Tennessee Williams
Thomas Lanier Williams nació el 26 de marzo de 1911 en Columbus, Missisippi, estados unidos de Norteamérica, fruto de un matrimonio entre un viajante de zapatos y una mujer que descendía de las buenas familias sureñas; con un hermano y una hermana, el pequeño Thomas padeció difteria, lo que le mantuvo delicado e inhábil para los juegos intanfiles, recibiendo como consejo de su madre usar su imaginación y trasladarla al papel, a cuyo fin le regaló, a los trece años, una máquina de escribir.
Quizás gracias a esa enfermedad infantil y a la buena idea de su madre, el pequeño Thomas acabó por convertirse en uno de los más aclamados dramaturgos del pasado Siglo XX, cuyas obras firmó como Tennessee Williams, hasta que falleció, hace veinticinco años, el 25 de febrero de 1983.
La azarosa vida de Tennesee Williams, homosexual confeso en una época en que reinaba la censura, no le impidió alcanzar el éxito como dramaturgo, configurando con toda su obra un universo de seres complejos, atormentados por sus pasiones y temores, siendo muchas de sus obras trasladadas a la pantalla, normalmente dirigidas e interpretadas por estrellas del Hollywood de la época, ese Hollywood que, escribiendo este comentarista en horas previas a la celebración de los tan traídos y llevados Oscar, espera y confía que tengan la decencia de recordar la efeméride correspondiente a uno de los autores más importantes de la cinematografía del siglo pasado, tanto como autor original de ideas, como guionista excepcional de sus propias obras.
El mundo de Williams es un lugar atormentado donde las relaciones familiares cobran relevancia, posiblemente como reflejo exorcizador del autor; los personajes bordean en muchos casos la paranoia y la enfermedad mental, como recuerdo impoluto de la propia hermana del autor, Rose, que acabó siendo lobotomizada, operación que la convirtió casi en un vegetal insensible ante el espanto e indignación de Williams.
La tragedia de los hechos y el drama interno de los personajes concurren en casi todas las piezas de Tennessee Williams, sin escenas de humor que puedan aliviar la tensión que sus relatos originan. Como consecuencia de ello, la traslación a la gran pantalla representa un escollo comercial importante, ya que el espectador avisado sabe de antemano que se va a enfrentar a una historia trágica, dramática sin concesiones, en la que el autor pone en la palestra aspectos de la vida que uno siempre prefiere contemplar como espectador.
Ya se ha referido que, a pesar de esas dificulades comerciales, la industria cinematográfica no pudo evadirse al canto de sirenas clamado por la brillantez de los textos de Williams, en una época en que la censura era un componente más del proceso elaborador de una película; choca la valentía de los productores hollywoodienses de mediados del siglo pasado al decidir adaptar las obras teatrales densas, repletas de giros intelectuales con doble sentido, vericuetos alambicados para escapar de una censura omnipresente, en comparación con lo que hoy, en tiempos teóricamente más laxos, se suele ofrecer al público en general; podríamos resumir la paradoja afirmando, taxativamente, que las películas basadas en las historias de Tennessee Williams son para adultos, género, al parecer, en vías de extinción.
La nómina de directores que se atrevieron a trasladar al cine las obras de Williams, que se pueden consultar aquí, alberga varios nombres de primera fila. Este comentarista, que se ha declarado repetidamente como fervoroso aficionado al Teatro (así, en mayúscula), ha estado varias semanas meditando la elección de una película para glosar la memoria de tan ilustre dramaturgo, cuyas obras anima a leer a quien esté interesado en el teatro del Siglo XX; la elección no ha sido fácil y permanece el resquemor de las descartadas (que no abandonadas), aunque siempre quedará la feliz oportunidad de revisarlas y comentarlas oportunamente.
Tratándose de llevar una obra de teatro al cine, sin embargo, nadie mejor, en opinión propia, claramente subjetiva, que Joseph L. Mankiewicz, con un currículuum cinematográfico repleto de afortunadas versiones fílmicas de excelentes dramas.
