1956: Sesión doble de Lang
Veinte años y veintidós películas después de haber llegado y trabajado en Hollywood, Fritz Lang aceptó firmar un contrato con el productor Bert E. Friedlob comprometiéndose a dirigir dos películas que serían distribuidas por la RKO, lo que como todos sabemos significaba un presupuesto muy ajustado y poco tiempo a disponer desde que el guión se aprobara por la censura hasta que se diera por finalizado el rodaje.
Transcurridos ya sesenta y tres años, sorprende que un director de la talla innegable de Fritz Lang se viera compelido a acometer el rodaje de dos películas en un mismo año natural y además que las mismas se incardinen de forma natural en la gloriosa Serie B -gloriosa por la forzada participación en ella de ilustres cineastas como Lang- cuando lo más lógico hubiese sido proporcionarle la suma de medios para realizar una sola película.
En 1956 la industria del cine ya empezaba a notar la influencia de la televisión en la taquilla y su única ventaja era la posibilidad de ofrecer formatos panorámicos y a todo color por un lado y por el otro tocar algunos temas enfocados al público adulto, pues pese a existir la censura de contenidos era más rigurosa para la televisión, precisamente por su virtud de colarse en los hogares estadounidenses sin pedir permiso. Así que en la pantalla de los cines había lugar para superproducciones y también para películas de Serie B que ofrecían temáticas especializadas por temporadas y a mediados del siglo pasado el policial, el terror y el suspense eran anzuelos de probada eficacia para atraer al gran público.
Ello no era obstáculo para que algunos cineastas de talento subvirtieran las propuestas cada vez más simplistas de los productores empeñados ya entonces en hacer dinero antes que cine para rodar películas que bajo la apariencia de una forma contenían acerados alfileres de crítica social sin perder jamás de vista que el aburrimiento es el mayor peligro y obstáculo para cualquier mensaje que se quiera ofrecer al espectador: Lang prefería ocuparse de cuestiones que atormenten el alma antes que de presentar acción trepidante, convencido que, en definitiva, los problemas que pueden tener los personajes de la ficción captarán la atención del espectador, siempre que consiga su empatía.
Friedlob presentó a Lang dos guiones para rodar sendas películas y el amigo Fritz vió enseguida las posibilidades de exprimirlos a su preferencia contando con la colaboración de su amigo Gene Fowler Jr. que sería el que se ocuparía del montaje, como ya hizo en tres ocasiones anteriores (Western union -1941; Hangmen also die - 1943; The Woman in the window -1944) en quien Lang depositaba su confianza, sabedor que los productores acostumbraban a remontar las películas una vez finalizadas, bien por presiones de la censura bien por estúpidas ideas comerciales de exhibición.
La primera de las películas fue While the City Sleeps (Mientras Nueva York duerme), basada en una novela de Charles Einstein que adaptó Casey Robinson y la sinopsis sencilla podría expresarse afirmando que la tranquilidad de la ciudad se ve alterada por la existencia de un peligroso asesino que ataca a las mujeres que viven solas y las mata dejando mensajes y señales, lo que despierta el afán de los periodistas para relatar los avatares de la investigación criminal.
Esa convocatoria al suspense se advierte en el cartel del lateral en el que además de ver a una joven en salto de cama y a un repartidor a domicilio de un supermercado acechando tras la puerta comprobamos que hay un atractivo elenco de intérpretes, un reclamo para el espectador ayudándole a tomar la decisión de dejar por un rato el televisor y acudir a la sala de cine a estremecerse con chicas bonitas y un asesino enfebrecido.
Lang entra en materia rápidamente: antes siquiera de la aparición de los títulos de crédito nos ha presentado el primer asesinato sin apenas diálogos, sin motivación alguna, fríamente, usando la elipsis para evitar escabrosidades innecesarias: tiene bastante con el rostro tenso del asesino (impagable composición de John Barrymore Jr.) y sus guantes negros para dejar la impronta de un asesino en serie.
Mientras tanto,Amos Kyne, dueño de las Empresas Kyne, conglomerado de los medios de comunicación, periódico, agencia de noticias y canal de televisión, está convaleciente de una grave enfermedad pero al lado de la cama tiene dos máquinas de teletipo en las que recibe la información del asesinato que acaba de ocurrir gracias a la somera información que ofrece la policía de Nueva York y de inmediato llama a rebato al director del Sentinel de N.Y., Griffith, al de la Agencia, Loving, al director de Reportajes gráficos, Kritzer y a su periodista estrella de la televisión Mobley y les pega una bronca porque tiene que ser él quien desde la cama entienda la importancia que para el periodismo -es decir, para su empresa- tiene una noticia semejante, aventurando que va a dar muchos titulares, tantos como asesinatos se vayan produciendo por el criminal desconocido.
