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dilluns, 29 de juny del 2009

Concierto Cinéfilo



Lo prometido es deuda, así que hoy podemos comprobar a ciencia cierta la identidad de la persona que se ocultaba tras las pistas ofrecidas el viernes.

Para ello, bastará con tener claro que no se trata de ningún compositor, pero que su buen trabajo se puede comprobar disfrutando con atención los fragmentos de uno de esos espectáculos que se pueden ver fuera de nuestras fronteras y que, descubiertos por la más pura casualidad, me ponen los dientes largos, laargooos, oscurecida mi piel por la más oscura tiña producto de una envidia mal disimulada.

¿Porqué en España no podemos disfrutar de eventos semejantes? No creo que sea porque no haya público dispuesto a pagar su butaca, por descontado.

No sé. Soy un mar de dudas. En fin, disfruten de estos siete retazos que vienen del Londres de 1987:


1 : [ver +/-]



2 : [ver +/-]



3 : [ver +/-]



4 : [ver +/-]



5 : [ver +/-]



6 : [ver +/-]



7 : [ver +/-]



Esos, como se ha dicho, han sido fragmentos del concierto realizado en Londres en 1987: la insigne soprano Kiri Te Kanawa hace pareja con el buen actor Jeremy Irons, representando las voces de los personajes de Eliza Dolitle y Henry Higins [ver +/-]
,
protagonistas de la brillante comedia musical basada en una pieza escrita por George Bernard Shaw, Pigmalion, a la que ya dediqué en su momento un comentario en tres partes [1 , 2 y 3 ] hace algo más de un año, el 22 de mayo de 2008.

Esa comedia musical, My Fair Lady, precisamente, "me olvidé" de insertarla en el Examen de Cinefilia del viernes pasado.

Olvidadizo que es uno...

Éste es el libreto de la comedia musical

Así pues, la solución del pasado examen es: [ver +/-]

El personaje es este hombre que aparece fotografiado: ni más ni menos que el guionista y autor de letras de canciones Alan Jay Lerner, pieza principal de inolvidables películas del siglo pasado, desde 1951 hasta bien entrados los setenta, así como diversas comedias musicales para el teatro.




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divendres, 26 de juny del 2009

Examen de Cinefilia (parte XIX)




Apenas he acabado de refocilarme con el rompe cocos último cuando me doy cuenta que vuelvo a tener la magnífica excusa, por aquello que estamos a fin de mes, para machacar la(s) neurona(s) de mis queridos lectores.

(¡Uy! Me parece que este inicio me delata y deja, como quien dice, con el culo al aire)

Sea como sea, pasada -casi- la resaca de la verbena de Sant Joan y para celebrar el inicio del estío, ¿qué mejor que un nuevo test?

Tomemos a broma y chacota como merecen estos lances cinéfilos, y aprestémonos a dilucidar, investigar y esclarecer la personalidad cuya identidad se halla oculta detrás de las pistas que se ofrecerán, de nuevo mediante la inserción de trocitos de películas que, sin la colaboración de la persona ignota, no serían ni mucho menos como acabaron siendo.

Hoy me siento especialmente magnánimo: pueden consultar, si lo desean, IMDb (je,je..)


Así que, tomen lápiz y papel, siéntense donde les plazca, y apunten las ideas que puedan surgir de sus fatigadas mentes, que espero, por lo menos, se distraigan un poco con estos retazos:



¡Caramba! Me parece que las pistas son demasiado evidentes, por lo que las agitaremos un poco, intentando que el desorden arroje confusión y preste un poco de dificultad al empeño de hoy:


Pista nº 1 : Sobresaliente [ver/ocultar]



Pista nº 2 : Sobresaliente [ver/ocultar]



Pista nº 3 : Notable [ver/ocultar]



Pista nº 4 : Notable [ver/ocultar]



Pista nº 5 : Notable [ver/ocultar]



Pista nº 6 : Aprobado [ver/ocultar]



Pista nº 7 : Aprobado (por los pelos) [ver/ocultar]



Pista nº 8 : Suspenso [ver/ocultar]



Pista nº 9 : Suspenso, sí, si. [ver/ocultar]



¿Qué tal? Esta sí que ha sido fácil, ¿no?

¿No? Repasen, dilectos examinandos, porque el lunes aparecerá la solución y no hay, repito, no hay repesca....





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dimecres, 24 de juny del 2009

Río helado


Cuando los cinéfilos en nuestra cháchara críptica sacamos a colación el término "cine fronterizo", inmediatamente pensamos en películas que tratan las formas de vivir en los desiertos y páramos que adornan los lindes entre los Estados Unidos y México.

A partir de ahora, ese lenguaje deberá especificarse, porque está a punto de llegar a nuestras españolas pantallas -con el acostumbrado retraso, cuando no se trata de cine para críos- una película surgida el año pasado del cine independiente madeinusa con unas características que la acercan más a cineastas como John Sayles que a tipos como el inefable McG.

Courtney Hunt es una cineasta que ha surgido como quien dice de la nada a sus cuarenta y pico años, estrenándose con un largometraje basado en una narración propia, un guión pergeñado por ella misma, dueña y señora, pues, del resultado final. Una producción ejecutada con escasos medios y bastante talento, en apenas un mes de duro rodaje en las frías tierras que bordean la frontera de los Estados Unidos con el Canadá.

Río helado (Frozen River, 2008) es una película atípica en las pantallas actuales, una excepción por su carácter de obra que no busca la comercialidad ni el éxito fácil, huyendo del nefando uso de los efectos especiales: nos narra en un desolado paisaje blanco dominado por el hielo, la nieve y la escarcha las desventuras que padece una mujer fuerte:

Ray Eddy (Melissa Leo) se encuentra abandonada de repente por su marido cuando apenas falta una semana para celebrar la Navidad. Una Navidad que se prometía feliz por la inauguración de una nueva casa prefabricada donde vivir con sus dos hijos, el adolescente Troy (Charlie McDermott -este joven dará que hablar, porque tiene una voz estupenda y sabe usarla- ) y el niño Ricky (James Reilly).

Ray deberá enfrentar el abandono del esposo que, además, ludópata eterno, se ha llevado consigo todos los ahorros familiares, dejándola prácticamente con lo puesto. Buscando a su marido en los bingos de la zona, acabará encontrando su coche, abandonado, y con ello el inicio de una aventura al margen de la ley que será su único medio de subsistir.

Courtney Hunt se vale con buen pulso del desolado paisaje helado para presentar una vida árida, plena de dificultades para la protagonista que se erige en ejemplar madre loba capaz de lo que sea con tal de poder amamantar a sus retoños. De la necesidad surge la decisión y la fortaleza de esa mujer, Ray, con un trabajo temporal que no consigue acceder a pleno y estable mientras compañeras suyas más jóvenes, aun menos trabajadoras, obtienen.

El retrato de esa mujer se profundiza gracias a la labor más que encomiable excelente de Melissa Leo que lleva sobre sí el peso de la narración, transmitiendo perfectamente su impotencia y su decisión de salir adelante con sus hijos. Muy justa la nominación de Melissa Leo al Oscar a la mejor actriz en un papel difícil por la amargura que transmite, la desesperación y la fortaleza, sin momentos de relajo que permitan a la actriz hallar un descanso emocional.

Courtney Hunt realiza una película contra corriente no tan sólo por su decidido tono poco comercial, presentando unas dificultades en un entorno cotidianamente hostil, si no que, además, nos presenta una película "de mujeres", en la que los varones apenas tienen presencia; mujeres que han sido marcadas con el desatino de la poca fortuna, desgraciadas sin culpa, solidarias en su empeño de cuidar de sus hijos, ya que Ray emprende su camino a través del peligroso Río helado con la compañía de una indígena mohawk, Lila (Misty Upham), para quien la frontera es una imposición extraña, ajena a su nación, eternamente extendida a ambas riveras de ese río blanco, autopista de deseos y futuros inciertos que vertebra y centra el relato.

El guión escrito por Courtney Hunt sabe concitar en apenas hora y media muchas cuestiones que en el mundo real podemos hallar con demasiada frecuencia a poco que nos detengamos en observar alrededor: conceptos como el abandono familiar, la perentoria necesidad de una vivienda, el nacimiento de una amistad, el deseo de hacer feliz a un niño, la voluntad de sobrevivir, ese instinto tan arraigado que nos puede llevar al otro lado de un río peligroso; un río físico metáfora de un río moral y ético que deberá contemplarse desde una óptica nueva, apremiada por las circunstancias personales.

