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dissabte, 12 de gener del 2019

(B) Roma (B)





El pánico de la hoja en blanco me asalta y no sé ni cómo empezar ni siquiera cómo titular este sucinto comentario de una pieza que pretendía castigar con la indiferencia que merece pero que por méritos propios adquiridos en la perseverancia de aparecer día sí día también en los medios provocando un ruido exasperante acaba con mi paciencia y lo que iba a ser una callada por respuesta torna en análisis más o menos detallado del cúmulo de pifias que incomprensiblemente han pasado desapercibidas para algunos escribidores que supongo de buena fé.

Aceptado ya a estas alturas del juego que uno es un puñetero tiquismiquis aficionado al cine desde hace varios decenios a nadie sorprenderá que la memoria cinéfila asome y sirva de agarradero precisamente cuando se oyen y se leen parrafadas elogiosas que se tienen por inverosímiles y así, medio en broma medio en serio aparece en el título la letra (B) rodeando la palabra Roma, aceptando el interesado juego toponímico del espabilado mexicano de buena familia burguesa que siempre quiso ser director de cine y que apunta descaradamente a un clásico de 1972 y la fecha tampoco es ninguna casualidad.

Así, el cinéfilo veterano habrá sin duda reconocido al inefable Bronski asomando la jeta acompañando el reclamo introductorio de esta entradilla y lo cierto es que aparece porque sigue viviendo en unos minutos gloriosos de buen cine al que suelo acudir cuando me he aburrido considerablemente con una película producto de unas ínfulas desmesuradas a repartir entre directores ineficaces y ejecutivos semi analfabetos en lo que al arte cinematográfico se refiere: efectivamente, es ése Bronski que está en la imagen a punto de ser derribado de su pedestal, lo mismo que el emperador en pelota picada, por una inocente criatura que le pide un autógrafo mientras deja en evidencia a unos ciudadanos convencidos de hallarse ante el mismísimo Hitler. Ese Hitler de broma de Bronski nos provee de una (B) que convierte la eufónica Roma en la sarcástica BRoma suponiendo que hubiese talento suficiente.

También podríamos agarrar esa (B) y sufijarla a ese título copiado consiguiendo así que el cinéfilo impenitente admitiera como más oportuna una adjetivación o calificación de una película que está recibiendo inmerecidos honores y lo que está por venir, me temo, de la mano de don dinero, evidenciando una vez más que la industria del cine ha determinado apartarse del arte cinematográfico como expresión, quedando en mero negocio.

Alfonso Cuarón escribe un guión (ojo: que lo cuento todo) que necesita una película de dos horas y cuarto para explicarnos los avatares de una familia de la alta burguesía mexicana que en 1970 afronta dos graves problemas: una mucama de las dos que les sirven queda embarazada de un novio que pertenece a las milicias paramilitares anticomunistas y la señora de la casa, madre de cuatro hijos, ve como su esposo se va a un congreso médico y no vuelve, mientras una tarde en la calle hay un poco de follón no se sabe muy bien porqué. Eso es todo. ¡Ah, no! Que la pobre sirvienta, a la hora de dar a luz, pare un niño muerto. Ya está. No hay más.

Alfonso Cuarón se está especializando en presentar globos hinchados de helio que se levantan con una rapidez inaudita: ya nos aburrió sin conmiseración alguna con Gravity hace cinco años y claro, al comprobar que su discurso inane y autocomplaciente le proporcionaba un montón de premios, publicidad y dinerito fresco, ha vuelto a las andadas.

Un día debió ver la película de Fellini y se dijo: ¡coño! pero si en mi ciudad tenemos un barrio que se llama Roma y yo vivía por allí, en una zona residencial: es el destino que me llama a contar mi historia y ¡tomar el relevo!. Haré una película y la llamaré Roma.




Lo malo es que por lo visto el niño pijo Cuarón (vivir en una casa enorme con dos criadas y un chófer no es de clase media trabajadora ni ahora ni tampoco en 1970) tiene una memoria modificada, rectificada, que intenta ser políticamente correcta y no molestar a sus paganos, a los que les engaña en un supuesto ahorro al encargarse él mismo también de la fotografía.

