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dimarts, 31 de juliol del 2018

Fahrenheit 451





Con motivo de la edición que conmemoraba el cuadragésimo aniversario de la publicación de su novela más conocida Ray Bradbury escribió en 1993 un interesantísimo prólogo que divulga algunas de las claves que sentaron las bases necesarias para conformar una novela de ciencia ficción que rápidamente adquirió tintes de clásico, la archiconocida Fahrenheit 451 que entre otros conceptos nos ayudó en algún momento de nuestras vidas a comprender la enorme diferencia entre los grados Celsius y los Fahrenheit sin que jamás llegáramos, pobres hombres de letras, a comprender el porqué.

En dicho prólogo el cinéfilo despistado se entera que Bradbury tuvo que darse un poco de prisa -es un decir- en dejar lista esa primera edición porque resulta que John Huston le estaba esperando en Irlanda para pergeñar durante ¡ocho meses! el guión de Moby Dick, que se estrenaría en 1956 y resulta que el bueno de Ray Bradbury llevaba desde 1951 ganándose el pan escribiendo guiones lo que hace contemplar como muy curiosa la afirmación del autor que escribió la novela en una máquina de escribir de alquiler sita en la biblioteca de la Universidad de California en Los Angeles.

Casi todos tendremos por ahí, en un rincón, un ejemplar de la novela y probablemente la leímos hace mucho tiempo. Recomendaría darle un nuevo vistazo y, si no contiene el prólogo citado, ir a por ella con el aditamento pues no tiene pérdida.

Sé que resulta una temeridad detenerse a comentar someramente la novela pero habiéndole dado un repasito hace muy pocas semanas no me resisto a ello intentando convenceros de que hagáis lo propio. Porque aunque la idea básica sea sobradamente conocida: en un futuro nada halagüeño el cuerpo de bomberos se dedica a quemar todos los libros que estén a su alcance pues el gobierno ha decidido que la lectura es un vicio que perjudica a la ciudadanía dinamitando su moral y convicciones, usualmente al ofrecer disyuntivas que pueden ser objeto de debate, lo cual no hace sino crear confrontaciones innecesarias, pues ya el gobierno se ocupa de que todos sean felices.

En poco más de ciento y pico páginas (dependiendo de la edición por su tipografía y composición) Bradbury amplía unas ideas que ya vertió en cuentos brevísimos y anécdotas imprevisibles y crea una sociedad del futuro indefinido en el que los libros han pasado de ser guardianes de sabiduría, emociones y conocimientos útiles a ser objetos prohibidos y su tenencia penada con la máxima gravedad en una sociedad en la que las carreteras están flanqueadas por anuncios enormes a fin de poder ser vistos por los veloces automóviles que pueden atropellar a cualquier peatón imprudente sin problema alguno mientras en las casas (llamarlas hogares sería impreciso) las paredes van llenándose de pantallas de televisión que interactúan con los ocupantes, algunos de los cuales exageran las dosis de pastillas para dormir luego.

Bradbury tiene el acierto de fijar la atención en Montag, el bombero que un buen día conoce a una extraña joven, Clarisse, quien le hace propuestas tan absurdas como frotarse una florecilla, un diente de león, en la barbilla, para saber si uno está enamorado. Y descubrir que el padre y el tío de Clarisse están en el porche de su casa, charlando, cuando todos están dentro mirando la tele. De hecho, ellos ni siquiera tienen antena de tele. ¿De qué charlan? pregunta Montag, sorprendido.

La novela nos habla a un tiempo de la transición personal que sucede en el ánimo de Montag pasando de bombero incinerador de libros a revolucionario en defensa de la lectura y lo hace con un estilo sencillo y eficaz dotado de un ritmo constante apenas interrumpido por alguna descripción excesiva en palabras y habiendo pasado ya casi sesenta y cinco años de su primera edición (la más conocida en forma de serial en los números dos, tres y cuatro de la revista Play Boy: Hefner pagó 450 dólares [todo lo que tenía] y nunca se arrepintió de ello) uno acaba por decidir que si hace cincuenta años cuando la leí por primera vez y tuve una idea de lo que luego conocería como distopía, ahora, en 2018, creo que Ray Bradbury se acercó mucho a un visionario.