Un retrato de un microcosmos social fronterizo donde los intereses y las culturas diferentes convergen, trascendiendo incluso su ámbito natural, apuntando a la injusticia de la frontera como línea que separa burocráticamente un mundo de otro, una línea en un mapa de papel que no representa la realidad del orbe a ras de suelo, donde Courtney Hunt se mueve con bastante soltura mediante una cámara tranquila dominada por Reed Morano dejando que el paisaje blanco imprima el hálito de dureza que rodea los avatares de esas mujeres abandonadas a su suerte.

Una película, ésta, que siendo la ópera prima de Courtney Hunt, ya destacó en los festivales de Donosti y Cannes del año pasado, habiendo conseguido, sin contar con la habitual parafernalia propagandística de las grandes distribuidoras, reconocimientos diversos, como se puede ver aquí.

Su último pase no comercial fue en Tarragona el 28 de abril y ya era hora, después de haberse comercializado el dvd en otros países, que en España pudiera verse.

Si buscan efectos especiales, no vayan a verla; si buscan grandes historias y grandes alegatos, no vayan a verla; si buscan una historia bien contada, con hechos cercanos a la realidad actual, con una protagonista excelente, ésta es su película del próximo fin de semana.

Puede que no sea una gran película; seguro que no es una obra maestra; pero no se aburrirán y, vista, podrán hablar de ella sin avergonzarse.


Tráiler:





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dilluns, 22 de juny del 2009

MM 26 Copying Beethoven


Intentar ni que sea aportar alguna noticia no conocida sobre el insigne Ludwig van Beethoven es tarea no tan solo ímproba para los grandes especialistas, si no que, además, puede representar un desafío que le haga a uno caer en el más estrepitoso de los ridículos.

La directora Agnieszka Holland tuvo la osadía, en 2006, de presentar una historieta relativa a las vicisitudes que rodearon la composición de la famosísima Novena Sinfonía del genio sordo.

El resultado, harto increíble, ofrece una escena que a este comentarista le llena aun hoy de vergüenza ajena, al ver a la bellísima Diane Kruger en un papelón digno de humoristas frecuentes en la tele que sufrimos en España.

Sea como sea, lo mejor es la música, que, aunque cercenada por imperativos del guión, no deja de ser fantástica:

(Suban el volumen, háganse el favor)


Parte 1:



Parte 2:




Lo peor, evidentemente, que algún desinformado se crea que se puede dirigir así una orquesta y, a más inri, La Novena.




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divendres, 19 de juny del 2009

Una mujer libre



Hay sensibles diferencias entre las siguientes líneas de diálogo:

Leo.- The actual facts are so simple. I love you. You love me. I love Otto. Otto loves you. Otto loves me. There now! Start to unravel from there.
.....//....
Plunkett.- Mr Chambers,there's only one thing I have to say to you:
Chambers.- you know what it is?
Plunkett.- yes: Immorality may be fun but it isn't fun enough to take the place of 100% virtue and three square meals a day
.....//....
Plunkett.- I mean, do you love me?
Gilda.- Oh, Max, people should never ask that question on their weding night. It's either too late or too early

La más nimia, la temporal, ya que tan sólo un año antecede la primera a las otras dos.

(Hay otra nimiedad -aunque no para nosotros, los españoles- que las asemeja:ninguna de ellas pudieron ser oídas durante cuarenta años, por causa de la censura. De hecho, no tengo noticias que la primera haya sido pronunciada en castellano en España.)

La primera fue escrita por Noël Coward y el resto por Ben Hecht a requerimiento y con la inestimable colaboración de Ernst Lubitsch.

Para entender el resto de las diferencias, que según Coward son notabilísimas, ya que apenas se salvó una línea de diálogos de su ácida e irreverente comedia, debemos situarnos en el debido contexto: Coward escribió su pieza para la escena neoyorquina en 1932 y Hecht y Lubitsch se pusieron manos a la obra en 1933, pensando en la gran pantalla.

La libertad que gozaba Broadway en 1932 superaba con mucho la disponible por los productos de Hollywood, a punto ya de aparecer el famoso Código Hays que cercenaría de raíz situaciones consideradas por la hipócrita sociedad estadounidense como demasiado explícitas en lo que hacía referencia al sexo y a las relaciones que pudieran menoscabar la santidad del matrimonio como base de la familia y ésta base de la sociedad.

En la pieza de Coward se presenta una relación que tiene un nombre francés: "ménage à trois" con el añadido de un bisexualismo soterrado que convierte la comedia en un alegato de libertad sexual innovadora, como se da a entender en la frase reproducida.

La génesis de la comedia reside en el compromiso de Coward (homosexual confeso) de escribir una comedia para él y sus amigos del alma y penurias juveniles Lynn Fontanne y Alfred Lunt, trío de cómplices que, habiendo llegado a la fama, se reunieron en la escena para representar la comedia, escandalosamente exitosa en una sociedad regida por señorones tan serios y protocatólicos como Mr. Joseph Kennedy, cuya lista de amantes superó la de hijos que tuvo con su esposa oficial, perfilándose como uno de los más grandes adúlteros millonarios de esa hipócrita sociedad.

Sin embargo, ni en la pieza de Coward ni en su adaptación al cine tiene lugar el adulterio, porque la base es la libertad de compromiso sexual que hace gala su protagonista.


La película, que llegó a estrenarse en España en 1935 (por los pelos, está claro) se tituló entre nosotros Una mujer para dos (Design for living, 1933) y es una muestra más de la sutil ironía con que el maestro Lubitsch trata cuestiones que en manos de otro acabarían siendo vulgares y soeces, perdiendo buena parte de su sarcasmo.

Dejando de lado el componente bisexual de la pieza de teatro -que he buscado afanosamente y no he sido capaz de hallar- escrita por Noël y modificando a su antojo el desarrollo de la trama, Lubitsch y Hecht se centran en la relación de una joven, Gilda Farrell (Miriam Hopkins ) con sus nuevos amigos Tom (Fredric March) y George (Gary Cooper) y con su antiguo amigo, mentor y protector Max (Edward Everett Horton). Esos cuatro personajes soportan todo el peso de la trama, resultando anecdótica la participación de cualquier otro.

Los cuatro intérpretes resultan muy adecuados a sus personajes, siendo quizás el más flojo Gary Cooper, porque sus tres compañeros bordan unos caracteres provistos de unos diálogos brillantes, como no podía ser de otra forma en una película de Lubitsch apoyada en un guión de Hecht. Contra lo que pueda imaginarse, el origen teatral de la idea ni siquiera se sospecha, porque la mano mágica de Ernst ya desde el primer momento aparece, ofreciendo detalles muy cinematográficos.

Siendo tan cierto que más vale una imagen que mil palabras, me serviré de las nuevas tecnologías para explicar con claridad rotunda como se inicia esta pequeña maravilla:



Contemplar cómo George (Gary Cooper) y Gilda (Miriam Hopkins) declaman en un francés perfectamente inteligible y a una velocidad de vértigo ya infunde en el ánimo del espectador experto una alegría ligada en el subconsciente a esos detalles picarones que Lubitsch plantará en nuestros ojos a lo largo de todo el metraje.

Ambos jóvenes caerán rendidamente enamorados de Gilda, que les permitirá cortejarla a escondidas el uno del otro -y con el desesperado conocimiento de su amigo Max- hasta que, movida por las circunstancias y el embrollo anímico en que se halla, declare amarles a ambos en distinta forma y manera, pero con igual pasión, reclamando, en una escena algo cómica pero profundamente revolucionaria para la época -y quizás hoy también- que las mujeres también tienen derecho a desear y amar a dos hombres a la vez.

Naturalmente, ese feminismo más que galopante, arrollador, de esa heroína, provocó no pocos escándalos en la época: recordemos que estamos en 1933. Lubitsch, sin pestañear, agarra el mito de la promiscuidad varonil de Don Juan y le da vuelta como a un calcetín, y deberán ser los varones quienes, a regañadientes, acepten la decisión de Gilda, suscribiendo lo que los tres, mano sobre mano, denominan como "un pacto de caballeros": nada de sexo.

La escena, muy bien construida por Lubitsch, tiene lugar en el apartamento alquilado por ambos chicos, uno pintor sin cuadros que vender y el otro (Tom) dramaturgo sin una pieza publicada: es decir, dos bohemios estadounidenses viviendo de milagro en una vieja buhardilla de una calle perdida de París.

