El próximo viaje, en avión
En ciertas ocasiones, raras, el cine de Hollywood pone su mirada en películas de añejo éxito para obtener ideas en que basar sus nuevos proyectos. Incluso toman ideas de diferentes obras para hacer una mezcla nueva.
Vale, vale: dejémonos de ironías: lo hacen muy a menudo, sobretodo últimamente.
Lo raro es que consigan entretener con el resultado a gentes que ya han visto las fuentes de inspiracion, es decir, a alguien más que infantes ingenuos y niñatos imberbes con la testosterona a tope.
Con la honrada pretensión de divertir al público Colin Higgins, guionista, nada que ver con los Higgins de toda la vida, bebió nada más y nada que menos que en el prolífico manantial de Sir Alfred Hitchcock, tomando prestada la idea de Alarma en el Expreso (The Lady Vanishes, 1938), así como la figura del hombre corriente que se halla en problemas que le exceden, habitual en la filmografía de Hitchcock.
El trabajo del guionista no fue en balde, pues obtuvo una nominación en los anuales premios otorgados por la Writer Guild of America, U.S.A. en 1977
El guión fue a parar a manos del director Arthur Hiller, buen artesano de origen canadiense que en 1970 había perpetrado (¡uy lo que he dicho!) la empalagosa Love Story, y que, de forma sorprendente, dirigió con buen ritmo una comedia de suspense que en españa se tituló como El Expreso de Chicago (Silver Streak, 1976), protagonizada por el entonces actor de comedia en alza Gene Wilder, la frágil y elegante Jill Clayburgh y el siempre pasado de vueltas (y de líneas, según Wilder) Richard Pryor en los principales papeles, con el refuerzo de unos buenos y eficaces característicos.
Es una película que, básicamente, concilia tres géneros a un tiempo:
El viaje como eje sustentador de la historia, ya que todo transcurre en el recorrido ferroviario de Los Angeles a Chicago (en realidad, por oposición de los gerifaltes estúpidos de la AMTRAC, temerosos de la mala publicidad, rodados los exteriores en Canadá y con un tren "disfrazado"), trayecto que significará un profundo cambio en los planes de George Caldwell (Wilder), tranquilo editor de libros de bolsillo que hablan de jardinería y de sexo, que pretende descansar los dos días y medio que dura el viaje.
El suspense, que aparece cuando el amigo George está camelándose a su vecina de compartimento, Hilly (Clayburgh), mediante un travieso y picante diálogo muy bien escrito, que da fe de la época en que fue rodado (ahora es casi imposible oir algo así), y, en el momento más álgido, cuando ambos protagonistas han pasado de las azaleas a las petunias, después que George declarara su fascinación por el francés, ve, en la ventanilla, caer un hombre con un disparo en la frente; el hombre resulta ser idéntico a la fotografía del Profesor Schreiner, para quien trabaja Hilly, quien le hace ver que todo es fruto de su imaginación, acordando ambos seguir con lo iniciado, no en vano el tren penetra en la noche...
Al día siguiente, George, todavía acordándose de la imagen, decide presentarse en el compartimiento del Profesor Schreiner, acabando con sus huesos fuera del tren, arrojado que ha sido por el gigantón Reace (Richard Kiel)
Y la comedia: Como estamos en una comedia, una surrealista comedia, a nuestro pobre héroe no se le rompe ni uña con el impacto y hará los posibles para volver al tren, temiendo por su reciente enamorada.
Hasta en tres ocasiones el pobre George se vé apeado, contra su voluntad, del tren expreso que, impertérrito, prosigue su avance hacia Chicago. En una de sus expulsiones, acaba por trabar conocimiento con un ladronzuelo negro que decide ayudarle, un tal Grover Muldoon (Pryor), descarado delincuente de buen corazón pleno de ideas estrambóticas que George sigue con el fin de poder recuperar en sus brazos a Hilly.
La mezcolanza de ideas está servida de forma eficaz por Hiller, que da un tono acertado a la comedia de suspense, provocando carcajadas y sonrisas por un lado mientras por el otro se mantiene la incógnita de saber si y cómo el héroe, hombre vulgar y corriente, émulo de tantos héroes de Hitchcock, podrá salir adelante con el empeño.
La película cumple con su pretensión de entretener, adornada por diálogos irónicos y bromas de segundo sentido y el grupo de actores, sin ser primeras figuras, ofrecen un buen trabajo, logrando la conexión del espectador que, divertido, atiende las casi dos horas del metraje sin desmayar, aún sabiendo de antemano que todo acabará bien, lo cual no tiene, por otro lado, nada de extraño en las películas estadounidenses.
Ha soportado este viaje rocambolesco perfectamente el paso del tiempo, lo cual dice mucho en su favor.
Pues ésta, compa Josep, aun siendo exhibida con frecuencia en televisión (si la memoria no me falla), aún no he llegado a verla: sinceramente, no me atraen mucho, a priori, ni el género ni el perfil de los protagonistas, que nunca fueron santo de mi muy mucha (ni poca) devoción). En cualquier caso, después de tu elogiosa (y buenísima) reseña, supongo que habrá que darle, al menos, una oportunidad.
ResponEliminaUn abrazo.
Hola Josep, como me gusta este film que entretiene basándose en las estructuras más ejemplares de la comedia de enredos. Me gustó lo que mencionas al comienzo sobre como Hollywood se recicla. Te deseo un feliz año!
ResponEliminaAmigo Manuel: tanto la película como tú mismo os merecéis la oportunidad de encontraros cualquier sábado por la tarde: es una película para todos los públicos, entretenida; seguro que las risas de la compañía te lo agradecerán.
ResponEliminaUn abrazo.
Me alegro que coincidamos, Budokan, en el aprecio de este entretenimiento sin pretensiones; y también, en lo que hace al "reciclaje" hollywoodiense.
ResponEliminaFeliz año.