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dimecres, 29 d’abril del 2009

Examen de Cinefilia (Parte XVII)


Esto de los aparatos modernos, como los ordenadores, es una ventaja: hace poco, me saltó la alarma recurrente de la super agenda y me dijo:

¡Ey! ¡Que tienes que preparar otro examen de cinefilia!

El tiempo pasa volando y casi ni me acordaba.

Suerte para los amables concurrentes, porque, con las prisas, casi seguro que en esta ocasión será muy fácil averiguar la respuesta.

Respuesta que, anticipando pistas, diré que se trata de una persona que en toda su larga carrera cinematográfica ha trabajado con, por y para los mejores.

¿Los mejores qué? dice una voz que surge de las filas de atrás, creyendo que así ampliaré la pista, al desecharse lógicamente por lo menos a un sector o grupo de esas gentes que pululan en un rodaje.

Como dicen en algunas películas: "buen intento..."

Sin embargo, todos saben que la respuesta señalará a una personalidad importante: aquí no nos andamos con chiquitas...

¿Preparados?

Cojan lápiz y papel, anoten sus sensaciones y sus ideas y empecemos:





Se me olvidaba: nada de trampas, que os veo: ni consultar libracos, ni imdb, ni mirar en youtube información referenciada.

Por cierto: hoy, como es tan fácil, no voy a poner títulos de películas: voy a meterme en la piel de uno de esos clásicos enteradillos que "traducen" los títulos al castellano y me voy a inventar alguna que otra sandez. Así que prestar atención a los vídeos, que bastante me ha costado hallarlos.

Pista para matrícula de honor:

Las intrigas borgianas






Pista para sobresaliente:
Lágrimas adúlteras





Pista para notable:
La madre de todos los peplum






Pistas para aprobado alto:
El intrépido pirata






La Reina del desierto





Pistas para aprobado:
La canción del noble y la plebeya






Celos malvados





Bailando en el Paraíso





Pistas de consolación, o sea, suspenso:
Un tozudo y un cura de armas tomar




Futuro inesperado




Pasión en la mina





Pista definitiva para desconsolados cinéfilos: Problemas púrpura





Llegados a este punto, tan sólo decir que la persona en cuestión fue considerada como una de las mejores, sino la mejor, en su especialidad: nada menos que dieciocho nominaciones al Oscar en menos de treinta años, habiéndose vencido en dos ocasiones a sí misma.

¿Qué tal? ¿Cómo ha ido?

¿Difícil? ¿Que era difícil? ¿Ha mirado Vd. los títulos de crédito alguna vez?

¿Ni siquiera en esta última película?¿No ha visto ningún nombre que le suene?


Pues a ver quien sabe escribir además los títulos de las películas cuyos videos se han ofrecido como pistas.

Eso sí que es difícil sin consultar nada, claro.

Bueno, va, pueden dar un vistazo a imdb... quejicas.... :-)




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dilluns, 27 d’abril del 2009

MM 24 Apocalypse Now




Poco se podía imaginar el celebérrimo compositor
Richard Wagner que, pasado un siglo de su fallecimiento, una de sus composiciones operística alcanzara la fama mundial a través de invento tan lejano a su época como el cine.

El genial Francis Ford Coppola siempre se guarda un as en la manga para demostrarnos que un bagaje cultural bien sedimentado permite ofrecer una idea que en otras manos no tan diestras resultaría, cuando menos, chusco.

Coppola define perfectamente la esencia del cine como amalgama de todas las artes, en una secuencia verdaderamente inolvidable:

La Cabalgata de las Walquirias (Wagner)





Nunca más el cinéfilo, al oir esos compases, dejará de ver revolotear esos mortíferos helicópteros.

Impresionante ¿no os parece?



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divendres, 24 d’abril del 2009

Algo tendrá Oscar (continuación)




Lord Goring.- Debería usted irse a la cama, Miss Mabel

Miss Mabel Chiltern.- ¡Lord Goring!

Lord Goring.- Mi padre me decía hace una hora que me fuese a la cama. No sé porqué no puedo darle a usted el mismo consejo. Siempre comunico los buenos consejos. Es lo único que se puede hacer con ellos. A uno nunca le son útiles.


Como ya apunté el miércoles pasado, la literatura de Oscar Wilde ha sido llevada en muchísimas ocasiones a la gran pantalla, probablemente porque sus ocurrentes diálogos son una baza segura para atraer al público inteligente, que busca entretenimiento a partir de un cierto nivel, como ocurre asimismo en las traslaciones al cine de diversos dramaturgos, tanto comedias como tragedias, suscitando el interés, al tiempo, de cineastas que no han tenido empacho alguno en afrontar su adaptación, a sabiendas que el material base era -es- casi que perfecto, sin que la brillantez del texto signifique siempre camino al éxito, ni crítico, ni comercial, porque, evidentemente, el cineasta que acomete semejante empresa debe contener en sí mismo una capacidad cultural imprescindible para no equivocarse en el planteamiento de la trama en un medio para el que no fue creada.

El londinense Oliver Parker fue, como se dice, monaguillo antes que fraile, ya que su primer contacto con el cine data de 1986, en su condición de actor; en 1995 se estrenó a los mandos con una adaptación de Othello (que todavía no he visto, a pesar de tener el dvd por ahí en la estantería) y su segunda incursión como director de cine fue en 1999, con la comedia dramática Un Marido Ideal (An Ideal Husband), tomando también bajo su responsabilidad la confección del guión adaptando la pieza de Wilde al cine.

Este comentarista no puede menos que alabar la inteligencia y el buen gusto de Parker.

La inteligencia, porque toma en sus manos una obra teatral sobradamente conocida y, con un par de cojones, que diría Camilo José Cela, coge el destornillador de su talento y retuerce la trama un poco más, consiguiendo, en mi humilde opinión, mejorarla, con un guión merecedor de todos los elogios.

¡Mejorar a Wilde! ¡Imposible! Diría cualquiera...

Pues sí: la pieza teatral original -que ayer dejé a disposición y alcance de todos- tiene lo que podríamos llamar un pequeño fallo en la resolución de la intriga, en la batalla sentimental, dialéctica y plena de argucias que mantienen Lord Goring y Mrs. Cheveley. Un fallo poco importante, porque lo realmente importante no son los hechos sino los personajes tan brillantemente descritos por Wilde. Pero fallo, al fin y al cabo.

Parker se vale, aproximadamente en un ochenta por ciento largo, del texto impoluto creado por Wilde. Añade algunas escenas de su propia pluma, lances amorosos que no están en el original y elimina ese pequeño fallo, transformando la resolución de la intriga, otorgando una nueva dimensión a esos dos personajes que acabarán, forzosamente, por reclamar la atención del espectador, como ya ocurre en el original teatral.

El buen gusto de Parker se manifiesta en los diversos aspectos de la película, siendo quizás, a ojos de este comentarista, el principal un acierto absoluto de elección de los intérpretes que darán cuerpo -y alma- a los personajes ideados por Wilde, mujeres y hombres de la época victoriana.

En el comentario de la obra teatral ya expuse claramente mis dudas relativas a si el título se refería a Sir Robert Chiltern, hombre bien casado, o al afamado dandi Lord Goring, célebre soltero, lo que se dice "todo un partido".