En la que hay tres estancias, pero una cama sólo. (Lubitsch honra a Coward, pasando la censura hábilmente). Una cama que, revolcándose en ella Gilda, presa de su debate amoroso interno, a cada gesto levanta una nube de polvo. Lubitsch, grande entre los grandes, más pícaro que ninguno.

Gilda se constituye en dueña y señora de sus amigos, exigiéndoles que trabajen duro, rechazando una y otra vez sus obras de arte, sin compasión, comportándose como una perfecta "ama" con ellos, llamándoles inútiles, holgazanes, hasta que un buen día, una pieza de Tom es aceptada y será representada en Londres. La partida de Tom rompe el trío y Gilda, de nuevo tirada en la polvorienta cama, le grita a George: "yo no soy un caballero".

Sorprende en pleno siglo XXI la facilidad con que el maestro Lubitsch saluda la inteligencia del espectador mediante una caligrafía cinematográfica superlativa; sorprende, porque el uso del lenguaje cinematográfico que disfrutaban en 1933 ahora aparece, como quien dice, cuando uno tiene la suerte de pillar un dvd de alguna película "vieja", pero raramente en las pantallas de los cines abarrotados por adolescentes fagocitadores de palomitas.

Después del esclarecedor grito de Gilda, vemos a Tom dictando a una secretaria una carta a sus amigos George y Gilda, comunicando el éxito del estreno y recabando su presencia para disfrutarlo juntos: mientras dicta, un botones le hace llegar una carta: la lee, cambia de faz, y al punto hace romper la carta y mandar una nota: Que seáis felices.

Inmediatamente veremos un autobús de Londres anunciando que se cumplen los diez meses de la representación de la obra escrita por Tom. (Eso, señores directores, es lo que se conoce como elipsis, y hace años se inventó: y el público lo entiende, oigan.)

Tom (magnífico comediante Fredric March) se encuentra con Max en el teatro y le pregunta por sus amigos en París, sabiendo que George también ha alcanzado éxito como pintor. Decidirá visitarles, hallando sola a Gilda, pues George ha partido hacia la Costa Azul por un retrato. George volverá de sopetón al día siguiente y observará que Tom va vestido "de noche" y en la mesilla hay desayuno para dos. No le hacen falta a Lubitsch palabras para explicar lo que pasa, ni lo que ha pasado.

Gilda les sigue queriendo a ambos. No soportando la situación, huye de ellos, peleados, abatidos, reconfortados en su nueva amistad, plañideros de un amor huido, emborrachándose a la salud de quien sea, pero por partes.

Ese podría ser un final acomodaticio dentro de lo que cabe, porque los dos quedarían desengañados y ella sola, todo por su mala cabeza y peor conducta, una promiscuidad insolente y temeraria, que pocos años después quedaría definitivamente soterrada por el Código Hays. Lo cierto es que uno tiene la sensación que esta película provocó un adelanto en el establecimiento del famoso código censor.

Lubitsch siempre tuvo la fama de ser capaz de dar una vuelta de tuerca más: donde otro lo veía todo perfecto, él hallaba el inicio de una nueva línea a seguir.

Porque Max, amigo, compañero, protector, dueño de la agencia de publicidad en la que trabaja Gilda, por fin, ¡por fin! alcanza su deseo de casarse con ella, perdonándole amorosamente sus devaneos con "esos gamberros bohemios". De nuevo, Lubitsch usa las apariencias formales con doble sentido, las imágenes hablan por sí solas y ya desde el principio uno tiene la sensación que algo más va a ocurrir:



El corazón de la trama, esa relación sexual libérrima que a toda costa desea y pretende Gilda, ese motivo tan picante, permite a Lubitsch ofrecer uno tras otro todos los resortes de su sabiduría de cineasta mayor: las puertas, los sonidos, las luces, todo, absolutamente todo, está al servicio ágil de la historia, sin que nada rechine: una maquinaria engrasada que funciona como un reloj muy cuco, sin tiempo muerto alguno, con un pajarito que no vemos pero que adivinamos omnipresente, marcando un ritmo ejemplar, con la contribución de cuatro actores que intentan robarse las escenas continuamente, una verdadera gozada para los sentidos del cinéfilo, que entre líneas lee, estupefacto, una proposición modélica de una forma alternativa de entender la relación amorosa como solución a la indecisión que alberga el corazón partido de Gilda, pretendidamente incapaz de escoger entre dos "sombreros" pero en realidad deseosa de poseerlos a ambos a un tiempo : ¿Porqué escoger? Esa pregunta, todavía hoy, es revolucionaria.

Si no es una obra maestra, definitivamente, muy poco le falta.



p.d.: ésta es la entrada nº 300 de este bloc de notas. Había pensado en comentar la película homónima, que he empezado varias veces y no he sido capaz de acabar, pero me pareció de mal gusto ofrecer un comentario que no fuera elogioso y alegre, por respeto y gratitud a quienes hasta aquí han llegado acompañándome en esta aventura. A todos, gracias.







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dimecres, 17 de juny del 2009

Un amor de juventud



Me hallo de nuevo en el trance no buscado ni deseado de sentir apetencia por desgranar y plantar aquí, blanco sobre negro, las sensaciones que me ha producido una película que, seguramente, todos habrán visto ya recientemente, con lo cual suscitar interés se convierte en tarea ímproba cuando no ardua e improbable.

Pero el gusanillo que este comentarista lleva dentro no deja de remolonear y deberé darle salida por lo menos para que me deje tranquilo.

Así que ahí va: he visto con notable retraso desde su estreno la última película dirigida por ese afortunado director británico que ostenta el extraño récord de haber sido nominado, en sus tres primeros largometrajes al Oscar al mejor Director, sin haberlo conseguido todavía.

Stephen Daldry está cargando en ciertos medios críticos con el sambenito de que es un "director de novelas", olvidándose quienes así se pronuncian de la circunstancia que Daldry, como su colega Sam Mendes, se ha forjado en el teatro londinense, donde ha recogido sonoros éxitos, dirigiendo toda clase de piezas, entre ellas, clásicos eternos.

Es decir, que el amigo Daldry, de entrada, es un buen director de teatro lo cual, forzosamente, lleva aparejada la cualidad de saber exprimir lo mejor de cada intérprete.

Nadie se llamará a engaño, de entre quienes dedican parte de su tiempo libre a leer aquí, si reitero mi preferencia por los intérpretes británicos una vez más.

Buena muestra de mi convicción se puede hallar en la película titulada en España como El Lector (The Reader, 2008), aunque en ella, aparte de británicos, hay un excelente cuerpo de secundarios europeos no británicos, encabezados por el jovencísimo coprotagonista, David Kross que inició el rodaje con diecisiete años y lo terminó con dieciocho, circunstancia que modificó en parte el orden logístico de la producción.

Producción que, según la ficha de IMDB se declara como USA/ALEMANIA, suponiendo este comentarista que la aparición de los americanos se deberá al dinero que pusieron en el empeño. Porque The Reader puede ser cualquier cosa menos americana.

La trama, basada en una novela del muy legal Bernhard Schlink, reconvertida en guión por David Hare, discurre a lo largo de cuarenta años de la vida de Michael Berg, representado por dos actores: el citado David Kross en su pubertad y juventud, y por Ralph Fiennes en su madurez.

Michael Berg tiene apenas quince años cuando entabla una relación amorosa con una mujer que le dobla la edad, una revisora del tranvía que conoce casualmente y que se llama Hanna Schmitz (Kate Winslet). Hanna le auxilia en un momento de necesidad y, cuando Michael, al cabo de tres meses, la visita para darle las gracias, acaba descubriendo primero el sexo y después el amor, con esa mujer extraña, de la que no sabe nada.

Ese inicio de arrebatadora sexualidad es ya un indicio que las ideas provienen del viejo continente, porque lo explícito de las escenas sexuales apenas tiene cabida en los subproductos para todos los públicos que provienen del otro lado del Atlántico semana tras semana: Hanna convence a Michael para que tome un baño y, desnuda ella misma, le seduce, desvirgándolo. Que ello ocurra en la Alemania de 1959, todavía renqueante la posguerra, no empaña la circunstancia que el arrebatador descubrimiento del sexo por parte del joven Michael le marque de por vida, porque, pocas semanas después, el chico se declara perdidamente enamorado de Hanna, que asiente en correspondencia, sorprendida por tan inusual nacimiento de afectos.

