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dijous, 22 de febrer del 2018

Y va, y no te gusta



Cualquier cinéfilo con muchas películas en su haber guarda memoria de algunas películas que en su momento vio en la sala oscura y que por motivos dispares rechaza ver de nuevo, pasadas décadas, a pesar de la facilidad que otorgan los medios audiovisuales, cada semana más novedosos.

En muchos casos persiste la sabia decisión de olvidarse de algo que resultó cargante, infumable, pretencioso y aburrido; en otros sin embargo pesa en el ánimo la conciencia que aquella película que tanto nos gustó quizás haya envejecido mal, que es un eufemismo sobadísimo y falto de toda lógica pues evidentemente el celuloide guarda incólume una forma ¿artística? que puede mostrar rasgos de una época determinada en detalles nimios como el vestuario, por ejemplo, pero los rostros de los intérpretes jamás envejecen, permaneciendo eternamente inalterables y entonces es cuando el eufemismo sangra, porque es el espejo el que nos muestra lo que realmente significa el paso del tiempo. Esa realidad, la conciencia que el espectador, el cinéfilo, ya no es exactamente el mismo que vio aquella película, es lo que supone un detalle que provoca demora, inapetencia, retraso en la revisión de lo que nos gustó y ahora tememos vaya a dejarnos indiferentes: que no es grave, pero tiene su punto de molesto...

Esos precedentes aclaratorios destinados al posible lector joven, aquel que está en la fase inicial de acumular visionados (porque sumar películas en el haber es vicio confesable, no en vano en el pecado llevamos la penitencia y a pesar de ello seguimos insistiendo) y es capaz de sentarse a ver una película con casi cuarenta años cumplidos desde su estreno y además española, con el riesgo de encontrarse ante una muestra del denominado "landismo" porque por supuesto está protagonizada por el admirable Alfredo Landa en la primera colaboración con José Luis Garci en su tercera película.

José Luis Garci se había hecho un nombre en la cinefilia española gracias a dos películas, Asignatura pendiente y Solos en la madrugada, ambas dotadas de una cierta seriedad en el planteamiento, muy apropiadas para la época de la transición sociopolítica de la segunda parte de los años setenta y cuando vimos en los papeles el póster que anunciaba su nueva película, con el nombre de Alfredo Landa, nos quedamos un poco a cuadros: nos temíamos lo peor.

Ahora que ha pasado tanto tiempo uno tiene la impresión que en 1979 Garci, que había sido co autor del excelente corto televisivo La Cabina (que ya comentamos aquí), mantenía en su fuero interno un aprecio por la distopia y no me extrañaría nada que con su amigo Antonio Mercero se confabulara para homenajear a la película Soylent Green, pues su película empieza con un mensaje publicitario supuestamente dirigido por un director idéntico a Mercero (un cameo en toda regla) cuyas formas y música de fondo nos llevan inmediatamente a la película de Richard Fleischer: lo curioso es que habiendo visto seis años antes la referencia, no ha sido hasta ahora, al revisar Las verdes praderas (1979) , que me he dado cuenta de la cita cinematográfica, en realidad advertencia para el cinéfilo que, como he confesado, no sirvió de mucho en su estreno, al menos para mí.

Garci junto a José Mª González Sinde (con quien ya había colaborado con éxito en sus dos películas precedentes) como co guionista y productor nos presenta una película dotada de una estructura clásica de comedia costumbrista enfocada en representar los avatares de una familia de clase media acomodada, próspera, un matrimonio con dos hijos con capacidad económica suficiente para comprarse un chalé en la sierra donde pasar los fines de semana lejos de los ruidos y polución de la gran urbe madrileña.

Pero al igual que Soylent Green la pieza está basada en un guión que tiene truco, tiene una sorpresa que en realidad significa una liberación pues la trama ideada por Garci se sostiene sobre unos diálogos nada engañosos puntuados ocasionalmente por morcillas envenenadas que van calando en el espectador inadvertido que ha tomado las primeras imágenes como lo que pretenden ser, un espot publicitario para la empresa de seguros que tiene como empleado a José Rebolledo (Alfredo Landa), un tipo que empezó como botones y que, estudiando y trabajando duro, llega a Director comercial, sucediendo en el cargo a un antiguo compañero que, sabremos luego, falleció antes de hora.