Amos Kyne despacha a todos excepto a Mobley con el único objeto de reiterarle, una vez más, su deseo que éste acepte sustituirle en el cargo de mandamás del conglomerado, participándole sus lamentos por la poca confianza que tiene en su heredero natural, su hijo Walter Kyne, a quien asegura haberle regalado en demasía la vida; mientras Mobley se niega por enésima al tiempo que le conecta el televisor para que el jefe pueda ver su espacio, pronto a emitirse, el viejo Amos Kyne fallece repentinamente.
Lang nos muestra la pantalla del televisor en la que Mobley, apesadumbrado, anuncia el fallecimiento de su jefe y para reafirmarlo, enfoca en contrapicado en el exterior del edificio el rótulo de KYNE que se apaga.
Aparece entonces la materia de la que Lang se servirá para poner en tela de juicio la sociedad de la época -el espectador de este siglo aquilatará su vigencia- a través de la conducta de los personajes que viven en la trama: será su codicia la que los motivará en búsqueda de poder, influencia, dinero.
Porque Walter Kyne, admitiendo su inexperiencia,les dejará entrever que quien acabe dilucidando el misterio de los crímenes será el que ocupe un nuevo cargo, de Director Ejecutivo, ya que él, dueño de todo, necesita tiempo para aprender.
Salvo Mobley, que siempre rechazó la posibilidad, los otros tres iniciarán sus tejemanejes de inmediato y Lang se cuidará mucho de remarcar la falta de escrúpulos de los aspirantes: mediante una cinematografía que huye como del diablo cualquier aproximación a la fotografía expresionista o cuando menos fuertemente contrastada de sus trabajos más célebres, el taimado Fritz se empeña en filmarlo todo con una amplia gama de grises y un formato que imita al tono televisivo, buscando una normalidad que otorgue apariencia de verosimilitud a lo que nos cuenta la cámara sin alardes, lo más quieta posible, pues Lang lleva a la práctica su teoría que para criticar a la sociedad la apariencia debe sujetarse a lo que se cuenta y lo que nos explica rezuma mediocridad ética tanto por parte de los medios periodísticos como incluso de la propia policía que, absolutamente perdida, coadyuva a unas prácticas periodísticas que lejos de situarse como meros espectadores y relatores de una actualidad vigente la usan para sus propios fines.
Ello no es obstáculo para que su arte, que para él era casi una obligación entendida como búsqueda de la perfección, se desarrolle sigilosamente, sin llamar la atención: por ejemplo, cuando filma al asesino lo hace siempre con una iluminación fuerte compensada probablemente con filtros -pues no se observa mayor profundidad de campo por usar diafragmas pequeños- con el fin de conseguir que sus pupilas se encojan produciendo una mirada psicótica cuando está encaminado a un nuevo crimen.
Todos los personajes salvo el asesino -que es un psicópata incapaz de dominarse- perpetran actos innobles y con ello Lang apunta con bala a los negocios de la comunicación, tomando cada personaje como prototipo de éxito, como cumbre de cada profesión, verdaderos egoístas más preocupados por sus afanes que por cualquier otro concepto; el conjunto nos lleva a concluir que los llamados medios de comunicación atienden en primer lugar a sus intereses propios y después a la naturaleza de su profesión.
Ni siquiera queda libre de la crítica el teórico protagonista, Mobley, al que Lang presenta como dipsómano e infiel al dejarse querer por la también infiel y dipsómana Mildred, aunque a ella sus movimientos interesados satisfacen por partida doble, lo mismo que le ocurre a Dorothy Kyne, infiel y deseosa de cierta venganza.
Un final acomodaticio y convencional, con toda seguridad impuesto por Friedlob -que luego se preocupará de aparecer en el primero en los títulos de crédito- no consigue hacernos olvidar que más allá de lo esperado, hemos asistido a una diatriba dirigida a unos medios que intentan y quizás consiguen manejar la sociedad que los sustenta.