Ciertamente no se queman libros: se sepultan bajo toneladas de otros libros y se dejan en los anaqueles o estanterías mientras la familia se dispone ante la enorme pantalla, cada vez más dotada de interactividad; puede que a diferencia de la mujer de Montag nadie pretenda tener varias pantallas de televisión en una misma habitación, pero sin duda hay más de una en muchas casas. Y en todas, como dice en un momento el Bombero Jefe, hay bombardeo de anuncios.

La importancia de la novela de Bradbury se incrementa si constatamos la época en que fue escrita, justo a mediados del siglo pasado, cuando la censura todavía planeaba con fuerza sobre la sociedad estadounidense desde los propios estamentos gubernamentales. Lo que no podía imaginar el amigo Ray ni siquiera en 1993 cuando escribió el citado prólogo es que los usos censores no tan sólo no desaparecieron sino que se han extendido como una plaga; él no pudo saberlo entonces pero ahora, gracias a la facilidad de internet, empezamos a vislumbrar unos usos sorprendentes

La importancia de la denuncia formulada por Bradbury es tal que a pesar de su clamoroso éxito desde que apareció en 1953 nunca hubo en la industria del cine estadounidense el más mínimo interés en darle alas y ofrecerla en las pantallas: tuvo que esperar trece años a que desde el otro lado del charco, en Europa, François Truffaut se encargara de escribir un guión y luego dirigir la película homónima Fahrenheit 451 (1966) gracias al interés de una productora británica y la ayuda de Jean Louis Richard como guionista.

Truffaut lleva a la pantalla la novela de Bradbury modificándola en parte pero dejando el meollo inalterado aunque sin apretar las clavijas a una sociedad que ya entonces empezaba a apoyarse mucho en la televisión (todos sabían ya que el celebérrimo JFK había ganado por guapo a Nixon gracias a los debates televisados) y siguiendo el camino del novelista se centra en la aventura de Montag con alguna que otra licencia digamos que conveniente; el centrarse en el personaje y sus relaciones con su esposa, con la joven Clarisse y con su jefe, Beatty, sin acentuar el entorno como sí lo hace Bradbury en sus reflexiones, la película pierde fuerza y vista ahora de nuevo cincuenta años más tarde la primigenia sensación de extrañeza que me dejó se convierte en la constatación que hace aguas por casi todas partes.

Porque si a la dificultad de apuntar alto le añadimos una sensación de falta de presupuesto en una película que necesita elementos del futuro creíbles y un vestuario que ya en su estreno causaba risa, un camión de bomberos ¡que van de pié, agarrados a una barra! que parece ideado por el Profesor Franz de Copenhague, lo único reseñable es la aparición (y el mal uso que del mismo se hace) del tren elevado de Châteneuf-sur-Loire que me parecía recordar había leído hace medio siglo que estaba en Bélgica, pero resulta que no. Quizás el "invento" quedó gafado por la película: no diría que no.

Truffaut tuvo por encima de todo un fallo garrafal en esta proposición con una base tan poderosa: dejó campar a sus anchas a todos los actores, del primero al último, del veterano Cyril Cusack al figurante que simula caerse con tan poca gracia que habría que repetir la toma cien veces. Desde luego es difícil conseguir que Oskar Werner abandone su cara de pato mareado y que Julie Christie deje de intentar epatar al personal con sus ojazos y sus interminables labios, pero para eso está el director: para mandar un poco y poner orden. Los personajes, todos, se caen por culpa de unas actuaciones lamentables, indignas de una novela como ésa: hay una incredulidad que traspasa la pantalla: los rostros de esos protagonistas en ningún momento se adecúan a lo que están diciendo y las más de las veces o parecen zombies sin expresión alguna o se limitan, como Cusack, a un repertorio de gestos risibles, inoportunos, ineficaces, sin convicción alguna. No sé si es que no se leyeron el guión entero, si jamás habían leído la novela o si es que su sueldo fue tan exiguo que Truffaut no tuvo los arrestos necesarios para repetir tomas hasta que la escena tuviese la fuerza que el texto requiere. Para una vez que el guión resulta aceptable, todo lo demás es una pifia.

No sé lo que pensó o dijo -si es que dijo algo- Bradbury después de haber visto el remedo perpetrado por Truffaut, pero me apostaría una cena a que si hubiese visto la versión de Fahrenheit 451 que dirige Ramin Bahrani automáticamente se hubiera sentido muy satisfecho al comprobar sus facultades de visionario porque en este 2018 se ha podido comprobar cómo pasados casi sesenta y cinco años todavía está pendiente de ofrecerse una buena película basada en la novela de Bradbury y no tan sólo eso, sino que, puestos a pensar mal, pensaremos que la industria multimedia masificadora se ha tomado debida revancha tratando de enterrar de una vez y para siempre ese opúsculo de menos de doscientas páginas que los pone a parir desde hace más de medio siglo.

