They've Got a Skeleton in a Cupboard
El ala norte del edificio del Capitolio de Washington D.C., capital de los Estados Unidos de América da cobijo a la institución política del Senado, compuesto por cien senadores, a razón de dos por cada uno de los estados de la república; los senadores ejercen su cargo por seis años y cada dos años se renueva un tercio de sus miembros, asegurando así la renovación junto con la experiencia, lo que no significa, forzosamente, que un senador no pueda ser reelegido varias ocasiones. Un senador debe haber cumplido los treinta años, residir en el estado que representa en el momento de su elección, y ser ciudadano estadounidense con una antigüedad mínima de nueve años.
Una soleada mañana de un imaginario día, el Senador Stanley Danta (Paul Ford) compra el periódico y al leer los titulares, se apresura a encontrarse con el Senador Munson (Walter Pidgeon) que es el Jefe de filas de la Mayoría en el Senado. Ambos pertenecen al partido que en el momento está en el poder coincidiendo en la misma adscripción política con el Presidente de los Estados Unidos (Franchot Tone). Nunca sabremos a ciencia cierta si pertenecen a filas republicanas o demócratas.
El Presidente ha decidido comunicar a la prensa el nombramiento de un nuevo Secretario de Estado en la persona de Robert Leffingwell (Henry Fonda) y ambos senadores se sorprenden por haber tenido conocimiento del nombramiento a través de la prensa.
Porque en Estados Unidos, el Presidente puede nombrar a quien quiera para ocupar cualquier cargo, pero, necesariamente, el elegido deberá obtener la aprobación del Senado.
Con esta premisa, el gran director Otto Preminger, basándose en una premiada y exitosa novela de política-ficción escrita por el tejano Allen Drury que fue adaptada a guión cinematográfico por Wendell Mayes, produjo y rodó él mismo la película conocida en España como Tempestad sobre Washington (Advise & Consent, 1962)
En el momento de su estreno en España, el sistema político distaba mucho del que veremos discurrir en la trama, ya que los partidos políticos no existían o por lo menos no eran reconocidos por la legalidad vigente; en la actualidad, el sistema político actual sigue estando alejado de las circunstancias formales que se desarrollan en la acción, motivo por el cual este comentarista ha decidido titular el comentario con una conocidísima frase hecha que no tiene correspondiente en el castellano, salvo traducciones literales forzadas.
Los senadores que hemos visto se comprometen con el Presidente a trabajar con denodado esfuerzo para conseguir que el designado alcance la aprobación del Senado; en un primer momento ya sabremos que el Jefe de la Minoría rechaza de plano el nombramiento, augurando de 17 a 20 votos en contra, indicando irónicamente que el primer escollo lo van a encontrar en sus propias filas, en la persona del Senador Seabright Cooley (Charles Laughton), con quien, a pie de la escalinata del Capitolio, Munson y Danta mantienen una conversación en la que el viejo y taimado Senador Cooley asegura que por encima de su lealtad al Presidente, al partido y al muy respetable Jefe de la Mayoría, están sus propios principios y convicciones y una de ellas es que el designado Leffingwell nunca podrá llegar a ser un buen Secretario de Estado, negándole el pan y la sal.
Esta postura de independencia en la decisión de votar en contra del deseo del Presidente que pertenece al mismo partido sigue asombrando por estos lares y abre una perplejidad en la condición esencial de la democracia parlamentaria, presentándose, por lo menos en la ficción que sustentará todo el relato, como base sobre la que Preminger desarrolla una disección de la vida política, en una clara intención didáctica y crítica de mostrar los entresijos de la misma, sus virtudes y sus defectos.
Preminger nos introduce directamente en la forma de vida parlamentaria estadounidense mostrándonos en una escena en la Cámara Alta la composición de la misma, cuando la acaudalada viuda Dolly Harrison (Gene Tierney) la explica a su invitada, esposa del nuevo embajador francés, y en compañía de la esposa del embajador inglés, quien asegura que, delimitados los asientos a derecha e izquierda del pasillo, el lado no significa nada en cuanto al concepto político, asegurando que allí casi todos son liberales, unos más que otros, mientras veremos como a la llamada del quorum, los senadores van llegando por unos túneles provistos de un mini ferrocarril que les ayuda a desplazarse rápidamente hasta las entrañas del enorme edificio político.
