Robby
En una época que todavía pertenece al futuro, más allá del año 2200, una nave interplanetaria, que tiene el aspecto exterior de lo que conocemos como platillo volante, se dirige a un destino conocido más allá de nuestra galaxia.
La tripulación de la nave está compuesta por hombres, cada uno especializado en una labor, incorporándose incluso un cocinero; su vestuario se nos antojará ridículo y anticuado, como extraño, a estas alturas, nos parecerá el instrumental de a bordo, una especie de sextante que reproduce la situación de la nave en el espacio. Viajan a velocidad superior a la de la luz y, cuando se disponen a desacelerar, todos, sin excepción, se someten a un chorro de energía que los atomiza y recupera para poder resistir el frenazo brutal a una velocidad humana.
Pronto llegarán a un planeta que, afortunadamente, dispone de suficiente oxígeno en su atmósfera, con lo cual el uso de complicados aparatos de respiración artificial no será necesario.
A mediados del pasado siglo la Metro Goldwin Mayer se decidió a producir una película basada en una historia escrita por Irving Block y Allen Adler inspirada lejanamente en una célebre pieza de Shakespeare, La Tempestad, que fue reconvertida a guión cinematográfico por Cyril Hume.
La dirección fue encargada a un empleado de la casa, Fred M. Wilcox, quien contó con la colaboración de Joshua Meador, cedido por la casa Walt Disney, especialista en efectos especiales, así como la de Robert kinoshita entre muchos otros, para rodar la película conocida como Planeta Prohibido (Forbidden Planet, 1956)
El Comandante Adams (Leslie Nielsen) y su tripulación llegarán al planeta Altair, a diecisiete años luz de la Tierra, para averiguar qué pasó con una expedición que hace años se dirigió al remoto lugar del universo, sin que hubieran posteriores noticias. Allí encontrará al superviviente Dr. Morbius (Walter Pidgeon) que es especialista en filología, quien asegura ser el único superviviente de la expedición; pero pronto descubriremos que no se halla solo, pues con él está su hija, la bella y joven Altaira (Anne Francis), que luce unos minivestidos que atraerán rápidamente el interés de la joven tripulación, así como un robot, llamado Robby
Esta película es un curioso caso de película de culto, pues, transcurridos ya más de cincuenta años de su rodaje, su visión no deja de ser sorprendente al mantener un hálito de poético interés, pese a que su confección cinematográfica no es precisamente brillante, y el trabajo de sus principales actores es básicamente alimenticio; los efectos especiales no son ya sorprendentes, salvo que el atento espectador ponga la voluntad de trasladarse a una época pretérita y se disponga a ver la película con ojos que nos pueden parecer ingenuos, olvidando lo que hemos visto hasta la saciedad; desde esa perspectiva, partiendo de un convencimiento propio, el gozo de unos efectos especiales mil veces copiados e imitados en lo sucesivo nos deparará un entretenimiento plácido.
La trama incurre en no pocas contradicciones científicas por el conocimiento actual que disponemos, pero, sabiendo como sabemos que es un campo abierto y todavía en desarrollo, el de los viajes interplanetarios, quizás algunas de esas contradicciones se podrán revelar insostenibles en un futuro al que apunta la historia, por lo que haremos bien en dejar la meticulosidad aparte y sumergirnos en el fondo de la cuestión que, muy someramente y con pobres diálogos, todo hay que decirlo, se nos plantea.
Morbius vive sólo con su hija en un alejado planeta, sin intención de regresar a la Tierra; ha tomado unos conocimientos poderosos de los antiguos habitantes del planeta, desparecidos milenos antes, cuya sabiduría apenas vislumbramos. Por otra parte, es consciente que, tarde o temprano, su hija debería conocer a sus semejantes; la chica, Altaira, demuestra desconocer conceptos como el pudor ante la desnudez así como los sentimientos y pasiones que pueden despertar el amor y la sexualidad.
La llegada de los visitantes procedentes de la Tierra despertará de nuevo la entidad maléfica que ocasionó la desaparición de la milenaria civilización que habitó el planeta, como ocurrió, diecisiete años atrás, con la llegada de la desaparecida expedición terrícola cuyos únicos supervivientes son Morbius y su hija, nacida en el planeta.
La simplicidad de la trama no es obstáculo para mantener la atención del espectador que podrá disfrutar de hora y media de aventuras en un mundo lejano, idílico ocasionalmente, que albergará en su seno una terrible amenaza.
Pese a esa simplicidad, fácilmente criticable, el conjunto se erigirá en una pieza un tanto "naif" de la ciencia ficción cinematográfica, uno de cuyos protagonistas, el robot Robby, permanecerá en nuestro recuerdo, como muy bien se documenta aquí y aquí
Muy recomendable cinta para aquellos amantes del género, ocasión para comprobar como con muy escasos medios técnicos, totalmente anticuados,se conseguía con esfuerzo e inteligencia sorprender al público de hace medio siglo, que abarrotaba las salas para disfrutar de una fantasía perteneciente, todavía, a un futuro por llegar.