El amigo Ramin ha dejado cuatro escenas de la novela y ha procedido a elucubrar como si no hubiese leído más que una sinopsis para ¿escribir? su "adaptación", precisamente en una época en que, lejos de los sueños de 1966, el libro de papel ya no tiene más razón de ser que el cariño de algunos "lletraferits" y el archivo digital no sólo puede preservar la deforestación del planeta sino, además, facilitar y abaratar (ésa es una cuestión pendiente de aclarar y ejecutar) la transmisión de la palabra escrita.

El guión de Ramin es descabezado, alocado, inverosímil y falto de toda lógica: un galimatías que mezcla tecnología punta con conceptos arcaicos: una pena, porque la novela de Bradbury permite un ajuste actualizado pues su crítica permanece, quizás más evidente aunque con otros matices más endemoniadamente maquiavélicos: el enemigo no es tonto y su lucha contra la cultura del ciudadano dispone de brazos fuertes, potentes y muy largos.

Lo único que merece la pena en el bodrio perpetrado por Ramin es la actuación del siempre solvente Michael Shannon que incorpora con mucha convicción al Capitán Beatty. Así como en la de 1966 las actuaciones llevan a la pira la película, en la de 2018 la interpretación no puede salvar de la miasma catódica un producto malogrado. Una pena.

Porque la conclusión es que la imperdible y excelente novela de Ray Bradbury está todavía a la espera de una película que le haga justicia. Léansela y disfrútenla mientras aguardan: va para largo, me temo.





20 comentaris :

  1. Me gustó la primera adaptación de la novela, le hace justicia al personaje de Clarisse. Lo que no hace esa reciente adaptación, que me parece tan confusa. Parece que no hubieran entendido de que se trata la novela.
    La idea de que los libros son olvidados aparece en la novela, cuando un personaje le dice a Montag que antes de la censura los libros quedaban abandonados. Y que ni siquiera los bomberos queman tantos libros, que ya le interesan a pocos.
    No sé si es casual la fascinación por los payasos. Lo que está claro son las consecuencias de la trivialidad impuesta.
    Queda la memoria, aunque en el cuento Fenix brillante, que originó la novela, se insinúa la posibilidad de quemar hombres en lugar de libros.

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  2. Pues yo no acabo de comprender, Demiurgo, porqué Truffaut se vale de la misma actriz para representar a Clarisse y a la esposa de Montag, tan diferentes la una de la otra, porque el escaso trabajo de la Christie si no fuera por el vestuario y la peluca, nos llevaría a confusión. Precisamente es un detalle que no me acaba de convencer.
    La versión de la HBO parece mala adrede, la verdad, y mira que han tenido medios para hacerlo bien....

    Un abrazo.

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  3. Ay! Yo todavía no he leído esta novela.
    Pero recuerdo cuándo vi la peli.
    Fue en un programa matinal de los sábados en el que echaban pelis y luego había debate-coloquio de gente bastante joven.
    Recuerdo que ahí vi pelis como "Naves silenciosas", "El hombre con rayos X en los ojos", "Charro" y algunas más que ahora no recuerdo.
    Esta me impactó (sobre todo la escena del tío que se abraza a sí mismo en el parque; cosas de la edad). La revisé hace unos añitos y la verdad es que hay algo de lo que tú apuntas... y la escena de los policías "volando" con los cables que los sujetan colgando tan a la vista no ayuda mucho a la peli. Pero aún así, cosas como lo de seguir las vías del tren, esa sociedad de gente que memoriza libros (sí, eso igual está en el libro)... bueno, de niño son cosas que me sorprendieron...pero lejos de las mejores de Truffaut, sin duda.
    La de HBO no la he visto. Y si te hago caso, mejor me leo el libro (que no sé si lo tengo por aquí en papel; todavía no he desembalado muchas cajas de mi reciente mudanza... en digital sí).

    Un saludito.