Vistas esas entrañas físicas, vemos a los senadores deambular constantemente por los pasillos buscando apoyos los unos en los otros, en conversaciones apresuradas por la urgencia y apartadas a oídos no deseados; ofrecimientos interesados y rechazos elegantes.
Los senadores se mueven constantemente, incluso en la propia cámara, levantándose para pedirse la venia, en escaramuzas de retórica política muy bien escritas, con frases intencionadas, alusivas, mordaces, que son encajadas y replicadas con otras de igual calado.
La movilidad de los senadores contrasta con la quietud del Presidente que aguarda noticias confirmatorias de su deseo. Quietud, calma tensa, en la que está sumido el candidato Leffingwell que cree saber lo que va a ocurrir.
Leffingwell dice una frase definitoria, explicando a su hijo que, responder al teléfono asegurando que su padre no está en casa, cuando sí está, no es una mentira: "Es una de las mentiras clásicas de Washington. Es cuando la otra persona sabe que mientes y sabe que tú sabes que él sabe que mientes"
Esa mentira formal, típica en la relaciones políticas, se verá sucedida por otra clase de mentiras, más profundas, que determinarán el proceso de investigación acerca de la idoneidad del candidato propuesto por el Presidente.
Las luchas políticas se irán moviendo por aguas cenagosas llenando de barro y suciedad los pies de quienes por ellas transitarán, removiendo circunstancias vitales de los implicados en la dialéctica política en su afán por conseguir cumplir su objetivo, bien sea el de entorpecer el nombramiento, bien sea el favorecerlo, en un descenso de la verdad al infierno del pasado concitando al presente errores cometidos, lo que los anglosajones definen con la frase "he has a skeleton in a cupboard", ese secreto del pasado que se prefiere guardar bien oculto para evitar que perjudique las ambiciones del presente.
Los devaneos políticos de una juventud filocomunista y los amores homosexuales de una época pretérita se constituirán en el motivo de decisiones a tomar.
Esas pretendidas faltas que en el momento histórico en que se realiza el rodaje -y quizás hoy también- son cuestiones clave para apoyar en ellas importantes decisiones, deberán acreditarse por quienes están interesados en servirse de las mismas, urdiéndose una acción paralela a fin de conseguir pruebas de las acusaciones, cuyas pruebas, buscadas con ahínco por los interesados en remover el pasado para invalidar el presente, son presentadas con ojos distantes y objetivos por Preminger, dedicado al retrato de los personajes que actúan o que sufren los errores de antaño, cuyas consecuencias se revelarán insostenibles, una guerra sucia en franca contradicción con la dialéctica brillante, pulcra y elegante de los enfrentamientos públicos, mostrando la cara oculta de algunos políticos que no dudarán en chantajear para obtener su fin, en una interpretación moderna y simplista de Maquiavelo, con un pragmatismo por parte de todos que les aleja de la teoría del político honesto, configurándose el aprecio por el poder como eje de todos sus actos, sean en uno u otro sentido.
Preminger no deja títere con cabeza, manteniendo una visión alejada sin tomar partido por nadie, ofreciéndonos en su maestría un retrato impasible de lo que se ha conocido como la erótica del poder, ese poder dejado en manos de unos individuos que se moverán por intereses particulares en una contienda de satisfacciones y ambiciones propias, una batalla que acabará con bajas importantes y que, al fin, se revelará como totalmente inútil, habiendo sido todo el empeño y sacrificio de varias personas en vano.
Para ello ha contado con un elenco formidable que ha sabido representar ese grupo heterogéneo de personajes políticos de toda clase y condición, ambiciosos todos ellos deseando el poder en sus manos, bien sea para ejercer un cargo, bien sea para satisfacer un ansia de venganza por afrentas recibidas o para ganar méritos en un mundo rebuscado y mendaraz donde a los cambalaches se les llama acuerdos, sin que la ética consiga someter a la pasión y el interés y mientras se exige un pasado "limpio y formal" como requisito sin el cual no hay acuerdo, se ocultan hechos del pasado, demostrando una vez más cuan humano es aplicar el rasero a una altura diferente según se trate de uno mismo o del otro.