Así lo refleja el cartel que apareció ya después del estreno inicial, confirmando el retrato de unas gentes capaces de vender a su propia madre para conseguir sus fines.
Un contrato es un contrato y aquí tenemos a Fritz Lang en 1956 con la obligación de rodar una película para Friedlob y la RKO asumiendo que para un director no existen los derechos de propiedad intelectual usualmente maltratados, ignorados en realidad, por unos productores que del séptimo arte apenas saben nada: Lang se las tuvo con Friedlob en la anterior -hasta cuatro pre estrenos hizo para tener razones para eliminar una escena que no le gustaba [y no pudo, porque siempre hubo risas]- y además quedó un poco harto de la dipsomanía real de Dana Andrews y se lo imponían como protagonista de la siguiente película, así que paciencia y ver la forma de capear un compromiso que a priori se le antojaba árido y que despachó en veinte días de rodaje.
La película, titulada Beyond a Reasonable Doubt (Más allá de la duda) se basa en un guión de Douglas Morrow y a modo de sinopsis diremos que versa sobre la decisión de un escritor de aparentar ser el asesino de una corista con el fin de desacreditar la aplicación de la pena de muerte en un estado en particular. La idea parte de su futuro suegro, Austin Spencer dueño de un periódico, cuya hija, Susan Spencer está enamorada de Tom Garret, quien se inició en el periodismo y luego fue animado por el propio Austin a dejar el periodismo y dedicarse a escribir, con un primer libro de éxito en su haber y deseando iniciar la escritura de un segundo que le asiente en el parnaso. Las convicciones de Spencer contrarias a la aplicación de la pena de muerte por su carácter irreparable le llevan a urdir un artilugio encaminado a desacreditar no tan sólo al implacable Fiscal del Distrito -que aspira, como siempre, a ser Gobernador del Estado- sino a la propia legislación que propicia la condena a muerte de algunos reos de asesinato.
Lang inicia la breve película -escasos 80 minutos- con unos títulos de crédito que se desarrollan sobre las actividades propias de una ejecución en silla eléctrica a la que asisten como público Tom y Austin, quienes luego se encontrarán en un bar con el Fiscal, sabedor que al día siguiente la editorial del periódico de Spencer criticará la aplicación de la pena máxima.
La decisión de Tom Garret de simular ser el asesino de una corista hallada estrangulada en las afueras de la ciudad se ejecuta en complicidad con Austin Spencer que va tomando fotografías de todo lo hacen, dejando pistas que apunten a la persona de Garret como culpable, construyendo un falso culpable con la idea de esperar a la condena y levantar el secreto poniendo en evidencia que cualquier inocente, con pocas y falsas apariencias, puede acabar en la silla eléctrica.
El postulado de la trama encierra no pocas dificultades; el guionista, conocedor de los peligros que puede comportar desafiar la maquinaria de la Justicia, sirve perfectamente los intereses de Lang, a estas alturas de su vida bastante desengañado y escéptico de la sociedad estadounidense y sus mecanismos y con una gran condensación nos ofrece una visión bastante desgarrada de sus elementos: de una parte, un periódico que crea una artimaña con el objetivo de engañar a la policía y también a la fiscalía e inclusive a la judicatura; de otra parte, una fiscalía que se empecina en obtener la condena de un acusado con unas pruebas que no son mucho más que circunstanciales y que en cierta manera rompen el principio anglosajón de "más allá de toda duda razonable" (que aquí conocemos como "in dubio pro reo", base de una justicia garantista) sin perder de vista que, tratándose de un escritor de cierta fama, una condena a muerte significa para el Fiscal una proyección interesada y también, de rebote y de hecho como base, una policía que practica los descubrimientos que el artefacto del periodista y el escritor les va proporcionando, con un resultado que a priori se advierte como incierto.
El problema surgirá cuando, a punto de dictarse el fallo del jurado, algo sucede que da al traste con el artificio de los literatos y el falso culpable que el espectador conoce porque ha estado viendo todas las añagazas termina en una situación que le puede llevar de cabeza al cadalso.
Una vez más Fritz Lang se sirve de un formato cinematográfico próximo al documental, cuidando que su cámara se desplace acompañando a los personajes para evitar saltos de eje y dando continuidad a las secuencias: en pocas ocasiones uno verá escenas en corte judicial filmadas de forma que el montaje se hace casi innecesario y por si fuera poco en su afán de conseguir una normalidad cotidiana, Lang acaba por identificarse con las cámaras de televisión que cubren las sesiones del juzgado. Asimismo, tan pronto Garret acaba en una celda, nos presenta una prisión de aspecto desagradable, verdaderas jaulas, lo que le causó no pocas discusiones con el productor Friedlob.