Lapsus: Esa escena de sexo y las que le suceden se filmaron a partir del día 4 de julio (toma ya, el día de la independencia usamericana) de 2008, cuando por fin David Kross alcanzó la mayoría de edad, para evitar problemas legales.

Daldry filma con delicadeza los encuentros amorosos, en los que el joven Michael acabará por verse compelido por Hanna a leerle partes de libros como paso previo a la cópula, en un juego amoroso de pago de prendas. Escenas con desnudez total muy bien representadas, en las antípodas de lo que la moralina estadounidense podría llegar a permitir, siendo esta y no otra la base de mi afirmación que la película jamás puede considerarse como estadounidense.

El problema, es que hay demasiadas escenas de sexo. No porque me escandalicen, que no es el caso, sino por su gratuidad reiterativa que podría perfectamente haberse obviado mediante una elipsis, figura tan cinematográfica que Daldry parece haber olvidado: los primeros 45 minutos de un metraje generoso en exceso, pues sobrepasa las dos horas, se dedican a establecer que la desigual en edad pareja tiene lances amorosos frecuentes.

Un buen día, por causas que me reservaré por si todavía queda alguien que no la haya visto, esa idílica y fogosa relación se rompe súbitamente, quedando Michael abandonado sin explicación alguna. Años más, tarde, cuando se halla cursando estudios de Derecho, reencontrará a su primer amor en el banquillo de acusados por su pertenencia a las infamantemente famosas SS, acabando presa por tal condición.

Daldry nos presenta la trama mediante una serie de saltos temporales, ya que el inicio remite a un largo flashback, memorias de un Michael adulto, Abogado por más señas, separado, con problemas de comunicación con el género femenino, al que da cuerpo -y voz- con su habitual eficacia Ralph Fiennes. Ese Michael adulto es un ser complejo que no ha sido capaz de romper la amarra que le ata a su primer amor, presente en su interior para siempre.

Las resoluciones que adoptará a lo largo de diversos años se nos muestran por Daldry con eficacia, salvo una pequeña confusión cronológica que induce a pensar que le vemos con su nieta cuando se trata de su hija, a la que hemos visto ya adulta. Daldry pierde su pulso y control, quizás porque el guión no está todo lo pulido que debería, ofreciendo lagunas discursivas que podrían perfectamente eliminarse, otorgando a la narrativa cinematográfica, ajustada, apoyada por bellas composiciones de Nico Muhly que resaltan estados de ánimo, un enlentecimiento que perjudica el todo.

Desconozco la novela original, pero todo apunta que será reiterativa, recursiva y un punto pesada de leer, por exceso de material. La inclusión de las responsabilidades dimanantes del holocausto es tratada con un poco de frivolidad, excepto una pequeña puya marcada en un mini debate en curso de un seminario al que asiste Michael; se abandona la excitante línea de la falta de conocimiento de la realidad, por parte de la protagonista, motivada por una carencia que no desvelaré, a pesar que subyace en el personaje de Michael la convicción de tal cuestión, lo que le moverá a un bellísimo acto de amor no consumado de forma consciente, motivando un final que, vista la película y meditada, no acaba de resultar convincente.

Queda pues The Reader a medias entre lo que hubiera podido ser y no es. Ofrece bellos movimientos de cámara y resulta emotiva por momentos, pero hay demasiada hojarasca en ese bosque de sensaciones y sentimientos, aparte de unas contradicciones seguramente fijadas en el relato original, que Daldry podría haber resuelto y no afronta, interrogantes que pesan como losas en la supuesta realidad que llegue a emocionarnos, como un diamante en bruto, sin pulir, porque lo más interesante, esa atadura emocional que arrastra Michael durante toda su vida, no acaba de estallar como debiera.

En lo formal, creo un error confiar la personificación de Michael a dos intérpretes y la de Hanna a una sola actriz, dando la sensación que se le ofrece a la Winslet el camino idóneo para conseguir -como así ocurrió, y supongo que merecidamente, pues no puedo comparar con todo el resto- la estatuilla dorada.

Siendo una suerte que Kate mejore con su expresión corporal el nefando maquillaje que la envejece en el último cuarto de la película, cabe admitir que, ciertamente Fiennes no podría pasar por un chaval de quince años, pero también se puede oponer que el personaje de Hanna anciana hubiera podido ser interpretado por otra actriz sin menoscabo del resultado final, atendido que Daldry, sin temor alguno, presupone la inteligencia de su espectador, capaz de entender los sucesivos saltos temporales, ayudados por casi que innecesarios letreritos indicando el año en que ocurre la acción, letreritos a los que apenas se presta atención.

Claro que, también, Daldry, por si acaso, remacha el clavo -de forma innecesaria, creo- para explicar en un corto flashback lo que el espectador avisado hace ya muchos minutos ha entrevisto.

En definitiva, creo que la nominación de Daldry como mejor director por The Reader es exagerada, siendo esta película un producto interesante pero que dudo alcance la intemporalidad que la haga imperdible.







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dilluns, 15 de juny del 2009

Recordando a Wes





Tal día como hoy, 15 de junio, en el año 1968, fallecía a muy temprana edad, apenas 45 años, uno de los más grandes guitarristas que tuvo la música de jazz el siglo pasado.

Su crecimiento como guitarrista fue deudor de grandes como Django Reindhart y su arte influyó en artistas posteriores de renombre tales como Joe Pass, George Benson y Pat Metheny.

La guitarra como instrumento solista en las Jam Session hubiera tardado mucho en aparecer sin la contribución de Wes Montgomery, nacido en Indiana con el nombre de John Leslie Montgomery, pero conocido por los amantes del Jazz por su apodo de Wes.

Su forma de tocar la guitarra, con una izquierda rápida, armoniosa y sensible, que contrasta con una derecha de la que únicamente el pulgar era usado, provenía, según él mismo, de las muchas horas en que practicaba la guitarra por las noches, después de su trabajo, tratando de no despertar a su esposa, que dormía. Ello a la postre favoreció un sonido blando, dulce, nada agresivo, que nadie ha podido igualar.

Veámoslo en varias de sus inolvidables interpretaciones:

Round Midnight:



Full House :




Here's that rainy day :




Nicas dream:



No está nada mal para un tipo que aprendió a tocar "de oído", no leía música y sólo usaba su mágico pulgar, ¿no les parece?






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divendres, 12 de juny del 2009

Secundarios de Lujo (15)






Hasta ahora, en esta mini sección dedicada a recordar grandes intérpretes secundarios, todos los que han aparecido están ya en el descanso eterno, salvo el gran Eli Wallach.

Lo que ya es excepcional es que después de tantos años, el pasado 19 de abril, la protagonista de hoy recibiera uno de los premios Tony del teatro por su labor la temporada pasada.

Veamos, si les parece, el momento:





Nacida en Londres el 16 de octubre de 1925, es decir, hace más ochenta y tres años, Angela Brigid Lansbury, hija de una actriz irlandesa y de un político, tuvo el apoyo de su madre para dejar los estudios normales a una edad muy temprana e ingresar en la escuela de teatro del Old Vic londinense.

El advenimiento de la guerra y problemas familiares con su padrastro (habiendo fallecido su padre poco antes) llevaron a madre e hija hasta el continente americano, donde su madre reemprendió su carrera de actriz representando piezas de Noel Coward.

La joven Angela Lansbury rodó su primera película en 1944, con apenas diecinueve años, representando un caracter secundario a las órdenes de George Cukor en Luz da Gas, consiguiendo la primera de sus tres nominaciones al Oscar como actriz secundaria.

La carrera cinematográfica de Angela Lansbury alcanza hasta ahora 101 películas, porque ha extendido su arte en el teatro donde, como hemos visto, ha batido récords. Y claro, no ha tenido tiempo para más. Porque también ha trabajado para la televisión, donde la mayoría de los jóvenes lectores la habrán visto como detective aficionada.

La lista de premios que ha obtenido en su fecundísima labor como intérprete es casi tan asombrosa como el hecho que este mismo año, con 83 años cumplidos, haya recogido su quinto Tony por su trabajo en la comedia un Espíritu Burlón, en cuya película Margaret Rutherford representó al mismo personaje hace ya muchos años. Tan sólo otra gran actriz ha cosechado cinco premios Tony.

El hecho que los académicos de Hollywood la hayan ninguneado durante tantos años es buena muestra de una ceguera e imbecilidad cada día más alarmantes, porque, evidentemente, Angela Lansbury sería perfecta para recibir un premio por su extraordinaria carrera como actriz, casi siempre como secundaria de lujo, derrochando talento y una inimaginable versatilidad en cualquier estrella de tres al cuarto que aparece en el papel cuché semana sí semana también.