La elección de Rupert Everett para representar a Lord Goring me inclina poderosamente a creer que Oliver Parker mantenía la misma duda cuando afrontó la adaptación y la resolvió favorablemente para Lord Goring. Claro que, si buscamos un poco para documentarnos, comprobaremos que hay una versión cinematográfica datada en 1947 en la que el director Alexander Korda también otorgó a su mejor actor el papel del "Soltero de Oro", con lo que la sensación incide no en la realidad sino en la búsqueda de ese marido ideal.

Everett, que ya había despuntado como contumaz ladrón de escenas un par de años antes, no deja pasar la ocasión de hacerse con un verdadero bombón, un papel que parece escrito a su medida (si no fuera...), el de un hombre apuesto, inteligente, seductor, capaz de insistir en hablar sólo de naderías la mayor parte del tiempo, mientras consuela su corazón partido por un desengaño amoroso con los requiebros de un nuevo amor en ciernes y soporta al tiempo la presión anímica de un padre que desea nietos y un amigo al que profesa fidelidad en un momento aciago de su vida.

Elegir para enfrentarse al caballero británico prototípico por excelencia a una actriz norteamericana tiene también un valor añadido: la némesis dual, incorporada por la encantadora Julianne Moore como Mrs. Cheveley, podía entenderse como una apuesta arriesgada de Parker, pero su ojo clínico de ex- actor no le traiciona: Julianne borda el papel con una eficacia espléndida, arrebatadora: verla sonreír dulcemente mientras asegura amar todavía a Lord Goring en una propuesta matrimonial inesperada, después de haber amenazado a Sir Robert Chiltern con la peor de sus pesadillas, sin inmutarse, elegante como una diosa romana, me embelesa profundamente. ¡Qué mujer! ¡Y qué gran actriz! y que mala suerte ha tenido hasta ahora con la maldita estatuilla dorada, esquiva ante un talento que me parece enorme.

Las escenas entre Everett y Moore son inolvidables: saltan chispas de talento en cada ocasión, dando muestra de la muy buena dirección de actores por parte de Parker, que consigue hacer encaje de bolillos con sus intérpretes en una demostración palpable de conocer el oficio.



El resto del elenco principal, con la salvedad de la australiana Cate Blanchett en el papel de Lady Gertrude Chiltern, está formado por excelentes intérpretes británicos: Jeremy Northam aporta su aire distinguido y su frialdad al personaje de Sir Robert Chiltern, por momentos verdaderamente confuso y aterrorizado ante el problema y dilema que se le presenta; Minnie Driver está perfecta como Mabel Chiltern, a medias atrevida, a medias ingenua, y los secundarios John Wood como Lord Caversham, padre de Lord Goring y Peter Vaughan como el discretísimo Phipps, mayordomo ejemplar de Lord Goring, dan un verdadero recital, apropiadísimos en sus cortos pero imprescindibles caracteres.

Ya sabe quien por aquí frecuenta que tengo una verdadera predilección por los intérpretes británicos; si no la tuviera, bastaría con ver el trabajo de los nombrados para cambiar de opinión en el acto.

Oliver Parker, además de adaptar muy bien la obra de la escena a la pantalla y dirigir muy sugestivamente a sus actores, realiza un ejercicio cinematográfico notable: la concepción teatral queda dinamitada por la puesta en imágenes de ese mundo victoriano de grandes fiestas y lujosas mansiones, focalizando los detalles como parte de los propios personajes, enfatizando la descripción de ese mundo excesivo gracias a la colaboración de Rod McLean como director artístico, al tiempo que rompe las barreras teatrales con la cámara, apoyado en la adecuadísima fotografía de David Johnson, eficaz tanto en los exteriores como en los recónditos salones de las grandes mansiones, así como el sustento anímico fundamentado en las composiciones musicales de Charlie Mole.

La dirección de ese grupo de excelentes profesionales por parte de Parker tiene un único objetivo: servir a la trama que se nos presenta, cuidando con elegantes movimientos y encuadres todas y cada una de las escenas, imprimiendo un ritmo ajustadísimo que prende el ánimo del espectador desde el primer momento y no decae nunca, manteniéndose durante la hora y media de metraje la atención en suspenso, disfrutando del espectáculo aun a sabiendas de su resolución; curiosamente, en un momento, queda patente que Oliver Parker respeta mucho la obra teatral pues, en apenas un instante, hace que el inigualable Rupert Everett como Lord Goring, se detenga mirando a cámara y pronuncie una frase: y nos la dice a nosotros, espectadores. Es un instante, un guiño mediante el que Parker, que ha añadido de su cosecha el momento y ocasión, nos asegura que, amigos: ¡Esto es Teatro!.

Y del bueno, añadiría yo.

Una excelente película que soporta perfectamente una revisión calmada, un bálsamo de talentos aunados bajo la batuta de Parker.





Este comentarista queda, definitivamente ansioso, a la espera de Dorian Gray



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dijous, 23 d’abril del 2009

Para ti



Para ti, que tienes la amabilidad de dedicarme parte de tu preciado tiempo.

Para ti, que además de leerme, manifiestas tu estimada opinión, sin la cual este sitio perdería buena parte de su interés.

Para ti, que en la lejanía física y geográfica, haces que las horas dedicadas a este bloc de notas, robadas a otros ocios y al sueño, se conviertan en minutos de alegría al leerte.

Para ti, que no me conoces personalmente pero que me muestras tu confianza y atención, hoy, en lo que en mi tierra, Catalunya, designamos como "La Diada de Sant Jordi", ya que no puedo dejar en tus manos como muestra de amistad y agradecimiento ni una rosa ni un libro, ni abrazarte ni besarte, como es nuestra costumbre, permíteme que te ofrezca una canción y un libro:


It's a little bit funny this feeling inside
I'm not one of those who can easily hide
I don't have much money but boy if I did
I'd buy a big house where we both could live

If I was a sculptor, but then again, no
Or a man who makes potions in a travelling show
I know it's not much but it's the best I can do
My gift is my song and this one's for you





And you can tell everybody this is your song
It may be quite simple but now that it's done
I hope you don't mind
I hope you don't mind that I put down in words
How wonderful life is while you're in the world

I sat on the roof and kicked off the moss
Well a few of the verses well they've got me quite cross
But the sun's been quite kind while I wrote this song
It's for people like you that keep it turned on

So excuse me forgetting but these things I do
You see I've forgotten if they're green or they're blue
Anyway the thing is what I really mean
Yours are the sweetest eyes I've ever seen



El libro, ya en dominio público, es la pieza objeto de mis últimos desvelos, la obra de Oscar Wilde:


An Ideal Husband (en inglés)

Un Marido Ideal (en castellano)

Muchas gracias por estar ahí, al otro lado de mi monitor.



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dimecres, 22 d’abril del 2009

Algo tendrá Oscar




LORD GORING. I am glad you have called. I am going to give you some good advice.

MRS. CHEVELEY. Oh! pray don't. One should never give a woman anything that she can't wear in the evening.

LORD GORING. I see you are quite as wilful as you used to be.

MRS. CHEVELEY. Far more! I have greatly improved. I have had more experience.



Esas cuatro frases que encabezan son perfecta muestra de una forma de escribir y describir personajes que, desafortunadamente, ha dado paso en casi el ochenta por ciento de las ocasiones a una zafiedad y vulgaridad cada vez más preocupantes, en busca de un realismo que acaba por ser patético, consecuencia de una lógica aplastante: sólo los zafios y vulgares quieren ver en la gran pantalla -o en las tablas- a personajes que hablan y se comportan como ellos mismos, buscando un espejo público que reconforte en la vulgaridad de sus vidas, elevándose de forma inconsciente su ánimo al verse retratados en la ficción, buscando una connivencia emocional, una representación de sus propias vidas como ejemplos a seguir.

