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dijous, 8 de febrer del 2018

Escribir con la cámara






Se podrá estar de acuerdo con él o no, pero ningún cinéfilo negará que Samuel Fuller fue un tipo con personalidad propia: alguien capaz de renunciar a prebendas con tal de salirse con la suya y esa independencia, la convicción de que debía hacer lo que le viniera en gana, no le abandonó ni por un momento.

Si además nos paramos a pensar o a comprobar datos, constatamos que Fuller, como algunos de su época, era un tipo especial: un tipo que sabía escribir, que sabía ordenar sus ideas y trasladarlas a un medio inteligible, donde otros pudiesen entrar en su mundo particular y luego manifestarse de acuerdo o no.

Hace ya sesenta y cinco años, en 1953, Samuel Fuller había vivido lo suyo y disponía de experiencias enriquecedoras y en su calidad de superviviente a mil batallas en la Segunda Guerra Mundial seguramente su carácter le situaba en una posición en la que no estaba dispuesto a ceder demasiado a los requerimientos culebreantes de una industria cinematográfica que se hallaba revolcada en los lodos derivados del lastimosamente famoso Código Hays.

Fuller había suscrito un contrato con la Twentieth Century Fox y un buen día el mandamás Zanuck va y le presenta una trama pergeñada por Dwight Taylor, guionista de la casa capaz de escribir guiones para musicales como Sombrero de Copa y de elaborar una intriga sobre el Hombre Delgado creado por Dashiell Hammet. Fuller, monaguillo antes que fraile, jamás llegó a reunirse con Taylor y le aseguró a Zanuck que él ya tenía una idea para investigar el modo de vida de un carterista, un delincuente de medio pelo, nada de importantes asesinos, qué va, pero con unas interesantes reflexiones en torno al submundo de un hampa conformado por gentes de mal vivir, no en vano Fuller, a sus diecisiete años ya era reportero de sucesos en un periódico de Nueva York y conocía el percal perfectamente.

En aquel momento el cine negro ya estaba inventado y podríamos decir que sus bases estaban bien claras, de modo que Fuller, que contaba con Richard Widmark para el protagonista, necesitaba elegir a la mujer: en aquel momento en la 20th estaban a sueldo nada menos que la Monroe, la Gardner, Betty Grable, Shelley Winters y Jean Peters: la Monroe estaba enfrascada en un célebre musical y la Gardner y la Winters le parecieron a Fuller demasiado para el papel: la Grable quería que se incluyese un número de baile y la Peters..... la Peters no la quería Fuller, hasta que un día la vió de espaldas andando por el estudio y se dijo que sí, que era ella. La tercera pata del taburete tenía que ser Thelma Ritter, de eso no había duda.

Porque Samuel Fuller había escrito una historia para llevarla al cine: primero escribiría el guión, luego escribiría el guión técnico y acabaría escribiendo la trama con la cámara: ése y no otro era el plan de Samuel Fuller, porque, no lo olvidemos, Samuel Fuller hacía lo que le venía en gana y por suerte para todos, era un hombre preparado: un tipo que sabía leer, sabía escribir y sabía usar una cámara.

Así, en 1953 acabaría por estrenar Pickup on South Street que en España recibió el título de Manos peligrosas, cuando lo más adecuado hubiera sido "manos desafortunadas" porque todo empieza así:





Fuller empieza muy fuerte con esa secuencia en la que exhibe toda la potencia de su sabiduría al emplear la cámara que nos habla y explica lo que está sucediendo: el carterista Skip McCoy (Richard Widmark) se cierne sobre una presa fácil, la sensual Candy (Jean Peters), ignorando que dos tipos la van siguiendo y se percatan que hábilmente le ha robado la cartera: de la llamada telefónica de ella deduciremos que algo que ella transportaba ha cambiado de manos y está claro que Skip pescaba sin saber que el pez era más grande de lo imaginado, porque resulta que en vez de unos billetes lo que pilla es un microfilm que iba a parar a manos de "los comunistas".