En esta ocasión, la labor de búsqueda de vídeos con los que apoyar lo expresado, ha sido fácil, porque al parecer no soy el único en pensar que Angela merece un reconocimiento, y alguien se ha preocupado de realizar unos videos que me parecen prueba definitiva y exhaustiva de la que con toda seguridad es una de las más grandes secundarias que ha dado el cine:





Resum part 1:



Resum part 2:



Resum part 3:



Resum part 4:




¿Qué? ¿Merece o no merece un Oscar honorario Angela Lansbury?


Propinilla que seguro que Helena y Tim vieron más de una vez:




Plus: Quien tuvo, retuvo, dicen:





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dimecres, 10 de juny del 2009

La fatalidad de una bicicleta abandonada



Estoy escribiendo estas líneas el día en que los españoles estamos convocados a las elecciones europeas, para decidir los representantes en el Parlamento Europeo, con sede en un espectacular edificio sito en Strasbourg, capital de Alsacia, ciudad en la que, allá por 1982, estuve de vacaciones, alojado en una buhardilla en la que vivían mi amigo Pedro y su esposa Fina, cursando él su Doctorado en Química en la Universidad francesa; aproveché mucho la estancia disfrutando de Alsacia, bella provincia hoy francesa y antes alemana, y un día me zampé una riquísima "tarte a l'oignon" (a decir verdad, varias, regadas con Riesling) en una casa de comidas ubicada en Mulhouse, justo en la misma calle donde pude leer en una fachada: "aquí nació Wilhelm Weiller, conocido como William Wyler "

Hoy aprovecharé para satisfacer unas deudas pendientes que conmigo mismo contraje por bocazas: consciente de no haber dedicado bastante atención a ese Gran Director europeo que como un volcán erupcionó en el Hollywood dorado y avergonzado de mí mismo por no haber dedicado hasta ahora ningún comentario a cualquiera de las muchas películas en las que Humphrey Bogart, ese actor mítico, erróneamente encasillado por la fama de algunos de sus trabajos, demostró poseer un talento superior incluso a su propio carisma.

Corría el año 1954 cuando el escritor Joseph Hayes publicó, basada en hechos reales, una novela que obtuvo gran reconocimiento popular y que, al año siguiente, 1955, el propio autor adaptó como pieza teatral, presentada en Broadway con gran éxito de crítica y público , siendo sus intérpretes principales Karl Malden y un joven Paul Newman, a las órdenes de Robert Montgomery ejerciendo como director, que consiguió para sí y para la obra los premios Tony de la temporada.

Lógica consecuencia del éxito en las tablas, Hollywood ya tenía adquiridos los derechos para el cine y fue el propio Joseph Hayes el encargado de preparar el guión; los de la Paramount confiaron las riendas en Wyler, que ejercía de productor y director.

Curiosamente, el papel de coprotagonista se le ofreció de inmediato a Humphrey Bogart, en vez de adjudicarlo a Paul Newman, que lo desarrolló al parecer muy bien en las tablas; hubiera significado la presentación en el cine de Paul, que tuvo que aguardar un poco más para la ocasión. Nunca sabremos si lo hubiera hecho mejor.

En cualquier caso, la elección de Bogart produjo dos cambios: En primer lugar, el avejentamiento de su personaje, para adecuarlo a la edad del actor, ya con cincuenta y cuatro años a cuestas y mermada su condición física (esta fue su penúltima actuación en cine). Y en segundo lugar, el rechazo final de Spencer Tracy para representar al protagonista, al no querer ceder Bogart el primer lugar en los títulos de crédito, según cuentan. Esta nimiedad propia del "star system" debió de molestar a Wyler, casi seguro, y zanjó el problema causado por el ego de Bogart contratando a Fredric March, quien le debía su segundo Oscar por su intervención en la película del 46, Los mejores años de nuestra vida, para interpretar el personaje representado por Karl Malden en las tablas escénicas neoyorquinas.

Huelga decir que contra lo esperado, ese inicio tan rocambolesco no hizo mella en el más que sólido, pétreo, Wyler, que inició a finales de 1955 el rodaje de la película conocida en España bajo el título de Horas Desesperadas (The Desperate Hours)

En su doble condición de productor y director, Wyler acometió la adaptación con una fuerte ventaja, cual es el guión escrito por Joseph Hayes sin intromisiones perturbadoras.

Eso ya fue una suerte, porque, como el amable lector no ignorará, en toda película hay dos guiones: uno, el literario, que es el continente de los diálogos y situaciones, con más o menos indicaciones relativas a acciones físicas de los personajes y el lugar en que éstas se desarrollan; y otro, el guión técnico, que, principalmente, contiene los movimientos de cámara, recursos de iluminación, planos, etcétera. Wyler, que actuaba como un perfecto tirano en sus rodajes, una vez admitido como idóneo a sus fines el guión literario, tomaba el resto de las decisiones, ejerciendo perfectamente su función de máxima autoridad, que es la que corresponde al Director.

Esa tiranía de Wyler produce la paradoja de ser uno de los Directores que más premios ha conseguido para sus intérpretes, acompañada tal condición de la frecuente negativa de esos ingratos a repetir rodaje con Wyler. La razón, según parece, era que Wyler apenas hablaba con los intérpretes, pero, además, repetía las tomas hasta que quedaba contento con el resultado, siendo las sesiones de rodaje agotadoras. Según el propio Wyler, el buen intérprete acababa por darse cuenta, más tarde o más temprano de lo que debía hacer para representar perfectamente su personaje.

En la decisión de Bogart pudieron influir las ganas de actuar como estrella con Wyler, a cuyas órdenes actuó en 1932 en Dead End como secundario, tanto como demostrar que todavía podía encarnar de forma impecable a un malvado, después de tantos héroes que le introdujeron en el diminuto círculo de los mitos en vida de Hollywood. Y Bogart, ya veterano, sabía que nadie mejor que Wyler para ayudarle en el empeño de despedirse a lo grande. Contar como compañero de fatigas a Fredric March, fue como si le hubiera tocado la lotería sin comprar boleto alguno.

La historia escrita por Joseph Hayes nos cuenta la irrupción en el seno de una familia de clase media estadounidense por parte de tres delincuentes que han escapado de un centro penitenciario.

Wyler nos presenta en las primeras imágenes la vida cotidiana de la familia Hiliard, compuesta por Dan, el padre (Fredric March), Ellie, la madre (Martha Scott), Cindy, la hija mayor (Mary Murphy), ya enamorada de un galán, y Ralph (Richard Eyer), un niño que se considera mayor para dar un beso a su padre. Están desayunando juntos, como toda buena familia norteamericana, y Ralph se va al colegio, dejando su bicicleta tirada en el césped que hay frente a la casa en la que viven, asegurando que la recogerá cuando vuelva del colegio, pues tiene prisa, ahora.

Un descuido que será fatal.

Wyler nos presenta de inmediato el peligro, corporeizado en los tres fugitivos; pero, como haría posteriormente en El Coleccionista, monta cámara en el coche de los fugados y de forma subjetiva, oímos sus comentarios buscando donde esconderse hasta que la cámara se fija en la bicicleta abandonada en el jardín. Ahí hay niños, buen sitio para detenerse.

Glenn Griffin (Humphrey Bogart) lidera el trío formado con su joven hermano Hal (Dewey Martin ) y el sanguinario Sam Kobish (Robert Middleton) que, hallando a Ellie sola en casa, se apoderan de la vivienda, ocultando en el garaje el coche que robaron en su huida.

La irrupción del mundo del hampa en medio de esa confortable urbanización representativa de la clase media reconvierte lo que es el sueño del trabajador honrado en una tenebrosa trampa de la que se podrá salir ocasionalmente, pero a la que se deberá volver por fuerza. Los delincuentes aguardan el regreso de todos los componentes de la familia y les retienen cautivos, bajo amenaza de muerte, hasta que les llegue cierta cantidad de dinero para proseguir con sus fines. De hecho, para continuar el plan de Glenn, que no es otro que ir en busca de un policía para asesinarlo.

Los personajes están perfectamente descritos mediante sus actitudes y diálogos y Wyler consigue enfatizar sus acciones para que, ya en el primer tercio de la película, seamos conscientes del letal peligro que desafortunadamente ha caído sobre esa familia ejemplar.