Lang provoca la sensación de claustrofobia a partir del momento en que Garret para en prisión, no tan sólo para ése protagonista sino también para su novia Susan: las habitaciones parece haberse empequeñecido incrementando la tensión por el encierro que se advierte injusto y desproporcionado.
Seguimos en el mismo año 1956 y la industria del cine, como apuntamos, insiste en la presentación de películas con "suspense" al extremo que en los carteles solicitan que una vez vista la película nadie cuente el final ni descubra la resolución de la trama.
En este caso, un giro espectacular e imprevisto, probablemente existente en el guión a filmar, condiciona de alguna forma una resolución que el propio Lang posiblemente hubiese desarrollado de otra forma menos abrupta y más convincente, porque queda casi increíble. Ello no empece ni disminuye la carga crítica que Lang despliega presentando a unos prototipos pertenecientes a una sociedad que se comporta de forma irregular, poco ética, dejando en el alero varias cuestiones que atañen a las diversas consideraciones relativas a la culpabilidad o cuando menos a la responsabilidad concerniente al derecho a disponer de las vidas ajenas.
Diríase que Fritz Lang vertió en su última película americana buena parte de la amargura que le procuró la experiencia de trabajar en la industria de hollywood: al productor, Friedlob, que le intentaba engatusar para nuevos proyectos, le dijo claramente que prefería no rodar más películas antes que sufrir un infarto, declarándose harto de sus discusiones a causa de las intromisiones. Ignoro de qué ni por que causa, pero Friedlob falleció a finales de 1956, siendo esa su última película. Lang todavía rodaría cuatro más en Alemania y luego volvería a E.E.U.U. donde fallecería veinte años más tarde, en 1976, y lo hizo asegurando hasta el último momento que no le gustaban los productores.
En definitiva, dos películas del mismo año, del mismo director padeciendo al mismo productor y con la estrella principal idéntica. Dos ocasiones en las que el motivo aparente de una trama criminal sirve a los verdaderos propósitos del director, que a sus sesenta y cinco años demostraba mantener un espíritu rebelde capaz de aprovechar los resquicios de la industria para señalar fallos en la sociedad imperante y, como el decía, poner el dedo en la llaga.
No me diga nadie que no es una sesión doble absolutamente imperdible. 100 y 80 minutos de puro cine. Que lo disfruten.
Cuidado: en los comentarios, hay spoilers.
Dedicada esta entrada a mi primo Jordi, el día de su cumpleaños, a modo de gratitud por ser el único pariente que me lee.
¡Una abraçada, Jordi!¡I per molts anys!
Uno de los grandes directores de la Historia del Cine, y quizá, el mejor que supo adaptarse al cine sonoro. Si analizamos bien sus primeras películas sonoras descubrimos que son un prodigio de maridaje entre las imágenes y las palabras. Por ejemplo, en “La mujer del cuadro”, vemos a un siempre magistral Edward G. Robinson acompañando a su familia a la estación de ferrocarril y luego vuelve a su lugar de rutina. No se ha dicho ni una sola palabra y ya lo sabemos todo del personaje; si es feliz, en qué trabaja, etc. En “M, el vampiro de Düsseldorf”, vemos al gran Peter Lorre que huye constantemente de sus perseguidores y es detectado por los ruidos que emite. ¡Es el sonido quien va delatándolo! Ahora los directores deben contarlo todo a base de diálogos redundantes llenos de tópicos para al final no decir absolutamente nada. Es curioso, pero la crítica actual jamás indaga en este hecho tan evidente y lamentable. Quizá porque ellos también escriben llenos de redundancias, tópicos y latiguillos.