Lo que digo puede sonar a duro e intransigente, pero es la consecuencia del hastío de comprobar como en el cine -y mucho más en las series televisivas patrias- el lenguaje, vehículo imprescindible para la transmisión de ideas y pensamientos, se corrompe hasta límites antes inimaginables, repleto de palabras soeces y ausente de la más mínima elegancia y riqueza de vocabulario que debería ser la meta a conseguir, ofreciendo como única alternativa a la vulgaridad omnipresente abandonar la visión de tan horrendos productos donde estupidez y analfabetismo rigen como modelos graciosos a seguir y la sutilidad se declara proscrita en favor del encefalograma plano.

Seguramente exagero pues estoy algo crispado al comprobar, estupefacto, algunos comentarios que, documentándome, he leído por ahí, manifestaciones que corroboran la sensación que por desgracia, internet tampoco ha servido para ayudar a mejorar el conocimiento de algunos individuos.

El excelente escritor británico nacido en Dublín, Irlanda, Oscar Wilde destacó en vida y mucho más después de su prematuro fallecimiento por dominar en toda su obra un cuidadoso lenguaje, aplicado tanto a sus relatos como a sus comedias dramáticas; un lenguaje muy trabajado, repleto de figuras irónicas, convirtiendo sus diálogos en exhibiciones de esgrima de talentos afilados, mordaces, bordeando la irreverencia con humor cáustico pero siempre dentro de las formas respetuosas de la época victoriana en la que discurrió su vida, tan complicada, que bien daría para un excelente "biopic" siempre que se realizara por cineastas europeos, que ya sabemos como las gastan los estadounidenses en ese género en particular.

Una de las comedias favoritas del público es la titulada An Ideal Husband, (Un Marido Ideal), estrenada en 1895

En ella Oscar Wilde se dedica, una vez más, a dejar al descubierto las penurias íntimas de la sociedad en la que le tocó vivir: gentes de la aristocracia británica, altos empleados del gobierno, mujeres bellas parloteando incesantemente de asuntos irrelevantes, pecados ocultos, glorias fingidas, intereses perseguidos con saña y elegancia, deseos inconfesables y simulación de sentimientos.

El propio título de la pieza ya mueve a confusión, leída que ha sido a más de un siglo de su estreno, porque contemplada con detenimiento uno duda si se refiere al considerado Sir Robert Chiltern o al no menos afamado dandy el Vizconde Lord Goring, perfecto ejemplo de lo que actualmente se conocería como "El Soltero de Oro", inteligente pero dedicado con todas sus fuerzas al noble arte de no hacer nada con la máxima distinción posible.

Sir Robert Chiltern es un político alineado con el partido en el poder, alto funcionario del Gobierno; joven e inteligente, su futuro es deslumbrante tanto como su bella esposa, Lady Gertrude Chiltern, que dedica parte de su tiempo al incipiente movimiento feminista, mujer de convicciones éticas muy rígidas, conforme a la época en que vive; son una pareja enamorada y el "todo Londres" les admira como matrimonio ejemplar.

Sir Robert es el tutor de su hermana Miss Mabel Chiltern, cuyos encontronazos dialécticos con el admirado Lord Goring son incesantes en una guerra de sexos que ya se intuye no va a causar heridas graves a pesar de los múltiples escarceos y escaramuzas verbales que desarrollará en la trama.

Y está una mujer, recién llegada de Viena, Mistress Cheveley, que representa la sagacidad, el atrevimiento y la inescrupulosa voluntad de conseguir lo que ha determinado.

Una trama que contendrá dos líneas dramáticas en clave de comedia, con una superficial ligereza fruto de unos diálogos brillantes, espléndidos, que albergan en su significado una lucha de voluntades encontradas en dos planos bien distintos: el amor insatisfecho provocado por un rigor ético inalterable en principio y un negocio en el que las armas decisorias pertenecen a unos errores del pasado que afloran convirtiéndose en pesada losa para un futuro esperanzador.

Oscar Wilde se luce en los diálogos sobremanera, consiguiendo que conforme avanza la acción los personajes se vayan dibujando a ojos del espectador permitiendo comprobar cómo los fastos y las apariencias ocultan bajo el oropel y los vestidos fastuosos a unas gentes con deseos ordinarios y pecados inconfesables.

Supone una cierta modernidad -para su propia época- la recreación del personaje de Mrs. Cheveley, mujer bella acostumbrada a ser foco de atención en los regios salones de la temporada, sea ésta la de Viena, sea la de Londres; su desparpajo superficial le permite decir, con la mejor de sus sonrisas, amenazas terribles como presagios de un futuro muy próximo, apenas veinticuatro horas, sino consigue lo que busca de las manos de Sir Robert Chiltern.

La construcción dramática de Wilde tan sólo de forma aparente se adhiere a la costumbre, ya que dividiendo la acción en cuatro actos, desde el primer embate pone encima de la mesa todas las cartas a jugar por los personajes, aprovechando la estructura de la pieza para terminar en el tercer acto una línea dramática y en el último, la otra, más romántica, subdividida en dos.

Acabada que ha sido la obra, uno tiene la sensación que el taimado Wilde pasa factura a todos los desdenes y obstáculos que recibió de sus congéneres, porque, bien mirado, casi ninguno de los personajes resiste siquiera una leve crítica, asumiendo una falta de ejemplaridad total y absoluta: esos aristocráticos personajes se nos han mostrado como lenguaraces hipócritas que disimulan tras un verbo elegante de discurso fácil multitud de defectos que nadie querría tener cerca en su vida cotidiana; es una vuelta de tuerca que el espectador avisado, tras haber disfrutado del artificio, observa atónito: una pléyade de holgazanes corruptos que se perdonan a sí mismos ocultando y desviando sus responsabilidades y contemporizan con sus iguales, en la misma condición, como medio inequívoco de mantener un estatus que les aleja del resto de los mortales a su servicio.

Excepto por algunos detalles, excepto por la brillantez de los diálogos, impensables en la actualidad, uno podría fácilmente coger los periódicos y revistas de la semana y colocar nombres conocidos en este siglo que padecemos.

Probablemente por ello Oscar Wilde es un autor tan conocido: algo tendrá Oscar Wilde cuando ha sido tan representado en teatro y cine en el pasado siglo XX.

(Continuará...)






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dilluns, 20 d’abril del 2009

Títeres descabezados




En el estado actual de la cinematografía las técnicas tienen una importancia excesiva; técnicas de todo tipo, empezando por la que parece principal: la mercadotecnia, el mal llamado arte de vender, más bien de colocar un producto muy por encima de sus calidades intrínsecas, otorgándole mediante prácticas publicitarias, un lugar inmerecido en lo que podríamos denominar escalafón cinéfilo.


Antes lo llamaban charlatanería, indicando por las malas la falta de confianza en la veracidad de las rimbombantes afirmaciones alabando la bondad de un producto que, a la postre, resultaba un saldo de escaso valor.

Hay también otras técnicas que, como la gracia de vender, rinden en ocasiones mal tributo a su definición original y que en lugar de coadyuvar a la perfección sintética de una película, acaban por erigirse en protagonistas, cuando su papel nunca debe ser tal.