El chantaje emocional de Glenn sobre Dan se basa en la amenaza de grandes males sobre sus seres más queridos; el peligro más inminente tiene la faz del bruto Sam Kobish (perfecto Robert Middleton en su actuación) que parece un animal enjaulado deseoso de hallar pelea; las miradas de Hal hacia la joven Cindy no pasan desapercibidas a nadie y Glenn está constantemente animándole a que "se divierta" con ella, introduciendo Wyler un sustrato más que erótico de contenido sexual, dolorosamente inoportuno para Dan, que todavía ve a su hija como la adolescente que ya no es.

Wyler demuestra de nuevo conocer al dedillo el secreto de filmar unos interiores consiguiendo que, a pesar de una iluminación natural, la cómoda casa se convierta en una prisión claustrofóbica para sus habitantes habituales, a merced de unos invitados indeseados que deciden quien entra y quien sale.

Con la colaboración de Lee Garmes como director de una fotografía en la que el blanco y negro es rutilante en pantalla panorámica, provista de una profundidad de foco absolutamente expresiva, y el ajustado montaje de su habitual Robert Swink , Wyler imprime tensión al relato con una fuerza demoledora, más allá incluso de las cuatro paredes de la casa, sintiendo el espectador esa ominosa sensación de peligro en los momentos en que el protagonista, Dan, se ve obligado contra su voluntad a abandonar a su familia en manos de esos asesinos confesos para realizar ciertas actividades en beneficio de sus carceleros, adoptando una conducta tensa e inusual que despierta interrogantes en quienes le tratan a diario.

Las personas honradas, trabajadoras, sometidas a la voluntad de unos malhechores que se erigen en sus dueños y señores, capaces de acabar con todo lo que más aprecian. La tergiversación de lo habitual como medio para causar tensión: los ayer encarcelados, hoy huidos, son carceleros; los protegidos por la ley, a cuyo amparo desarrollan sus vidas, pasan a ser simples coadyuvantes, con su propia existencia, del fin último que persiguen los delincuentes; la casa, el hogar, convertida en lugar de secuestro de sus moradores.

Wyler, con buen tino, saca de su caja de trucos la oportuna escalera, elemento que aparece en muchas de sus películas y que usa siempre con inteligencia: en este caso, la escalera separa la parte alta de la casa, con sus habitaciones provistas de llave; una especie de reducto forzado, un rincón donde hablar en relativa tranquilidad. Porque en la planta baja está el peligro; ahí permanecen los delincuentes, amos de la situación. Esa escalera permite descargar la tensión, al disponer Wyler que sólo la familia Hilliard suba sus peldaños, salvo alguna que otra peligrosa excepción. Además, de forma automática, la planta baja se convierte en el lugar donde las amenazas se pronuncian y los hechos violentos suceden. Un buen detalle de la visión de Wyler que sabe conducirnos en nuestra percepción del peligro con mano maestra, manejándonos a su conveniencia sin ocultar nada, con esa sabiduría que sólo los Grandes Maestros del Cine poseen.

La sabiduría cinematográfica de Wyler, como ya he apuntado, suele ser munífica para sus actores:

Bogart demuestra su calidad de actor interpretando a ese desalmado cuya fuga de la cárcel no tiene otro objetivo que la venganza: no busca su libertad: desea satisfacer su odio hacia el policía que le detuvo hace años. Muy alejado de sus caracteres hieráticos del detective Marlowe, Humphrey cumple con creces en la representación del asesino obcecado, astutamente letal, desconfiado de todos como un lobo acosado, sabedor que la policía anda tras sus pasos, personificador de la amenaza que se cierne sobre la familia de Dan.

Fredric March, actor con un registro mucho más amplio, aceptó sin dudar un instante aparecer en los títulos de crédito por debajo de Bogart, porque sabía perfectamente que el protagonista iba a ser él. Falto del carisma de Bogart (carisma, ese concepto tan etéreo e inaprensible), los variados recursos interpretativos de March afloran en la composición de ese padre de familia que, un buen día, al regresar al hogar después de una dura jornada de trabajo, ve derruirse todo aquello por lo que ha luchado, amén de sentir la amenaza constante sobre su esposa y sus dos hijos. Pero Dan no es un hombre cualquiera: en la situación que se le ha impuesto, hallará el valor imprescindible para afrontar el peligro, sacando de la necesidad la fuerza inaudita para mostrarse duro y decidido, incluso ante la sorpresa de su contrincante; March sabe transmitirnos los sentimientos agónicos del personaje, sus miedos y su decisión; temor y valor, adjetivos contrapuestos, toman cuerpo y figura en Dan gracias a la excelente interpretación de Fredric March.

El duelo actoral de esos dos grandes del cine clásico en su única película juntos, provocado y exacerbado por Wyler como un elemento más de la historia que nos transmite, consigue que el espectador se identifique profundamente, preso de las circunstancias de esa familia que podría ser la propia. El terror de la casualidad que parte de esa bicicleta abandonada en el jardín no responde a la pregunta que se hace el espectador en ocasiones de su vida cotidiana: ¿porqué a nosotros? cuando el azar, maldito azar, trae la desgracia sobre nuestras cabezas.

Ese terror primigenio, ancestral, a lo desconocido, aun representado por hechos nada sobrenaturales, ese azar maligno, es utilizado por Wyler magistralmente una vez más, conduciéndonos hasta un final sorprendente, sin trampas pero intrigante, definitivo como broche de oro de un retrato de gentes tan distintas que ya para siempre, vista la película, resultarán inolvidables para el cinéfilo que hallará en esta imprescindible muestra del cine negro ocasión perfecta para reconciliarse con el Séptimo Arte.

Disfruten con los primeros minutos:





Muy fácil de hallar en dvd. Imperdible.



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dilluns, 8 de juny del 2009

La curiosidad mató al gato



O el hombre es el único animal que tropieza tres veces en la misma piedra.

Uno es humilde y conocedor de sus limitaciones: ya admití públicamente, en este mismo sitio, hace tiempo, que soy tonto.

Pero no pensaba que lo fuera tanto. Porque, vamos a ver: si tengo a mi disposición -y sé usarla- una herramienta tan eficaz como IMDB, ¿cómo es posible que haya recaído?

Sufrí en su momento sendas desilusiones con las dos versiones cinematográficas de la serie Los Ángeles de Charlie, mira tú por donde, dirigidas por un tipo tan estrambótico que se hace llamar a base de consonantes: McG

Y también sentí vergüenza ajena al ser escarnecido sin compasión mientras veía un truño de considerables dimensiones como es Catwoman, en cuyo nefando guión intervinieron John D. Brancato y Michael Ferris

Debo de ser muy humano, porque el pasado viernes tropecé en la misma piedra, afortunadamente sin lesiones corporales, pero me ha quedado una cefalea virtual que trataré de expulsar a base de escupir letras.

No tuve otra ocurrencia que, contra mi reiterado consejo de no acudir a esos súper estrenos en "mi" cine, vencido por la curiosidad, asistir al megaestreno de la última fechoría fílmica -que no cinematográfica- de los señores McG, Brancato y Ferris.

Sí, amigos: fui a ver la secuela-precuela-secuela Terminator Salvation

Ese cuarto capítulo de una saga iniciada hace ya veinticinco años con una película pletórica de acción y provista de un guión bastante sólido, excepto por un detalle en el que luego abundaré, debería ser la despedida y cierre, vista la debacle que a partir del tercer episodio se ha visto exponencialmente incrementada en este último episodio de las aventuras en torno a John Connor. Pero no: si nadie lo remedia, Míster magoo ya tiene pensado seguir por lo menos con una más.

Hagamos el aparte prometido:

Terminator (1984) es una película de acción que se desarrolla en torno a lo que se conoce como "paradoja del tiempo" y que se concreta en la siguiente interrogación:¿puede un viajero en el tiempo impedir que su abuelo llegue a conocer a su abuela?

Partiendo de la aceptación de la lógica interna del guión, el espectador de hace veinticinco años admitía sin problemas que en el entonces más lejano año 2029 sería posible viajar a través de tiempo: una máquina, el Terminator, era enviada desde el futuro para acabar con la vida de Sarah Connor, que iba a ser la madre del líder de la resistencia del año 2029, John Connor. Y éste, enviaba al pasado a uno de sus hombres, un tal Kyle Reese, para que protegiera a Sarah del Terminator.