En 1959, el productor Sam Spiegel emprendió la producción de la obra teatral De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, 1959), escrita el año anterior por Tennessee Williams, quizás su obra más polémica por sus apuntes autobiográficos nada velados, cuya polémica se trasladó al cine con la inestimable colaboración de sus intérpretes, una maravillosa y esplendorosa Elizabeth Taylor, {reciente todavía su gran interpretación de otra heroína de Tennesee en La Gata sobre el Tejado de Zinc, 1958}, [la última duda de este comentarista], la gran Katharine Hepburn y el siempre atormentado Montgomery Clift.
Para tal empresa, Spiegel contó con la intervención del propio Tennessee Williams como guionista de su propia obra, con la colaboración de Gore Vidal, y, tomándose la producción muy en serio, acertó al elegir las composiciones musicales, atormentadas, de Malcom Arnold y Buxton Orr, así como una brillante y expresiva fotografía en blanco y negro firmada por Jack Hildyard.
El lanzamiento de la película ya avisaba a sus espectadores de la polémica que se iba a producir, como podemos comprobar en el trailer, y el conocimiento del público estadounidense de la obra teatral no llamaba a engaño a nadie.
Partiendo de un texto brillantísimo, profundo, rico hasta la opulencia en matices, y contando como guionista al propio autor, era de esperar que el origen teatral pesara como una losa en el resultado final, máxime cuando la acción física de los personajes está limitada en los espacios en que se mueven; aún admitiendo que el texto cobra un valor inesperado en una película, el tratamiento que Mankiewicz le da permite que la atención del espectador siga el discurso de la historia con interés, mostrando con imágenes propias un complemento a la fatal trama que se nos presenta.
A tal efecto, Mankiewicz inicia la película con la visión de un muro descuidado, ajado, lleno de huecos que antes ocuparon ladrillos, testigo del desinterés que la sanidad pública suscita, pues la cámara, sosteniendo el plano en travelling lateral ascendente, nos informa del avejentado estado del asilo para dementes "Lions View" de Nueva Orleans donde, en 1937, el Dr. Cukrowicz (Montgomery Clift) se halla presto a practicar una novedosa intervención neuroquirúrgica, una lobotomía, en una andrajosa sala, antigua biblioteca, en precarias condiciones.
Ante el enfado de Cukrowicz por las lamentables condiciones de trabajo, asegurando su interés en marchar a Chicago, el director del asilo le informa que ha recibido una carta de la millonaria señora Violet Venable (Katharine Hepburn), poseedora de incalculable fortuna, que le urge a que se presente en su casa esa misma tarde, impresionada por un artículo de la prensa en el que se relatan los avances del Dr. Cukrowicz en la técnica de la lobotomía como medio curativo de enfermos mentales. Ante el apremio del director del asilo, que ve en la cita una oportunidad para recabar fondos para construir un edificio destinado a la neurocirugía, el Dr. Cukrowicz se presenta en la mansión de la Sra. Venable, permitiendo que Mankiewicz, viejo zorro, nos impresione con esta escena en la que la entrada de la Sra. Venable marca de forma definitiva la situación en que se desarrollará la trama.
La rica sureña pretende que el afamado neuro cirujano practique su ciencia en la persona de su sobrina Catherine Holly (Elizabeth Taylor) para conseguir que ésta vuelva a una "normalidad conveniente", asegurando que su mente se desordenó el pasado verano, cuando se hallaba de vacaciones con su primo Sebastian Venable, fallecido supuestamente de un repentino ataque de corazón.
Mientras la altiva dama acompaña al doctor de paseo en el privado jardín que se asemeja a una jungla, donde alimentan con moscas a una planta carnívora y contándole de forma escalofriante las imágenes de una bandada de gaviotas hambrientas dando cuenta de crías de tortuga galápago vistas en un verano por la Sra. Venable y su hijo, como símil de la crueldad del mundo, empezamos a vislumbrar la personalidad extravagante, refinada, culta y excéntrica de Sebastian, con la única ocupación de poeta en vida, escritor de un poema de verano por año, recordado por su madre con un fervor que se nos antoja de inmediato enfermizo, ante el asombro del doctor, cuya incertidumbre crecerá al conocer a su futura paciente, la bella Catherine, encerrada entre altos muros desde su vuelta de ése viaje veraniego que acabó con el fallecimiento de Sebastian.