El señor Frank Miller ha conocido las mieles de la fama gracias a sus tebeos o historias gráficas que han alcanzado gran renombre entre los aficionados al género. Ha intervenido también como guionista en varios productos al uso y tuvo la fortuna que los amiguetes Robert Rodriguez y Quentin Tarantino, admiradores de su obra gráfica, le permitieran en 2005 aparecer en los títulos de crédito de Sin City como co-director de la misma.

El año siguiente, la exacerbante
300, gozó también de gran repercusión, y seguramente el Sr. Miller se creyó que había dado con la piedra filosofal. Y no.

Si el Sr. Miller hubiera nacido en España, seguramente conocería el proverbio que dice: "Zapatero, a tus zapatos".

Pero como nació en Maryland, ignora tan buen consejo.

Y dejando de lado cualquier medida de prudencia y humildad, creyó que, ya que sabía escribir y dibujar tebeos, también podía dirigir una película.
Por un motivo que se me escapa, decidió estrenarse como director adaptando al cine un clásico de los tebeos, un personaje fruto de la mente y talento de Will Eisner (que debe estar removiéndose en su todavía caliente tumba) y a tal fin, decidió que él era la persona indicada para trasladar The Spirit a la pantalla grande.

Alumno aventajado de los amiguitos Rodríguez-Tarantino, a buen seguro que Miller tomó debida nota de todo lo que aquel par idearon y llevaron a cabo en Sin City: todos los trucajes infográficos, pantallas verdes, luces negras,ordenadores, etcétera, fueron minuciosamente apuntados en la libreta roja de Miller para luego, poseedor de los más recónditos secretos de la técnica, librarse de esos tipos que entiende de cine y dirigir él mismo el cotarro: mandar, mandar a todos lo que tienen que hacer, es muy fácil.

Sobre todo, cuando tienes las ideas claras.


Lo malo es que las ideas de Miller carecen de fundamento cinematográfico.

Resulta curioso comprobar, gracias al pastiche conseguido por Miller, que no es cierto el rumor extendido en la cinefilia, según el cual poseer un extraordinario storyboard facilita mucho el rodaje. Esa idea mítica acaba en mera leyenda urbana, tan descabellada como la fauna subterránea de Nueva York, poblada por cocodrilos albinos, según sus adeptos.


Claro que la idea a los cinéfilos nunca nos ha parecido descabellada, porque siempre pensamos en Hitchcock y sus famosos storyboard, olvidando que, cuando empezaba a rodar, los dejaba a un lado y, como mucho, se los mostraba a sus ayudantes para que entendieran lo que el Maestro tenía en su cabeza bien ordenado desde hacía semanas.


Reconozco que yo mismo, en mi adolescencia ávida de tebeos y ya envenenado por el cine, siempre pensé que los dibujantes de historias gráficas eran lo más parecido a un cineasta.

Pero no. Resulta que no es así. Craso error.


Que lo cometa este comentarista, carece de importancia, pues, simple espectador -sufrido espectador demasiada veces, ya-, el fallo no importuna a nadie.

El error de Miller, visto el resultado, ha sido clamoroso, esperpéntico, infame, indigno de la idea que pretendía servir, convirtiendo la historieta gráfica en una colección de títeres descabezados, risibles en sus caracteres, rodeados por anacronismos ridículos a cual más.

Es una pena que la por otra parte espléndida voz de
Gabriel Macht (quizás rebajada de tono digitalmente) acabe por resultar odiosa a causa del pésimo uso de la técnica de "voz en off" que lastra miserablemente toda la película, acabando por desear el espectador que alguien le amordace, ya que está visto que a tiros no hay quien le haga callar.

Las irrisorias líneas de diálogo que
Samuel L. Jackson tiene como el patético Octopus, villano de pega, dan escalofríos al recordar los muchos personajes que han recibido espaldarazo gracias a Samuel, vendido para la ocasión por un plato de lentejas: Samuel, nene: ¿de veras te hace tanta falta el dinero?

La trama es inverosímil y falsa, con una invención relativa a "la capa de Jasón" que es el atribulado nombre que se le da al Vellocino de Oro, reinventando la mitología griega, seguramente buscando una pátina de clasicismo erudito que acaba por poner de los nervios a cualquiera que haya leído un poco antes de asistir a la proyección del engendro. Si incluso se permiten un chiste estúpido relativo a la forma de nombrar al héroe de héroes, Hércules o Heracles, acepciones válidas ambas, dependiendo del idioma, todo lo cual viene a demostrar la certeza de otra leyenda urbana (de raíz europea) cual es la absoluta ignorancia estadounidense popular, cuestión dudosa, por descontado.


Pero no hay duda que el guión de esta infame película va dirigido al espectador más ignorante, ávido de sensaciones epatantes fruto de la idiotización hipnótica pendiente de la última técnica infográfica, ausente el talento y el aliento de unos personajes que, nunca como hasta ahora, quedan reducidos a meros clichés unidimensionales.


Haber leído que "nuestra" Paz Vega finalmente consigue la fama hollywoodiense gracias a su intervención en The Spirit (Magazine Extra de Navidad de La Vanguardia, 14/12/2008), donde se codea con estrellas como Eva Mendes y Scarlett Johansson es una sinécdoque tergiversadora de la realidad, porque el petardo es digno de una traca húmeda.

El uso que Miller hace de la técnica digital es de aprendiz de primer año; las secuencias son reiterativas, aburridas, sin ton ni son; los efectos que deslumbraron en Sin City ya no impresionan a nadie, lógicamente, porque carecen de motivación.

Y los elementos del atrezzo no contribuyen precisamente a mejorar la situación, ya que vemos al héroe trasladarse dando saltos y tumbos por los tejados, en una época en la que ya existen automóviles -aunque modelos antiguos- dando como resultado que llega tarde. Existe una amalgama de anacronismos en el atrezzo que produce desorbitamientos oculares, incrédulo el espectador al ver en acción armas modernísimas con coches antiguos y ¡un avión perteneciente a los años 30 del siglo pasado! con modernísimos helicópteros provistos de misiles.

Una locura sin sentido. Miller ni siquiera es capaz de mantener una lógica interna en el relato que se le va de las manos constantemente.
Si la nula capacidad como director cinematográfico de Miller resulta evidente, ya clama al cielo su ignorancia más supina en lo que hace a los actores que, pobrecitos, no hacen más que muecas de aficionado de tres al cuarto, probablemente incapaces de entender lo que se espera de ellos.

Leer que Miller pretendía con The Spirit rendir sentido homenaje a Will Eisner, resulta chusco, por no decir insultante. Habrá pagado muy bien sus buenos derechos, porque sino no entiendo cómo los herederos de Eisner no se han querellado por la atrocidad.


Sólo de pensar que se nos amenaza con dos secuelas de Sin City dirigidas por el propio Miller, ya se me ponen los pelos de punta.


Trailer:





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divendres, 17 d’abril del 2009

Cretinización y Olvido Imperdonable




Me consta que son algunos los lectores de este bloc de notas que llegan hasta aquí atravesando el Atlántico: a ellos debo aclarar, en primer lugar, que, desde hace unos días, en España, donde existe lo que pomposamente se denomina Ministerio de Cultura, ha tomado posesión de tal organismo la ahora Excelentísima Señora Doña Ángeles González Sinde, ligada a esto del cine desde que intervino como actriz en una película titulada El Bengador Gusticiero y su Pastelera Madre


La hoy Ministra de Cultura fue la Presidenta de la Academia Española de Cine; de hecho, ha dejado el cargo vacante al recibir la designación ministerial.

