Un hombre y su perro
Estoy aquí sentado con los dedos golpeando el teclado, un sábado 14 de noviembre de 2009.
El rápido contacto de mis huellas dactilares con las diferentes letras me retiene al hoy, pero mi memoria se ha trasladado a una fría mañana de hace ya treinta y cinco años: apenas clarea el día cuando, después de haberme preparado el bocadillo para luego y tomando mi acostumbrado tazón de café con leche a modo de desayuno, oyendo distraídamente la radio, la inconfundible voz de Don Pollo, si acaso más emocionada que de costumbre, va y me suelta de sopetón:
Ayer, 13 de noviembre de 1974, falleció Vittorio De Sica.
Mala forma de empezar un día gris que amenazaba lluvia.
Durante la hora que conduje mi Seat Seiscientos D hasta llegar a la facultad rememoré las varias películas del Maestro que había podido disfrutar en la televisión (sí: antes, en la tele, aunque sólo en blanco y negro, ofrecían cine de calidad) y, llegado a mi destino, confieso ahora, al cabo de tantos años, que hice una gamberrada: grabé con la llave en la madera del banco:
13/11/1974 Ha muerto un genio: Vittorio De Sica.
Nunca más he grabado nada en parte alguna. Supongo que aquella bancada habrá desaparecido hace años y mi inscripción se quedó convertida en cenizas o serrín, pero el sentimiento de pérdida de aquel día permanece en mi ánimo cuando repaso alguna muestra del virtuoso renacentista que para mí sigue siendo De Sica, enorme cineasta tanto en su vertiente de actor como en la de Director.
En la Italia de la posguerra fructificó el ingenio de forma notabilísima y una muestra la hallamos, todavía, en una serie de películas ya clásicas que conforman la corriente cinematográfica denominada como neorrealismo.
Uno de los ideólogos de aquel movimiento artístico fue Cesare Zavattini, quien junto con De Sica construyó buena parte de la mejor historia del cine italiano del pasado Siglo XX. No hay más que comprobar las fichas de ambos para quedarse uno extasiado ante la cantidad ingente de buenas películas en las que ambos aparecen, Zavattini como guionista y De Sica como actor y Director a lo largo de casi diez lustros.
Dedicar un simple comentario a la filmografía de De Sica sería empequeñecer su figura y, habiendo como hay suficiente información al alcance de un click, prefiero detenerme en una obra que en su estreno pasó sin pena ni gloria, cuando no desapercibida: una película que hace muy poco he visto por primera vez; no recuerdo su pase en televisión y no me extraña nada su poca difusión, porque no es una obra amable salvo en su propia identidad de pieza artística única.
En 1948 el binomio De Sica - Zavattini alumbraron una pieza que permanece como señera del movimiento neorrealista, Ladri di biciclette, con una carga emocional muy fuerte, dando muestra de lo que eran capaces de hacer con una buena historia y pocos elementos.
Pero fue cuatro años más tarde, en 1952, cuando en opinión de quien suscribe, el dueto de guionista y Director alcanza la cima de su arte y me alegra constatar que, para De Sica, que la dedicó a su padre Umberto De Sica, la película que al fin se tituló como Umberto D. era una de sus preferidas: a la sorpresa inicial por el rechazo que generó en su estreno, Vittorio añadió la satisfacción de verla reconocida con posterioridad.
La trama básica no puede ser más sencilla: un hombre, un tal Umberto Domenico Ferrari es un funcionario jubilado con una paupérrima pensión que no le alcanza para sobrevivir; está solo en el mundo, sin otra compañía que su perro Flaik; ni hermanos, ni hijos: nadie que le acompañe en su mísera vejez.
De Sica pretende y consigue presentar una historia con un realismo angustioso; como ya hizo en su precedente, se vale de un intérprete principal que no es un actor profesional: Carlo Battisti, nacido en 1882, contaba ya setenta años de edad; era un jubilado por suerte con mejor fortuna que su personaje cinematográfico: lingüista de profesión, tenía un cierto renombre en su ambiente y trabó conocimiento con De Sica de forma casual, en una conferencia: pero nunca había dedicado ni un minuto de su vida a actuar.
