Inaprensible Fellini
Damos un rápido vistazo al índice y comprobamos que en los trece años que hoy cumple este bloc de notas en ninguna ocasión nos hemos detenido a comentar tranquilamente ninguna película del gran Federico Fellini más que cuando se cumplieron los veinte años de su fallecimiento en un breve apunte recordatorio del evento y mostrar un enlace para poder disfrutar de La Strada que todavía funciona, por increíble que parezca pasados casi siete años.
Salvo el imperdonable olvido en fecha señalada y en homenaje al maestro en el año de su centenario (lo que nos señala que ¡ay! La Parca se lo llevó demasiado joven y productivo) con una película que no suele ser mencionada cuando los cinéfilos hablamos de Fellini y yo siempre pienso que se debe a que es inclasificable y hasta cierto punto inaprensible porque huye de todos los géneros al tiempo que los alberga en su buena mayoría y desde que la vi en riguroso estreno (en el Maryland, en v.o.s.e., en la primavera de 1975 gracias a la cerril censura) siento que es una muestra evidente de lo que el cine puede ofrecer como arte puro.
Me refiero, naturalmente, a Amarcord (1973) que estuvo en esa barcelonesa cartelera del Maryland desde abril de 1975 hasta por lo menos el 31 de enero de 1976 ininterrumpidamente y hay que hacer notar que su estreno en la tele fue en mayo del mismo año 1976, previos varios programas que se dedicaban al cine en los que se ofrecieron reportajes, entrevistas, etcétera. Un fenómeno en toda regla, vaya: llegó tarde a España, pero los cinéfilos que entonces ya éramos activos la pudimos paladear cuantas sesiones quisimos.
Mil veces fue interrogado Federico Fellini sobre el significado del título y de la misma película y siempre el genial Federico venía a responder que todo era una amalgama de sus propios recuerdos de juventud, de su crecimiento personal en los lares propios de la Emilia-Romagna donde transcurrió su infancia y adolescencia y siempre el periodista se quedaba igual que antes, quizás porque no había visto la película atentamente y con el ánimo preciso para dejarse embriagar los sentidos y el alma por una pieza que desde el primer segundo, huidizas las notas compuestas por el gran Nino Rota por la fuerza de un primaveral viento que esparce por doquier los milanos, esa semilla voladora que muchos jamás habrán visto anunciar la llegada de la primavera y todos los pobladores de la villa se aprestan a cazar uno y pedir un deseo: la magia etérea se apodera de la pantalla de principio a fin porque Fellini, con la ayuda estimable del gran Tonino Guerra idea una trama vital sin aparente hilo argumental más que el nexo vital de todas las escenas y presenta una amalgama de situaciones particulares que unidas en el sentir del espectador conforman un todo inexplicable a la vez que difícil o imposible de olvidar.
Después de haberla visto en diferentes épocas y etapas vitales he llegado a la conclusión que en Amarcord Federico Fellini ejerce de maestro de ceremonias, de director de pista de circo, de ilusionista amable y ofrece un ejemplo verdadero de lo que hemos dado en llamar cine coral porque en esta película no hay ningún intérprete con categoría suficiente para ejercer de reclamo a un público que acude al cine por el nombre del director (recordemos que estábamos en los setenta, cuando a los directores ¡por fin! se les tenía un respeto que luego algunos han dilapidado) y no esperábamos hallar ninguna gran figura de las que se solía valer Fellini para rematar sus jugarretas: apuesto que Mastroiani, De Sica o Sordi, por ejemplo, hubiesen comparecido encantados de incorporar algún personaje que encabeza uno de los varios episodios que conforman el montante asombroso y me quedo convencido que en Amarcord realmente Fellini nos habla de lo que pasa por su cabeza cuando está tranquilamente tomando un café mientras contempla el paisaje de su vida y en ella no quiere caras que se puedan apropiar de unos sentimientos íntimos que él, Fellini, nos traspasa al patio de butacas gracias a su prodigiosa forma de filmar encadenando más que hilvanando las diferentes escenas en un relato que nos colma de sensaciones que, como los milanos, surgen también de nuestro interior aunque sean muy distintas.
Porque esos ciudadanos que habitan los recuerdos de Fellini no son unos extraños: puede que lo sean ahora en un mundo en el que los aparatos van tomando un lugar predominante en las relaciones humanas, pero esos jóvenes gamberros que se chotean de sus profesores, esos convecinos que se interpelan a voces, se maldicen y se gastan bromas pesadas, esos que sueñan con partir a otros mundos que nunca parecen cercanos, esos que se repeinan para ligar con las turistas ávidas de amantes mediterráneos, eso, en fin, son personas que no nos sorprenden como tampoco nos extraña que cada uno tenga sus anhelos, sus vicios, sus costumbres, incluso su afán de mostrar lo mejor de la ciudad como el más convencido cronista que a la vez se convierte en el blanco preferido del ignorante atrevido o del mentiroso empedernido que cuenta sus fábulas y hazañas fantásticas a unos oídos que pueden ser burlones pero nunca sordos, porque es una sociedad viva con sus miserias y sus alegrías.
Fellini como es natural lleva al límite los caracteres y aún valiéndose de actores irrelevantes, otros noveles y bastantes aficionados construye con su particular imaginería una trama en la que la realidad no es un concepto a tener en cuenta: podríamos decir de modo simplón que ni está ni se le espera, pero tampoco sería acertado porque la exageración en ocasiones bordea la exactitud pues el mundo es muy grande y los hechos más sorprendentes a veces ocurren en la puerta de nuestra propia casa, como cuando el abuelo da tres pasos y rodeado de espesa niebla se asusta al ver un carruaje emerger de la nada y pide auxilio al cochero asegurando estar perdido y éste le señala los fanales de su domicilio: la muerte le rondaba y el susto es mayúsculo y esa transición de la seguridad al pánico la recrea Fellini con poco dinero (unos botes de humo) y mucha sabiduría visual, la misma que aplica con socarronería cuando un pobre ido de altura considerable es reducido por una diminuta monja con cuatro arreos firmes.