José está felizmente casado con Conchi (María Casanova, encantadora), tienen dos hijos, tiene una suegra que le chincha en privado y presume de él y le alaba ante extraños y una cuñada con un noviete tonto al que no soporta. Casi menos que al suertudo Ricardo (Carlos Larrañaga) compañero en la empresa, un jeta de esos que siempre caen bien y de pié y al que usualmente le saca las castañas del fuego. Así que José ha visto como su vida le ha llevado de ser un botones a poder favorecer al que fue su maestro de jovencito en sus inicios en la empresa, al que reclama le apee el "usted": un hombre hecho a sí mismo, que ahora ya puede dedicar parte de su tiempo de ocio en el fin de semana a las caravanas de coches que primero salen y luego vuelven a la capital.

Garci mantiene un aspecto plácido a su comedia y se rodea de intérpretes cómodos en las tramas al uso, con pequeñas anécdotas y chanzas que sazonan una trama que aparentemente está destinada a contarnos lo que sucede en un fin de semana normal y corriente: bueno, normal no, porque es el fin de semana del "derby" o sea, que hay un partido importante por en medio: habrá también paella, barbacoa, partido de fútbol con los vecinos de la urbanización y un poco de compromisos sociales, todo ello sujeto a una agenda que lentamente mostrará desarreglos, disonancias, desapegos a una forma de vida que se irá revelando lejana de la felicidad personal.

Se vale para ello Garci de un Alfredo Landa que realiza una actuación perfecta, comedida, sensible, dominando los excesos cómicos a los que nos tenía acostumbrados, interiorizando todo lo que le ocurre a ese José Rebolledo que lleva tragando sapos desde hace ya demasiado tiempo y le acompaña una estupenda María Casanova representando a la joven esposa que ama a su marido y le entiende perfectamente y sabe decidir por él cuando es necesario: una pareja enamorada que van a una, codo con codo, hombro con hombro, de principio a fin. Hay una química especial entre ambos intérpretes, lo que beneficia a Garci, lo mismo que la desfachatez exhibicionista de Carlos Larrañaga dominando el tipo jeta, simpaticote, golfo, cargante en realidad, en una estupenda composición como secundario de lujo, en una película española en la que todos los diálogos son inteligibles sin esfuerzo alguno, no en vano el resto del elenco está formado por secundarios del lustre de Angel Picazo, Irene Gutiérrez Caba, Jesús Enguita, Enrique Vivó y una jovencita Cecilia Roth, todos ellos realizando un trabajo encomiable construyendo un coro de personajes que más que envolver casi aprisionan a la pareja protagonista.

Cuando Garci emprendió el rodaje teóricamente la censura había desaparecido del cine español y se bebían vientos de libertad: en aquella transición todavía no había llegado el momento en que los socialistas alcanzaran el poder político pero había representación parlamentaria de los comunistas en el Congreso de los Diputados y se podía tratar cualquier tema en el cine: a muchos les dió por el cine de destape pero a Garci, entonces, le dió por el cine con mensaje sociopolítico y en Las verdes praderas ejecuta una muestra perfecta de cine que lleva un mensaje potente agazapado, camuflado estéticamente bajo la apariencia de una película costumbrista, como todas las que se dedicaban a buscar la empatía del espectador medio, bien por identificación bien por la ilusión de alcanzar la situación de los protagonistas de la película.

Garci exprime las sensaciones que provoca en el respetable y poco a poco le va llevando a su terreno sin que se de cuenta: sólo al final, iniciado el último cuarto de hora de un metraje de cien minutos bien usados, uno puede olerse la tostada, cuando ya está bien pasada, vuelta y vuelta. Al que le sorprende por completo el final, puede que sufra un desengaño, pero será bien porque no lo imaginaba, habiendo desoído las señales que Garci lleva todo el metraje dejando, bien porque choque contra sus convicciones y pretenda discutir el discurso que informa esta película de Garci, probablemente minusvalorada desde que se estrenó, un poco a contra corriente de una sociedad que mayoritariamente, en aquel momento, se desvivía por tener un chalé en la sierra o un apartamento en la costa, y va y aparece Garci con una película que es una carga de profundidad contra la sociedad de consumo, contra la necesidad impuesta y aceptada gustosamente de dedicar la vida entera a comprar, adquirir, gastar, consumir, en una entrega voluntaria a una dominación que llega a esclavizar las personas empezando por alterar sus costumbres y apetencias y derribando las ilusiones de juventud, hasta que llega un día en que se percibe el engaño y el error.

