Frenesí
En 1971, un ya anciano Alfred Hitchcock (1899-1980), después de trece años de haberse molestado en dirigir una película, se tomó la satisfacción de trasladarse a su Londres natal para realizar la que sería, a posteriori, su penúltima gracia que nos otorgó en una fecundísima carrera cinematográfica.
Entiende este espectador que el amigo Alfred lo hizo para dar con un canto en los dientes a los académicos de Hollywood, después que en el año 1968 le otorgaran el Premio Memorial Irving Thalberg, a modo de consolación, por no haberle dado ningún Oscar directo por su trabajo en las cinco ocasiones en que fue nominado, la primera de las cuales data del año 1941, por Rebeca, filmada en 1940, es decir, treinta y dos años antes de la que va a ocupar estas líneas.
Tenía ya pues Alfred sus buenos 72 años cuando regresó, fílmicamente hablando a Gran Bretaña, dando origen a una aviesa pregunta: ¿Ha venido a Gran Bretaña con el fin de conseguir que le nombren "Sir"?, cuya respuesta, por parte del genial Alfred, no tiene desperdicio: "Eso es una tontería; cuando te hacen Sir, sólo te llaman Sir Alfred o Sir George los chóferes y los camareros; tus verdaderos amigos te siguen llamando canalla"
La ironía de Sir Alfred, porque acabó sus días con el título en el bolsillo, resplandece a lo largo de toda su película, aún en el propio trailer promocional de la misma, donde aparece como un cadáver flotando, que habla, introduciéndonos en la película, retomando la idea primigenia de mandar un mensaje a Hollywood: ¡Todavía estoy vivo!
Desde luego, bien vivito y coleando, y con su humor característico a tope; un humor irónico, negro, negrísimo, diría que insultantemente negro.
En Frenesí, como se tituló acertadamente en España, su penúltima película, estrenada en 1972, Frenzy , hallamos, realmente, un frenesí hitchcokiano desaforado.
Habida cuenta que Alfred ya llevaba un marcapasos y que su esposa y colaboradora Alma sufrió durante la preparación del rodaje un infarto de miocardio, cabe suponer que para el viejo taimado esa era una ocasión que no podía perder.
La burla, la ironía, hace aparición nada más empezar la película, cuando vemos a un político pregonando las virtudes de las obras realizadas para conseguir que el rio Támesis, a cuya orilla está arengando a un grupo de londinenses, el rio, digo, sea de nuevo tan limpio como años atrás, fruto de no sé qué depuradoras, asegurando que pronto volverán a pescar en él los londinenses, cuando, ante los gritos de la concurrencia, se observa flotando en el rio un cadáver, de mujer, desnuda, con una corbata anudada al cuello.
Inmediatamente sabemos que hay un asesino de mujeres, que el populacho compara con el famoso Jack el Destripador. Y acto seguido vemos a un hombre anudarse una corbata.
El McGuffin está servido. Alfred vuelve a la historia del falso culpable, porque, aún no terminado el primer tercio de la película, el espectador sabe perfectamente quien es el asesino de la corbata, y, además, es el único que lo sabe, pues el amigo Alfred ha construido una serie de escenas concatenadas a la perfección, para incriminar al inocente a ojos de los demás personajes de la historia.
De hecho, lo que menos importa es quien es el asesino; lo importante es que Alfred, nuevamente, nos mete en la piel del inocente falso culpable, y vaya si ya estábamos avisados, pero no podemos sustraernos a la magia del genio.
Para ello, Hitchcock nos deja otra lección de cine, mientras nos lleva de un lado a otro de su amado Londres y muy especialmente del barrio del Covent Garden, como un homenaje a sus callejuelas intrincadas, lugar donde su padre tuvo su negocio. Un recuerdo de familia.