Espero que el supuesto conocimiento cinematográfico de la nueva Ministra otorgue nuevos aires a todo lo que concierne al Cine entendido como el Séptimo Arte y no se reduzca a parámetros mercantilistas y económicos tan alejados de la síntesis cultural que el Cine representa o, mejor dicho, debería representar.

Como cinéfilo más veterano que la propia Ministra no dejo de percibir, con el paso de los años, un fenómeno que no sabía como definir hasta que ayer, 16 de abril, escuchando la radio mientras paseaba con mi amigo Llamp a primera hora de la mañana, me quedó grabada una palabra pronunciada por un contertuliano: cretinización.

Antes que se me echen encima y me manden al cuerno por hereje, diré que, ciertamente, tal palabra no existe en nuestro común Diccionario de la Lengua; de hecho, ni siquiera existe recogida en su acepción original en catalán: cretinització, escrita en no pocas ocasiones por Josep Pla como puede comprobarse aquí

Aunque la palabra tenga su uso no recogido oficialmente por causas que conocerán los académicos, importa más en este momento el concepto un tanto revolucionario y trasnochado que alberga, ya que suele ser antecedente de términos que indican a las claras a un grupo más que numeroso, enorme, de individualidades humanas que padecen, conscientes o no, los efectos de una estrategia.

Así, se suele usar el término cretinización en discusiones filosófico-políticas para indicar que las masas, el populacho, todos al fin y al cabo, recibimos de los poderes políticos y fácticos una información sesgada que redunda en una formación mínima del individuo: es sabido que el conocimiento otorga libertad de pensamiento y que ésa no es precisamente una virtud apreciada por los que mandan.

Pero dejémonos de conceptos alejados a la temática de este bloc de notas que nació y persiste en la idea de centrarse alrededor del Cine como eje vertebrador de ideas, propias o ajenas.

Como decía, la veteranía es un grado, incluso en un cinéfilo aficionado con escasas luces y algo de memoria.

Recuerdo perfectamente como hace unos cuantos años, cuando todavía la democracia no regía nuestros destinos, los españolitos de a pie podíamos ver en la televisión -estatal y única- con relativa frecuencia películas que conseguían pasar la censura; algunas ofrecían ideas de gentes de otros países más libres, y en ocasiones los espectadores creíamos adivinar intenciones y escenas cortadas por las tijeras.

Incluso existió, en los albores de nuestra actual democracia, un programa denominado "La Clave", semanal, donde se proyectaba una película y posteriormente se organizaba una tertulia con gentes de diferentes pensamientos que divagaban y debatían entorno al mensaje o la trama expuestas en la película. Fue un programa que duró bastantes años (diez) y tenía, a pesar de su avanzado horario, una gran audiencia, porque era un resquicio de libertad de pensamiento, en ocasiones incluso levantando polémicas a posteriori. Un nido al descubierto, un crisol de ideas.


Ideas. Justo lo que en los medios de comunicación actuales parecen no existir, a menos que se sujeten a unos condicionamientos editoriales, de interés, de conveniencia, nunca libres. Justo ahora, con una supuesta libertad de expresión, resulta que apenas hay voces críticas con un lugar en los medios de comunicación, cada vez más uniformes y sujetos a tendencias.

Confieso que hace ya unos años no dedico más atención a la tele que la necesaria para ver por encima los telenoticieros y muy esporádicamente algún capítulo de alguna serie. Pero por lo que leo, los índices de audiencia relativamente importantes corresponden principalmente al fútbol y a esos programas asquerosos, culmen de pornografía sentimentaloide interpretada por espécimenes humanos con escaso bagaje cultural, famosos los llaman, que, fruto de la cretinización de las audiencias, han acabado por ser invocados como ejemplos a seguir incluso en las estadísticas escolares cuando a la chiquillada se le formula la pregunta: ¿Qué quieres ser de mayor? = futbolista o famoso/a, son respuestas antes inimaginables.

Puede que me deje llevar por mi pesimismo, pero tengo para mí la sensación que la educación y la cultura no se cuidan como debieran porque, evidentemente, es más fácil convencer al ignorante que al sabio. Que un programa cultural como Redes se emita en la madrugada del lunes, a las 01:25, es un claro indicativo del esfuerzo que se pide al ciudadano que no dispone de internet. Y después, suelen ofrecer una sesión de Cine-Club, con esas películas que se apartan de lo comercialmente homologable. Claro que se pueden grabar y verlos luego, pero no hay duda que se trasladan a horas intempestivas los espacios más libres.

Voces más sensatas y sabias que la mía se van alzando de vez en cuando protestando por una situación que definen con esa palabra inexistente, cretinización, señalando al poderoso como causante de la abulia cultural endémica de nuestra sociedad. Sólo los tontos, al ver señalar, se fijan en el dedo.

En el cine, ocurre lo mismo: hay que buscar afanosamente títulos que prendan verdaderamente el interés; que además de entretener instruyan; que provoquen ideas; que susciten debate; en definitiva, que por derecho propio formen parte de lo que se entiende por Cultura. No sé si es que ya no hay talento, o es que el talento es rechazado por el poderoso para evitar que una brizna del mismo llegue al ciudadano.

Cine constituido por películas que se parecen mucho las unas a las otras y "remakes" infames, unido a la imposibilidad de las nuevas generaciones de conocer los clásicos a menos que se afanen en buscarlos con la ayuda de algún conocido más veterano.

Tengo para mí que no interesa ofrecer en los medios televisivos películas que ya forman parte de la Historia del Cine, no sea que los espectadores que se adentran en el maravilloso mundo del cine caigan en la cuenta que lo que se les ofrece en las grandes pantallas son remedos lamentables de un Arte casi olvidado, salvo dignísimas excepciones, cada vez más escasas.

Y no confío mucho en que la nueva Ministra de Cultura, con un supuesto bagaje cinéfilo vaya a acometer ningún empeño para subsanar la situación.

Porque empieza con un olvido miserable, una pérdida de oportunidad para denotar interés en hacer partícipe al ciudadano del buen cine: ayer, justamente, 16 de abril, se cumplieron ciento veinte años del nacimiento de Charles Chaplin y era una ocasión que ni pintada para estrenarse la supuestamente cinéfila Ministra, ofreciendo en la televisión estatal cualquiera de las geniales películas de Chaplin, trufadas siempre, en su inimitable estilo, con unas ideas que aun hoy, por desgracia, siguen vigentes:

Chaplin - Modern Times




Que sepas, Charlot, que yo, por lo menos, no te olvido.

Francamente, me gustaría dejar mi pesimismo a un lado.


¡Quiero ciclos de cine en la televisión! ¡Y los quiero ya!

(Y sin anuncios ni coloreados, por supuesto)



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dimecres, 15 d’abril del 2009

Tres actrices y un actor


El título de este comentario viene a resumir, con la brevedad que algunos exigen de este farragoso aficionado al cine (ocasionalmente de forma elíptica y más a menudo directamente), la impresión causada por la segunda película de un autor que cayó en el pozo de mi desmemoriada mente, ya que, he de confesarlo, en su día me divirtió bastante con una pieza extraña, una comedia rara llamada entre nosotros como Joe contra el Volcán , que, al parecer, no gustó a casi nadie.

