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dissabte, 31 d’agost del 2024

Sesión doble de cine político (2) : L'Aveu (1970)



El éxito internacional causado por la buena acogida que tuvo tanto a nivel de crítica como de espectadores la película Z no fue desde luego el origen de la decisión de seguir ofreciendo cine político al año siguiente por mucho que Costa-Gravas y su amigo Jorge Semprún se sintieran satisfechos de la recepción de su varapalo dedicado a los gobiernos militares que alejados de las normas democráticas existían en el momento en que estrenaron su película porque evidentemente debían llevar un tiempo buscando el hilo conductor para una nueva muestra de su independencia de criterio político alejado de seguidismos interesados.

En 1968, es decir justo cuando Costa-Gravas estaba filmando Z, apareció en las librerías francesas un libro autobiográfico escrito por Artur London, que pasó de ser brigadista internacional en España a miembro de la resistencia en Francia y luego político y diplomático para su país, la extinta Checoslovaquia (dividida pacíficamente en Chequia y Eslovaquia en 1993) y naturalmente cuando Jorge Semprún lo leyó inmediatamente se puso a escribir el guión de la que iba a ser la siguiente película de cine político de Costa-Gravas, que se tituló, como el libro de London, L'Aveu (La confesión 1970)



Resulta muy interesante para cualquier cinéfilo ver ambas películas tal y como se pudieron ver en sus estrenos porque perteneciendo ambas al mismo género, únicamente la presencia del mismo intérprete protagonista (Yves Montand) es una coincidencia, aparte, claro, del guionista y del director que demuestran ambos su calidad ofreciendo un trabajo totalmente distinto en cuanto a la forma, que no en cuanto a la fuerza de su denuncia política.

Una vez más y siguiendo la práctica iniciada en Z, hay una decidida ambigüedad en las personas y el estado en el que viven, pero no en los cargos y tampoco en los organismos políticos que veremos en pantalla.

Gerard es un hombre privilegiado con un alto cargo en un ministerio que le permite disponer de coche propio y vivir en una casa de varias plantas con su familia en un barrio de aspecto residencial. Se notan sus privilegios porque cuando sale del edificio donde desempeña su labor baja una escalinata hasta su coche, que es el único que está aparcado en una avenida.

¿El único? El único no, porque, como sucede desde hace días, hay otro, ocupado por cuatro individuos, que está esperando que parta hacia su casa para seguirlo, donde serán substituídos por otros cuatro que vigilarán su domicilio y al día siguiente ocurre lo mismo y cuando Gerard se dirige a casa de su amigo que pertenece al ministerio del interior y gobierna la policía estatal para quejarse de la persecución, queda claro que hay alguien que está controlando los movimientos de un grupo de funcionarios políticos que se conocen por haber estado en el partido comunista desde los tiempos de las brigadas internacionales y la resistencia francesa. algunos de ellos ahora con cargos importantes que les permiten saber que ya hay personajes públicos que han sido detenidos y han desaparecido y todos lo achacan a las purgas iniciadas por Stalin, aplaudidas por algunos del partido.

Finalmente Gerard y sus camaradas son detenidos sin importar sus altos cargos ni sus servicios a la causa de su ideología, sin más explicaciones que las sospechas de traición cometidas por todos ellos de diferentes formas, iniciándose un largo proceso previo a un juicio más o menos público.

Tengo para mí que en esta ocasión Costa-Gravas y Jorge Semprún, muy cercanos ideológicamente a Artur London, no supieron cómo recortar un metraje que alcanza casi 140 minutos y llega a agobiar un poco por una cierta reiteración casi redundante que por otro lado incrementa la sensación de claustrofobia agónica que probablemente debieron sentir los individuos sometidos al proceso de investigación que en realidad fue lo que todos conocieron como purgas promovidas por el partido comunista inicialmente soviético que se extendieron por varios países del llamado pacto de Varsovia.

La falta de tránsito del omnipresente protagonista más allá de su celda hasta el lugar donde le torturan y le someten a vejaciones para romper su voluntad de resistir, que se manifiesta en réplicas buscando un debate intelectual fallido por ausencia de razón a todo lo que le sucede, otorga inmediatez a lo que vemos en pantalla y nos hace sentir simpatía inmediata por Gerard, injustamente acusado de trotskista y tratado de espía pro capitalista y titoísta, es decir, también seguidor de Tito, el mandamás de Yugoeslavia, al que Stalin no podía manejar a su antojo: es decir, un maremágnum de motivos a cual más descabellado para conseguir la debacle emocional del preso.

No hay en L'Aveu la inmediatez, la cercanía temporal que hubo en Z, porque las purgas se practicaron en los años cincuenta, pero la situación no era ni mucho menos sencilla ni resuelta a satisfacción de todos los implicados, así que la aparición de la autobiografía de London, detallando todos los excesos cometidos en las purgas, es motivo más que suficiente para expresar con mucha fuerza la desesperación de quien como Gerard mantiene su ideología política por encima de lo que su partido decide es lo que conviene.

La duración del proceso de torturas de Gerard hasta los extremos increíbles que nos muestra la película es la representación más enérgica que se ha podido ver en cine de la opresión que el aparato político puede llegar a ejercer sobre sus propios miembros en aras a unos intereses que nunca quedan ni claros ni perfectamente delimitados.

Las protestas de Gerard chocan contra unos individuos que obedecen órdenes "de arriba" que pretenden, además, una confesión de culpabilidad porque ciertamente sin ella no podrán condenar, pues no hay hechos imputables y ello lo sabe Gerard, lo sabemos nosotros espectadores e incluso lo saben los diferentes torturadores que, sí o sí, deben conseguir esa confesión so pena de entrar ellos mismos en el mismo circuito controlado por "el partido".

Es un alegato formidable contra la corrupción de la figura del partido político que pasa de ser un instrumento de organización de servicio al pueblo para convertirse en una organización al servicio de sus cargos que se cuidan de castigar al que huele a díscolo, al que tiene ideas propias sin importar si esas ideas coinciden o no con la ideología política que teóricamente sería común en cada partido, porque lo que buscan los cargos es permanecer a costa de lo que sea, como ocurrió en la realidad en la Checoslovaquia purgadora.

Esta es una película difícil de rodar porque tiene más letra que acción: el debate intentado y desestimado se presenta reiteradamente en cada interrogatorio y a pesar de unas interpretaciones muy eficaces tanto del protagonista como de los sucesivos interrogadores que le aprietan hasta conseguir su fin, hay una falta de ritmo interno que se podría causar con simples escenas de descanso que no hay: de principio a fin, la opresión sobre Gerard es ominosa y sin descanso y agota un poco y seguramente esa sensación es buscada por el director para que comprendamos bien lo que ocurrió.

Finalmente, se dió una circunstancia inusual porque la realidad produjo unos hechos que puntuaron firmemente el alegato de los firmantes de L'Aveu: en los últimos minutos, Gerard se reúne en Francia con los otros dos acusados que salieron con vida de la purga para celebrar la publicación de su libro contándolo todo y les anuncia que en unos días volvía a Checoslovaquia, que vivía su Primavera de Praga, para presentar allí su libro.

Es agosto de 1968, justo cuando se produce la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia.

Sin duda ni Costa-Gravas ni Jorge Semprún vieron con buenos ojos unos hechos que los que los vivimos de lejos todavía nos asombran. El año 1968 dio para mucho y Costa-Gravas lo aprovechó con una inmediatez memorable.

Imperdible muestra de cine político indispensable.


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