En el dvd, completo con un interesante documental de los de verdad, explicando algunos de los "trucos" del maestro, hay una frase de Peter Bogdanovich que resume todo: Hitchcok dirige como un novicio, experimentando, sin miedo, nuevas formas de caligrafía cinematográfica, hallazgos fruto de su endemoniada inteligencia fílmica y su maravilloso ojo, capaz de saber lo que capta la cámara, aunque esté plácidamente sentados a unos metros del cámara.
Como de costumbre, la caligrafía de Alfred tan sólo asoma cuando uno ya ha visto la película y se dedica a repasarla con calma, lo que da fe de la efectividad de su trabajo.
Mantiene la cámara quieta, en plano fijo, hasta que, por medio del sonido, la acción nos hiela la sangre: vemos una pared, pero estamos viendo cómo una mujer acaba por descubrir un cadáver, sólo por la fuerza de la sugestión y del conocimiento de que el cadáver existe.
Alfred nos estimula mentalmente. Nos hace cómplices de su ojo que todo lo ve. Nos mete en la historia, así, como sin hacer nada. Sencillo, difícil, impensable en otro director. Nos tiene en un puño. Pero no nos engaña: nos lo enseña todo, pero sólo a nosotros.
Esa es la virtud de Hitchcock: todo lo que filma, lo hace siempre pensando en el espectador, al que respeta en su inteligencia, pero al que manipula en su ánimo con la facilidad de un encantador de serpientes.
Los movimientos de cámara, una vez más, son de enciclopedia; las secuencias, cuando deben ser largas, parecen interminables, y todavía no se había inventado la steedy-camera; Alfred demuestra por enésima, a sus 72 años, que el oficio no es que lo conozca, es que parece haberlo inventado él, con la elección de los lugares apropiados para rodar las escenas, los más adecuados objetivos de cámara, el mejor plano picado.
Curiosamente, Frenesí es la primera -y única- película de Hitchcock que se calificó como no apta para menores de 13 años, a causa de los varios desnudos que forzosamente deben salir en pantalla, y por una escena de violación con ulterior asesinato con una complejidad de montaje, con profusión de planos cortos y primeros planos que, al parecer, tardó tres días en rodar entera; naturalmente, como era su costumbre, existía hecho el guión cinematográfico en dibujos, el "story-board", pero, como siempre, a la hora del rodaje, Alfred lo tenía todo ya en el cerebro. Los actores, agotados y los técnicos al borde del paroxismo, pudieron filmarla gracias a que habían visto y repasado una y otra vez los dibujitos de marras. Nunca más en un cine se ha visto una violación tan real, tan espeluznante.
Otro tanto ocurrió en una secuencia que ha acabado por ser paradigmática del humor negro destilado por Alfred, cual es la que ocurre en la caja de un camión que transporta sacos de patatas, uno de ellos con cadáver incluído, secuencia agotadora para el actor (tres días más de rodaje frenético) que interpreta al asesino; secuencia de nuevo con centenares de planos cortos y primeros planos, secuencia que el espectador vive intensamente, con retazos de humor verdaderamente macabro, y que, al final, resultará ser esclarecedora, y, por ende, nada gratuita.
La forma en que Hitchcock nos cuenta la historia es más que enrevesada, alambicada, con múltiples vericuetos, pero nos lleva de la mano de forma maestra, y siempre estamos al tanto de lo que está pasando; asistimos también a chanzas descaradas contra la "nouvelle cuisine" que a buen seguro desagradaba al glotón de Alfred, y, nuevamente, son escenas sin las cuales la comprensión de la historia quedaría coja para el espectador.
La trama, proviniente de una historia de Arthur La Bern llamada "Goodbye Piccadilly, Farewell Leicester Square", fue adecuadamente guionizada por Anthony Shaffer, quien escribió los diálogos y, de acuerdo con Hitchcock, modificó alguno de los sucesos que se nos cuentan. Sí, ése Anthony Shaffer, guionista de Sleuth (La Huella), Wicker Man (El Hombre de Mimbre), Asesinato en el Orient Express, Muerte en el Nilo, etc; ya sabemos que Alfred no se andaba con chiquitas a la hora de escoger a sus guionistas; algún día habrá que hablar de Shaffer.
