El quinto poder
Como todos sabemos y algunos envidiamos en los Estados Unidos de Norteamérica el sistema electoral presidencial está sujeto férreamente al calendario y cada cuatro años hay elecciones, el primer martes después del primer lunes del mes de noviembre y el electo tomará posesión del cargo el siguiente 20 de enero.
El presidente en ejercicio puede ser reelegido y ocupar el cargo cuatro años más, hasta un total de ocho. Una delicia envidiable, esa limitación, que no siempre tiene lugar, porque algunos no se vuelven a presentar y otros no son reelegidos.
Imaginemos que faltan sólo once días para que llegue ese martes de noviembre y el presidente en ejercicio, que se presenta a la reelección, está en China dándose pisto y aumentando su porcentaje de voto, cuando en los mentideros surge una noticia: una adolescente asegura que cuando estuvo en la Casa Blanca con su grupo de escoltas juveniles, el presidente la llevó a una habitación cabe el Despacho Oval y allí..... algo pasó.
Rápidamente la asesora del presidente recibe la orden de contactar con un especialista que arreglará la situación por lo menos hasta que transcurran esos once días que se harán eternos: el especialista en arreglar estropicios tiene una idea: nos vamos de guerra.
En 1993 se publicó una novela de corrosiva sátira política titulada American Hero, escrita por Larry Beinhart en la que apuntaba la posibilidad que George Bush hubiese tramado una artimaña bélica para conseguir su reelección que perdió frente a Bill Clinton en noviembre de 1992.
Cuatro años más tarde, a finales de 1997, Barry Levinson estrena en las navidades una película basada en la novela de Beinhart: una producción de Tribeca (la de Robert de Niro) que se asienta en un guión escrito por Hilary Henkin y David Mamet (que andaba escribiendo para otros para recaudar fondos con que satisfacer su próxima película) y probablemente la intervención del dramaturgo propició un incremento de la sátira inteligente que ya se advierte con el título elegido: Wag the dog (1997) es en sí mismo una jerigonza con diversos significados que se tradujo al castellano como La cortina de humo (me sobra el artículo, pero parece apropiada) y se ajusta a la trama pergeñada por unos guionistas que se lucen sobremanera y ofrecen a Levinson una base muy sólida para ejecutar una película que en manos más hábiles hubiese sido un brillante esplendoroso y queda en una gema inusual en la filmografía de un director que siempre nos ha dado una de cal y otra de arena.
El guión es perfecto y los diálogos, las frases, huelen a clásico cargado de cafeína y vitriolo pues no dejan títere con cabeza. En una sociedad bipartidista y a pesar del antecedente novelesco rechaza inclinarse por parte alguna y nunca sabremos a qué partido pertenece el presidente ni tampoco su principal opositor que aprieta las clavijas esos once días cruciales intentando el martirologio de la adolescente y el sacrificio del mandamás en cargo; incluso nos evitan el rostro del presidente aunque sí nos muestran el de su contrincante. Con ello, la película gana mucha fuerza porque no se decanta contra nadie en particular pero sí contra todos en general.
La asesora presidencial, Ames (Anne Heche, correcta) no se aleja del expeditivo Brean (Robert de Niro, muy bien) quien decide que necesitan una guerra contra ¡Albania! (¿porqué Albania?¿porqué no? Nunca nos han hecho nada y tampoco nos pueden beneficiar en nada) para encandilar al pueblo estadounidense en esos once días previos a la llamada a las urnas y decide buscar la ayuda profesional de un productor de cine, Motss (Dustin Hoffman, brillante), que será quien montará todo un tinglado para mostrar en la tele una guerra que no existe.
Motss se toma muy a pecho el encargo que le hacen y rápidamente busca colaboradores para cada aspecto del montaje incluyendo la música a cargo de Johnny Dean (Willie Nelson, más auténtico que nadie) una de cuyas composiciones llegará a aparecer de improviso en la Biblioteca del Congreso, en un vinilo de los años 30 (cuando en realidad los microsurcos son del 48) y acabará siendo un hit del que alguien también sacará tajada, porque anda por allí Fad King (Denis Leary, bien) todo un especialista en lo que ahora conocemos como "emplacement".
O sea, un guirigay en el que se mezclan los intereses políticos, las prisas, los contratiempos, la templanza que provee la experiencia, el orgullo, las dudas, los miedos y las resoluciones drásticas, todo ello a un ritmo imparable que se va incrementando sin que y ello es lo que hace más interesante la película, perdamos ni por un momento la certeza que el sarcasmo se cierne sobre una realidad que quizás concuerde demasiado con lo que vemos en pantalla, porque es posible que la profesionalidad impecable del artificio se una a la absoluta falta de ética para urdir y construir un engaño monumental que nos lleva a la desoladora conclusión que la mercadotecnia perfecta puede inducir fácilmente a la elección de un político inaceptable sin engaños, todo ello basándose en una mera especulación porque bien sea por no perder tiempo bien sea por admitir la posibilidad como cierta, en ningún momento veremos a nadie del gabinete de asesores tratar de averiguar si las afirmaciones de la adolescente son ciertas o un montaje del opositor, aspecto ése que probablemente nos deje en la convicción que todos dan por ciertos los hechos y admiten sin ambages la pederastia presidencial.