La gracia del guión estaba en la locura que representa para Sarah la persecución inmisericorde que le aplica una máquina llegada del futuro; y el error garrafal, contrapuesto a la paradoja, era que Kyle la dejaba embarazada, resultando ser el padre de John Connor.

Si Terminator hubiera sido una película de ciencia ficción de ley, Kyle hubiera llegado de un universo paralelo, invención científica que permite romper con la paradoja del tiempo.

Aun así, Terminator, dotada de brío y con un montaje excelente, sigue siendo una película divertida y no tiene más engaño que el apuntado, y todo el mundo entiende la historia a la perfección. Es más: acaba, y te importa un pimiento la paradoja del tiempo: ha sido divertida.

La paradoja del viaje en el tiempo ha dado lugar a algunas muy interesantes películas, que han abordado la cuestión de formas diversas a la par que atractivas: Doce Monos quizá sea la más significativa y respetuosa con la paradoja y algunas, como la saga de Regreso al futuro o las traslaciones de la famosa novela de H.G.Welles, La Máquina del tiempo, han sabido entretener al espectador con un mínimo de inteligencia. Otras, como Atrapado en el tiempo o Memento, han sabido usar la dimensión temporal para ofrecer unas historias que promueven la introspección personal, captando la atención del espectador sin falsos trucos.

Mister magoo y sus huestes amanuenses organizan un caos que no hay quien lo entienda: estamos en 2013 y las máquinas de Skynet asolan el planeta y se dedican a capturar humanos, que se resisten como pueden en un paisaje dantesco, asolado por la destrucción sistemática.

John Connor (Christian Bale, cada vez más patético) no hace más que escuchar una y otra vez las cintas de cassete que le dejó su madre, en sus ratos libres cuando no está luchando contra las máquinas, de todo tipo y condición.

No voy a contar la película, porque, aunque me acuerdo de la trama, resulta tan confusa e ilógica que no iban a creerme mis doctos lectores. Lo peor de una película es la falta de lógica interna del guión, el ocultamiento o presentación confusa de datos que puedan hacer inteligible una historia inventada.

La falta de rigor de Terminator Salvation es tan acusada que, al final, no han tenido más remedio que presentar una escena en la que el busto parlante de Helena Bonham Carter (Helena, guapa, ¿te ha quedado bien el armario ropero y el jacuzzi con aguas termales que te has comprado con la pasta que te han pagado por aparecer en este engendro? pues me alegro, chata, pero díme: ¿tanta falta te hacía esa pasta?) nos larga un rollo explicando la película.

¡Como lo leen! Porque si no, la gente saldría del cine sin haber entendido nada.

Ante un guión como éste, no me extraña el jodido incidente que protagonizó Bale en el set de rodaje. Personalmente, nunca me ha parecido que Bale sea tan gran actor como algunos predican, pero admito que para gustos... ya se sabe. Pero en Terminator Salvation parece que su misión sea tratar de resultar lo más inexpresivo posible y a fe que lo consigue. Tanto, que parece más máquina él mismo que su oponente, el hasta ahora para mí desconocido Sam Worthington, que, sin ser nada del otro mundo, resulta mucho más convincente.

Un cúmulo de escenas de acción con algunos errores de lógica interna aplastantes inundan la pantalla más de medio metraje, que se alarga hasta casi dos horas en las que el espectador está intentando entender algo de todo lo que pasa; escenas de acción ciertamente espectaculares, pero, como suele ocurrir últimamente, huecas, vacías por completo, de la empatía que hace que uno sienta emoción e interés por lo que ve en pantalla, porque en ningún momento llegamos a identificarnos con ninguno de los personajes que deambulan sin norte ante nuestros ojos. Casi como ver a otro con un video juego.

Así como en Terminator el interés que suscitaba la acción amenazante contra la heroína que centraba nuestra simpatía nos hacía olvidar la paradoja del tiempo, en este último episodio uno no podía menos que estar pensando todo el rato: "ya lo podéis complicar, ya, pero seguro que Kyle será salvado" porque lo inane de la narración cinematográfica, falta de tensión y nervio, en ningún momento vence la sensación de conocer de antemano el final y la falta de sorpresa, que han pretendido ocultar mediante una falsaria confusión, solo llega a aburrir al respetable, que cada vez es menos respetado.

Lo peor de todo es que los gatos tienen siete vidas y seguro que volveré a tropezar, porque uno, en su interior, alberga un rayo de optimismo y piensa que un día, antes del fin del mundo, Hollywood recobrará la vergüenza.


Ustedes mismos:





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dissabte, 6 de juny del 2009

Castillos gloriosos


Va a resultar que no.

Hoy, desde luego, no va de cine: va de "Castellers"

Porque resulta que, leyendo el periódico digital, me encontré con esta noticia, que, digámoslo con prudencia, deja marcado como añejo un punto inspirador que parecía original.

A los amables lectores que desconozcan el fenómeno, recomendarles que den un vistazo al enlace en la wiqui, para profundizar, si es su deseo, en la idiosincrasia de esta manifestación popular catalana que consiste en levantar "castells", verdaderas torres humanas que revisten configuraciones muy diversas, dependiendo de su estructura, más compleja de lo que a primera vista parece, y de la altura que se pretende conseguir.

La participación en masa de hombres y mujeres para conseguir el objetivo final es entendida y sentida emocionalmente por todos los participantes, incluido el público asistente al acto, que suele también ayudar haciendo "pinya" y rezando para que no se haga "llenya", expresiones que han devenido en parte de nuestra lengua.

El sentimiento de colaboración es muy fuerte y se trata que "l'anxaneta", que suele ser ahora una niña (porque pesan menos), llegue a lo más alto y pueda bajar sin problemas, "descarregant el castell" sin caídas no deseadas.

De las distintas agrupaciones, la número uno, sin duda, es la de Vilafranca del Penedés.

Cada dos años, se celebra en el coso taurino de Tarragona un "Concurs Casteller", que los de Vilafranca han ganado en siete ocasiones.

Para festejar sus victoria en 2006 y 2008, pergeñaron unos vídeos, que se pueden ver seguidamente:

Gladiator_1:



Siempre que veo descargar un castillo quedando la aguja, la emoción me puede. Sigamos.

Gladiator_2:








¿Está clara la inspiración a que aludía al principio?

Como extra, el primer castillo de diez cargado en toda la historia castellera, en 1998:






Plus: la afición castellera se extiende allende los mares, llegando hasta Chile.


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divendres, 5 de juny del 2009

Sparky


Veintiseis añitos contaba el que acabaría siendo conocido director cinematográfico Tim Burton, cuando, al amparo de la Disney, realizó un cortometraje basado nada menos que en uno de los clásicos por excelencia del género de terror.

¿La Disney y el terror de la mano? Vaya pregunta, amigos: ¿acaso no es terrorífico Bambi? ¿No lloraron de pequeños, al verla? Pues eso: miedo, pánico, crueldad, conceptos aterradores, ¿no?

Vale, vale: dejemos el tema, que nos estamos desviando.

Resulta que dando tumbos por ahí, buscando un cortometraje, me encuentro con un trabajito que, como decía, en 1984 realizó Burton : se denomina Frankenweenie y, según corre por los mentideros cinematográficos, el amigo Tim se ha comprometido para hacer justo lo que hace unos días comentábamos por aquí: realizar una segunda versión de una obra propia.

Y yo que creía que eran pocos..... y parió la abuela.

Porque, la verdad, no le veo la necesidad a alargar y en formato stop-motion y en la próxima maravilla del mundo mundial, "3D" (hace años ya fue un fiasco) una pieza que, rodada en un magnífico blanco y negro, no precisa ser revisada.

Véanlo mientras puedan, porque seguro que la Disney nos aguará la fiesta.

Está en tres partes en youtube (de momento) incluso doblado al castellano, y advierto que su total metraje alcanza algo más de los veinticinco minutos (hoy es viernes, así que habrá tiempo, supongo, para disfrutarlo con calma).

Vean:

Parte 1 : [ver/ocultar]



Parte 2 : [ver/ocultar]



Parte 3 : [ver/ocultar]



¿Que me dicen? ¿Hace falta una revisión alargando el corto hasta obtener un largo?

Extra: premio para el que, sin hacer trampa, es decir, sin consultar IMDB, diga el nombre de la jovencísima actriz que aparece como niña rubia.


El amigo 39escalones ha dado muestra de un ojo clínico sobresaliente, al averiguar de un vistazo la identidad de la joven actriz: premio pues para él.
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dimecres, 3 de juny del 2009

BarçaDiators


Hoy, aparentemente, la cosa no va de cine.