Ya sabemos nosotros, cinéfilos en pena, que lo de los gustos es cosa extraña y particular: cada uno tiene el suyo. Por fortuna, diría.

El caso es que hace ya unas semanas vi en el cine la última película de John Patrick Shanley , que podríamos definir como escritor teatral, guionista y ocasional director de cine, acostumbrado a dirigir en las tablas sus piezas teatrales, también se ha encargado de llevar a la pantalla dos de sus guiones: es el caso del drama conocido en España como La Duda (Doubt, 2008), que primero conoció los laureles de las tablas de Broadway hace cuatro años.





Es decir, que el espectador no estadounidense se enfrenta a una versión cinematográfica de una obra teatral de reconocida fama en aquel país. Dado que el director resulta ser también el guionista adaptador de una obra propia ya publicada, el apelativo tan castizo de Juan Palomo se erige casi hasta el límite, ya que, por suerte, el protagonismo se deja en manos profesionales.

Shanley como director de la película consigue, gracias a unos cuidados entornos físicos, apartarse del enclaustramiento de la obra teatral, dándole aire, perdiendo teatralidad en la puesta en escena. Parece que se autoimponga esa huida a la génesis de la película, y, en opinión de este comentarista, en ello pierde parte de su fuerza.

Me siento muy libre de opinar que, en manos de "teatreros cinematográficos" con más valor y talento (Wyler o Welles, por ejemplo), el escenario escogido hubiera sido menos luminoso y más claustrofóbico, ayudando al desarrollo de una historia de luces y sombras que se mueve continuamente en las relaciones entre los personajes, basadas por una parte en su forma de entender su labor y por otra en su forma de ser, precisando una introspección que simplemente se nos apunta pero que, de forma deliberada, no profundiza en unos caracteres que podrían ser mucho más complejos, aun siéndolo bastante en comparación con lo que solemos ver en las actuales pantallas de cine.

La Duda es evidentemente una película para adultos, no porque su texto pueda resultar inapropiado para los jóvenes, sino porque pretende provocar una reflexión en el espectador; sin embargo, los datos que ofrece carecen de la fuerza dramática que podemos escuchar en otros guiones de antaño. Unos diálogos bien construidos, elegantes, pero carentes de fuerza dramática, a buen seguro porque su autor así lo ha querido; da la sensación que se ha quedado voluntariamente a medio camino en la búsqueda de un éxito en las tablas escénicas. Un éxito que permita cientos de representaciones, a sala llena de la "mayoría silenciosa", gente acomodada que va a los teatros de Broadway a pasar el rato.

Porque, girando la temática alrededor de unas ideas que pueden ser de actualidad, cuales son las sancionables conductas ético-sexuales de algunos miembros de la Iglesia Católica, por el tratamiento de la trama, quedan en simple pretexto, en causa y origen de un enfrentamiento de poderes, una batalla de ideas viejas y renovadoras, unos sentimientos de soledad y culpa que no acaban de aflorar porque Mr. Shanley carece por un lado de la valentía de tomar partido, lo cual tampoco es que sea un valor específico, y lo que es más lamentable, carece del talento suficiente para elevar como personas reconocibles en su esencia a unos personajes que están bien dibujados, bien descritos, pero cuyas ideas no acaban de explotar con la fuerza que se les supone, inanes, amedrentados, carentes del vigor y desnudez que les daría una pátina de clasicismo entendido como perpetuidad, erigiéndose en prototipos, héroes o villanos, tanto da, pero inolvidables.

Sé que me tacharán de exigente en el mejor de los casos.

En mi descargo, decir que cuento con cuatro poderosísimas razones para haber deseado que Mr. Shanley hubiera trabajado con más fuerza dramática su texto.

Son cuatro armas invencibles: Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams y Viola Davis

Tres actrices y un actor: grandes, grandes.

Ese cuarteto de intérpretes vale por sí solo el noventa por ciento del éxito que pueda tener La Duda. Es un festín, amigos, que hay que tomar, naturalmente, en versión original, ya que el doblaje al castellano, una vez más, no pasa de correcto.

Con la trama central, mucho más compleja de lo que a simple vista se nos ofrece, es decir, con un potencial dramático espléndido, uno tiene la sensación que con esos intérpretes, un buen guionista y un buen director, de aquellos que cualquiera puede citar, podríamos hallarnos ante una película con visos de convertirse en un clásico.

No diría que el resultado final queda en nada, porque resultaría injusto, pero, desde luego, después de meditarlo con calma, este comentarista sigue teniendo la sensación que La Duda no es más que un elegante entremés, cuando otro cocinero hubiera presentado, con los mismos ingredientes, un plato de primera con un recio y amargo sabor a drama rotundo.






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dilluns, 13 d’abril del 2009

Secundarios de Lujo (13)






Seguro que el antiguo esclavo Henry McDaniel, cuando su esposa Susan dio a luz a la pequeña Hattie, el 10 de junio de 1892, no pudo imaginar que su hijita llegaría a ser la primera en nada.

Porque su condición de negros apenas salidos de la esclavitud en un país convulso en su formación a finales del siglo XIX no era precisamente garantía de un futuro esperanzador.

Sin embargo, la pequeña Hattie McDaniel, bastantes años más tarde, en una época en la que las nuevas tecnologías iban apareciendo, consiguió ser la primera, y lo consiguió en dos ocasiones:

En 1926, fue la primera cantante de raza negra que intervino en un programa de radio; Hattie McDaniel, que heredó la voz de su madre, ocupa un lugar en la historia radiofónica, circunstancia que por sí sola ya la hace merecedora de fama.

Sus actuaciones en el teatro, en revistas musicales, en espectáculos musicales y en transmisiones radiofónicas, le otorgaron una publicidad que no tardó en favorecer su incursión en la entonces novísima industria del cine.

La condición de mujer de raza negra en aquellos albores cinematográficos produce que muchas de sus intervenciones, forzosamente ocupándose de papeles secundarios, en ocasiones ínfimos, apenas hayan recibido reseñas notables ni siquiera en la base de datos de IMDB, donde sólo constan menos de cien, cuando en la realidad alcanzan sobradamente el triple.

En una época en que los negros eran apartados una y otra vez de los lugares comunes, vejados y maltratados, al extremo de aparecer actores blancos con las caras ennegrecidas en algunas películas, Hattie McDaniel fue haciéndose un hueco en la industria cinematográfica, alcanzando el reconocimiento que su valía personal y artística merecían.

La sorpresa fue que en una película plagada de estrellas de primera fila ocupándose de caracteres secundarios, a la oronda Hattie McDaniel se le entregara un papel mucho más extenso de los que hasta entonces había ejecutado; más aún: que por su trabajo, se la nominara como mejor actriz secundaria.

Y si resultó sorprendente su nominación, algo parecido a un milagro debió ocurrir para que los académicos del cine hollywoodiense, en el año 1940, decidieran otorgarle el Oscar a la Mejor Actriz Secundaria a Hattie McDaniel, que así fue de nuevo la primera mujer negra en obtener el galardón.

Gone with the Wind (1939):




En la escena, un bromista Clark Gable sirvió a Hattie verdadero brandy en lugar del acostumbrado té frío; Hattie mantuvo el tipo; cuando Gable anunció que no iría al estreno en Atlanta, porque no habían invitado a Hattie, por ser negra, ésta le agradeció el detalle pero le requirió a que asistiera.