Mankiewicz nos ha ofrecido unos diálogos intensos, crípticos, en medio de un jardín opresivo, jungla salvaje artifical, lugar barroco donde el fallecido Sebastian solía deambular, y luego vemos sus habitaciones, igualmente barrocas, dominadas por un cuadro de San Sebastián casi desnudo, asaeteado, estancia excesivamente repleta de antigüedades y láminas de hombres desnudos, donde se hallan la Sra. Grace Holly (Mercedes McCambridge) y su hijo George (Gary Raymond), cual aves de rapiña, retirando las ropas de Sebastian que su cuñada y tía, respectivamente, les ofreció, comprobando el desdén de la acaudalada dama hacia el resto de su familia, madre y hermano de la sobrina a la que pretende sanar, mediante la lobotomía, con la promesa de la donación de un millón de dólares para el asilo.
Tennessee Williams expone a la luz pública sus demonios personales, sus filias y sus fobias; él, que nunca perdonó a sus padres la lobotomía que practicaron a su hermana Rose; él, que sufrió hasta avanzada edad la homofobia; él, que de forma catártica, nos presenta un descarnado retrato de la ambición humana, del poder económico sobre la verdad, del dolor que el conocimiento de esa verdad puede causar y del rechazo a que la verdad sea conocida, él, Tennesse Williams, halló en Mankiewicz un diligente y eficaz colaborador para dar a conocer su obra allí donde se reúnen cientos de personas en la oscuridad, frente a la iluminada pantalla por unas imágenes que se rinden al texto, que le prestan corporeidad enfatizadora de su mensaje y que, sorteando de forma elegante las imposiciones de la censura de la época, nos ofrecen diáfana y claramente un laberinto de pasiones innombrables, amores edípicos tergiversados, sentimientos manipulados, cegueras anímicas queridas, rotas, al fin, con el fulgor de la verdad, liberadora para una y quebradora para otra, de las dos mujeres-reclamo de la vida de Sebastian, apenas entrevisto pero omnipresente en toda la película.
El trío protagonista, como era de esperar, se luce; aprovechando unos diálogos pluscuamperfectos, las dos actrices sobresalen del elenco, habiendo sido merecidamente nominadas ambas para el Oscar a la mejor interpretación femenina; la Hepburn está magnífica como altiva dama sureña acostumbrada a que todos hagan lo que ella quiere, con un tono de desdén y condescendencia usuales en un personaje maquiavélico y frustado a un tiempo; y Liz, Liz está fantástica como la bella joven aterrorizada por el conocimiento de una verdad que oculta a sí misma por el pavor que le causa, con una desesperación vital agónica que la induce al suicidio.
La labor de Mankiewicz es ajustadísima y habida cuenta del tiempo transcurrido, permanece como la más fiel al universo teatral de Tennessee Williams, en una obra dura, trágica sin concesiones, que todavía, pasados casi cincuenta años desde su producción, sigue despertando interés del cinéfilo aficionado al Teatro, convirtiendo a esta traslación al cine de Suddenly, Last Summer (mejor verla en v.o.s.) en una película imprescindible para el amante del séptimo arte.
Quizás gracias a esa enfermedad infantil y a la buena idea de su madre, el pequeño Thomas acabó por convertirse en uno de los más aclamados dramaturgos del pasado Siglo XX, cuyas obras firmó como Tennessee Williams, hasta que falleció, hace veinticinco años, el 25 de febrero de 1983.
La azarosa vida de Tennesee Williams, homosexual confeso en una época en que reinaba la censura, no le impidió alcanzar el éxito como dramaturgo, configurando con toda su obra un universo de seres complejos, atormentados por sus pasiones y temores, siendo muchas de sus obras trasladadas a la pantalla, normalmente dirigidas e interpretadas por estrellas del Hollywood de la época, ese Hollywood que, escribiendo este comentarista en horas previas a la celebración de los tan traídos y llevados Oscar, espera y confía que tengan la decencia de recordar la efeméride correspondiente a uno de los autores más importantes de la cinematografía del siglo pasado, tanto como autor original de ideas, como guionista excepcional de sus propias obras.