La tripulación de la nave está compuesta por hombres, cada uno especializado en una labor, incorporándose incluso un cocinero; su vestuario se nos antojará ridículo y anticuado, como extraño, a estas alturas, nos parecerá el instrumental de a bordo, una especie de sextante que reproduce la situación de la nave en el espacio. Viajan a velocidad superior a la de la luz y, cuando se disponen a desacelerar, todos, sin excepción, se someten a un chorro de energía que los atomiza y recupera para poder resistir el frenazo brutal a una velocidad humana.
Pronto llegarán a un planeta que, afortunadamente, dispone de suficiente oxígeno en su atmósfera, con lo cual el uso de complicados aparatos de respiración artificial no será necesario.
A mediados del pasado siglo la Metro Goldwin Mayer se decidió a producir una película basada en una historia escrita por Irving Block y Allen Adler inspirada lejanamente en una célebre pieza de Shakespeare, La Tempestad, que fue reconvertida a guión cinematográfico por Cyril Hume.
La dirección fue encargada a un empleado de la casa, Fred M. Wilcox, quien contó con la colaboración de Joshua Meador, cedido por la casa Walt Disney, especialista en efectos especiales, así como la de Robert kinoshita entre muchos otros, para rodar la película conocida como Planeta Prohibido (Forbidden Planet, 1956)
El Comandante Adams (Leslie Nielsen) y su tripulación llegarán al planeta Altair, a diecisiete años luz de la Tierra, para averiguar qué pasó con una expedición que hace años se dirigió al remoto lugar del universo, sin que hubieran posteriores noticias. Allí encontrará al superviviente Dr. Morbius (Walter Pidgeon) que es especialista en filología, quien asegura ser el único superviviente de la expedición; pero pronto descubriremos que no se halla solo, pues con él está su hija, la bella y joven Altaira (Anne Francis), que luce unos minivestidos que atraerán rápidamente el interés de la joven tripulación, así como un robot, llamado Robby
Esta película es un curioso caso de película de culto, pues, transcurridos ya más de cincuenta años de su rodaje, su visión no deja de ser sorprendente al mantener un hálito de poético interés, pese a que su confección cinematográfica no es precisamente brillante, y el trabajo de sus principales actores es básicamente alimenticio; los efectos especiales no son ya sorprendentes, salvo que el atento espectador ponga la voluntad de trasladarse a una época pretérita y se disponga a ver la película con ojos que nos pueden parecer ingenuos, olvidando lo que hemos visto hasta la saciedad; desde esa perspectiva, partiendo de un convencimiento propio, el gozo de unos efectos especiales mil veces copiados e imitados en lo sucesivo nos deparará un entretenimiento plácido.
La trama incurre en no pocas contradicciones científicas por el conocimiento actual que disponemos, pero, sabiendo como sabemos que es un campo abierto y todavía en desarrollo, el de los viajes interplanetarios, quizás algunas de esas contradicciones se podrán revelar insostenibles en un futuro al que apunta la historia, por lo que haremos bien en dejar la meticulosidad aparte y sumergirnos en el fondo de la cuestión que, muy someramente y con pobres diálogos, todo hay que decirlo, se nos plantea.
Morbius vive sólo con su hija en un alejado planeta, sin intención de regresar a la Tierra; ha tomado unos conocimientos poderosos de los antiguos habitantes del planeta, desparecidos milenos antes, cuya sabiduría apenas vislumbramos. Por otra parte, es consciente que, tarde o temprano, su hija debería conocer a sus semejantes; la chica, Altaira, demuestra desconocer conceptos como el pudor ante la desnudez así como los sentimientos y pasiones que pueden despertar el amor y la sexualidad.
La llegada de los visitantes procedentes de la Tierra despertará de nuevo la entidad maléfica que ocasionó la desaparición de la milenaria civilización que habitó el planeta, como ocurrió, diecisiete años atrás, con la llegada de la desaparecida expedición terrícola cuyos únicos supervivientes son Morbius y su hija, nacida en el planeta.
La simplicidad de la trama no es obstáculo para mantener la atención del espectador que podrá disfrutar de hora y media de aventuras en un mundo lejano, idílico ocasionalmente, que albergará en su seno una terrible amenaza.
Pese a esa simplicidad, fácilmente criticable, el conjunto se erigirá en una pieza un tanto "naif" de la ciencia ficción cinematográfica, uno de cuyos protagonistas, el robot Robby, permanecerá en nuestro recuerdo, como muy bien se documenta aquí y aquí
Muy recomendable cinta para aquellos amantes del género, ocasión para comprobar como con muy escasos medios técnicos, totalmente anticuados,se conseguía con esfuerzo e inteligencia sorprender al público de hace medio siglo, que abarrotaba las salas para disfrutar de una fantasía perteneciente, todavía, a un futuro por llegar.
La voluntad, el talento y la imaginación a veces logran resultados sorprendentes.
ResponEliminaSaludos
Tienes razón,39escalones, al concitar esos tres elementos, que desafían un análisis profundo del resultado, permaneciendo una simpatía por el producto final poco explicable.
ResponEliminaSaludos.