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    1. David: mejor lee la novela, si la tienes pendiente. Si además puedes leer el prólogo citado, miel sobre hojuelas.
      La de Truffaut ha envejecido muy mal; casi es un ejemplo de lo que no se debe hacer.
      La de este año, teniendo en cuenta las facilidades técnicas e infografía informática, también da pena, porque, por lo menos, podŕian haber mostrado lo que Truffaut de ninguna manera podía. Pero ahórratela: es un buen consejo.
      Un abrazo.

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  4. Ah! El programa era Pista Libre.

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    1. Lo recuerdo vagamente. Curioso, porque la primera vez que ví la película fue en el colegio. Debería escribir al respecto, pero me faltaría perspectiva.... y datos....

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  5. Y otra cosa que se me ha olvidado.

    Sobre el enlace de libros prohibidos (muy interesante; no sé si ya había visto este o uno parecido alguna vez). Esta lista debería ser un poco como la de los artistas degenerados en aquella exposición de Berlín en retrospectiva. Si estos libros aparecen en la lista, señal de que igual merecen una lectura.
    En fin.. Había pensado hacer una entrada que tocaba ligeramente este tema...

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    1. Sabía que en USA todavía hay quien abomina de Darwin, pero esa lista de censurados en escuelas, universidades y demás me ha dejado alucinado....
      Una entradita sobre este tema es una muy buena idea, David. Quedamos a la espera.

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  6. La novela me ha gustado muchísimo, pero la leí hace mucho, repasándola tal vez cambie de opinión, tal vez no.
    El film de Truffaut lo vi apenas concluí la novela de Bradbury y no me gustó tanto, pero también debería repasarlo.

    Y con todas las reseñas negativas que leo de la última, la de Bahrani, no me dan ni ganas de acercarme a ella.
    Sumo la tuya como una más de las que me indican no hacerlo

    Abrazo!

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  7. la novela, Frodo, no ha envejecido nada: si acaso, ha quedado corta, porque Bradbury no podía imaginar como la censura se aplicaría sibilinamente con la opresión masiva gracias a otros medios, por mucho que, ciertamente, se siga leyendo, aunque quizás no tanto como sería óptimo. El prólogo citado resulta muy interesante en cualquier caso y más si tenemos en cuenta que lo escribió en 1993.

    Si ya viste la de Truffaut poco más puedo añadir, salvo que ahorrarte la última será también ahorro de tiempo...

    Un abrazo.

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  8. Werner siempre me pareció muy inexpresivo. Además era un actor conflictivo que arruinó su amistad (y posiblemente su carrera) con Truffaut durante el rodaje de esta película. Aparece un actor de mirada glacias que me gusta mucho, Anton Diffring, casi siempre encasillado en papeles de nazi. Por cierto que estoy leyendo una interesante novela de Bradbury basada en sus experiencias en Hollywood: "Cementiri de llunàtics" de la Editorial Males Herbes.
    Saludos!
    Borgo.

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    1. Hola, Borgo: veo que coincidimos en cuanto a Werner; no sabía que a raíz de esta película acabara mal con Truffaut, pero no me extraña nada; me parece comprensible, muy al contrario.
      Tomo nota de la novela que citas, que desconocía; otra más a añadir a la recuperación de autores que voy haciendo poco a poco...
      Un abrazo.