El mundo de Williams es un lugar atormentado donde las relaciones familiares cobran relevancia, posiblemente como reflejo exorcizador del autor; los personajes bordean en muchos casos la paranoia y la enfermedad mental, como recuerdo impoluto de la propia hermana del autor, Rose, que acabó siendo lobotomizada, operación que la convirtió casi en un vegetal insensible ante el espanto e indignación de Williams.
La tragedia de los hechos y el drama interno de los personajes concurren en casi todas las piezas de Tennessee Williams, sin escenas de humor que puedan aliviar la tensión que sus relatos originan. Como consecuencia de ello, la traslación a la gran pantalla representa un escollo comercial importante, ya que el espectador avisado sabe de antemano que se va a enfrentar a una historia trágica, dramática sin concesiones, en la que el autor pone en la palestra aspectos de la vida que uno siempre prefiere contemplar como espectador.
Ya se ha referido que, a pesar de esas dificulades comerciales, la industria cinematográfica no pudo evadirse al canto de sirenas clamado por la brillantez de los textos de Williams, en una época en que la censura era un componente más del proceso elaborador de una película; choca la valentía de los productores hollywoodienses de mediados del siglo pasado al decidir adaptar las obras teatrales densas, repletas de giros intelectuales con doble sentido, vericuetos alambicados para escapar de una censura omnipresente, en comparación con lo que hoy, en tiempos teóricamente más laxos, se suele ofrecer al público en general; podríamos resumir la paradoja afirmando, taxativamente, que las películas basadas en las historias de Tennessee Williams son para adultos, género, al parecer, en vías de extinción.
La nómina de directores que se atrevieron a trasladar al cine las obras de Williams, que se pueden consultar aquí, alberga varios nombres de primera fila. Este comentarista, que se ha declarado repetidamente como fervoroso aficionado al Teatro (así, en mayúscula), ha estado varias semanas meditando la elección de una película para glosar la memoria de tan ilustre dramaturgo, cuyas obras anima a leer a quien esté interesado en el teatro del Siglo XX; la elección no ha sido fácil y permanece el resquemor de las descartadas (que no abandonadas), aunque siempre quedará la feliz oportunidad de revisarlas y comentarlas oportunamente.
Tratándose de llevar una obra de teatro al cine, sin embargo, nadie mejor, en opinión propia, claramente subjetiva, que Joseph L. Mankiewicz, con un currículuum cinematográfico repleto de afortunadas versiones fílmicas de excelentes dramas.
En 1959, el productor Sam Spiegel emprendió la producción de la obra teatral De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, 1959), escrita el año anterior por Tennessee Williams, quizás su obra más polémica por sus apuntes autobiográficos nada velados, cuya polémica se trasladó al cine con la inestimable colaboración de sus intérpretes, una maravillosa y esplendorosa Elizabeth Taylor, {reciente todavía su gran interpretación de otra heroína de Tennesee en La Gata sobre el Tejado de Zinc, 1958}, [la última duda de este comentarista], la gran Katharine Hepburn y el siempre atormentado Montgomery Clift.
Para tal empresa, Spiegel contó con la intervención del propio Tennessee Williams como guionista de su propia obra, con la colaboración de Gore Vidal, y, tomándose la producción muy en serio, acertó al elegir las composiciones musicales, atormentadas, de Malcom Arnold y Buxton Orr, así como una brillante y expresiva fotografía en blanco y negro firmada por Jack Hildyard.
El lanzamiento de la película ya avisaba a sus espectadores de la polémica que se iba a producir, como podemos comprobar en el trailer, y el conocimiento del público estadounidense de la obra teatral no llamaba a engaño a nadie.