Ya los títulos de crédito iniciales avisan de lo que vamos a encontrarnos: un intermitente baldeo de unas grises, sucias baldosas, sin que ni por un momento asome la acción de fregar un suelo que lo amerita, nos introducen en una casa de muy amplios aposentos, varias plantas servidas por una ancha y luminosa escalera que Cuarón no sabe filmar y pasamos de una planta a otra de golpe, cortando el plano: lo de las secuencias cinematográficas lo explicaron un día que Cuarón faltó a clase y tampoco se ha cuidado de visionar y revisar alguna película de Wyler o de Welles o si acaso del pobre Hitchcock, al que la rácana academia jamás le concedió un premio por su trabajo, a diferencia del gran Cuarón, que ya lleva dos y todo huele (apesta, mejor) a tercero por un trabajo que no resiste comparación alguna.

Cuarón se harta de transitar malamente las escaleras de la casa, lo mismo que demuestra haber hecho novillos también el día que explicaban los saltos de eje y los contraplanos: por ejemplo, vemos a la criada Cleo abrir el cajón de una cómoda cabe una ventana y de repente la cámara salta fuera de la ventana para mostrarnos a la fámula de frente mientras a su espalda ni sucede nada ni aparece ningún otro personaje, con lo cual ese movimiento de cámara se revela inútil, superfluo, innecesario y ocupa un metraje que no nos cuenta nada de nada.

En una época en la que el cine es digital (lo que conlleva unas facilidades enormes en la fotografía, especialmente la sensibilidad o respuesta a la luz, permitiendo jugar fácilmente con la profundidad de foco) y las cámaras pueden moverse por los interiores sin necesidad de complicados raíles, el amigo Cuarón se mueve a golpe de plano en unos interiores que suelen ser en su mayoría muy amplios, incluso en la habitación que usan Cleo y su novio para fornicar y desde luego no podemos acusarle de emplazar mal la cámara pero tampoco demuestra un virtuosismo ni un acierto que alcancen la excelencia, cumpliendo con los mínimos exigibles, no faltaría más: ya que no sabe mover la cámara, por lo menos que la deje quieta en algún lugar donde no moleste ni cause dolores de cabeza.

El guión no alcanza más allá de lo expuesto y cualquier consideración que se pueda producir respecto a significados y simbolismo, representaciones y demás, obedecen a causas que se pueden debatir con toda tranquilidad pero que seguro no aparecerán jamás en los medios de comunicación, empeñados en convertir esta castaña digital en un surtidor de manjares para paladares exquisitos: lo mismo que ocurre en la fábula apuntada al principio, cuando una niña apea al bueno y amable Bronski de su semblanza con el pavoroso Hitler, dejando clara la falsa percepción de los concurrentes. La idea no pertenece a Lubitsch, desde luego, pero señala una cultura clásica que proviene incluso de los más famosos cuentos árabes del siglo IX. El maestro berlinés sabía leer y sabía escribir y Cuarón, no.

Su guión no tiene nada de interés, nada nuevo, nada punzante. Incluso diría que es mendaz porque me resulta harto difícil creer que unos millonetis mexicanos de 1970 no despacharan ipso facto a una servidora soltera embarazada y en cambio la cuidaran al extremo de hacerla atender por sus médicos particulares. ¿Cómo puede explicarse que Cuarón nos presente un México de finales de los sesenta y apenas aparezca una sola secuencia que, de refilón, muestra los alborotos que hubo en la capital, pidiendo libertades, duramente reprimidos por las autoridades, y ni siquiera se detenga un minuto a explicar qué es lo que pasa en las calles?

Cuarón usa ciento treinta y cinco minutos para no contarnos nada de interés de una forma que ni siquiera estéticamente es atractiva. El amigo Bronski, al servicio de Lubitsch, en hora y media, sin apenas hablar, acomete acciones que se valen de las falsas apariencias, pero no nos engaña y nos tiene en vilo con sus compañeros de reparto, todos muy bien dirigidos.