ResponEliminaAquí nos hablas de una manera ejemplas sobre dos excelentes películas, amigo mío. La primera la recuerdo como el más puro estado de degradación. Las figuras que pinta Lang pertenecen al más desolador de los mundos. Lang no se había quitado de la boca el sabor amargo de la caza de brujas. El escepticismo realista del director llegaba, lúcido, a su desenlace. Si “Mientras Nueva York duerme” Dana Andrews utilizaba la televisión para enviarle un mensaje al criminal, en “Más allá de la duda”, esa misma televisión muestra a los ojos de toda Norteamérica las pruebas y acusaciones contra otro asesino, el mismo Dana Andrews (me importa un carajo el spoiler). Lang, a su modo, se hizo eco de las representaciones e incidencia del nuevo medio. Y cuando cuatro años después, ya en Alemania, se enfrentó por tercera vez con la leyenda del doctor Mabuse, no dudó en convertir la televisión (el hijo de Mabuse controla todo el hotel que le sirve de guarida mediante un dispositivo de cámaras de televisión ocultas) en la mejor arma del personaje. ¿Qué opinaría hoy Lang sobre Internet o los miles de canales que tiene a disposición un idiota en su casa a golpe de mando a distancia? No hay ni habrá nunca más un director a la altura de Fritz Lang, amigo Josep.
Para mí Fritz Lang lo tengo en mi lista personal entre mis favoritos. ¿Por qué? Porque Lang prefería la noche al día, las sombras a las luces, los hombres torturados por su pasado y su presente, los falsos culpables, las venganzas, las decisiones límite a causa de la pérdida violenta de alguien querido, las tramas complejas, las redes de espionaje, los seres de dos caras, las máscaras y disfraces, los amagos amorosos, los sueños ominosos, los decorados opresivos, las atmósferas recargadas, los silencios oblicuos, los miedos interiores. ¿Te parece poco? Además, la normalidad en su acepción más ortodoxa no tenía sentido para el cineasta. A pesar de ser tildado en muchas ocasiones de frío y artificial, su cine bulle con una precisión que tiene poco de matemática porque es, ante todo, entregado. Lang renegó siempre de la normalidad explícita para construir, sobre un andamio de seres y situaciones únicas, irrepetibles, su propia y recreada realidad. Por ello su cine, como el de Dreyer, Ford o Mizoguchi, resulta inimitable. Sin pretenderlo de forma abierta, se convirtió en el mejor cronista de su tiempo utilizando elementos considerados de derribo (serie B, estética de serial, intrigas folletinescas, supercriminales diabólicos) y descendiendo a mundos de pesadilla de donde supo extraer brotes de singular belleza contenida.
De nuevo pido disculpas por la extensión del comentario, amigo Josep, es que aquí, tanto tú como yo, estamos hablando de cine de oro de dieciocho quilates.
Un fuerte abrazo, amigo mío.
Ya sabes, Paco, amigo, que tus disculpas no son ni serán jamás aceptadas cuando tengan como origen una extensión de comentario que tanto ayuda a conformar la realidad y aprecio de una película -en este caso, dos- o un cineasta del que gozamos, no en vano la existencia de un sitio como éste va ligada a ése séptimo arte que tratamos de divulgar y defender con nuestras opiniones, siempre subjetivas, claro que sí, y por ello, libres y estimadas.
EliminaLa figura de Lang es muy interesante viendo su recorrido y teniendo en cuenta sus propias declaraciones, por suerte abundantes: pasar de la época inicial alemana con un cine muy expresivo y bastante libre de censura (no hay más que ver el poderío sexual de sus heroínas) a las películas en las que hoy nos detenemos, con una fotografía realista, gris, sujetas a una férrea censura posterior a una época casi opresiva y persecutoria, no le privó de su principal interés, el usar su arte como crítica.
Por eso estas dos películas finales, rodadas en el mismo año, aparentemente deprisa y corriendo, son muestra destilada de su particular habilidad de adaptar los guiones a sus intereses; el decía que no le importaba como fuese un guión, porque luego ya lo arreglaría; en el caso de Mientras la ciudad duerme, resulta remarcable el empozoñamiento de las relaciones entre todos los personajes salvo el asesino, que va por libre: Mildred aprovecha la insinuación de Loving para seducir a Mobley para lanzarse a sus brazos y ya sabíamos que le tenía ganas mientras Dorothy se cuida de traicionar a Walter como venganza por infidelidades y no contenta con ello, le chantajea para colocar a Kritzer, que Lang nos pinta como un donjuán arribista; Mobley tampoco se salva, pues acabando de usar a su prometida Nancy como cebo para el asesino, se embriaga y se deja seducir por Mildred, pensando en sonsacarla para ayudar a Grifith, quien oculta informaciòn al resto para ser el único que saque tajada. Acabas de ver la película y te das cuenta que Lang te ha contado algo que poco tiene a ver con el desgraciado asesino, tratado casi con cariño y asepsia por la cámara de Fritz.