Hitchcock nos cuenta pues, como quien dice, la historia de siempre, con un falso culpable que no hace más que complicarse la vida con sus acciones en realidad fútiles, huyendo de unos acontecimientos que le desbordan, algunos casuales, otros buscados por su verdadero enemigo, el culpable. Es el juego del gato y el ratón, y, hasta el final, parece que el ratón va a perder, provocando la lástima y simpatía del espectador, inmerso en una pesadilla ajena.
Lo cuenta a su modo, medio en broma, medio en serio, ya que también se cuida de investigar la figura del asesino en serie, que, en 1971, todavía no se había tratado en el cine en la forma en que ahora es habitual y mucho menos en el tipo de asesino sádico de personalidad compleja, amistoso y simpático para unos, letal para las mujeres.
Combina de forma maestra los planos más explícitos con las elipsis más eficaces, como, cuando antes de que vaya a suceder la segunda violación, que no veremos, sabemos que va a ocurrir pues oímos la misma frase:¿Sabes que eres mi tipo de mujer?
El cine de Hitchcock no deja nada al azar y el uso de todos los medios es el más adecuado al fin que persigue, y ese fin no es otro que, con la complicidad exigida y mágicamente conseguida del espectador, nos cuenta una historia de forma magistral, sin puntos muertos, sin pérdida, sin descanso, sin reiteraciones vanas, sin redundancias, con un ritmo endiablado pero sin atropellar, constante, sin que la infinita variedad de recursos fílmicos devenga en una forma de pretender asombrar a nadie fútilmente, con una eficacia demoledora.
Es el cine de Sir Alfred; es cine en estado puro; por eso se cuidó mucho de buscar actores prácticamente desconocidos, a fin de dar mayor veracidad a los personajes, anónimos, y proceder él mismo con mayor libertad.
Quizá la falta de interpretaciones soberbias sea el único defecto de esta película, lo que impide calificarla como de obra maestra, como ocurre en otra muestra de humor macabro, ¿Pero quien mató a Harry?, aunque bien mirado, ¿a quien le importa? Es, ciertamente, una de esas películas imprescindibles para cualquier cinéfil@, una lección de cine compendiada en algo menos de dos horas de placer.
Más que recomendable, obligatorio comprar el dvd, garantía asegurada de por vida.
(P.D.: Dedicado este comentario a mi amigo Lluis M.C., con quien tuve el gozo de asistir al estreno de Frenesí en el fenecido cine Fantasio de Barcelona, una calurosa tarde de verano.)
Entiende este espectador que el amigo Alfred lo hizo para dar con un canto en los dientes a los académicos de Hollywood, después que en el año 1968 le otorgaran el Premio Memorial Irving Thalberg, a modo de consolación, por no haberle dado ningún Oscar directo por su trabajo en las cinco ocasiones en que fue nominado, la primera de las cuales data del año 1941, por Rebeca, filmada en 1940, es decir, treinta y dos años antes de la que va a ocupar estas líneas.
Tenía ya pues Alfred sus buenos 72 años cuando regresó, fílmicamente hablando a Gran Bretaña, dando origen a una aviesa pregunta: ¿Ha venido a Gran Bretaña con el fin de conseguir que le nombren "Sir"?, cuya respuesta, por parte del genial Alfred, no tiene desperdicio: "Eso es una tontería; cuando te hacen Sir, sólo te llaman Sir Alfred o Sir George los chóferes y los camareros; tus verdaderos amigos te siguen llamando canalla"
La ironía de Sir Alfred, porque acabó sus días con el título en el bolsillo, resplandece a lo largo de toda su película, aún en el propio trailer promocional de la misma, donde aparece como un cadáver flotando, que habla, introduciéndonos en la película, retomando la idea primigenia de mandar un mensaje a Hollywood: ¡Todavía estoy vivo!