Hagamos un alto y advirtamos que estamos en 1953, que la "guerra fría" estaba en marcha y que en Hollywood se producían películas con claro contenido patriótico señalando a "los rojos" como enemigo a cuidarse de ellos y bastantes de esas películas, de serie B (por falta de presupuesto principalmente) han pasado a la historia en mal lugar. Samuel Fuller parece jugar con las cartas marcadas y por lo que sabemos hoy, tuvo sus más y sus menos con la censura por la rudeza de sus planteamientos y también incluso con el FBI porque se atreve a poner en duda o por lo menos a ironizar en varias ocasiones con lo que era un sentir generalizado en la época, poniendo en boca de Skip y de Candy, así como de Moe, frases que claramente se burlan de convicciones patrióticas.

Moe Williams (Thelma Ritter) es una mujer que se dedica a vender corbatas baratas e información acerca de los integrantes de esa pequeña hampa de rateros, carteristas, descuideros y prostitutas que cuando la bofia les busca ella sabe siempre su paradero y mientras ahorra unas pesquisas a los polis logra incrementar sus ahorros para conseguir una tumba en un cementerio particular, porque su obsesión es no ir a parar a una fosa común.

Cuando los agentes (que nadie dice sean del FBI porque Hoover lo advirtió) que perseguían a la mensajera Candy se percatan de la faena de Skip, acuden a la comisaría del distrito solicitando ayuda para pillar al deditos rápidamente pues la entrega debe realizarse y lo que les interesa es el destinatario: se encuentran con Dan Triger (Murvyn Vye) que ante la premura decide llamar a Moe (y entonces empieza el festival de la Ritter) que, tras un interrogatorio al agente secreto, asegura saber quién es el carterista.

Entretanto, Candy logra encontrar al escurridizo Lightning Louie en una extraña secuencia en un restaurante chino y éste la remitirá asimismo a Moe, con lo cual ésta, al poco, conocerá toda la historia.

Pero dejémosnos de detalles que quien haya visto esta joya no precisa y quien no la conozca mejor ignore: lo realmente importante es lo que cuenta Fuller y cómo lo cuenta: el qué, es un comprimido relato en el que cabrán : una súbita, inesperada y problemática relación amorosa repleta de sensualidad entre carterista y víctima, ella como buscando un clavo ardiendo después del fracaso en su relación con Joey (Richard Kiley) {que ella creía un simple ladronzuelo y descubre como "rojo"} y él rendido por la belleza sensual de ella {él hace una semana salió de la cárcel} pero desconfiando de sus intenciones: de hecho, desconfía de todo el mundo. Hay también una relación entre Skip y Moe: él sabe que ha sido ella quien le ha chivado a Candy donde hallarle pero, como ya advierte Moe, no se enfada con ella: no le gusta, pero reconoce que es una parte de su modus vivendi y ambos saben que, de hecho, Moe saca tajada por las prisas, porque librarse, no se libra nadie, si le buscan con ahínco; de modo que Skip, en el fondo, tiene con Moe un trato como el que podría tener con un pariente próximo: hay un apego, una estima.

Fuller se cuida muy mucho de dejarnos esto claro, porque lo que va a suceder en buena parte dependerá de esos sentimientos que conoceremos gracias a la cámara, porque los diálogos apenas los expresan con claridad: pero la cámara de Fuller, ¡ay! es más que una simple cámara: es un apéndice de un escritor, es una herramienta, es el medio de comunicar: Fuller escribe con la cámara: lo tiene muy claro.

Y sabe mantener el ritmo, sin puntos muertos, sin alharacas y sin debilidades estéticas aparentes, moviendo la cámara para contarnos cosas de su guión, de la historia que él ha escrito antes en un papel y que ahora nos muestra, con la ayuda de Joseph McDonald como camarógrafo y de un elenco que trabaja de maravilla: Richard Widmark, como todos sabemos, fue un grandísimo intérprete capaz de superar su impactante presentación en el cine como sádico asesino en 1947 y seis años más tarde vuelve a maravillarnos como un pequeño y resabiado delincuente que se considera a sí mismo un artista pues sus manos son capaces de desvalijar a cualquiera sin que se percate: Widmark está magnífico en todo momento, inexpresivo cuando "trabaja" y altanero, provocador e insolente cuando está cerca de la bofia y mucho más si se trata del sufrido Dan Tiger, que de buena gana le volvería a dar unos mamporros.

Junto a él vemos a una sensual Jean Peters cuya potencia deriva de sus miradas, sus gestos, su forma de mover la cabeza y acercarse a Skip, desplegando una seducción que no depende en absoluto del vestuario, sencillo, nada sexy, pero sí del magnetismo que la Peters es capaz de emanar en cantidades industriales comiéndose la cámara con una facilidad desarmante, tal cual queda, casi inerme por momentos, Skip: Candy no entraría en la categoría de mujer fatal tan querida en el cine negro, pero sí en la contraria, la víctima que como cervatillo anda buscando cobijo.