Porque para rematar, Cuarón se evidencia como un pésimo director de intérpretes. O de supuestos intérpretes. Intentando emular a maestros neorrealistas como De Sica, se sirve de una aficionada de buena voluntad y escasos méritos, Yalitza Aparicio que en su primer largometraje ya está oyendo elogios que la sitúan en un pedestal, cuando la triste realidad es que no expresa ni emoción ni sentimiento alguno con su cuerpo y que su arte declamatorio es tan pobre que ha provocado la aparición de subtítulos provistos por la propia productora, Netflix, para que en España (y supongo que en otros países, inclusive en México) sea más fácil entender lo que dicen.

Precisamente ha sido la última escandalera provocada por el propio Cuarón, quejándose del uso de esos subtítulos, lo que me ha impelido a escribir acerca de una pieza sobre la que no vale la pena esforzarse: imagino que consciente que el director es el máximo responsable de lo que se presenta en pantalla, sea grande, sea chica, el amigo Alfonso ha querido reivindicar el trabajo de su "estrella" y de paso el propio, cuando lo cierto es que el problema real no reside en la forma de hablar del pueblo mexicano, con un acento, una melodía y unos vocablos que distan mucho de los que se usan en la península ibérica e incluso en cualquier lugar de centro y sudamérica: no es un problema ni nuestro ni de los mexicanos, Alfonsito, a ver si te enteras: es un problema tuyo y de tu protagonista, que no hay dios que la entienda sin esforzarse, porque no sabe declamar. Y para muestra, un botón: tú, Cuarón, no eres más mexicano de Cantinflas y a Cantinflas jamás nadie le puso subtítulos en España. Para que te enteres, majo. Ya está bien de chulear barato y sacar pecho con arrogancia cuando debería darte vergüenza presentar al público esas mamandurrias gracias al apoyo de las gentes de Netflix.

Y ya puestos y brevemente, un pensamiento relativo a Netflix: hace años, en intercambio postal con el amigo Manuel Márquez, contemplábamos la inminente aparición en la industria cinematográfica del mundo digital: aún siendo un apasionado de las novedades tecnológicas, le mostraba a Manuel mi desconfianza en un futuro que el preveía más halagüeño, pensando, con razón, que el abaratamiento del coste que el digital presuponía iría en beneficio del arte del cine. Jamás se me hubiese ocurrido que primero obligarían a las salas de todos los cines a reconvertir sus costosos proyectores en los nuevos digitales (lo que provocó algún que otro cierre, por la inversión a practicar) y luego surgiría un emporio encaminado a eliminar de hecho las salas de cine al promover que las películas se exhibieran on line sin necesidad de intermediarios. De ahí a un monopolio (si acaso, un oligopolio) que en nada beneficiará al cine en sí mismo, sólo queda un paso. Ojalá me equivoque.







14 comentaris :

  1. Pero Josep...Debe ser por mi ignorancvia en caso de cine...pero debo confesarte que "Grabity"...con todo y sus fallas, a mí me gustó. De hecho, cuando la reseñé en tigrero, más de uno de mis caros seguidores me cayó encima...risas

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    1. Sobre gustos, Alí, no hay disputas: a mí me aburrió, así que puede que si ves ésta, te complazca más que a mí. Lo dudo, pero no niego la posibilidad. Como sea, la decisión es tuya y ya dirás, luego.
      Un abrazo.

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  2. Totalmente de acuerdo en cuanto al futuro del medio si lo dejamos en manos de las plataformas televisivas. El otro día, precisamente, lo comentaba con una persona, en comparativa con las leyes antimonopolio que en los años 50 obligaron a los estudios a deshacerse de sus cadenas de cines.

    En cuanto a Roma, la película triunfa porque reboza de aparatoso "buen cine" y de manera resultona algo que, en comparación al resto de la cartelera, reconforta al espectador medio, que cree que ha visto algo importante y que, como le gusta, ya pertenece al gran club gourmet de los cinéfilos etiqueta negra, y no a la morralla de los superhéroes y demás. Pura autocomplacencia, del autor y del público. No me parece mala película, no me parece tampoco gran cosa si echamos mano de la memoria. Ya comenté en su día que, pongamos, estrenada hace cincuenta años, hubiera pasado desapercibida.