Y luego, para rematar el año, nos presenta a unos intelectuales que bajo la apariencia de la defensa de la vida contra las ejecuciones de muerte manipulan hechos, engañan y traicionan, con un retruécano genial, cerrando el círculo, de ejecucion vista a otra intuída, precisamente de la mano de la damisela burguesita, heredera caprichosa y doliente que no vacilará en traicionar a su pretérito amado para dejarlo a los pies de los caballos con una simple llamada oportuna y el taimado Lang nos deja con un interrogante:¿es peor el que asesina desesperado para salvar su amor o la que facilita la pena de muerte de su amado, incapaz de perdonarle?¿Es Susan digna hija de Austin, contrario de corazón de la pena de muerte?
Lang se despidió del cine de hollywood dejando el listón más alto de lo que a simple vista parece.
Un abrazo.
hace tiempo que no las veo, pero poco importa. Me parecen la primera excelente y la segunda notable. Pero conste que para un notable de aquellos tiempos hoy faltarían estrellitas para colocar.
ResponEliminaLa primera resulta soberbia en todos los aspectos. Incluido un ritmo que comienza sobrio y que como posee un guión con muchas capas se degusta en la disección que lleva a cabo, sin sermonear y sin perder el interés.
De la segunda, cuyo remake mejor ni hablamos, es buena demostración de que la economía de medios no equivale a economía expresiva. Se ve de un tirón. Muy buenos rescates. Un abrazo
Tienes razón, Víctor: del remake, ni mentarlo...
EliminaFíjate que la primera la había visto en la tele hace años y ni me acordaba, pero caí en la cuenta nada más ver al inicio el rostro del asesino. Entonces no percibí todo el embrollo que se relata entre los personajes de la comunicación, o por lo menos, se me olvidó y al repasarla, acabada que fue, me quedé pensando que bien valía explicarlo y claro, una cosa lleva a la otra y al descubrimiento de la segunda, que nunca había visto, pero sí el refrito, ya ves.
Un abrazo.
Interesante entrada para un excelente programa doble.
ResponEliminaHace tiempo que revisé la primera, incluso hay una reseña en mi casa, me permito añadir el enlace por si te apetece asomarte aquí
Mi intención era rescatar a una de sus protagonistas, Ida Lupino y reflexionar sobre el tema que muy habilmente nos propone el guión con Fritz Lang a la batuta. Un cine que ya no se hace.
De la segunda no pudo comentar porque no recuerdo si la he visto, pero conozco su existencia.
Tengo una colección de DVDs (no recuerdo quien me los regaló)... no son de muy buena calidad, a la inversa que las peliculas,todas ellas excelentes,géneros y directores, pequeñas joyas. Muchas de ellas las he tenido que ver en el ordenador porque no eran compatibles con mi reproductor...
De todas formas las conservo porque dudo mucho que pueda encontrar las peliculas restauradas.
Me alegra encontrar por aquí títulos que merecen ser rescatados.
Besos.Milady
PD. De los Oscars va a ser que ni hablamos...
Es un programa doble que ni pintado para una tarde festiva, con parón para la merienda y luego hacer un buen resopón comentando las jugadas que son múltiples y variadas, no en vano el propio Lang aseguraba que ése y no otro era el motivo de su cine: despertar conciencia, provocar debate.
EliminaSi tienes una buena colección, no la pierdas y si quieres ampliarla, Criterion poco a poco va rescatando buenos ejemplares, aunque hay que tener en cuenta que, por ejemplo, estas dos se rodaron en 1.37 y luego las exhibieron en superscope y así las han restaurado. No es mucho, pero no es lo mismo.
Besos.
2PD.
ResponEliminaNo estoy segura si el enlace es el correcto. Por si acaso te dejo este otro
Jajaja.. El cartel de "Venderían a sus propias madres" podría haber sido la frase del de Primera plana de Wilder. Me gusta más que el primero.
ResponEliminaLang tiene un carrerón de la pera y está sin duda entre mis cinco directores favoritos. Y de ser el más grande en superproducciones A en su país a ser director de cine B serie negra en los USA (pero qué películas también)... supongo que tuvo que ser una distancia o un paso que se le antojaría más que curioso depende el caso. Las pelis bien (la segunda la tengo muy olvidada; necesitaría revisarla).