Desde luego, bien vivito y coleando, y con su humor característico a tope; un humor irónico, negro, negrísimo, diría que insultantemente negro.
En Frenesí, como se tituló acertadamente en España, su penúltima película, estrenada en 1972, Frenzy , hallamos, realmente, un frenesí hitchcokiano desaforado.
Habida cuenta que Alfred ya llevaba un marcapasos y que su esposa y colaboradora Alma sufrió durante la preparación del rodaje un infarto de miocardio, cabe suponer que para el viejo taimado esa era una ocasión que no podía perder.
La burla, la ironía, hace aparición nada más empezar la película, cuando vemos a un político pregonando las virtudes de las obras realizadas para conseguir que el rio Támesis, a cuya orilla está arengando a un grupo de londinenses, el rio, digo, sea de nuevo tan limpio como años atrás, fruto de no sé qué depuradoras, asegurando que pronto volverán a pescar en él los londinenses, cuando, ante los gritos de la concurrencia, se observa flotando en el rio un cadáver, de mujer, desnuda, con una corbata anudada al cuello.
Inmediatamente sabemos que hay un asesino de mujeres, que el populacho compara con el famoso Jack el Destripador. Y acto seguido vemos a un hombre anudarse una corbata.
El McGuffin está servido. Alfred vuelve a la historia del falso culpable, porque, aún no terminado el primer tercio de la película, el espectador sabe perfectamente quien es el asesino de la corbata, y, además, es el único que lo sabe, pues el amigo Alfred ha construido una serie de escenas concatenadas a la perfección, para incriminar al inocente a ojos de los demás personajes de la historia.
De hecho, lo que menos importa es quien es el asesino; lo importante es que Alfred, nuevamente, nos mete en la piel del inocente falso culpable, y vaya si ya estábamos avisados, pero no podemos sustraernos a la magia del genio.
Para ello, Hitchcock nos deja otra lección de cine, mientras nos lleva de un lado a otro de su amado Londres y muy especialmente del barrio del Covent Garden, como un homenaje a sus callejuelas intrincadas, lugar donde su padre tuvo su negocio. Un recuerdo de familia.
En el dvd, completo con un interesante documental de los de verdad, explicando algunos de los "trucos" del maestro, hay una frase de Peter Bogdanovich que resume todo: Hitchcok dirige como un novicio, experimentando, sin miedo, nuevas formas de caligrafía cinematográfica, hallazgos fruto de su endemoniada inteligencia fílmica y su maravilloso ojo, capaz de saber lo que capta la cámara, aunque esté plácidamente sentados a unos metros del cámara.
Como de costumbre, la caligrafía de Alfred tan sólo asoma cuando uno ya ha visto la película y se dedica a repasarla con calma, lo que da fe de la efectividad de su trabajo.
Mantiene la cámara quieta, en plano fijo, hasta que, por medio del sonido, la acción nos hiela la sangre: vemos una pared, pero estamos viendo cómo una mujer acaba por descubrir un cadáver, sólo por la fuerza de la sugestión y del conocimiento de que el cadáver existe.
Alfred nos estimula mentalmente. Nos hace cómplices de su ojo que todo lo ve. Nos mete en la historia, así, como sin hacer nada. Sencillo, difícil, impensable en otro director. Nos tiene en un puño. Pero no nos engaña: nos lo enseña todo, pero sólo a nosotros.
Esa es la virtud de Hitchcock: todo lo que filma, lo hace siempre pensando en el espectador, al que respeta en su inteligencia, pero al que manipula en su ánimo con la facilidad de un encantador de serpientes.