    Un abrazo

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    1. El rebote contra los usos de Netflix es comprensible en una industria, la de exhibidores, que va un poco como perdiz mareada y realmente con pocos recursos y menos ahora. No confío nada en que se dicten leyes ni anti monopolio ni anti trust ni nada parecido, porque nada apunta en esa dirección sino en la contraria.

      En cuanto a Roma, creo que aciertas en tu diagnóstico y que he sido optimista al dejarla en una Serie B de la que tenemos ejemplos que le dan sopas con honda sin despeinarse y lo que me preocupa -relativamente- es el poco espíritu crítico del respetable, posiblemente causado por el desconocimiento ya que no se ha favorecido el visionado de buen cine como base cultural.

      Un abrazo.

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  3. Le has dado caña sin piedad, sire..;P
    A mí, personalmente no me apetece lo más mínimo, incluso antes de leer tu crítica, que ya con eso...ni lo intento. La polémica de los substítulos...señores si hay peliculas de aquí, nuestro "suelo patrio" que no se entienden sin ellos !!
    Ni con la facilidad de tenerla en Netflix me van a convencer.

    Besos.

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    1. Es que llega un momento, Milady, que uno ya no puede más y casi se siente en la obligación de chillar que está viendo al emperador desnudo.

      En este caso, incluso objetivamente, la pieza no se sostiene: ya no es sólo cuestión de gustos.

      Lo de los subtítulos ha sido el detonante: quería apuntar lo que tú precisas con muy buena puntería y al final se me olvidó; está claro que la declamación, la inteligibilidad del discurso ha pasado de moda....

      Seguro que hallas cosas mejores a las que destinar tu tiempo...

      Besos.

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  4. Como le dices a Alí, sobre gustos...
    Pues a mí me gustó mucho, y entiendo que si bien es una película lenta (no ocurre más que lo que cuentas en ese párrafo), creo que en los detalles y en la calidad de la fotografía, está su mayor riqueza. Y me llegó a emocionar.
    Quizás también vengo ayudado porque es una película muy latinoamericana y que muestra cosas que en el Primer Mundo no se suelen ver.
    Incluso apoyo lo que dice Cuarón sobre los subtítulos, entiendo que se enoje, aunque debería dejar que cada uno haga lo que quiera, yo prefiero ver las películas en su idioma original y que lo que crean que no voy a llegar a entender que lo aclaren en los subtítulos.
    Ah, y el título me hizo pensar en Amor leído del revés, ja. No leí ninguna crítica o aclaración al respecto, pero me quedó esa sensación.

    En fin, sobre gustos...

    Abrazo Josep!

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    1. En este caso, Frodo, mi queja principal no es por la lentitud (que también) sino porque, de entrada, el guión carece de mordiente, de interés.

      No te creas que lo que cuenta suene a tan raro al otro lado del charco (eso del Primer Mundo es una expresión que no me gusta nada) ni tampoco que lo que cuenta se pueda adscribir de alguna forma a ningún continente en particular: de eso nada de nada.

      Lo que cuenta ha pasado, pasa y seguirá pasando en todas partes, Frodo, te lo puedo jurar.

      Lo malo es que ni el embarazo de la sirvienta ni el súbito abandono de la señora de la casa pueden levantar pasiones ni sentimientos, precisamente porque Cuarón no consigue que empaticemos con ninguna de las dos.

      Y de propina, pasa dejando de lado una situación histórica que tiene mucha miga. Por eso no me gusta su guión.

      Y tampoco como lo representa, ni como lo filma, ni como lo fotografía.

      Creéme si te digo que hay muchas películas del siglo pasado que la superan con creces en todo. Se aprovecha, creo, de un hecho: el cine clásico apenas se ha visto desde hace treinta años en parte alguna y así no hay antecedentes para comparar.

      Sin ir tan lejos, y refiriéndome por último al tema de los subtítulos, me parece imperdonable la postura de Cuarón: como digo, la culpa es suya por no saber dirigir a sus intérpretes.

      En mi comentario apunto al célebre mexicano Cantinflas, pero puede que no le hayas visto ninguna de sus películas. Pero seguramente, habrás disfrutado del gran Ricardo Darín, siempre inteligible sin subtítulos y te vou a citar dos películas, una buena y otra mala: El secreto de sus ojos y La Cordillera.