La que se lleva el gato al agua (como casi siempre, ya lo sabíamos) es Thelma Ritter que en su composición de Moe Williams recibió (una vez más) el reconocimiento de sus colegas en forma de nominación al premio Oscar que nunca le dieron, porque la enorme secundaria roba todas las escenas en las que aparece y uno tiene la sensación que Samuel Fuller escribió el personaje teniendo en mente a Thelma: su última escena es un prodigio de sensibilidad compartida por actriz y director, expresando con mucha claridad un sentimiento y una resolución con elegancia y de la forma más cinematográfica posible: fantástica.

En definitiva, una película para ver otra vez o para descubrir si es el caso, absolutamente imprescindible para cualquier cinéfilo que se precie, una muestra genuina del mejor cine negro, aquel género en el que la trama criminal, policial, detectivesca, alberga bajo su superficie una trama consistente capaz de detenerse a contemplar un sector de la sociedad que quizás no conozcamos de primera mano pero que está ahí, unos personajes escritos con cabeza, mucho más que meros monigotes dispuestos a la acción y poco más; una joya del hollywood clásico que no hay que olvidar, por mucho que sea en blanco y negro y apenas alcance la hora y media de metraje, aspectos éstos que, para algunos son defectos. Cuestión de sensibilidades, más que de gustos. Que la disfrutéis.


p.d.: Hoy, un regalo: un trozo de entrevista a Samuel Fuller, explicando el inicio de la película: se pueden activar los subtítulos en castellano más o menos bien traducidos, si no se pueden leer en francés.









15 comentaris :

  1. Maravillosa película. Me encanta. Y tu como siempre lo explicas demaravilla. Genial Fuller resumiendo una forma de trabajar. Un tipo que hace del oficio virtud..no hay que hacerlo así o asá, hay que hacerlo a tiempo. A golpe de disparo y en muchas ocasiones en la primera toma.
    La escena que has puesto deja completamente en ridiculo a la última película de Liam Neeson que se desarrolla tb en un tren. Es admirable la construcción delos personajes, con muy pocos detalles uno ya entra en situación. La dosificación del suspense. En 90 minutos te despacha una historia en la que como bien dices hay de todo...espionaje, romance, retrato de los bajos fondos. Una gozadas. Autentico imperdible. Y efectivamente, no veo a nadie hoy capaz de caminar así. Se nos ha olvidado hasta andar? Un abrazo

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    1. Ay, los andares, Víctor: si ahora las modelos de pasarela andan que parecen jirafas y luego, cuando engordan y se ponen normales pretenden ser actrices. Que se puede esperar...
      Estas películas de serie B, rodadas por una buena colección de talentos, son una gozada: ese arranque, sin mediar palabra, ya le deja a uno, viejo cinéfilo, refocilándose porque entiende el festín que le espera.
      Un abrazo.

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  2. ¡ Qué buenisima pinta tiene esta historia!. Desde luego no le he visto xq la recordaría.
    Me pongo a buscarla ya.
    Muy interesante lo que nos cuentas de Fuller. ¡ Ah esos maestros!..
    Disfruto tanto de ese cine...que, de hecho, me he comprado un libro sobre el cine negro de Noël Simsolo,
    (Alianza Editorial)
    en el que se incluye a Samuel Fuller y se comenta sobre la pelicula de la que nos hablas tachándola efectivamente de obra maestra.. La falta de idealismo y convicciones políticas...la sordidez de esas gentes que mal viven, el submundo del hampa...la guerra fria...un combo completo.
    Lo dicho, me pongo a ello. Gracias, sire

    Besos. Milady

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    1. No te la puedes perder, Milady, porque te va a encantar: en pocas ocasiones verás tal profusión de primerísimos primeros planos tan útiles a la trama y tan bien soportados por unos intérpretes de lujo, afortunados de acometer una trama bien ideada, bien dialogada y bien filmada.
      Besos.