¿O sí?

No me siento con la capacidad para desentrañar los misteriosos mecanismos por los cuales un grupito de jóvenes hombres con físicos atléticos privilegiados por la madre naturaleza que les ha regalado además una destreza singular, con la envidiable consecuencia de percibir por jugar con la pelota unos emolumentos que sobrepasan con exceso lo justo, quebrando el concepto del valor del trabajo, necesitan por una parte ser recompensados para hacer bien su trabajo (lo llaman, eufemísticamente "primas" -y son millonarias- ) y, además, para que no les falte motivación, van y les animan con un vídeo producido expresamente para levantar su "moral".

Este es el vídeo:




Y visto, uno se pregunta si acaso un bodrio como Gladiator ha alcanzado por fin una utilidad, visto el resultado que provocó en el ánimo de esos "pobres hombres" que, además de ganar tanto dinero por hacer su trabajo, necesitaron la inspiración de la épica de infogramas del Sr. Scott para alcanzar su objetivo.

Está claro que estos BarçaDiators, a diferencia de los gladiadores del circo romano, no se jugaban la vida con la derrota: a lo sumo, una lesión y la pérdida de una "prima".

Cualquier parecido es pura coincidencia, ¿o no?

El vídeo está bien realizado, no hay duda, pero me asaltan otras preguntas:

¿Aparecerá la SGAE por el Camp Nou o por TV3 (televisión "pública" de Catalunya, en cuyas instalaciones y por cuyos técnicos se ha realizado el vídeo, sin que se conozca el coste para el club de fútbol) a reclamar derechos de autoría de imágenes para la UIP ?

¿Acabaremos pagando a escote todos los catalanes dichos derechos, como ya hemos pagado el tiempo y los medios técnicos empleados a la producción del vídeo?

¿Seré objeto de la ira y hazmerreir de fanáticos culers?

¿Qué opinan?



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dilluns, 1 de juny del 2009

El zafio dislate de los negros


Voy a proponer un simple ejercicio de imaginación, intencionado por supuesto -no en vano esto es un bloc particular- para el que, como premisa, acudiremos a una de las definiciones que la RAE nos da acerca de la palabra negro :

"Persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios"

A modo de ejemplo, voy a dar una serie de nombres:

Mark Cotone, E.J. Foster, Dieter 'Dietman' Busch, Justin Theroux y Etan Cohen (nótese la letra "h" diferenciadora, no se confunda Vd., como algún "crítico" ha hecho...)

¿Quienes son esos? En realidad y ateniéndonos a la definición magistral de la RAE, no podemos calificarlos como "negros" pero, a poco que examinemos su historial cinematográfico, percibimos que algunos de ellos son y han sido colaboradores asiduos de películas con unas características determinadas, en labores propias de escalafón inmediatamente cercanos a la primera fila.

Hace años, concretamente en 1998, me gané no pocas puyas al declarar, raro que es uno, que la mejor actuación de Algo pasa con Mary era la del muy completo (y desaprovechado) actor Matt Dillon, porque casi todo el mundo cayó rendido ante las ¿virtudes interpretativas? del supuesto protagonista masculino, Ben Stiller

El amigo Ben seguramente tiene un don muy especial, pero, a ojos de este comentarista, ese don debe residir más en su capacidad de caer simpático a quienes toman decisiones de índole económica en el mundo industrial del cine estadounidense, que en sus cualidades artísticas.

O sea, que debo ser valiente y declarar que no me gusta nada como actor. Me recuerda a esos actores pretendidamente cómicos que meten muletillas en escena cuando el público ríe una gracieta que no viene a cuento, una mueca ridícula, aunque no sea necesaria para componer un personaje, insistiendo una y otra vez: a algunos les gusta, no lo dudo, pero como he dicho, éste es un bloc personal y a mi esas técnicas de baratillo me desagradan.

Si las limitaciones interpretativas de Ben Stiller resultan evidentes en cualquiera de las películas en las que ha intervenido, su capacidad como director, en la hasta ahora única película vista por este bloguero, la titulada en España como Una guerra muy perra (Tropic Thunder , 2008), no me ha sorprendido en absoluto, partiendo del poco interés que me despierta ese señor estadounidense.

Tan es así, que he llegado a la imaginativa conclusión que el producto se debe a la mezcolanza de labores realizada por esos "negros" que no son "negros" citados al principio, verdaderos autores de la mayor parte de ese deslavazado producto final que durante algo más de hora y media me ha producido estupor y vergüenza ajena a partes iguales.

No deja de ser curioso, ahora que releo, que uno de los personajes de esa disparatada trama es un negro que en realidad no es un negro. Podría apuntarme el tanto de la ironía, pero ha sido pura chiripa; no me importa confesarlo. (Quizá sea cosa de mi subconsciente)

No estaría de más que el amigo Ben Stiller tuviera la misma capacidad de aceptar que, en realidad, él no ha dirigido nada: ésa y no otra es la conclusión que uno saca apenas acabado el visionado de esa película, con un sentimiento interior de no haber sido capaz de entender la profundidad de la intención de Ben, leídas que fueron en la época del estreno críticas sesudas. Un desasosiego que no me abandona, preguntándome: ¿será que no he sido capaz de ver lo evidente?

Podríamos decir que hay dos elementos diferenciados claramente en este último engendro de Ben Stiller: por una parte pretende ofrecer un retrato cómico-corrosivo de la industria del cine y, por otra parte, presentar una especie de aventura de acción.

Las escenas de acción han recibido los parabienes de algunas personas entendidas en cine, pero a mi, particularmente, me parecen del montón, bien rodadas con oficio, pero sobresalientes en nada: fruto clarísimo del trabajo de algunos de esos "negros" mencionados, que han hecho un trabajo rutinario, de segundones, al carecer de las instrucciones de un director inexistente salvo en los títulos de crédito. En ningún momento consigue Stiller que empaticemos ni con la situación ni con los personajes.

Por lo que hace al núcleo, la pretendida sátira de la industria del cine, Stiller se queda en lo que pienso es: un cómico zafio sin mayor recurso que el chiste fácil, muy alejado de tratamientos más incisivos que le han precedido, provistos de una ironía más inteligente, y me referiré a un solo producto, sacando pecho (porque me van a tirar piedras) de hace pocos años, como es la comedia America's Sweethearts, muchísimo más refinada, elegante y provista de mala leche con la industria hollywoodiense y sus habitantes.

Si el uso que de la cámara hace Stiller es adocenado y vulgar, el guión pergeñado ¡a tres manos! está repleto de tópicos archiconocidos presentados con una zafiedad desarmante: sólo falta la rubia despampanante y tonta, porque, para rematar, no hay personaje femenino que valga la pena: una película que, de haber sido rodada en España, hubiera sido criticada de forma sanguinolenta por cercana a productos de la familia Ozores & Cía sin más pretensión que soltar unos chascarrillos pretendidamente graciosos, pero que, quizás por la ocultísima ubicación de las dianas a las que dirige esos supuestamente acerados dardos, queda en la inane sensación de un grupito de amiguetes que se dedican a hacer el payaso y no logran arrancar más allá de cuatro carcajadas en el mejor de los casos.

Cierto que no deja títere con cabeza, desde el actor que adultera su piel para representar a un negro (Robert Downey Jr, cuya valía y saber hacer -y vocalizar- está muy por encima del personaje), un adicto a substancias estimulantes (Jack Black, reducido a una imitación de cómico grosero), un falso héroe auto biografiado (Nick Nolte , quien te ha visto y quien te ve) y un productor cinematográfico que de cine no sabe nada pero de timar mucho (Tom Cruise, mejor caracterizado que en cualquier misssion impossssible, en el papel de su vida) pero debo insistir en que la zafiedad reina por encima de todo y el resultado viene a ser como aquel niño pequeño que, en reunión familiar en torno al féretro del bisabuelo, dice: ¡caca, pedo! y todos le ríen la gracieta.

Y todo sigue igual. Porque ha sido una travesura de infante. Una broma inocente, carente de la inteligencia que puede otorgar carga de profundidad, esa que permanece en el espectador hasta que (Alma dixit) estalla como un bombón relleno de nitroglicerina.

Supongo que a estas alturas el consejo será baldío, por la fecha en que se estrenó, pero, si se les pone al alcance, tómenla a la hora de la siesta.

No se dejen engañar por esto:






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