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  9. Hola mi querido Josep. He disfrutado hasta lo indecible con tu ejemplar texto. Aquí tocas cosas que, como ya sabrás, soy sensible. Primero: el gran Ray Bradbury. Cómo se echa de menos, coño, al gran poeta que puso en jaque a todo el mundo desde su pequeño y maravilloso pueblo natal de Waukegan. Él solito, describiendo el color de la botella de vino cuando le da un rayo de luz en cierta estación del año hace estremecer los cimientos del mismísimo universo que, por cierto, según el Nobel de física Steve Weinberg: “Cuanto más sabemos del universo, más sin sentido parece”. Así que mejor bebámonos ese vino del estío. Con todo esto quiero decirte, amigo Josep, que Bradbury nunca llegó a destacar como gran novelista; quizá su Vino del estío sea su libro más poético y enigmático, bello de cojones. Su clásico “Crónicas marcianas” son un conjunto de relatos con un núcleo común. “Cementerio de lunáticos” es una novela curiosa sobre el Hollywood más mágico, pero fallida. “Matemos todos a Constance” es otra novela donde el gran Ray rinde homenaje a las novelas de misterio, pero se queda en eso. “La muerte es un asunto solitario”, es otro intento narrativo que acaba en aguas de borraja. “La feria de las tinieblas”, sería una de sus novelas más interesantes y menos conocidas cuando él solito abrió la veda al subgénero de ferias siniestras y payasos tocados del ala. Ahí tenemos al viejo King con su encantador Pennywise o al recientemente fallecido Tobe Hooper con su película de culto “La casa de los horrores”, entre otras muchas películas y novelas. A lo que se refiere a sus relatos, para mí es el mejor escritor de todos los tiempos. Ahora llegamos al “Fahrenheit 451” su más famosa novela. A mí nunca me llegó a entusiasmar del todo porque no habla del futuro, aunque sea esa la pretensión, sino del pasado. Hay que leer el magnífico libro de Fernando Báez “Historia universal de la destrucción de libros (De las tablillas sumerias a la guerra de Irak), para saber que los libros se quemaban en el pasado por el temor a que las masas les dieran por pensar. Con lo que no contaba el bueno de Ray era que en el futuro (nuestro presente) no hacía falta llegar a tanto. Poner bomberos con todo ese ruido de bocinas y líos de mangueras para quemar libros y casas sería demasiado trabajoso para los gobiernos totalitarios (todos los que tenemos ahora en todo el mundo). Lo que se ha llevado a cabo en los tiempos modernos es de lo más sutil y cruel: anular por completo la comprensión lectora y capacidad de retener un parágrafo en la cabezota. Hoy tenemos a nuestra disposición millones de libros manipulados y entre ellos existen los buenos, pero no se detectan sino eres un lector de verdad, y de esos no hay tantos y por eso no son peligrosos. Dice Alberto Manguel, el que sabe más de libros y su historia del mundo:

    "Las campañas para que la gente lea son hipócritas. Nuestras sociedades no creen en la importancia del acto intelectual. Los gobiernos tienen mucho miedo. Cualquier gobierno prefiere un pueblo estúpido a uno inteligente. Es muy difícil gobernar a un pueblo que lea y cuestione las cosas".

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    1. Ya imaginaba, querido Francisco, que Bradbury te ofrecería momentos de emoción porque con un estilo que parece descuidado va repartiendo puyazos a diestra y siniestra clamando en defensa de la cultura, por lo menos en esta novela que nos ocupa; debo insistir en la decidida voluntad del autor, expresada en el citado prólogo de 1993, rememorando cómo en 1953 la memoria del autor estaba repleta de imágenes de los nazis alemanes quemando libros y escuchando en la radio y viendo en la tele politicastros en su propio país abogando por una censura férrea que prolongara también sobre la literatura lo que ya practicaban en el cine. No quise extenderme acerca de ello en la entrada por no alargarla demasiado y veo que hice mal, pues las aclaraciones de Bradbury en 1993 probablemente han pasado desapercibidas a todos aquellos que ya leímos la novela hace tiempo.
      Un abrazo.

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  10. Si el gran Ray hubiese escrito un libro del futuro donde existe internet y millones de librerías abarrotadas de libros donde la gente pasa por delante sin hacerle ni puto caso o, que cogen un libro y lo abren pero que le suena a chino en su propio idioma, ¡hubiera sido la leche! ¡Libros con la página en blanco! ¡Cerebros completamente en blanco como metáfora! No sé, mejor quedamos un día y hablamos de todo esto, amigo Josep.

    Por otra parte, la película del gran Truffaut ha envejecido muchísimo. Lo mejor es el final con esa fila de gente caminando hacia lo incierto, pero con ¡libros memorizados! Truffaut era un lector empedernido y pudo haber dado mucho más. Ahora bien, todos sabemos que a Truffaut no se podía sacar de París. Lo mismo le ocurría a Federico Fellini que le propusieron más de una vez rodar en EE UU y él lo rechazó. Estamos hablando de directores muy grandes que necesitaban su propio espacio vital para universalizar cualquier cosa que tocaban. ¿Truffaut sin París? ¿Fellini sin su Cinecittà? Ni de coña.

    Y bueno, esa película de Ramin Bahrani… mejor leer el libro mientras nos quede todavía un poquito de cerebro para retener lo que tanto temía el viejo Ray, es decir, capacidad de reflexionar, y eso ya es mucho.