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  3. Mi querido Josep; antes de empezar a dar la tabarra te felicito por tu cumpleaños, pero, como buenos amantes del cine, no cumplimos años sino películas, y esto está la mar de bien, ¿no te parece, amigo mío? Pues nada, hoy cumplimos un Sam Fuller, como está mandado; un tipo que de viejo se parecía mucho (físicamente) a Nicholas Ray, otro de los grandes, pero sin parche en el ojo, y también a mi amado Charles Bukowski. Hay una fotografía que define muy bien al viejo Sam cuando filmaba Uno rojo, división de choque (1980): en una mano un puro, y en la otra, una pistola, además de llevar un casco de explorador inglés del siglo XIX. Otro tiempo, otros tipos, otra manera de hacer cine y de mirar la vida, además de estar aderezada de experiencia vital, es decir, un currículo que hoy sería de sospecha para que te contraten en una multinacional. Que esto sirva de introducción a lo que te quiero decir respecto al cine de Sam, que adoro, junto al del otro Sam, Sam Peckinpah. Vaya par de dos. En mi currículo los pongo como mis grandes aficiones. Quizá por esto, nadie quiere contratarme, cuando todo el mundo pone: Sacar al perro a cagar hacia el amanecer, vegetariano, bebedor de agua mineral y hacer footing. En fin.

    Estoy muy de acuerdo en lo que dices respecto al título que tuvo en España: “Manos peligrosas”, cuando se ajusta mucho más “Manos desafortunadas”. No voy a decirte nada respecto a esta gran película porque tú ya lo dices de una manera ejemplar, pero sí quiero dejar aquí, en tu espacio, lo que pienso del viejo Sam.

    Ver una película dirigida por Sam equivale a sufrir una experiencia exhaustiva y agotadora; pues, tanto si se trata de películas de guerra ambientadas en las junglas de Birmania como si se trata de melodramas policiacos filmados en las calles de Norteamérica, sus obras vibran de energía y locura y explicitan a la perfección toda la violencia del mundo en que vivimos.

    Seguro que recuerdas, amigo Josep, cuando Sam efectuaba una pequeña intervención interpretándose a sí mismo en Pierrot el loco (1965), de Jean-Luc Godard, y aprovecha para dar su propia definición del cine: “Una película es como un campo de batalla. Amor… odio… violencia… muerte. En una palabra, ¡emoción!” Y dice “una película”, y no una película de guerra. Aunque los veinte títulos por él rodados siete encajan a la perfección en el género bélico y prácticamente todas abordan sus historias con el mismo espíritu y tratan sus campos narrativos como verdaderos campos de batalla. No obstante, conviene no olvidar que el campo de fuego de Sam se extiende más allá de la pantalla. El gran Sam Fuller logró también su objetivo de retar a los críticos y al “establishment” de Hollywood. ¿Qué opinaría hoy sobre los grandes estrenos? (Dinosaurios, Star Wars, Superhéroes, misiones imposibles, franquicias, remakes, musicales…). Pocas de sus películas merecieron un mínimo de atención crítica por parte de la prensa especializada y, al igual que otros directores de su generación, Sam empezó a encontrarse con grandes problemas para la financiación de sus proyectos. Pero, a finales de los 50, surgió una generación de cineastas y sus miembros, sobre todo los anteriores críticos de Cahiers du Cinema que formaron el grueso de la novuelle vague, comenzaron a descubrir en su obra una fuente continua de inspiración. Me inspira incluso a mí. Cada vez que se me acerca un gilipolla, ya sea a través de los medios de comunicación, como por la calle, le saco los dientes. Joder, uno no ha estado viendo buen cine toda su vida para ahora ir de zombi o ir a Bruselas para comer esas apestosas coles en forma de cerebro de extraterrestre de serie B de los 50.

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  4. Mi hermano mayor François Truffaut comentó en 1960 sobre el viejo Sam que “no era primario, sino primitivo. Su talento no es rudimentario, sino rudo. Sus películas no son simplistas, sino simples, con esa simplicidad que aprecio por encima de todo… No se puede decir ante una película de Fuller: habría que haberlo hecho de otra manera, el ritmo tendría que ser más rápido, habría que haber metido esto o aquello. Las cosas son como son, están filmadas como deben estarlo. Se trata de un cine ‘directo’, y no un cine, incriticable, irresponsable, un cine que ‘está ahí’, y no un cine ‘elaborado’, digerido o pensado…”

    Ay, querido amigo, a partir de los setenta, directores como Rainer Werner Fassbinder, Win Wenders y Marin Scorsese imitaron y ampliaron determinados aspectos de la obra de Sam al que adoptaron como modelo de artista profundamente independiente y vehementemente personal, como uno de os grandes directores, guionistas y productores de la historia del cine.