Los movimientos de cámara, una vez más, son de enciclopedia; las secuencias, cuando deben ser largas, parecen interminables, y todavía no se había inventado la steedy-camera; Alfred demuestra por enésima, a sus 72 años, que el oficio no es que lo conozca, es que parece haberlo inventado él, con la elección de los lugares apropiados para rodar las escenas, los más adecuados objetivos de cámara, el mejor plano picado.
Curiosamente, Frenesí es la primera -y única- película de Hitchcock que se calificó como no apta para menores de 13 años, a causa de los varios desnudos que forzosamente deben salir en pantalla, y por una escena de violación con ulterior asesinato con una complejidad de montaje, con profusión de planos cortos y primeros planos que, al parecer, tardó tres días en rodar entera; naturalmente, como era su costumbre, existía hecho el guión cinematográfico en dibujos, el "story-board", pero, como siempre, a la hora del rodaje, Alfred lo tenía todo ya en el cerebro. Los actores, agotados y los técnicos al borde del paroxismo, pudieron filmarla gracias a que habían visto y repasado una y otra vez los dibujitos de marras. Nunca más en un cine se ha visto una violación tan real, tan espeluznante.
Otro tanto ocurrió en una secuencia que ha acabado por ser paradigmática del humor negro destilado por Alfred, cual es la que ocurre en la caja de un camión que transporta sacos de patatas, uno de ellos con cadáver incluído, secuencia agotadora para el actor (tres días más de rodaje frenético) que interpreta al asesino; secuencia de nuevo con centenares de planos cortos y primeros planos, secuencia que el espectador vive intensamente, con retazos de humor verdaderamente macabro, y que, al final, resultará ser esclarecedora, y, por ende, nada gratuita.
La forma en que Hitchcock nos cuenta la historia es más que enrevesada, alambicada, con múltiples vericuetos, pero nos lleva de la mano de forma maestra, y siempre estamos al tanto de lo que está pasando; asistimos también a chanzas descaradas contra la "nouvelle cuisine" que a buen seguro desagradaba al glotón de Alfred, y, nuevamente, son escenas sin las cuales la comprensión de la historia quedaría coja para el espectador.
La trama, proviniente de una historia de Arthur La Bern llamada "Goodbye Piccadilly, Farewell Leicester Square", fue adecuadamente guionizada por Anthony Shaffer, quien escribió los diálogos y, de acuerdo con Hitchcock, modificó alguno de los sucesos que se nos cuentan. Sí, ése Anthony Shaffer, guionista de Sleuth (La Huella), Wicker Man (El Hombre de Mimbre), Asesinato en el Orient Express, Muerte en el Nilo, etc; ya sabemos que Alfred no se andaba con chiquitas a la hora de escoger a sus guionistas; algún día habrá que hablar de Shaffer.
Hitchcock nos cuenta pues, como quien dice, la historia de siempre, con un falso culpable que no hace más que complicarse la vida con sus acciones en realidad fútiles, huyendo de unos acontecimientos que le desbordan, algunos casuales, otros buscados por su verdadero enemigo, el culpable. Es el juego del gato y el ratón, y, hasta el final, parece que el ratón va a perder, provocando la lástima y simpatía del espectador, inmerso en una pesadilla ajena.
Lo cuenta a su modo, medio en broma, medio en serio, ya que también se cuida de investigar la figura del asesino en serie, que, en 1971, todavía no se había tratado en el cine en la forma en que ahora es habitual y mucho menos en el tipo de asesino sádico de personalidad compleja, amistoso y simpático para unos, letal para las mujeres.
Combina de forma maestra los planos más explícitos con las elipsis más eficaces, como, cuando antes de que vaya a suceder la segunda violación, que no veremos, sabemos que va a ocurrir pues oímos la misma frase:¿Sabes que eres mi tipo de mujer?