Con un ritmo muy acertado, hilvanando escena tras otra perfectamente, Preminger, durante algo más de dos horas y cuarto, sabe mantener el interés hasta el último minuto, dejando en el ánimo del espectador la huella imborrable del conocimiento íntimo de los trabajos, afanes, empeños y traiciones que atesoran los miembros de tan democrática institución desde la perspectiva de la libertad de voto como nexo indisoluble a los intereses de quienes representan, sus votantes, interpretados muy libremente por sus representantes sin la sujeción servilista a las siglas del partido al que pertenecen, cuestión nada baladí, por cierto.
Siendo del Otto, no voy a perdérmela. Aunque ya son varias las que te debo y no he visto aún.
ResponEliminaOtra vez 2 horas y pico, y seguro que ni se sienten... Preminger era jodidamente grande!
Realmente imperdible, amigo Faraway: seguro que si la buscas, la encuentras fascinante; el relato de los entresijos de la política es fascinante y creo que no ha perdido un ápice de actualidad.
ResponEliminaUn abrazo.
Precisamente hace muy poco pensaba que era una película que necesitaba recuperar, ya que hace mucho tiempo que la vi y necesito refrescarla, pero el principal recuerdo que tengo es el de la soberbia actuación de Laughton como zorro sureño, realmente impagable
ResponEliminaDesde luego, Alicia, vale la pena revisarla; el gran Laughton compone un personaje perverso, impertubable cuando, en plena partida de póker, permanece impávido ante la luctuosa noticia que levanta a sus compañeros de la mesa.
ResponEliminaSaludos.
Soberbia, soberbia y soberbia. Un Otto Preminger de primera. Unos títulos de crédito de Saul Bass originalísimos y unos caracteres geniales. La volví a ver hace muy poquito y ya te digo, me volvió a enganchar.
ResponElimina¡Qué gran actor Charles Laughton¡...a propósito ¿has vuelto a ver "La noche del cazador", única pelicula que dirigió?....Yo la tengo como una de las joyas más preciadas de mi DVDteca.
Acabamos de venir del cine..."Iron Man"...y bueno, pues.....ha sido un ratito bueno. La peli se deja ver....por otra parte es la típica de la Marvel pero con cierta mala leche.
Venga, un abrazote.
Fenomenal, aunque, como toda intriga política, no llegue al fondo del asunto. Una película construida como las viejas historias conspirativas del poder, por ejemplo, en el Imperio Romano. Fascinante.
ResponEliminaSaludos
Desde luego, Antonio, que es un Preminger de primera: el uso acertadísimo de la pantalla ancha Pannavisión sirve para reforzar el movimiento de los personajes, sus acercamientos y alejamientos tanto físicos como políticos.
ResponEliminaLa noche... hace unos meses que la repasé; fue una lástima que Laughton se tomara tan a pecho las malas críticas recibidas en su estreno.
Ya te dije que Iron Man es un entretenimiento, un tebeo llevado al cine: no hay que darle más vueltas; un tebeo no es un libro, está claro.
Un abrazo
Tienes razón, 39escalones al señalar que, como de costumbre, no se llegue al fondo y nos quedamos en la contemplación de las escaramuzas. Es lo que hay. Aunque no deja de causar cierta envidia comprobar la libertad de voto de los senadores, que, en definitiva, es lo que sustenta toda la trama.
ResponEliminaSaludos.
Josep, la verdad es que no la conocía, ¡me la apunto! Tiene algo que ver con The West Wing? Lo digo porque esta serie me encanta, es genial, y representa la POLÍTICA como nunca se había visto (o mejor dicho, como nunca yo había visto jjeje)
ResponEliminaMarchelo: es todo un clásico de la política-ficción, muy interesante y que permanece muy actual.
ResponEliminaLo de la serie no puedo decírtelo, lo siento, pero es que no la he visto. No soporto los cortes publicitarios de la tele...
Salutacions.