas, simplemente porque así no se enfada la minoría étnica, lo que es más bien ridículo y demuestra falta de inteligencia: mucho mejor Voodoo Macbeth, donde va a parar.

Si hipotéticamene eliminamos de la memoria el ridículo de Denzel Washington y de Frances McDormand al no poder representar con dignidad unos personajes harto difíciles, cierto, pero al alcance de unos pocos entre los que no se cuentan y debemos recordar que ambos magníficos protagonistas de la versión de 1948 eran los dos asimismo estadounidenses, con lo cual la nacionalidad no es excusa para no domeñar el lenguaje inglés, nos encontramos con un Joel Coen que olvidándose por completo de los protagonistas se centra en ofrecernos unos estilizados escenarios con elegantes movimientos de cámara y unos efectos especiales muy bien logrados y bien ideados, un poco blandos para lo que es la tragedia escrita por Shakespeare y con algún que otro fallo de atrezzo (esos botos que calza Macbeth parecen de Ubrique), servido por el atento ojo avizor de Bruno Dellbonnel y con la musiquita de Carter Burwell, todo muy bonito pero falto de garra: hay crímenes, pero no duelen. O no tanto como debieran.

La pareja protagonista aparte de ser incapaz de declamar de forma aceptable unos diálogos magistrales (porque dudo que lo hagan tan mal adrede) son a todas luces una mala elección, simplemente por su edad: ambos pagarían por cumplir mañana el medio siglo y sin poder disimular que ya están en la categoría de los veteranos entran en el selecto club de intérpretes que hacen el ridículo intentando representar personajes a los que doblan la edad cuanto menos.

Así, cuando Macbeth le dice admirado y apasionado a Lady Macbeth: ¡No des al mundo más que hijos varones, pues de tu temple indomable no pueden salir más que machos! Ves a una ajada McDormand con una mueca que induce a la risa.

Y además deja sin sentido, sin lógica, la frase que encabeza pronunciada por el traidor Macduff que lo es, como sabemos, porque en su cobardía por huir de Macbeth abandona a su suerte a su esposa e hijos y luego se lamenta de no poder vengarse al no tener hijos Macbeth. En esta película, ni los tiene ni los va a tener, por su edad y la de su esposa.

Tengo para mí que Joel Coen se venga de ambos protagonistas olvidándose de la buena idea de Welles al momento de presentar los parlamentos con la voz en off, porque una y otra vez les deja a ambos largar de muy mala manera unos textos que son la prueba de fuego de cualquier intérprete de fuste y esos dos fracasan estrepitosamente en su desempeño. No me puedo creer que Joel Coen haya sido tan maquiavélico.

En definitiva: agarras a Benedict Cumberbatch y a Keira Knightley y mandas a paseo a Denzel con la Frances y te marcas un Macbeth la mar de moderno y seguro que mucho mejor. Avisados quedan.


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