Hay una peli de Lang que también filmó Renoir y están francamente bien las dos, pero son como.. no sé. Ves la de Lang y es tremenda en el sentido de que la vida es una mierda, todo deprimente, triste.. Es la de Perversidad. Ves la de Renoir y siendo la misma historia es como "C'est la vie". No me digas que no te doy ideas para una entrada.
Un saludito.
Es que hay un momento en la película que alguien se refiere a que vendería a su propia madre para obtener el ansiado cargo, David. El primer cartel se inclina por el suspense, con lo que imagino es de la fecha del estreno y el otro posterior.
EliminaEn alguna entrevista, Lang aseguraba que acabó harto de las superproducciones, porque a más dinero a gastar más control y prefería poco y mandar en todo, porque se enfocaba en primer lugar en usar el cine como ariete para evidenciar los fallos que el veía en la sociedad. En youtube hay un par de entrevistas con subtítulos en castellano, muy interesantes.
Un abrazo.
Por cierto... Fritz lo hizo todo primero.
ResponElimina¿Indiana Jones? http://www.theraider.net/information/influences/the_spiders.php
¿Tintín de Herge ? https://www.tintinologist.org/forums/index.php?action=vthread&forum=10&topic=1318
Por no seguir con Blade Runner y Metrópolis o todas las sagas tipo Juego de tronos que ya se las ventiló el con Los Nibelungos...donde si no recuerdo mal, moría hasta el apuntador en la segunda parte. Y sus pelis "antinazis" son buenísimas y superentretenidas.
Ante esto, David, creo que Lang estaría encantado, porque siempre declaró que el robaba continuamente todo lo que le gustaba de otros y que no le importaba, antes al contrario, que otros cineastas le robaran a él sus hallazgos: nadie roba lo malo, decía, aunque ahora, tantos años después, sabemos que eso tampoco es cierto.
EliminaEs la grandeza del artista que nunca oculta ni sus descubrimientos, ni trucos, ni ideas, porque de hecho está en ebullición y lo que ya ha hecho le interesa menos que lo que va a hacer: Lang decía que, acabada la película, ya no le pertenecía. Un tipo muy curioso, Lang.
Un abrazo.
Le debo varias a Fritz.
ResponEliminaEste empujón que me estás dando puede servir para hacerle justicia. Además de ese impulso a ver ambas películas, me ha gustado los afiches de Beyond a Reasonable Doubt, tienen el estilo de Saul bass (aquel de los carteles/afiches de Hitchcock) ¿sabés si metió mano en alguno de esos?
Abrazo!
A priori, Frodo, te diría que no deben ser los carteles de Saul Bass, entre otras cosas porque la RKO no era una compañía que gastara en esos detalles y me imagino que en la época las grandes lo tenían bastante ocupado. Por otra parte, ninguno de los carteles, de los lugares donde estaban alojados, tenía referencia al gran Saul, así que supongo que no son suyos, aunque desde luego tienen una semejanza en el estilo.
EliminaAcudir a las películas de Lang siempre es satisfactorio, porque el tipo no daba puntada sin hilo y además, a poco que busques, hallarás referencias interesantes. Y en youtube hay varias películas disponibles de su extensa filmografía.
Un abrazo.
Inolvidable el asesino del lapiz de labios interpretado por el desdichado John Barrymore jr. que tuvo una vida real casi tan atormentada como su personaje. Un presupuesto ajustado pero con muchas estrellas, y es que el productor Bert Friedlob y Lang planificaron un rodaje en el que cada uno de esos actores dedicara poco tiempo en la película y aceptaran cifras más modestas.
ResponEliminaTengo pendiente "Una duda razonable".
Saludos, Josep!
Borgo.
Hola, Borgo: Muy cierto: el pobre Barrymore Jr. con un innegable talento natural, no quiso seguir los consejos de su tía y trabajó poco sus posibilidades y supongo que también los efectos de una fama y popularidad que hay que saber gestionar y acabó, como dices, llevando una vida compleja. Una pena, porque, por lo menos, en esta película da la talla.
EliminaEn la segunda es evidente que hubo menos presupuesto, pero no por ello es menos interesante: supongo que Lang se aplicó a conciencia dando por hecho que los actores no eran de su agrado, impuestos por el productor, y en 80 minutos ventiló el asunto sin perder fuerza ni garra. Te gustará.
Un abrazo.