    Y para ir terminando, a veces cuando pienso en el viejo Sam, me da por pensar en nuestras patéticas odiseas condenadas desde el principio a la redención y el fracaso. Se hace imagen de unos tiempos en lo que ya no se puede “ir tirando”, sin más, porque el mundo se ha convertido en un lugar donde hay que devorar o ser devorado, y donde los mansos nunca llegarán a heredar la Tierra, probablemente porque ya no quedará Tierra alguna que heredar: solo perdurarán los depósitos de chatarra y las ruinas emocionales dejadas en el campo de batalla de la vida cotidiana.

    PD: Hay que ver de nuevo: Pickup on South Street, La casa de bambú y Corredor sin retorno junto a un buen amigo cinéfilo y acompañado de unas buenas botellas de vino, Ribera del Duero, si es posible.

    Un fuerte abrazo, amigo mío.










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    1. Ya supondrás, querido Paco, que no ha sido nada fortuita ni aleatoria la elección de esa buena pieza de Sam Fuller para aparecer en este sitio el día de hoy en la espera y confianza de obtener adhesiones de los amigos que ya han degustado semejante delicadeza cinematográfica.

      Esa definición del viejo Sam que aportas traída de tu hermano mayor François me parece perfecta; imagino que sabrás que esta película, para no molestar al entonces muy poderoso Partido Comunista de Francia, se dobló al francés cambiando el mcguffin de material de interés de "los rojos" a sustancias destinadas al comercio de drogas, lo cual, bien mirado, es una circunstancia que deja bien alta la condición de la película, en absoluto afecta a consideraciones patrióticas tan en boga en aquellas calendas en los USA y que los gabachos aceptaron vehementemente. De hecho, tengo la impresión que Fuller siempre tuvo más aceptación fuera que dentro de los USA, porque su independencia le apartaba de los circuitos de propaganda.

      Es muy curioso contemplar la carrera de Fuller desde este siglo que vivimos porque su estilo directo y conciso, muy oportuno como el de su tocayo Peckinpah para despachar escenas violentas, le consiguió más problemas que ventajas y mira por donde ahora algunos con más permisividad no pueden aprovecharla para obtener siquiera una sombra del resultado aprovechable para contar una historia, porque de eso se trata, evidentemente, en el caso de Fuller: el quería contar, explicar, narrar, con la cámara: para él, eso era el cine. Para nosotros también claro. Esa obviedad, amigo, es la que en ocasiones nos sitúa en una categoría cercana a la de bichos raros, porque eso de friki me parece un invento innecesario.

      Lo de trasegar una buena sesión doble (o triple) de Fuller en buena compañía cinéfila con unos Ribera para mantener húmeda la garganta es una idea estupenda, Paco, y habrá que estudiar la propuesta con detenimiento.

      Un fuerte abrazo.

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  5. Para comentarte y disfrutar de esta entrada necesito tiempo, así que si recuerdo el camino descuida que volveré... ( me apuntas a la lista de las ignorantes que no conocía a este ( por lo que he visto de la secuencia que nos muestras, fantástico director.. )

    Muchas gracias de nuevo, ha sido un placer JOSEP!

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    1. La puerta está abierta, María y el placer será mío en recibir tu visita en más ocasiones.

      Samuel Fuller es un claro ejemplo de cineasta a revisar por la maestría de su estilo conciso y poderoso, contando con menos tiempo mucho más que algunos con metrajes excesivos.

      No hay lista de ignorantes: lo que hay es una suerte de afortunadas que descubren ahora esos grandes cineastas, porque hasta hoy nadie les había ofrecido dato alguno y esa convicción de utilidad es la que mantiene vivos algunos sitios como este.

      Besos.