      Pues bien, Darín, en la mala, está mucho mejor que cualquiera de los trabajan con Cuarón.

      No trato de convencerte, Frodo: sólo trato de argumentar el sentimiento que me producen las películas.

      Si a tí te agradó, suerte para tí.

      Un abrazo.

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  5. Por aquí no está. Pero siempre es un placer leerte.
    Estoy de acuerdo en que en ocasiones el bombardeo publicitario es exasperante. Aquí se va más allá. No es mera publicidad. Es que la película ya ha sido catalogada de obra maestra en algunos casos sin ser vista todavía. Lo cual dice mucho de los servicios de propaganda.
    Como no la he visto, tomo nota y paso al último punto sobre el que discrepo. A mi lo digital no me molesta. Y no creo que vayamos hacia un monopolio de plataformas digitales.
    Hace más de una década que oí que las librerías tradicionales desaparecerian muy pronto.
    Ahora la moda es hacer tu película en Netflix. Es el futuro nos dicen y nos venden.
    Pincho de tortilla y caña a que pasado el boom llegará un revival en el que los más modernos directores dirán que ahora les apetece rodar para una gran sala en cinemascope.
    Del mismo modo que vuelve el vinilo. No hay que olvidar que Nolan ya rodó Dunkerque en celuloide, y a todos les pareció una genialidad.
    Tiempo al tiempo. Ahora resulta que todas las pelis de Netflix son buenísimas y las otras morralla.
    A ver si va a resultar que de repente la plataforma digital obra x arte de magia guiónes maravillosos y direcciones antologías...
    Soy bastante escéptico al respecto. El problema no es el soporte...es por desgracia mucho más profundo.
    Cuando la vea te digo. Un abrazo

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    1. Primero, lo más importante, Víctor: la caña, que sea una mediana y que sea una Voll y el pincho tortilla que lleve a su prima la morcilla y luego, si eso, ya lo hablamos.

      El tema no es el soporte en sí mismo: el tema es que gracias al soporte, han perjudicado al pequeño exhibidor (y al gran también, imagino) que encima ve cómo su público desea ver películas que a él ni siquiera le ofrecen ni aunque las pida expresamente y tiene que exhibir lo que le señalan.

      Piensa que el cine digital, por ejemplo, viene en soportes que llevan también, la versión original y los subtítulos. Siendo así, ¿porqué es tan difícil disfrutar de v.o.s.e.? Es un simple click, pero viene encriptado de origen.

      No dudo que tengas razón en un retorno al celuloide, porque si miro a mi alrededor, veo un montón de vinilos que me empeciné en no desechar y seguir disfrutándolos y ahora estoy "en el top" jajaja.....

      Lo de Netflix, como lo de HBO y otras, es industria y es un vaivén: a veces aciertan y todo el mundo se apunta a asegurar que los mejores guiones están en las series, y a veces la pifian, pero nadie dice nada, porque la publicidad paga hipotecas...

      Respecto a Roma, el día que la veas, si la ves, ya me dirás el qué....

      Fijo que a los pinchos se apunta más gente....