Partiendo de un texto brillantísimo, profundo, rico hasta la opulencia en matices, y contando como guionista al propio autor, era de esperar que el origen teatral pesara como una losa en el resultado final, máxime cuando la acción física de los personajes está limitada en los espacios en que se mueven; aún admitiendo que el texto cobra un valor inesperado en una película, el tratamiento que Mankiewicz le da permite que la atención del espectador siga el discurso de la historia con interés, mostrando con imágenes propias un complemento a la fatal trama que se nos presenta.
A tal efecto, Mankiewicz inicia la película con la visión de un muro descuidado, ajado, lleno de huecos que antes ocuparon ladrillos, testigo del desinterés que la sanidad pública suscita, pues la cámara, sosteniendo el plano en travelling lateral ascendente, nos informa del avejentado estado del asilo para dementes "Lions View" de Nueva Orleans donde, en 1937, el Dr. Cukrowicz (Montgomery Clift) se halla presto a practicar una novedosa intervención neuroquirúrgica, una lobotomía, en una andrajosa sala, antigua biblioteca, en precarias condiciones.
Ante el enfado de Cukrowicz por las lamentables condiciones de trabajo, asegurando su interés en marchar a Chicago, el director del asilo le informa que ha recibido una carta de la millonaria señora Violet Venable (Katharine Hepburn), poseedora de incalculable fortuna, que le urge a que se presente en su casa esa misma tarde, impresionada por un artículo de la prensa en el que se relatan los avances del Dr. Cukrowicz en la técnica de la lobotomía como medio curativo de enfermos mentales. Ante el apremio del director del asilo, que ve en la cita una oportunidad para recabar fondos para construir un edificio destinado a la neurocirugía, el Dr. Cukrowicz se presenta en la mansión de la Sra. Venable, permitiendo que Mankiewicz, viejo zorro, nos impresione con esta escena en la que la entrada de la Sra. Venable marca de forma definitiva la situación en que se desarrollará la trama.
La rica sureña pretende que el afamado neuro cirujano practique su ciencia en la persona de su sobrina Catherine Holly (Elizabeth Taylor) para conseguir que ésta vuelva a una "normalidad conveniente", asegurando que su mente se desordenó el pasado verano, cuando se hallaba de vacaciones con su primo Sebastian Venable, fallecido supuestamente de un repentino ataque de corazón.
Mientras la altiva dama acompaña al doctor de paseo en el privado jardín que se asemeja a una jungla, donde alimentan con moscas a una planta carnívora y contándole de forma escalofriante las imágenes de una bandada de gaviotas hambrientas dando cuenta de crías de tortuga galápago vistas en un verano por la Sra. Venable y su hijo, como símil de la crueldad del mundo, empezamos a vislumbrar la personalidad extravagante, refinada, culta y excéntrica de Sebastian, con la única ocupación de poeta en vida, escritor de un poema de verano por año, recordado por su madre con un fervor que se nos antoja de inmediato enfermizo, ante el asombro del doctor, cuya incertidumbre crecerá al conocer a su futura paciente, la bella Catherine, encerrada entre altos muros desde su vuelta de ése viaje veraniego que acabó con el fallecimiento de Sebastian.
Mankiewicz nos ha ofrecido unos diálogos intensos, crípticos, en medio de un jardín opresivo, jungla salvaje artifical, lugar barroco donde el fallecido Sebastian solía deambular, y luego vemos sus habitaciones, igualmente barrocas, dominadas por un cuadro de San Sebastián casi desnudo, asaeteado, estancia excesivamente repleta de antigüedades y láminas de hombres desnudos, donde se hallan la Sra. Grace Holly (Mercedes McCambridge) y su hijo George (Gary Raymond), cual aves de rapiña, retirando las ropas de Sebastian que su cuñada y tía, respectivamente, les ofreció, comprobando el desdén de la acaudalada dama hacia el resto de su familia, madre y hermano de la sobrina a la que pretende sanar, mediante la lobotomía, con la promesa de la donación de un millón de dólares para el asilo.