Uno no puede menos que acordarse de frases tópicas imputadas a célebres Directores de Cine de las que se desprende el poco aprecio a los actores profesionales; es curioso que De Sica, gran actor a su vez, recurriera con premeditación a un inexperto total para cargar sobre sus hombros la totalidad de las escenas con las que construye una película inolvidable.
Una película muy dura, difícil de digerir. Desasosegante en grado sumo.
Umberto tiene que conseguir como sea 15.000 liras para impedir que su casera, a la que conoce desde niña, le ponga de patitas en la calle. La habitación donde vive es pequeña y desastrada; un día, cuando vuelve de una manifestación de jubilados que reclaman un aumento en sus pensiones, se encuentra con que en su cama está retozando una pareja de desconocidos. La criada de la pensión, María (María Pía Casilio, un descubrimiento de De Sica, otra novata con gran fuerza en pantalla), le indica que la casera cobra 1.000 liras por hora a la pareja que ocupa su cuarto. Además, María, otra víctima de la pobreza, declara estar encinta de tres meses de un soldado, sin saber de cual; se cierne sobre ella el despido, así que la casera sepa lo del embarazo.
Umberto y María mantienen una relación paterno-filial de bajo perfil, cada uno preocupado por su futuro, nada halagüeño.
De Sica refuerza la soledad en la desgracia de Umberto al mostrarnos los variados intentos de éste buscando ayuda en diferentes personajes que le atienden amablemente pero que prácticamente se dan a la fuga así que ven venir, tras circunloquios civilizados, la solicitud de auxilio. Apenas 2.000 liras de préstamo, unos libros malvendidos, un reloj depreciado por la necesidad del vendedor y la avaricia del comprador: buenas palabras, palmadas en el hombro y pies para que os quiero.
De Sica retrata una sociedad romana que deviene en universal. El abandono por la administración del cuidado de aquellos que ya no sirven para trabajar. La falta de solidaridad de todos aquellos que dan la espalda al desafortunado Umberto. Un paisaje humano desolador sin atisbo de esperanza, detallado con frialdad por una cámara que, alejándose de caligrafías sensibleras, muestra desnuda el alma de todos aquellos que se posan ante su objetivo.
No hay en esta película momentos que podamos catalogar como sensibleros; no hay búsqueda de la emoción ni ataque al lacrimal como en su antecesora El Ladrón de Bicicletas, pero De Sica consigue agarrotarnos profundamente en un acto desafiante de pesimismo realista, poniendo sobre la mesa unas cartas que nadie sabe como jugar.
Apoyándose en el excelente trabajo de cámara de Aldo Graziati, De Sica se detiene en detalles nimios del escenario, coadyuvantes del fresco que presenta: un lienzo social abatido por la necesidad, donde la desgracia de uno cae en el olvido de quienes aun no han llegado a su situación. La soledad y desesperanza del protagonista levantó no poco revuelo en la Italia de mediados del siglo pasado; no hay un final acomodaticio que resuelva el dilema sufrido por aquellos que se ven abocados a la pobreza después de años de trabajo.
Umberto, en su dignidad, se verá incapaz de solicitar limosna como muchos otros pedigüeños que asaltan a voces a los viandantes más favorecidos por la vida:
(Esta escena el amable lector habitual de este bloc de notas la debería imputar a la mini sección ESD. Prueba de la maestría cinematográfica del gran Vittorio)
Umberto no puede pedir: su amor propio, su orgullo de una vida dedicada a trabajar le impide comprender en todo su alcance como ha venido en desgracia él, Umberto, funcionario jubilado, que, declara, jamás ha dejado impagada una deuda, y ahora se ve, desesperado, falto del sueldo imprescindible para vivir con dignidad, pasando toda clase de penurias para subsistir.
Hay una escena que por sí sola es un mosaico de sentimientos: cuando después de una estancia en el hospital vuelve a la pensión, María le cuenta que el perro, Flaik, escapó. Umberto, desesperado, se gasta parte del poco dinero que tiene en un taxi, apresurando al chófer para llegar de inmediato a las dependencias municipales de recogida de perros; le informan que a los tres días, si nadie los reclama, les dan gas letal. El sufrimiento de Umberto por la suerte de Flaik es enorme, pues ignora cuando escapó ni cuando lo pudieron enlazar los perreros.