Esta afortunada película de Levinson apareció en un momento histórico con referencias políticas futuras que inmediatamente la dotaron de aires proféticos: en 1998, meses después de su estreno, surgió el asunto Lewinsky y Bill Clinton, en diciembre de 1998, ordenó la Operación Zorro del Desierto.
Desde entonces, alguna que otra duda ha surgido en acciones que tratan de llevar la mirada hacia otro lado en muchas naciones gobernadas por políticos de cualquier ideología y uno siempre recuerda la desfachatez con que en Wag the dog se reparten palos a diestro y siniestro sin quedar incólumes ni los políticos, ni las agencias de inteligencia y seguridad, ni tampoco las instituciones armadas, en una telerrealidad fingida perfectamente que nos lleva a tomar decisiones basadas en conceptos falsos inducidos por personajes turbios absolutamente amorales.
Levinson en esta ocasión no pudo meter mucha baza al verse constreñido por un guión muy medido en el que no hay tregua ni posibilidad de equivocarse: no caben sentimentalismos ni buenas voluntades y no hay tampoco resquicio alguno que promueva una lágrima fácil: desde los primeros segundos de la película en los que vemos primero la chanza que da lugar al título y luego el cutre anuncio electoral que desencadena efectos imprevistos las acciones se van acumulando como en una bola de nieve que desciende imparable en un aumento de dimensiones que acaba por engullir todo lo que toca dejando momentos ilustres pletóricos de imaginación como el inicio y desarrollo de la campaña de los zapatos viejos, una metáfora visual cinematográficamente tan potente y con tantas derivas que difícilmente se le ocurriría a Levinson sin la ayuda de nadie.
Con un guión semejante, viejos leones como Robert de Niro y Dustin Hoffman se ponen las botas porque ¡al fin! encuentran unos personajes que tienen vertientes propias de comediantes del viejo estilo, de esos que largan las frases y se quedan esperando que surtan sus efectos en el espectador que debe estar atento porque no ceden unos minutos de lucimiento pues el tiempo es oro y los acontecimientos están sujetos a una fecha límite y el ritmo es feroz: en poco más de hora y media nos cuentan una historia que de verdad da mucho miedo y lo hacen con tal convicción que acabas creyendo que es verdad, que esas cosas pasan o pueden pasar sin que te des cuenta y lo más terrorífico de todo es que han pasado veintitrés años y te parece que te habla de este año que estás viviendo y ello, amigos, en definitiva, nos acerca a la convicción que nos hallamos ante un clásico, porque el tiempo no ha pasado por esta película de 1997.
Imprescindible verla en versión original para disfrutar, especialmente, del trabajo de Dustin Hoffman, que deja evidente que, con un buen personaje, el tío va y lo borda.
Me gusta lo sarcastica que es la película.
ResponEliminaBuena reseña.
Gracias, Demiurgo. La película es un acicate pra los oídos y la atención del espectador y se agradece.
EliminaUn abrazo
Estupenda, sí señor. Desconozco la obra en que de basa, pero estoy muy de acuerdo con lo que comentas, en particular el atado en corto de Levinson y en la actuación de esos dos bichos que la protagonizan. Para mí, la mejor de este estilo junto a Ciudadano Bob Roberts. Un abrazo.
ResponEliminaDe la novela original no hay traducción, que sepa; de ella, puede hallarse información en inglés, así como la propia novela en inglés también, en internet. Pero creo que el guión (gracias a Mamet, supongo) mejora el original, especialmente cuando rehúye adherirse a partidismos y reparte a todos por igual. Esas películas políticas me encantan y más cuando al cabo de dos días sigues recordando detalles.
EliminaUn abrazo.
JO, la tengo bastante olvidada. Me gustó en su día...pero tampoco me apasionó.La idea sí me pareció buena (demasiado real y se ha utilizado muchas veces, desgraciadamente) por políticos de todo tipo. Siempre se buscan cabezas de turco o enemigos idóneos que tapen las vergüenzas que queremos esconder.
ResponEliminaEn fin...
Un saludito.
La verdad, David, es que al revisarla me daba cuenta de lo actual que parece; y sólo me faltaba leer hoy que Trump pretende nada menos que cambiar el día de las elecciones para imaginar otra película más sarcástica todavía.
EliminaUn abrazo.