Tennessee Williams expone a la luz pública sus demonios personales, sus filias y sus fobias; él, que nunca perdonó a sus padres la lobotomía que practicaron a su hermana Rose; él, que sufrió hasta avanzada edad la homofobia; él, que de forma catártica, nos presenta un descarnado retrato de la ambición humana, del poder económico sobre la verdad, del dolor que el conocimiento de esa verdad puede causar y del rechazo a que la verdad sea conocida, él, Tennesse Williams, halló en Mankiewicz un diligente y eficaz colaborador para dar a conocer su obra allí donde se reúnen cientos de personas en la oscuridad, frente a la iluminada pantalla por unas imágenes que se rinden al texto, que le prestan corporeidad enfatizadora de su mensaje y que, sorteando de forma elegante las imposiciones de la censura de la época, nos ofrecen diáfana y claramente un laberinto de pasiones innombrables, amores edípicos tergiversados, sentimientos manipulados, cegueras anímicas queridas, rotas, al fin, con el fulgor de la verdad, liberadora para una y quebradora para otra, de las dos mujeres-reclamo de la vida de Sebastian, apenas entrevisto pero omnipresente en toda la película.
El trío protagonista, como era de esperar, se luce; aprovechando unos diálogos pluscuamperfectos, las dos actrices sobresalen del elenco, habiendo sido merecidamente nominadas ambas para el Oscar a la mejor interpretación femenina; la Hepburn está magnífica como altiva dama sureña acostumbrada a que todos hagan lo que ella quiere, con un tono de desdén y condescendencia usuales en un personaje maquiavélico y frustado a un tiempo; y Liz, Liz está fantástica como la bella joven aterrorizada por el conocimiento de una verdad que oculta a sí misma por el pavor que le causa, con una desesperación vital agónica que la induce al suicidio.
La labor de Mankiewicz es ajustadísima y habida cuenta del tiempo transcurrido, permanece como la más fiel al universo teatral de Tennessee Williams, en una obra dura, trágica sin concesiones, que todavía, pasados casi cincuenta años desde su producción, sigue despertando interés del cinéfilo aficionado al Teatro, convirtiendo a esta traslación al cine de Suddenly, Last Summer (mejor verla en v.o.s.) en una película imprescindible para el amante del séptimo arte.
Me confieso admiradora de Tenesse Williams y de ese sur que supo reflejar como nadie, de calor opresivo y pasiones axfisiantes. Aunque creo que la mejor adaptación que se ha hecho en el cine de una obra suya es Un tranvía llamado deseo, con dos personajes convertidos en iconos y ejemplos de interpretación como Blanche DuBois y Stanley Kowalski, me gusta mucho De repente el último verano, de la que tengo un recuerdo de algo que pocas veces he visto en un cine: la gente aplaudiendo a la que acabó la película. Una Katharine Hepburn tan maravillosa como sólo ella sabía serlo y una Elizabeth Taylor que repetía con fortuna otro personaje de Williams, junto con el atormentado Montgomery Clifft, bajo la dirección de Mankiewicz, consiguieron el resultado. Tan sólo por la escena en que, tras haber oído la confesión de Liz, Katharine Hepburn parece haber envejecido, merece verse.
ResponEliminaMe alegra, Alicia, saber que eres seguidora de Tennesee, aunque discrepemos respecto a sus versiones cinematográficas; a mí, el Kowalski de Brando me parece un tanto sobreactuado, todavía con los vicios del Actor's Studio, como no podía ser menos, dirigido por Kazan.
ResponEliminaY la secuencia que me encanta es la que afortunadamente he hallado en youtube, cuando Violet desciende de las alturas y se pasea por ese jardín selvático del brazo de un cada vez más asombrado doctor.
De cualquier forma, es un cine apasionado por el verbo, que requiere toda la atención del espectador.
Saludos.
Estoy ya acostumbrado a toparme, compa Josep, con la brillantez de tus reseñas, pero en ésta, sinceramente, has picado bien alto. Una auténtica maravilla sobre una no menos deliciosa película (curiosamente, tuve ocasión de verla -o, al menos, intentarlo- hace no mucho). Ah, y muy interesante ese apunte genérico que haces sobre la extinción del cine para adultos, sacrificado en el altar de lo políticamente correcto (y que viene a concidir, también, con una reseña en el blog de Clásicos de La Butaca que, referido al tema del humo y el tabaco en las pelis del Hollywood clásico, toca ese mismo elemento). Cosas veredes, que decía aquel...