Un hombre viejo le antecede en la cola ante el funcionario: el hombre ha reconocido a su perro y el funcionario le informa que debe pagar 450 liras. Si no paga, matan al perro.
De Sica, con un primer plano del rostro de ese anciano desconocido borda una elegía en la pantalla.
Resulta impresionante comprobar cómo De Sica obtiene de tantos intervinientes anónimos la representación ficticia de sus personajes: dotado evidentemente de un ojo clínico para configurar un reparto con gentes que nunca han actuado, sería interesantísimo conocer cómo se las compuso para dar instrucciones a Carlo Battisti, que consigue soportar en su representación de Umberto la carga emocional de semejante película.
En menos de hora y media, De Sica remueve conciencias y clama por una situación injusta propiciada por la desidia del Estado que abandona a sus mayores. Lo que tradicionalmente había sido considerado un honor más que un deber, el cuidar de los ancianos, convertido en una carga que nadie quiere. Una historia punzante, dramática como pocas, sin un segundo de transición ni descanso. Un alegato social impresionante que, a poco que uno lea las noticias , comprueba que pertenece, todavía, a nuestro tiempo.
No hay más que darse una vuelta por las calles de las grandes ciudades y saber que el aumento de longevidad actual ha producido el incremento de hermanos gemelos de ese Umberto que tan sólo tiene como compañero fiel a su perrito Flaik, al que dará de comer las escasas sobras de su plato de judías de un comedor de beneficencia. Gentes que ven como sus pensiones se incrementan anualmente por debajo del precio real de la vida, gentes que, no disponiendo de vivienda propia, tampoco se hallan en situación de abonar alquileres muy por encima de sus ingresos.
La falta de disponibilidad de vivienda social era un problema en la Italia de la posguerra y, a lo que parece, la sociedad en la que vivimos aun tiene pendiente de solventar el problema, de modo que esta película del gran Vittorio De Sica no tan sólo no ha envejecido nada, si no que, lamentablemente, su alarido de protesta por una justicia social sigue vigente.
Por eso, el cinéfilo consecuente hará bien en no esperar verla en la televisión: hacía mucho tiempo que no veía una película tan dura, tan políticamente incorrecta. Si la estrenaran mañana, volvería a ser un fracaso de taquilla, porque uno no puede salir contento después de verla: hay verdades que duelen, y Umberto D. es una de ellas.
Imprescindible, naturalmente. Y en versión original.
p.d.: Jean-Paul Belmondo protagoniza un refrito que se estrenó a primeros de este año en Francia, curiosamente con el título inicialmente previsto por De Sica. Y parece ser que hay otro refrito en proyecto. Espero sinceramente, que los productores de ambos refritos paren en la ruina, por temerarios y por perder el tiempo intentando emular lo inimitable.
Obra maestra sin paliativos. Cuántas veces se dice esto gratuitamente, más hoy si cabe, de un montón de películas sin acercarse ni de lejos a la maestría de ésta. Y qué pocas veces resulta este calificativo tan ajustado como en este caso.
ResponEliminaFenomenal reseña, emotiva y nostálgica incluso. Un cine, el cine, que ya no se hace. Que ya no se sabe hacer. Ni ver.
Saludos.
Es que este genio es autor de ésta, y de otras tantas obras maestras. Recordarla gracias a tu magnífica entrada (video nostáligco incluido) me ha alegrado la mañana.
ResponEliminaUn día de éstos tendré que escribir a partir de ella, creo.
Como tu mismo dices, De Sica retrata una sociedad romana que deviene en universal y en eterna (porque siempre es actual9.
ResponEliminaUna abraçada
¡Vaya, Josep, has puesto el dedo en la llaga!...¿Querrás creer que he vuelto a sentir emoción al ver nuevamente esta escena?....Dices bien, que en aquella lejana, casi lejanísima fecha murió un genio. Hemos venido hablando estos últimos días de este gran hombre, de este gran hombre de cine, que hoy nadie parece conocer. Ni siquiera encuentras buenas colecciones de su obra editadas en DVD.