Esa crítica feroz a la sociedad consumista planteada en 1979 desgraciadamente permanece incólume como una advertencia y uno tiene la sensación que el mensaje cayó en saco roto pues transcurridos casi cuarenta años no tan sólo no se ha evitado caer en la situación que Garci denuncia sino que, más bien al contrario, se ha acrecentado el consumismo hasta unos niveles inimaginables entonces: iba a usar la palabra límites, pero siento que todos se rebasaron holgadamente y que no hay ninguno, así que la película de Garci queda como un grito en el desierto, perfectamente actual, aplicable, aunque sin duda la gran mayoría la rechazaría no por distópica, sino por molesta cual mosca cojonera. Puede que el gran Berlanga tuviese razón cuando le aseguró a Garci, vista la película, que él la hubiese finalizado con una vuelta de tuerca: pero Berlanga en 1979 tenía 58 años y Garci solo 35 y todavía albergaba un poco de optimismo.

Diría que Las verdes praderas es posiblemente una de las mejores películas de Garci y desde luego la más infravalorada, perteneciente al exiguo grupo de buenas películas españolas con claro contenido social, una buena pieza rodada con estilo sencillo, sin efectismos, manteniendo el ritmo vivo de la narración sin esfuerzo aparente, sirviéndose de planos medios, cortos y hasta primeros planos bien soportados por sus intérpretes para que sean sus ojos los que nos transmitan lo que sienten más allá de lo que sus palabras puedan decir, elevando la anécdota a categoría, reconvirtiendo sigilosamente una comedia costumbrista en un ataque frontal al capitalismo consumista.

Imperdible muestra de cine español a repasar con tranquilidad o a descubrir si es el caso, siempre en la seguridad que puede ofrecer un buen punto de partida para un debate que se me antoja siempre interesante.








16 comentaris :

  1. Maravilloso artículo. La película me gusta mucho, y más allá de su agotada estética, creo que sigue vigente en buena parte de su discurso (inolvidable ese que Landa pronuncia sobre las sucesivas decepciones de su vida: "¡y va, y no te gusta!"). Fantástico.
    Un abrazo

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    1. Me alegra que te haya gustado, Alfredo: gracias por el elogio.
      Lo cierto es que cuando vi en tu blog, sección escenas preferidas, esa conversación / confesión entre la pareja protagonista sentí que debía revisarla y ya que tú hasta ahora no habías extendido el tema, me he decidido a dedicarle estas letras, así que tú estás en el meollo... :-)
      Un abrazo.

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  2. Está comedia,me mola la vi hace años,buaaa y sobre todo española me gustan mucho,y como las as publicado me la as echo recordar,la volveré hacer.Gracias

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    1. El Alfredito es un,máquina tanto en comedia,película.Es una verdad,es el puto amo del cine español,para mí si

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    2. Desde luego, del cine español esta es una pieza a recobrar, a disfrutarla de nuevo si es el caso, porque no ha envejecido nada en su propuesta.
      Alfredo Landa en esta película ya exhibe un dominio que acabará por convertirlo en uno de los más grandes, sin duda,

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  3. Y sabes murio,con 80 años,creo que en el 2013,creo que si

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    1. Efectivamente: y padeciendo alzheimer, el pobre.

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    2. Magnífico artículo, amigo Josep. Como bien sabes, en mi extinto blog hablé mucho de mi admirado José Luis Garci como cineasta y, sobre todo, como escritor, que me parece a mí que es mucho mejor. Cuando escribe de cine, escribe también la época que fueron vistas las películas, de cómo se entra a ver una película y cómo se sale después de haberla visto.

      Escribir de cine no es escribir una crítica academicista o bloguerista (acabo de inventar este término), sino escribir desde lo más profundo del alma. Uno iba a ver una película, en aquella provincia de tedio y plateresco, que llevaba un retraso, desde su estreno, de más de treinta años, pero daba igual. El blanco y negro casaba muy bien con el color. Uno podía ver por primera vez Marcado por el odio, y la segunda sesión, Una noche en la ópera. La emoción se mezclaba con el contexto, el entorno, el niño, y el cine era lo más grande; la mágica ventana que nos permitía ver lo que había más allá de una España gris, fea y represiva, y ya ni te hablo de los besos robados, ya sabes, la censura, Truffaut y Cinema paradiso. Todo esto y más está en Garci y en sus maravillosos libros. Ay, recuerdo cómo irrumpió John Sturges en aquella provincia triste de mi infancia. Entré en el cine Victoria y las cortinas empezaros a desplegarse. CinemaScope, colores vivos, vibrantes, títulos de crédito en rojo. Un paisaje inmenso, desértico. Un tren avanzando. Una mierda de pueblo en el desierto y un forastero manco. Conspiración de silencio. El título parecía surgido de mi oscuro provincia: comunidad cerrada en donde no ocurría nunca nada, bajo un régimen represivo y los héroes llegaban a través del CinemaScope y nos liberaba de las tardes glaucas de domingo y de tantos silencios conspirados en un país anclado en la sombra de una época donde los trenes, simplemente, pasaban de largo. Mi gran evasión, nuestra gran evasión. En este mismo cine vi La gran evasión y Los siete magníficos. John Sturges nos iluminaba. Por cierto, ¡qué colores tiene las películas de Sturges!