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  6. La he visto unas cuantas veces.
    Lo que me llamó la atención en un visionado que vi hace no muchos años en un ciclo de Fuller fue...bueno, fueron dos cosas.
    Una, que uno de los que asistía al ciclo dijo que el anterior de Ford bien, pero que el ciclo bueno era este de Fuller (cosa que me dejó un poco como "anonadado"; para gustos colores, pero lo siento,en mi opinión Fuller bien en algunas, el ciclo de Ford fue otra cosa) ... y lo otro que me llamó la atención fue el gran parecido-similitud de ciertas escenas de la peli con las viñetas o escenas del cómic de Daredevil en la época en que lo pilló Miller (no solo influenciado por Eisner por lo visto). Hay hasta pelea en las vías del metro como en la peli. http://media.comicbook.com/uploads1/2015/02/daredevil-169-124666.jpg

    Lo de la "ironía" del ataque anticomunista al poner en boca de esos personajes (rateros, "prostitutas" y demás) las soflamas patrióticas creo recordar que ya lo leí en el libro de Javier Coma y José María Latorre, "Luces y sombras del cine negro". No sé si es tan así... De hecho, ella ya se va a encargar de "reformarle"... y es que está claro que es peor ser un rojo que un delincuente... bueno, en este caso el rojo es un asesino...y de la peor calaña, que se carga a....
    No sé (no estoy seguro) de si la pretendida ironía de Fuller estaba tan buscada... Es probable que sí viendo cómo las gastaba en otras pelis como Una luz en el hampa o Corredor sin retorno.
    La peli está muy bien y es entretenida.

    Un saludito.

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    1. Ya sabes, David, que no soy ni mucho menos entendido en tebeos, pero mi lógica me indica que probablemente Miller, a que no aprecio demasiado o no tanto como otros, se inspiró en todo cuanto pudo, Fuller incluído.

      Y desde luego, Fuller no es Ford. Cada uno en su sitio: pero sin duda, en esta película no desdeña aprovechar la ocasión para meter morcillas que denotan su poco espíritu patriotero (que no patriótico) pues el aleteo de las banderas es objeto por lo menos de tres chanzas y recordemos que eso era en 1953, con la que estaba cayendo....

      De hecho, en esta película hay tres clases de personas: los "rojos", la "bofia" y los del submundo un tanto alegal que trata de sobrevivir: no hay ni un sólo personaje "normal" entendido como laburante en una ocupación alejada de contiendas criminales, así que las elucubraciones de Coma y Latorre para ellos quedan, que contentos quedaron....

      Un abrazo.

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  7. Desde que vi esa película de adolescente siempre quise vivir en una casa en el muelle como la de Widmark. Sin duda una escena memorable es la de Thelma Ritter cantándole sus "principios" al sicario encargado de asesinarla.
    Hace años vi un remake muy inferior: "Intriga en ciudad de El Cabo" (1967) protagonizada por James Brolin. Lo mejor era el papel de soplón (Mister Tallo de Bambú) creo que lo interpretaba William Conrad.
    Saludos!
    Borgo.

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    1. La casa esa, Borgo, es un sueño para un chaval, con una entrada principal y salidas escondidas: sencilla y misteriosa a un tiempo. Thelma está, como siempre, espléndida, sí.
      Ese refrito que mencionas no recuerdo haberla visto, aunque, por la fecha, seguramente cayera pocos años después en la típica sesión doble, no diría que no. Pero ya son ganas ponerse a refreir a Fuller...
      Un abrazo.

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  8. Deberes hechos.
    Reconozco que esperaba más. Quizás las expectativas estaban muy altas, pero me ha gustado.
    Al contrario de Borgo, esa casa de madera colgando literalemente de cuatro tablones me parece muy Tom Sawyer y para nada creible que un impecable y bien trajeado Richard Widmark, que trapichea y esconde su botin en esa caja pueda vivir sin agua corriente, ni luz, y mantener el sombrero...más parece el poli que el ratero. Desde luego carisma mucho, malos modos tambien, frio como el hielo ante una Jean Peters que esa sí me parece una mujer de bandera, demasiado guapa y poco desconfiada.
    Thelma Ritter no defrauda nunca.
    El blanco y negro...glorioso. Y esa fobia a los comunistas...antes muertos que rojos. Muy de su tiempo el guión.

    Besos. Milady

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  9. Pues muchas gracias, Milady, por acudir de nuevo a contar tus impresiones: esa casa sorprende, sin duda, pero no olvides que él ha salido de la cárcel unas semanas antes y está en fase de recuperación económica trabajando a destajo: más que una casa es un escondrijo; por lo menos yo así lo interpreto.
    Thelma es mucha actriz y siempre es un punto a considerar en favor de una película.
    Besos.

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