Aun ahora resulta un enigma la concesión de ése Oscar a Hattie: no por inmerecido, pues su trabajo, como todos los que hizo en su larga vida, es notable, si no porque las condiciones sociales de la época, muy racista todavía, no permitía albergar muchas esperanzas a los artistas negros respecto al reconocimiento de su labor.

Resulta prácticamente imposible hallar testimonios en vídeo de las actuaciones de Hattie previas a ese Oscar, pero, desde luego, no era ninguna recién llegada al cine.

Su condición de buena cantante hizo que interviniera en no pocas películas musicales, como, por ejemplo, en la primera versión de Show Boat (1936) :



Apenas un año antes de obtener el Oscar, podemos verla desarrollando una vez más un trabajo mínimo, como asistenta del aseo de señoras, en Vivacious Lady (1938) :



La obtención de la preciada estatuilla, como ha ocurrido en otras muchas ocasiones, no significó una variación inmediata en la forma con que la industria contemplaba el trabajo de los artistas negros, y Hattie siguió interpretando, hasta su fallecimiento en 1952, acabando, como muchas actrices, trabajando en la televisión. Las películas en las que concurrió a mediados de los cuarenta del pasado siglo no fueron muy notables y los papeles que se le confiaron tampoco fueron remarcables, suma de dos evidencias: era una mujer de mediana edad, y, además, negra....

Podemos verla aprovechando sus aptitudes para la canción en dos escenas:

Recordando sus inicios como artista de variedades en la película Thank Your Lucky Stars (1943):




Y cantando un clásico, en una película de la factoría Disney, Song of the South (1946):




Una artista polifacética lamentablemente encasillada la entrañable Hattie McDaniel, inolvidable para muchos.




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divendres, 10 d’abril del 2009

Aviso para cinéfilos veteranos

Me ha parecido oportuno, ya que pienso hallarme entre amigos, que debo comunicar lo que para mí ha sido un hallazgo, aunque posiblemente haya sido yo el último en enterarme.

Un pequeño comentario que quizás interesará a quienes, como yo mismo, lleva la intemerata guardando celosamente cientos de cintas en formato vhs que contienen preciados tesoros prácticamente imposibles de hallar, películas añejas descatalogadas.

El problema que yo tenía -hasta ahora- era el miedo a que la magnetización de las cintas -por una parte- y la progresiva desaparición del mercado de los reproductores de vídeo -por otra- acabaran con una colección conseguida a base de muchas horas de dedicación.

La solución ha sido la adquisicón de un aparato, lo que se conoce como "combo", cuyas características pueden consultarse aquí

Lo tengo desde el sábado pasado y lo he probado afanosamente estos días.

Puede copiar, con calidad aceptable, una película de dos horas en un dvd regrabable, que luego puede procesarse con el ordenador para limitar su tamaño. Si la película es de más de horas, también puede grabarse, pero ya de inicio a una calidad algo inferior. El proceso es simplísimo, casi automático.

Todo este rollo sirva como presentación de lo que interesa: dos pruebas, provinientes de una cinta comprada hace años (es decir, no es de origen una grabación de la tele), que pueden verse:

Primera prueba:





¿Alguien sabe a qué pertenece ese video?

El que lo sepa, seguro que estará interesado en esto....

Con la siguiente, seguro que muchos la identificarán enseguida.

Segunda prueba:





El truco de todo esto y motivo de este aviso, es que en el superconocido centro comercial que más gasta en publicidad en España, en sus "días de oro" y hasta el próximo día 19, el aparato de marras está a un muy buen precio: 229 €

Además, el aparato permite conectarle un disco duro o un pendrive (formateado en FAT32) mediante un puerto USB y reproducir películas, música y fotos que pueda contener, lo cual no deja de ser una ventaja, también.

Me ha parecido que os interesaría.



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dimecres, 8 d’abril del 2009

ESD 12 Fa Yeung Nin Wa




Ese chino con sempiternas gafas de sol que atiende por el nombre de Wong Kar Wai rompió las taquillas hace ya ocho años con la primera parte de un díptico inconfeso en el que daba rienda suelta a las emociones más primarias desatadas alrededor de ese sentimiento tan dulce, embriagador y cruel que llamamos amor.


Dotado de un ojo clínico para la fotografía y los suaves movimientos de cámara, Wong Kar Wai finaliza la primera parte de su díptico representando sin palabras el alivio que para un amante abandonado puede significar confesar su pena con la seguridad que su secreto permanecerá, dejando su tristeza oculta a los ojos de todos...








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dilluns, 6 d’abril del 2009

MM 23 The Full Monty

No hace mucho aparecía en esta sección de momentos musicales un apunte a una canción -celebérrima- de Randy Newman, en la voz de Joe Cocker.

Esa canción, que salvaba -en opinión muy subjetiva de este comentarista- un pequeño bodrio de película, aparece en otra película posterior The Full Monty, que tuvo en su día gran reconocimiento popular y de crítica.

Una película agridulce, triste en el fondo; en ella, la misma canción sirve a fines muy distintos; como distinta es la voz que la interpreta, en esta ocasión del no menos famoso Tom Jones.

De nuevo un striptease, pero muy diferente, tanto por los protagonistas como por la intención:





Lo cual demuestra que, según el ojo que mira y el oído que escucha, una misma canción puede tener significados muy alejados.



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divendres, 3 d’abril del 2009

Maurice Jarre





El pasado mes de marzo se despidió con una nueva hazaña de la inmisericorde parca: en esta ocasión decidió llevarse como compañero de viaje a uno de los músicos más aclamados en el pasado siglo en el mundo cinematográfico: El francés de nacimiento y estadounidense de adopción Maurice Jarre, autor de más de ciento sesenta bandas sonoras de películas, muchas de ellas remarcables.
Fue legendaria su colaboración con el director británico David Lean: los tres premios Oscar recibidos por Jarre como compositor coinciden en su trabajo con Lean, músicas épicas imperecederas al servicio de películas épicas inolvidables.

Podemos ver al propio Maurice Jarre como director de orquesta en un homenaje musical a su buen amigo David, con los tres temas oscarizados:

Lawrence de Arabia (Primer oscar) 1962



Doctor Zhivago (Segundo Oscar)1966



Su último Oscar, por Pasaje a la India (1984)



Todos recordamos fácilmente esos temas; pero como ya he mencionado, la carrera de Jarre fue muy fructífera y amplísima; es imposible en un sitio como éste ofrecer una mínima parte de sus trabajos, pero sí creo que vale la pena apuntar algunas composiciones "menos recordadas" debidas al talento de Jarre:

The Profesionals (1966)



Villa Rides (1968)



The Life and times of Judge Roy Bean (1972)



Witness (1985)



The Man Who Would Be King (1975)



Y, para terminar, una rareza: la banda sonora de The River Wild (al final encargada a Jerry Goldsmith), que primero realizó Maurice Jarre, compuesta y rechazada:




Descanse en paz.


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dimecres, 1 d’abril del 2009

Un río vital




Hace ya bastantes años vi en la tele una película que me dejó impresionado. De hecho, verla en la tele, con anuncios en medio molestando el discurso cada tanto, al albur de la programación, es un sufrimiento no deseado, impuesto por la industria, que uno, entonces, padecía sin remedio.

Luego apareció el aparato de vídeo y uno se afanaba en grabar películas con el dedo encima del botón de pausa; así se creaba antes una colección interesante al margen de los vaivenes del mercado. Ahora, gracias a la informática, uno puede dejar el ordenador grabando una película y luego, en un plis plas, quitar de en medio toda la morralla publicitaria.