El cine de Hitchcock no deja nada al azar y el uso de todos los medios es el más adecuado al fin que persigue, y ese fin no es otro que, con la complicidad exigida y mágicamente conseguida del espectador, nos cuenta una historia de forma magistral, sin puntos muertos, sin pérdida, sin descanso, sin reiteraciones vanas, sin redundancias, con un ritmo endiablado pero sin atropellar, constante, sin que la infinita variedad de recursos fílmicos devenga en una forma de pretender asombrar a nadie fútilmente, con una eficacia demoledora.
Es el cine de Sir Alfred; es cine en estado puro; por eso se cuidó mucho de buscar actores prácticamente desconocidos, a fin de dar mayor veracidad a los personajes, anónimos, y proceder él mismo con mayor libertad.
Quizá la falta de interpretaciones soberbias sea el único defecto de esta película, lo que impide calificarla como de obra maestra, como ocurre en otra muestra de humor macabro, ¿Pero quien mató a Harry?, aunque bien mirado, ¿a quien le importa? Es, ciertamente, una de esas películas imprescindibles para cualquier cinéfil@, una lección de cine compendiada en algo menos de dos horas de placer.
Más que recomendable, obligatorio comprar el dvd, garantía asegurada de por vida.
(P.D.: Dedicado este comentario a mi amigo Lluis M.C., con quien tuve el gozo de asistir al estreno de Frenesí en el fenecido cine Fantasio de Barcelona, una calurosa tarde de verano.)
Fenomenal reseña, compa Josep, de una no menos fantástica peli, como esta del mago Hitch que tuve ocasión de reseñar (aunque con bastantes menos brevedad y brillantez, todo hay que decirlo...) en mi antiguo blog. Ni sé la de veces que la habré visto ya, y nunca me canso de hacerlo: es una lección de cine (además de un placer de puro entretenimiento, claro está) inagotable...
ResponEliminaUn abrazo.
Amigo Manuel, si hubiera visto tu reseña antes, no me hubiera ocupado de hacer otra, pues la mía llueve sobre mojado.
ResponEliminaCelebro, de todas formas, coincidir en tu apreciación y gusto por esta película.
Un abrazo.
Veo en un texto las palabras mágicas, Alfred, Alma y macguffin y se me ponen los pelos de punta de la emoción. Me imagino que ya te habré contado (de todas maneras lo digo en el blog) que mi nombre es Alma por Alma Reville y hasta aquí puedo leer para no desvelar el macguffin.
ResponEliminaUna abraçada, un placer leerte, hoy más que nunca
...y me río porque veo que me acabas de dejar un comentario, el mundo bloguero es pura casualidad, como todo por otra parte
"El jilguero convierte al árido cardo en un excelente canto, pura química"
Partiendo de tu conocimiento del Mago Alfred, me alegra que te haya complacido esta entrada.
ResponEliminaEl bloguerío es un pañuelo, ya ves: tú leyendo en mi casa y yo leyendo en la tuya.
Una abraçada.
p.d.: lo de "tu macguffin" ya lo había "investigado"...
El vídeo no funciona. Pero si quieres volver a incrustarlo...http://www.youtube.com/watch?v=HuoBprPGpzA
ResponElimina"Mira. Esa es mi corbata!" Desde luego, ya podían ser los trailers así, y no como se hacen ahora, que te destripan toda la peli. Y el director-autor animando al personal...
Esta la vi con menos de 13 años (y me impactó; casi terrorífica para un niño). La he vuelto a ver en años posteriores..El impacto no es el mismo, pero sí, es muy buena.
Muchas gracias, David, por el aviso: corregido; esperemos que aguante, porque ya se sabe lo que pasa: en vez de dedicarse a aprender la forma de hacer tráilers, se dedican a borrarlos, quizás para que al fin nadie sepa a qué atenerse y piense que es normal plagarlos de spoilers...
ResponEliminaDesde luego no es una película para un crio de 13 años, porque el maestro sabe crear tensión y hay que saber tomarlo con calma; para mí sigue siendo deliciosa y, evidentemente, magistral por la enorme cantidad de recursos cinematográficos empleados.
Un abrazo.