      Lo que hemos llegado a aprender en su mítico programa ¿Qué grande es el cine? Allí se fumaba tanto como en la película Casablanca. Allí se hablaba, se reflexionaba, se recordaba, se rememoraba el cine, sus imágenes imperecederas además de las recomendaciones de libros. Allí vimos películas que ya habíamos visto y las que no habíamos podido ver. En mi caso, por ejemplo, la maravillosa Lola Montes del gran Max Ophüls, Fat City, de Huston, Los inútiles, de Fellini, Fresas salvajes (en su último programa), de Ingmar Bergman, Vivir, de Akira Kurosawa, En bandeja de plata, de Billy Wilder, Ladrón de bicicletas y Umberto D; el cine a flor de piel, Garci fumando y una vez en el Parque del Retiro, en La Feria del libro, hablé con él. Le dije estas palabras: “Probablemente, más de una vez habrás soñado en color y CinemaScope vestido de Bogart, tratando de seducir a Marilyn en las cataratas del Niágara”. Recuerdo que sonreímos allí, ambos, sin historias, pero sí con muchas películas vividas. Extraje mi paquete de Marlboro (por aquel entonces fumaba), y le ofrecí un cigarrillo. Fumamos como Bogart y Mitchum. El cine en estado puro. “Amigo, somos las películas que hemos visto”, dijo una vez.

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    3. Mi querido Josep, hoy estoy triste mientras te escribo este comentario: ¿Comentario? ¡Esto es toda una declaración de amor al séptimo arte! Y tú tienes la culpa. Con Las verdes praderas, Garci narra en tono de humor irónico, no exento de cierto patetismo, esa especie de efímero sueño cotidiano al que parece someterse quienes, cada viernes o cada sábado, huyen del asfalto urbano camino de su pequeño paraíso campestre, aunque en ocasiones, en demasiadas ocasiones, todo puede resultar más una pesadilla que un tiempo de descanso. Esto lo hemos visto, tanto tú como yo, y, seguimos viéndolo. You're the one (Una historia de entonces) y de siempre. Los sentimientos, el eterno retorno, o lo que no se ha ido nunca. En fin, tenemos que quedar y tomarnos unos vinos, y hablar hasta por los codos de las causas perdidas.

      Y, para terminar, José Luis Garci dijo una vez: "Yo no tengo mundo interior, tengo mundo anterior". El cine, sobre todo, es memoria. Cuando me preguntan la fecha de mi nacimiento, siempre respondo: el día que bajó del cielo una mujer con un paraguas. Acosada, Bésame, tonto. Goldfinger, Gertrud, El castillo de los monstruos, El desierto rojo, My Fair Lady, Matrimonio a la italiana, Marnie la ladrona, La tía Tula, La noche de la iguana, El tren, Por un puñado de dólares, Siete días de mayo, Una trompeta lejana, Viva las Vegas, Zorba, el griego, El último hombre de la tierra, El gran combate… Por estas películas, ¿sabrías decirme el año que nací, amigo mío?

      Un fuerte abrazo.

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    4. Amigo Paco, si yo tengo la culpa de que expreses de esa forma tu amor por el cine, culpable soy y bien condenado sea, por ejemplo, a ver una sesión doble, pero tú me acompañarás en la penitencia y cada uno deberá elegir una película y luego defenderla, bien provistos ambos de condumios y bebidas dignas del acontecimiento.

      Es cierto que a Garci le debemos mucho los cinéfilos de este país, recogiendo el guante que sobre la mesilla dejó Balbín y que en ausencia de tales eventos no podemos conformarnos con lo que nos han plantado a modo de tristes substituciones: todas esas que mentas pasaron por la tele hace años, pero desde luego recuerdo un extinto cine en el que siempre, pero siempre, la banda sonora de los siete magníficos sonaba como advertencia que la sesión iba a empezar...

      Escribir de cine, tú lo sabes bien, es mucho más que ofrecer detalles informativos, porque el cine es arte y todo arte que se precie descansa por un lado en el trabajo del artista y por otro en el sentimiento que produce al espectador y comunicar sentimientos siempre tiene un componente subjetivo. Garci lo tuvo y mantuvo en su programa y trató de hacerlo también en su cine y para mí en la película que nos lleva a conversar hoy se luce sobremanera; incluso diría que él, en 1979, no supuso que, casi cuarenta años más tarde, todavía sería válida su apuesta.