ResponEliminaUn abrazo.
P.S. veo, compa, que no dejas de incorporar gadgets varios en tu blog. El problema de eso es que metes en ganas a algunos, pero intentaré moderarme.
P.S. 2 ya tengo mi blog en el "pack no nofollow" de marras. Otro más...
¿Que Marlon Brando estaba sobreactuado como Stanley, Josep? Pordiospordiospordios ¿cuando le rompen la camiseta? pordiospordiospordios ¿ o cuando se pone a aullar "Stella" como un perro en celo? pordiospordiospordios
ResponEliminaAmigo Manuel, tus lisonjas me sonrojan; las entiendo como amabilidad por tu parte, viniendo de quien vienen, mi mentor en la bloguería.
ResponEliminaLo del cine "de y para adultos" es una sensación que ya permanece demasiado tiempo, con honrosas excepciones, cada vez más escasas...
Lo de los gadgets, son intentos de ofrecer a los lectores algo de su interés; el último, esa especie de "blogroll", no estoy muy seguro que lo mantenga, pues de momento "choca" con la monotemática del bloc. El que sí es interesante es el de los últimos comentarios, máxime cuando ultimamente blogger se retrasa mucho en remitirlos por correo electrónico y queda feo no responder a los estimados lectores/comentaristas.
Ya me he dado cuenta que has aplicado el dofollow, ya...
Un abrazo.
Alicia, Alicia: comprendo que Marlon se constituye en un icono (digamos varonil, para ser prudentes) en su papel de Kowalski, pero, pero.... reconocerás conmigo que sus actuaciones "juveniles" eran un tanto "explosivas"....
ResponEliminaMe impresiona mucho más en Apocalypse y en El Padrino..
[claro que yo soy un varón y no me impresionan según qué cosas...:-) ]
Saludos.
Llego tarde, cuando los colegas han hablado de esa gozada de peli. Los intérpretes estuvieron del quince y Mankiewicz logra esa atmósfera asfixiante que requiere la obra. Hay una anécdota curiosa. Naturalmente no se estrenó en España, en su día, porque obviamente no podía limarse hasta el extremo de poder ser medianamente proyectable., de manera que las revistas y los medios se dedicaron a despedazarla a degüello. Entre los comentarios que se escribían había lindezas como "¡En la Costa Brava no hay caníbales, señor Mankiewicz!" En alusión a la escena de la muerte de Sebastian.
ResponEliminaEs estupendo revisitar todo el cine clásico, pero lo más cojonudo es que que esto ocurra entre la gente joven.
Felicidades y un abrazote.
Llego tarde, dice Antonio: ¡yo sí que llego tarde!
ResponEliminaLas anécdotas de la censura carpetovetónica son innumerables y llovía sobre mojado.
Lo que no entiendo es eso de que "es cojonudo que la revisión de los grandes clásicos suceda entre la gente joven"
¿Vd. sabe, Don Antonio, con quien está hablando? Porque no veo en este bloc a nadie con menos de treinta años... y soy generoso.... :-)
Aunque la juventud está más en el cerebro que en las piernas.... (lo que hay que oir/decir) :-)
Un abrazo.
Suddenly last summer claro que s�.
ResponEliminaYo tengo tambi�n especial culto por La noche de la iguana, del gran John Huston. Una pel�cula "menor" y entra�able que no se parece mucho a lo anterior del Tennessee.
Excelente art�culo, hermano Josep.
Mientras tu leias con tan buenos ojos mi comentario, estaba yo repasando una película guionizada también por Veiller, que recreó ese ambiente tan enrarecido de la Noche de la Iguana con Huston; recuerdo haberla visto hace mucho tiempo, y tengo ganas de echarle el ojo de nuevo...
ResponEliminaSaludos.
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ResponElimina