Pero ¿quién mató a Papá Noel?
Como quien dice para celebrar que Alemania había ocupado Francia en un mes y medio Goebbels decidió aprovechar la industria francesa del cine para entretener al francés sometido con aparente guante blando y puño duro en un intento de reemplazar paulatinamente las costumbres y convicciones de los galos abandonados y desasistidos por un ejército inútil y un gobierno que salió por patas con más miedo que honor.
Goebbels fundó con capital alemán la compañía Continental-Films y se aprestó a contratar a Christian-Jaque para que dirigiera tres películas y el afamado director procuró que en su contrato se le diera libertad para rodar sin someterse a órdenes de la empresa ni tampoco a dejar que el montaje final lo hiciera algún productor ideológicamente diferente, lo que, evidentemente, no le daba carta blanca frente a una censura vigilante.
Para la primera película Christian-Jaque propuso -y le aceptaron- una idea basada en una novela corta de Pierre Véry, especializado en temas de intriga de corte criminal, una pieza titulada, como luego lo fue la película L'Assassinat du Père Noel estrenada en Francia en octubre de 1941 y en España nunca, por motivos que podemos imputar al gusto de cada cual que seguramente acertarán porque la censura cerril era omnipresente y ya con el título la cosa pintaba mal.
Sin haber tenido la ocasión de leer la novela original pero teniendo una idea aproximada de su sinopsis argumental, resulta diáfano que la intervención de Charles Spaak comporta una ampliación considerable de todos los aspectos constructivos de un guión que excede de forma brillante una simple y efectiva intriga, lo que no nos puede sorprender porque ya vimos en su momento cómo se las gastaba Spaak en la construcción de personajes secundarios en La kermese heroica que repasamos hace ya más de once años, precisamente otra película que tardó 34 años en estrenarse en España.
Si la inteligencia y habilidad de Spaak se nos hacen patentes en el dibujo de todos los personajes y los diálogos, la labor de Christian-Jaque no es menos sobresaliente porque las alegorías se suceden unas a las otras y rápidamente el espectador percibe que en esta película a priori sencilla nada es lo que pretende ser y que la lógica materialista brilla por su ausencia porque tanto los condicionantes físicos como los anímicos harán que en esa diminuta población las incógnitas y los misterios nos dejen francamente descolocados y la forma de rodar de Christian-Jaque nos aplica una velocidad plácida pero constante, sin un momento de transición en el que reflexionar acerca de lo que estamos viviendo en la pantalla, una sociedad que a estas alturas del siglo que vivimos nos parecerá como poco absurda, imposible, utópica.
Estamos en un pueblo de la Alta Saboya, más arriba de Chamonix, y es la vigilia de la Navidad y la nieve ha caído con tal abundancia que el pueblo ha quedado casi sepultado y definitivamente cercado e incomunicado del resto del mundo porque ninguna carretera de las cuatro que llegan está practicable, lo que significa que los aldeanos están aislados y deberán valerse por sí mismos ante cualquier necesidad.
¿Tienen esos franceses algún problema? Pues no: todos están en sus ocupaciones habituales que la nieve no les impide desarrollar: el maestro trata con disciplina y rigor a sus alumnos en una relación de complicidades y el viejo Cornusse sigue empeñado en conseguir su obra maestra, el mejor globo terráqueo que habrá hecho en su vida y la casa solariega del poblacho recibe de sorpresa el retorno de su dueño, un aristócrata que ha dado la vuelta al mundo buscando el amor de su vida y llega pidiendo al farmacéutico una poción que ¡ay! éste sabe se aplica para la lepra y se corre la voz por el villorrio, mientras la mare Michel se presenta en cualquier parte preguntando, como siempre, si alguien ha visto a su gatito, extraviado quién sabe desde cuanto tiempo hace ya.
Estamos ante unos personajes que cabrían mejor en una película surrealista que en un policial al uso, porque cada uno goza de unas peculiaridades excéntricas que a nadie sorprenden, lo que nos convence que esa sociedad aislada del mundo es muy particular: las puertas no se cierran, la gente deambula de una parte a otra compartiendo cuitas y cotilleos y los chavales hacen travesuras corriendo entre las nieves y nadie parece tomarse en serio nada de lo que observan con cierta displicencia, hasta que al cura alguien le ha dejado en el suelo de un garrotazo y luego, en la misa del gallo, cuando acabada ésta la banda escolar dirigida por el maestro se dedica a tocar con gran alboroto proclamando una laicidad en provocación anual no por conocida menos protestada y celebrada, resulta que la joya de la parroquia ha desaparecido y todos apuntan a que ha sido Papa Noel el que lo ha robado, pero nadie lo cree, porque todos saben que, desde hace treinta años, el bueno de Cornusse se disfraza de Papá Noel y se dedica a visitar todas las casas del villorrio que tienen algún infante bajo su techo y Cornusse es una institución llena de bondad y, en noches como esa, también de chupitos de licores varios, no en vano en cada casa que visita debe hacer los honores.
La riqueza de detalles es tal que habría que desgranarla en varios folios y no es ése el cometido de este comentarista, realmente asombrado por un guión que extrañamente hasta ahora era total y absolutamente desconocido y su visión en pantalla nos podría permitir un animadísimo debate en el que tomar en consideración las evidentes alegorías políticas de la situación real en que Christian-Jaque rodaba su película, una Francia ocupada bajo el manto protector del régimen nazi, con unas supuestas libertades que no eran tales y unos delitos que parecen imposibles pero que suceden y que no se podrán resolver sin la ayuda de los que están fuera, pero cerca, del poblado.
Cada personaje tiene su carácter muy peculiar, individual, diferente, pero esos detalles no tan sólo son aceptados por todos sino que son relativizados con respeto a la idiosincrasia de cada individuo y todos se unirán con espanto y asombro cuando unos críos, buscando a Papá Noel porque no se ha presentado en su casa, lo hallan tendido en la nieve, muerto.
El misterio queda servido y la intriga provoca que entre todos se pongan a buscar al responsable, porque la ayuda policial no alcanza a llegar al pueblo y con cierta ansiedad esa sociedad idílica empieza a sospechar que alberga un monstruo en su seno.
Christian-Jaque se vale de la nieve como causa de una cierta sensación creciente de claustrofobia que se verá trufada de descubrimientos que de alguna forma romperán levemente el surrealismo antecedente, pero no lo bastante como para desestimar las alegorías plantadas con la evidente intención de superar una censura que a todas luces ni se percató.
Esta es una película descubierta por casualidad y sorprende no haber tenido conocimiento de la misma anteriormente porque sin duda goza de un guión superlativo, inimaginable en el siglo que padecemos lleno de estulticia y falta de ideas, un director que sabe usar la cámara para reforzar y mostrar unas ideas que nos apresarán desde los primeros minutos y unos intérpretes que ayudan no poco a mantener el nivel de ficción pletórica de una falta de realidad que permite lecturas muy diferentes y ninguna descabellada del todo, lo que, en definitiva, es lo que cabe esperar de una obra artística y ésta, créanme, lo es. Y de primera. No se la pierdan.


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