La inteligencia de Fellini se nos hace ostensible en las situaciones y los graciosos diálogos y réplicas (¿le asustan los petardos? ¡tendría que escuchar los pedos de mi padre!) que nos sirve con Guerra pero donde el cinéfilo la constata es en la argamasa que une todo, en el estilo propio que crea un lenguaje cinematográfico independiente en el que la imagen se basta para encandilarnos al igual que a los villanos reconvertidos en marineros para ver pasar el buque fantasma que va donde todos desean ir, lejos de una cotidianeidad un tanto mísera que soportan con el mejor ánimo: no hay fastos ni lujos en esos ciudadanos y sin embargo sonríen: de hecho, se sonríen los unos a los otros aunque también se vapuleen, y todo lo vemos y lo cierto es que no necesitamos mucho oirlos: hagan la prueba: vean la película en su italiano original, sin subtítulos. Se entiende todo lo que sucede. Fellini tampoco necesita los diálogos cuando se emplea a fondo.
Porque esta película “desconocida” de Fellini, esta que siempre que acabas de verla te deja una sensación extraña, es probablemente la más personal del genio italiano y a la vez la más universal y desde luego la más reconocible, ditirámbica y poética de todas sus obras, dotada de una belleza que trasciende y llega a cada espectador de una forma distinta, peculiar y personal, inimitable.
De esas películas que demuestran, por si hiciese falta, que el Cine es Arte.
Y de regalo de cumpleaños, el enlace a la película en youtube, en versión doblada y algo mal sincronizada, creo; sólo para acabar de incitar a verla de nuevo….
Que la disfruten….
Coincido plenamente, querido Josep, con tu apreciación sobre esta maravilla. Realidad, sueño, memoria (sabedor de que esta miente, se reconfigura, selecciona y pervierte), nostalgia... Las hermosas mentiras del cine tienen en esta película de Fellini uno de sus grandes fundamentos. Y esa Gradisca...
ResponEliminaAbrazos
La Gradisca, como bien apuntas, Alfredo, amigo mío, está presente en casi todas las secuencias y es su propia vida la que va transcurriendo haciendo frente a todas las circunstancias y al final nos da un baño de realidad sencilla; todos somos capaces de acordarnos de la estanquera como ser identificativo de la cinta, pero ciertamente lo es mucho más la Gradisca, un carácter muy bien escrito.
EliminaUno ve la película varias veces y siempre halla un lugar reconocible y sólo por eso, la pieza se sitúa en un nivel altísimo.
Un abrazo.
Felices trece años amigo Josep!
ResponEliminaQué mejor que hacerlo con esta gran película. Me gusta mucho el cine de Fellini y este es uno de sus puntos más altos, juega con la nostalgia. Y para uno que mira desde Argentina ve reflejado a esos parientes lejanos que son los italianos en su calles, en sus formas de hablar, en su comida, su música... ¡en todo! Borges decía que los Argentinos somos italianos que hablan español. Algo de razón hay en eso.
Este año me quedé con las ganas de ir a Roma, estaba por subir al avión y cayó el virus... veremos si todavía hay chances.
Abrazo grande, y vamos por muchos años más de buen cine!
Muchas gracias, Frodo, amigo transatlántico, y tú que lo puedas ver también: conocía esa afirmación de mi admirado Borges y creo es muy acertada: siempre pensé que ese barco que ven partir tiene como destino la Argentina, de modo que no me extraña sintáis como propios estos andares mediterráneos que el genial Fellini desgrana en esta memorable película.
Elimina¡Ah, Roma! Sólo estuve en una ocasión, hace demasiado tiempo y muy pocos días, así que la tengo como pendiente, porque es inmensa de contenido más que de continente.
Un abrazo.
¿Qué decir que no se haya dicho de éste espacio? Bien lo sabes. Feliz cumpleblog y felices nosotros que llegamos un día para quedarnos (con tu permiso).;)
ResponEliminaEstamos muy italianos éste verano. Es como una apetencia en mi caso. De modo que agradezco éste regalo que voy a aprovechar ya que nos lo permite Youtube.
Hace mil veranos que la ví, viene siendo hora de revisarla.
Besos. Milady
Muchas gracias, Milady, por tus amables palabras: bien sabes que sin vuestro apoyo este sitio sería muy diferente; he tenido la gran suerte de contar con visitantes que se han convertido en amistades y jamás ha habido, en todo este tiempo, contratiempo alguno: soy afortunado, querida.
EliminaEn cuanto a la película, desde luego vale la pena revisarla: creo que en cada nueva visita a ese mundo felliniano el alma se ensancha y la felicidad halla momentáneo asiento.
Besos.
Es una película que no resisto revisarla al menos una vez al año. Qué secundarios... Alvaro Vitali (aquí, Jaimito) y el imposible cómico Ciccio Ingrassia y su grito: Voglio una donna!!! Aunque mi película preferida de Fellini (después de "La dolce vita") es "Ginger y Fred" porque tenía un tono decadente que le sienta bien al director.
ResponEliminaSaludos!
Borgo.
Esa es una buena costumbre sin duda, Borgo: su único mal es que te mantiene fresca la memoria de lo que el cine puede llegar a ser y cuando vas a una sala te viene a la memoria lo que Fellini podría hacer ahora con tantos medios técnicos....
EliminaUn abrazo.