    Un fuerte abrazo

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    1. Desde luego, Paco, amigo mío, si Bradbury levantara la cabeza mañana la volvía a enterrar del susto, porque ya en 1993 se admiraba de lo acertada de su proposición alegórica (lo de quemar los libros siempre ha sido una figuración, como sabes) al comprobar el imparable avance de las pantallas domésticas y el uso que de las mismas se hace desde el poder: ciertamente, tu apunte respecto a la enormidad de libros editados que ocultan los más interesantes podría provocar una actualización en la que como dijo alguien que no recuerdo (y tú probablemente sí) resulta fácil hallar una aguja en un pajar: lo difícil es hallarla entre mil agujas: no hay imán que distinga.
      Algo le pasó a Truffaut, desde luego, porque la película, revisada, hace crecer la duda sobre su fama, inmerecida obviamente.
      Tienes razón: mejor quedamos un día y tratamos de imaginar el porqué de todo esto que está pasando.

      Un abrazo.

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  11. Tengo cierta experiencia en esa tontería que se llama "Club de lectura". En todas las bibliotecas tienen uno o dos. El responsable se ve dominado por los lectores, que por otra parte, son marujas de entre cincuenta y setenta años que no han leído nunca nada y que ahora descubren la lectura a través de las sombras de Grey, catedrales en el mar, sombras de vientos, códigos históricos y la última novela de Lluís Llach. Ellas imponen las lecturas y no aceptan nada que salga de la órbita de los libros citados. Conozco muy bien a esta persona que lleva dicho club, y, a través de ella he podido adentrarme en otros muchos clubs y francamente es alarmante. Estas personas lo pasan muy mal porque al final deben aceptar el mandato de los idiotas, la conjura de los necios. Si Bradbury hubiese conocido también este mundillo más el añadido de la incomprensión lectora su Fahrenheit 451 se habría convertido en una novela mucho más apocalíptica, pero sin fuego ni persecuciones. También habría que hablar de las grandes editoriales y sus traseras donde guillotinan cada día los millones de libros que no se venden. Se hace una enorme pasta, como la del puré de patatas, pero mucho más grande, y venga, ya tenemos dispuesto más papel para seguir publicando auténticas mierdas. Mierdas que serán exigidas por esas marujas y juanlanas.

    Un abrazo, amigo mío.

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    1. ¿Te parece poco apocaliptico, Paco, que algunos lectores retengan en su memoria sus libros preferidos para preservarlos?

      Precisamente es una alegoría más de las que trufan la novela de Bradbury, a cada lectura más sabrosa: la literatura escrita vuelve, por supervivencia, al circuito oral de donde nació, un paso atrás homérico, a la espera de nuevos tiempos.

      Esos clubes que citas son muestra del tiempo, como lo son los cursillos de escritura a los que concurren gentes que ni siquiera han leído a Borges y mucho menos a Valle Inclán y pretenden ostentar facultades para transmitir mediante la palabra escrita sus ideas que consideran insólitas cuando en realidad suelen ser inanes.

      Hace años que no piso una biblioteca literaria pero no hace mucho me interesé telefónicamente para hallar alguna buena pieza de Lillian Hellman y me quedé con las ganas y la sensación que en esos lugares antes dedicados a la difusión cultural ahora suelen hallarse los últimos best-sellers (por llamarlo de alguna forma) a fin de que los posibles lectores no tengan que aflojar la pasta para leer sus preferidos, lo cual no sé si favorece la cultura, pero seguro que perjudica al autor actual mientras el ya desaparecido queda en el más injusto olvido.

      Sobre este tema, que era el que yo quería lanzar arriba con esta entradilla, habrá que hablar largo y tendido algún día si resistimos esta humedad pegajosa que nos asola.

      Un abrazo.

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  12. Esta novela siempre me llamó la atención desde que era un niño. Y ¿sabes? Ahora me parece profética en un sentido. Se están eliminando libros de forma masiva, aunque no por las causas que planteaba Ray, pero de que está pasando, está pasando. Bueno. En todo caso se trata de un escritor de altura al que he seguido pues su libro de consejos para escritores es para mí como una Biblia literaria.
    -----
    En otro orden mi hermano. Necesito que me hagas un favor. Y es que leas una novela que yo escribí y me digas qué te pareció. Te garantizo que es corta, solo son 24 págians ¿cuento con eso?
    Te voy a dejar el link
    https://freeditorial.com/es/books/la-propiedad

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    1. Si ya conoes la novela, Alí, ninguna falta te hace ver sus representaciones cinematográficas, prescindibles ambas, peor la última.
      Ya te diré.
      Un abrazo.

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