No deja de ser curioso que, un buen día de 1992, apareciera en la tele un anuncio de pantalones que, inmediatamente, despertó un recuerdo cinéfilo.

El anuncio es el que los amables lectores habrán visto en la entrada del lunes pasado: un joven atlético y bien parecido se baña en cuanta piscina se pone a su alcance, llevándose consigo a la más guapa: apenas un minuto de gloria publicitaria, que reportó al anunciante diversos premios internacionales.

Desde luego, la idea, de original, no tiene nada.

La idea la tuvo John Cheever y la mostró a los lectores de la revista The New Yorker, el 18 de julio de 1964, en forma de relato corto, apenas once páginas demoledoras en las que el autor desgrana magistralmente múltiples y variados conceptos relativos a la forma de vivir de la clase medio-alta estadounidense, que el autor conocía muy bien en la época en que redactó el breve relato.

Neddy Merrill es un hombre de media edad todavía fuerte, robusto y de apariencia deportiva y juvenil. Una tarde de verano, hallándose en casa de unos amigos, decide volver al hogar nadando, creando en su imaginación un río compuesto por las piscinas de los ricos habitantes del privilegiado condado, pletórico de exclusivas villas, sus propietarios todos conocidos de Ned, que decide bautizar ese río imaginario como Río Lucinda en honor a su esposa, de tal nombre conocida por todos.

Mediante una forma de redactar austera, breve y concisa, Cheever realiza una parábola dramática de la sociedad bienestante de la época, un retrato que alejado de localismos innecesarios permite al autor apuntar rasgos perfectamente reconocibles por el lector.

Ese protagonista con espíritu aventurero, imbuido por una fuerte voluntad de cumplir su propio designio, parte en un viaje vital que le lleva de vuelta a casa. Ese regreso al hogar a través de una aguas que se suponen calmas pero que irán convirtiéndose en procelosas ya tiene su precedente en la literatura clásica en el viaje a Ítaca que el esforzado Ulises realizó hace siglos; como le sucedió a Odiseo, el fin del duro viaje reportará una sorpresa; al igual que en el viaje mitológico, el paso de Ned por las diferentes aguas que busca afanosamente en medio del condado, su río vital, albergará una serie de dificultades; obstáculos que, a diferencia del griego, no dependen de la voluntad de los dioses si no que anidan en la propia condición de ese nadador obstinado que, piscina tras piscina, irá descubriendo su verdadero ser, desnudándose ante el lector como una rosa llena de espinas a la que se vayan arrancando sus pétalos hasta quedar, frágil, desprovista de la belleza que la rodeaba, mecidos sus adornos en un aire cada vez más gélido, tormentoso y siniestro.

La apariencia del éxito que oculta la realidad de un fracaso; el dolor del descubrimiento de la realidad, lentamente, paso a paso, encuentro tras encuentro, aflora en Ned, cuyo avance cognoscitivo de su propia identidad le es dado por el trato de quienes va hallando a lo largo de su camino, recovecos y meandros de ese río, huellas que ha dejado en su vida, amarguras y resentimientos disimulados por la convivencia social; espaldas que antes fueron sonrisas, sarcasmos donde hubo servilismo, adulaciones convertidas en desprecios: el precio de la debacle monetaria, social y humana; el héroe orgulloso, preciado de sí mismo, transcurrida una tarde estival con aires otoñales, acabará rechinando los dientes, muda su seductora sonrisa, ajada, agria.

El relato de Cheever obtuvo enorme éxito de inmediato, probablemente porque el autor se limita a exponer unas preguntas que el lector se hará sin hallar la respuesta más que en sí mismo; esas pocas líneas magistrales, como era de esperar, concitaron el interés de la industria del cine y fue la productora Horizon Pictures, con muy buenas películas en su haber, la que encomendó a Frank Perry la realización del proyecto; Perry, con escasa experiencia (apenas dos películas y algún episodio televisivo), se valió de su esposa Eleanor Perry para perfilar el guión.

Eleanor tuvo el coraje y el acierto de modificar mínimamente el excelente relato de Cheever y así, cuatro años más tarde de su aparición en letra impresa, se presentó la película conocida en España como El Nadador (The Swimmer, 1968).

La elección del protagonista no pudo ser más acertada: el atlético Ned Merrill toma para siempre la figura de Burt Lancaster, pletórico físicamente a sus cincuenta y cinco años, que carga sobre sus desnudos hombros el peso de la película.

Ned aparece de entre la maleza, súbitamente, ataviado con un bañador, en casa de unos amigos: se sorprenden de verlo, porque hace años no le veían; no se sabe de dónde viene, ni porqué aparece; sonriente, saluda, bromea, abraza, y tiene la ocurrencia de cruzar a nado el condado para volver a su casa....

Frank Perry, siguiendo el guión de Eleanor, realiza la película de su vida. En su doble condición de director y productor, podemos pensar que la versión del relato de Cheever es propia y personal, tanto como fidedigna. Tan sólo algunos diálogos de más, pocos.

Muchas miradas nos explicarán mejor que las palabras los sentimientos de aquellos que se cruzarán en el camino de Ned, esa vuelta a casa odiseica en la que los tropiezos con el ayer olvidado configurarán un presente desconocido.

Y los gestos, las sensaciones del protagonista las enfatiza acertadamente Perry con primeros planos que resuelven en una imagen las descripciones literarias de Cheever, que debió quedar encantado pues participó en el rodaje como "extra", lo que ahora llamaríamos un "cameo"



No he podido averiguar la razón ni el motivo, pero lo cierto es que Sidney Pollack tomó el lugar de Perry para rodar una escena cabal en la que Ned se encuentra con una antigua amante, justamente una escena muy ampliada con los diálogos creados por Eleanor, momento en que el protagonista parece confirmar su sospecha que nada es lo que a él le venía pareciendo.

Su optimismo inicial va decayendo cuando se enfrenta a gente que parece saber de él más que él mismo, recuerdos de hechos pasados borrados de la memoria de Ned. El espectador atento acaba por tener en mente un dibujo del solitario nadador que no coincide con la imagen que Ned parece tener de sí mismo y de sus relaciones con quienes trata.

Perry mantiene muy bien a lo largo de la hora y media escasa del metraje el pulso de una narración críptica manteniendo la idea original de Cheever, ofreciendo de forma dosificada los elementos que permitirán al espectador hacerse una composición de la realidad que los ojos cada vez más tristes de Ned irán descubriendo a lo largo de su acuoso periplo.

Unos ojos que pertenecen a Burt Lancaster que, en bañador y descalzo toda la película, como ya lo hiciera dos años antes Cornel Wilde, acomete con una exhibición de fuerza interpretativa la representación de ese hombre complejo que con alma de explorador iniciará un regreso al hogar que le hará ver la verdad de su vida.

Valiéndose de la estimable colaboración de David L. Quaid como camarógrafo y con el apoyo de una partitura -que ha envejecido algo, quedando muy "sesentera" de Marvin Hamlisch, Frank Perry rodó hace ya tantos años una película muy especial, rara, difícil, que estuvo a punto de ser sometida a la mala costumbre de los "remakes" hace un par de años; pero no se atrevieron; seguramente porque hoy, ya no se hacen películas así: una película con muchas preguntas y ninguna respuesta.


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