ResponEliminaTu post hace un merecido homenaje al autor de tantas obras maestras.
Un abrazote
Gracias, Alfredo: es cierto que hoy se da con demasiada prontitud el calificativo de obra maestra. A esta de hoy ni se la niego ni se la doy, porque tengo para mí mismo una norma: debo verla por lo menos tres veces.
ResponEliminaPero, evidentemente, está muy por encima de productos demasiado fáciles.
Es verdad que este cine ni se sabe hacer ni se sabe ver: la estrenan hoy y hay una debacle, porque la gente va al cine sólo a divertirse, huyendo de la posibilidad que el Arte sea un medio de expresión serio y vindicativo.
Saludos.
Seguro, Raúl, que la inspiración no te faltará al llamado de esas películas tan consistentes, con unos personajes que parecen seres reales, con problemas capaces de traspasar la pantalla.
ResponEliminaDe Sica es, siempre, un buen pretexto para una reflexión concienzuda de las tuyas.
Saludos.
Ojalá no fuera así, Alma, ojalá; pero me temo que su vigencia es absoluta, mal que nos pese.
ResponEliminaUna abraçada.
Esa escena, Antonio, estuve a punto de insertarla en el último ESD porque me parece genial: preferí dedicarle un comentario más extenso, al advertir la coincidencia necrológica.
ResponEliminaAsí que digamos que fui preparando el terreno, fomentando los apuntes a De Sica porque sí, de repente, me dí cuenta que había caído en el olvido, tan injusto para un genio como él.
Un abrazo.
Vittorio De Sica era un buen fotógrafo de las costumbres romanas, por eso él seguirá vigente.
ResponEliminaSaludos,
Bienvenido, Robërto: Yo diría que De Sica sabía retratar el alma humana allá donde esté, por eso permanece vigente.
ResponEliminaSaludos.
Merecidísimo homenaje a De Sica.
ResponEliminaLeyéndote volvió a mi recuerdo ese anciano en el más absoluto desamparo, dejado de la mano de Dios…
Dicen que una obra maestra es aquella que el paso del tiempo convierte en atemporal, y que visionado tras visionado reafirma al espectador en la grandeza de la misma, "Umberto D" cumple con creces estas premisas, además de llegar a la emoción, a la sensibilidad, pero sin sensiblería, como tu entrada, a la altura de De Sica y de esta gran película, una gozada leerte.
Saludos
Me alegra, Vivian, que mi nota te haya servido para rememorar esta excelente película que, por supuesto, es de una actualidad terrible.
ResponEliminaImagino a De Sica removiéndose, asombrado, al comprobar que su grito ha caido en el olvido salvo para quienes, cinéfilos, seguimos maravillados por su arte, tantos años después.
Y muchas gracias por el elogio: reconforta y anima a proseguir en el empeño de suscitar sensaciones.
Saludos.
Muy buen articulo...de verdad! Bueno el cine italiano post-guerra ha sido algo irrepetible claramente por el momento historico en el que se encontrava. Verismo y protesta actuado per actores que llegavan al profundo de las personas con una camara y poco mas! Hay que recordarlos y utilizar el pasaparabla para que tambien las nuevas generaciones puedan aprovechar de estas obras maestra!
ResponEliminaFelicidades Josep
Muchas gracias, Luca: coincido con lo del pasapalabra, porque sí, parece necesario vocear estos grandes artistas olvidados por los mass-media actuales.
ResponEliminaNi que sea para poder comparar con criterio...
Saludos.
Excelente reseña de la película. No sabía que los actores principales no eran profesionales, pero la actuación de Umberto y María es excepcional. La escena en la perrera es inolvidable. La cara del personaje que pregunta cuánto sale el rescate de su perro es de antología.
ResponEliminaMuchas gracias por la visita y el elogio, Andrés Galia; con películas tan buenas, siempre es más fácil. Es sorprendente el jugo que De Sica sacaba de cualquiera que colaborara con él.
EliminaSaludos.