      Un abrazo

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  6. Hombre, ¿por qué te metes de esa manera con Cuajarón? ¿Y con Netflix? ¿Y con Gravity? Con lo chulo que iba George Clooney dentro de su traje espacial. Incluso cantaba, allí, en el inmenso espacio. No, mí querido Josep. No está bien que te metas con Cuajarón. Mira que llamarlo “pijo”, al pobre hombre. Solo lo ensalzas al decir que posiblemente vio la película de Fellini, si es que Cuajarón ha visto algo de Fellini, es más, si ha visto algo de cine clásico. ¡Hostia! ¡Ahora soy yo el que se está metiendo con Cuajarón! ¿Es mexicano, no? ¿No hizo una parte de Harry Popótter? ¿No ha producido cosas como Año uña, Rudo y cursi, Desierto y Mowgli? ¿Es mexicano, no? Me parece que es mexicano. ¿Ha visto las películas de Fellini? ¿Por qué te metes con Cuajarón? ¿Y Gravity? Jopé, Josep. Gracias a esta película dejamos de ver por un tiempo a George Clooney anunciando Nespresso. Ahora no recuerdo si he visto Roma de Cuajarón. ¿Hace mucho que la hizo? ¿Neorrealismo high-tech y prestigio Netflix conjugados en un producto concebido para espectadores necesitados de cierta redención moral? Seguro que tenía cierto virtuosismo de cámara, montaje, esmerada fotografía en blanco y negro, eficacia de dirección de actores, sutileza del escenario y bla bla bla… Por cierto, ¿es mexicano? Si lo es no lo parece porque hizo una de Harry Popótter. A ver si me acuerdo de algo. Ah, sí. Tiene tecnología digital más sofisticada y se pone al servicio de una suntuosa puesta en escena fundada en la culpa: de raza, de sexo, de clase. Un potente dispositivo visual de lavado de conciencia y blanqueo ideológico. A ver, a ver… ah, sí, y desde la primera secuencia, el fregado lustral, con el agua sucia vertida actuando como pantalla reflectora y Cuajarón deja claro que si en su anterior peliculilla (Gravity) habló del cielo, y Clooney cantando en el espacio, ahora se dispone a hablar del suelo. Pie a tierra (¿México?) por cierto, ¿es mexicano?, con los ojos puestos en el cielo (¿Hollywood?). Y viceversa. Con todo, si no recuerdo mal, a su retrato mexicano de las relaciones entre la burguesía progre de la época y las criadas indígenas le falta, no sé cómo decirlo, malicia buñueliana y le sobra, ay, buenismo socialdemócrata (o simplemente cristiano).

    ¡Ahora lo pillo! Me ha costao lo mío, mi querido Josep. ¡Es mexicano! ¡Y rodó una de Harry Popótter! Por cierto; ¿se llama Cuajarón, no?

    Un fuerte abrazo.

    PD: Lo sé; te debo una respuesta vía correo por tu regalo. Dame tiempo y allí estaré, amigo mío.

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    1. Ha merecido la pena ver esa pieza y luego comentarla para recibir tu semblanza y partirme de la risa, querido Paco: creo que tienes razón, que también dirigió una del Harry volador y no me acordaba y mira que también la ví.
      Ahora que lo pienso, la del niño aprendiz de brujo (¿porqué nunca se les ha ocurrido usar la composición de Paul Lukas?¿por no ser acusados de imitar a Disney? Bien que han usado Roma como título) debe ser la que menos me ha aburrido de las de ese mexicano que insulta la memoria cinematográfica del país hermano no tan sólo olvidando a Cantinflas sino también, claro, a los ilustres cineastas que recibió con brazos abiertos años ha.
      Lo otro, lo clavas bien: parafernalia mercadotécnica y poco más.

      Un abrazo.

      p.d.: Tranqui. Hay que mojarlo, un día.

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  7. Al terminar de ver "Roma" en Netflix me dije: "¿Ya está? ¿Eso es todo?" Me pareció haber visto lo que los americanos llaman una "River Movie", un film que ves como mirando pasar un rio y que al final te ha dejado indiferente.
    A Mario Casas sí que tendrían que ponerle subtítulos, pero eso no solo ocurre aquí, viví casi un año en París y un día fui con unos amigos a ver "CRAZY" una película del Quebec. Me sorprendió que estuviera subtitulada en francés, me dijeron que a los franceses les cuesta entender el francés de allá y no me extraña, aunque mi nivel de francés ya era bueno sin los subtítulos no entendía ni la mitad.
    Saludos!
    Borgo.

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    1. Ja,ja.... una espera inútil, Borgo: nada de nada.

      Lo de los subtítulos me suena a maniobra descarada para prolongar el "candelero" : no me negarás que tú sí te has reído con las películas de Cantinflas sin necesidad de subtítulos y que, como apuntas, abundando lo que dice Abril, es un mal endémico por culpa de "intérpretes" que no saben declamar. Lo otro son excusas...
      Los franceses, como sabrás mejor que yo, tienen sus escrúpulos lingüisticos muy acusados...
      Un abrazo.

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