      Y por fumar, mira que se fuma en la película: salvo los críos, creo que fuman casi todos: la pareja protagonista liquida un par de cajetillas por lo menos....

      Por último, mira si sabría decirte el año en que naciste que fue cuando yo pasé de canturrear aquello de supercalifragilisticoespialidoso sin equivocarme en una sílaba a algo que pretendía semejarse a A hard day's night: una de colorines y otra en un blanco y negro que nos permitió ver actuar a los melenudos ingleses...

      Un fuerte abrazo.

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  4. El recuerdo que tengo, pues hace mil que la vi es que si bien no me convencía del todo su estética muy deudora de la época...si que me llegó y mucho tanto la historia como las interpretaciones...el discurso es rotundo aunque si no recuerdo mal no se le prestó la debida atención ya q por entonces estaban a otras cosas.
    Me gustaría aprovechar la ocasión para comentar como en este país denostar a Garci es casi un deporte.
    A mi su cine no siempre me ha llamado la atención pero me parece un tío q pese al lastre de su galopante cinefilia se ha entregado a tope a la hora de construir un universo reconocible. Lo que me lleva a la conclusión de que para bien o para mal ha conseguido su propósito de ser un autor
    Para hablar de esta en condiciones debiera volverla a ver
    Y si María Casanova...pues eso. Un abrazo

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    1. Tengo para mí, Víctor, que Garci se vale de una estética muy reconocible con la intención de que su mensaje, un poco soterrado durante la mayor parte del metraje, entrara con más facilidad.

      Lo de Garci en conjunto es un tema largo, amplio y arduo, porque tiene cosas muy diferentes a otras, pero desde luego, ya por su espacio de divulgación televisiva, merece todos los honores.

      Que sea o no reconocido como autor dependerá, supongo, de la capacidad de cada quien a la hora de adjetivarlo aunque supongo que a pesar de que algunas películas gusten menos que otras (hay por lo menos una terrible) no quita que el cineasta haya sido constante en su forma de entender y practicar el cine.

      Yo creo que a María Casanova, en esta película, le salieron miles de pretendientes idílicos...

      Un abrazo.

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  5. No la he visto. Si la veo, ya te comentaré.

    Y no tiene mucho que ver, pero aprovecho el cajetín...
    Vengo del cine de ver "Luces de la ciudad" de Chaplin. Ya sé que es un final abierto y cada uno se puede imaginar el final que prefiera. Peeeero...
    ¿qué apuntarías tú que pasa después? Leo por ahí que hay gente que dice que pueden acabar juntos. Para mí, todas las veces que la he visto (y ya son unas cuantas) siempre "veo" el no puede ser. La "tragedia" está ahí en parte, ¿no? En fin... Perdón por apartarme de la entrada...
    Un saludito.

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    1. Pues ya sabes, David, que recomendada está: te gustará, fijo.

      Hace tiempo que no veo nada de Chaplin, pero, por lo que recuerdo, siempre he pensado que la soledad será su compañera....

      Un abrazo.

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  6. Creo haberla visto en la tele hace mil...y lo que recuerdo es precisamente eso, la critica tan evidente del consumismo, de los falsos paraísos, las islas para retirarnos a descansar... a los que pretendemos huir.
    De todas maneras hace tanto...el cine de Garci para mí algo desigual pero con buenos guiones... El Crack, Sólos en la madrugada...Asignatura pendiente. Creo que me gusta más como escritor y comentarista...incluso como locutor/presentador de radio y tele que como director. A sus programas espacios de amor absoluto al séptimo arte, sus ciclos...El cine en blanco y negro o Qué grande es el cine les debemos mucho...una suerte que estén en youtube.

    Reconozco que veo poco cine patrio...prejuicios tontos. Haberlo, haylo.

    Besos. Milady

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    1. Ya sabes Milady, que coincido contigo en las pocas ganas de ver cine patrio y casi te diría que me interesa más el añejo, porque, por lo menos, entiendo lo que dicen y no me quedo con la sensación que mis oídos fallan.

      Esta es una buena pieza a revisar aunque desde luego te deja un poso de amargura que se incrementa con la sensación que, a pesar del tiempo transcurrido desde que la viste por primera vez, sigue malditamente actual y quizás aún podría exagerarse.

      Si al final aún tendrá razón Berlanga, que pretendía modificar el final añadiendo una excursión a ver un chalecito en la sierra, un año después...

      Besos.

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