Perdido en Innisfree
Corría el año 1952 cuando John Ford presentó el resultado de unas vacaciones que se tomó con varios de sus mejores amigos, todos ellos gente del cine, en la isla de sus ancestros, Irlanda.
Parece que les convenció para que, ya que estaban allí, rodaran una peliculita que se traía en mente desde hacía tiempo.
Esa es la sensación que uno tiene cuando acaba el visionado de El Hombre Tranquilo (The Quiet Man ) ya que en el ánimo del afortunado espectador no cabe duda alguna que todos cuantos intervinieron en esa película se hallaban contentos, relajados, en fin, lo que podríamos decir "en estado de gracia", porque el resultado es una de las mejores obras de John Ford, y afirmar esto con rotundidad es toda una declaración de principios, atendida la magna obra fílmica de Ford. (Sólo como de pasada, recordar que, cuando le preguntaron a Orson Welles quienes eran sus tres directores de cine preferidos, dijo: John Ford, John Ford y John Ford. ¡Ahí queda eso!)
Ford se basó en una novela de Maurice Walsh, "Green Rushes" que guionizó Frank S. Nugent, habitual colaborador de Ford, con quien ya había trabajado, por ejemplo, en Fort Apache, en La Legión Invencible (She Wore a Yellow Ribbon) y que luego se ocupó de otras obras como Centauros del desierto (The Searchers), Dos Cabalgan Juntos (Two Rode Together), todas de Ford, por citar algunas y que el mismo año haría el guión de Cara de Angel (Angel Face) con Otto Preminger: un bicho raro, vaya, para entendernos: un guionista cabal.
Según cuentan, Ford había leído el relato corto de Walsh ya en 1933, y desde entonces no cesó en su empeño de rodar una película en la Irlanda de sus amores, pero, al tratarse de una historia de contenido romántico e idílico, tan alejada de las películas que Ford solía realizar (recordemos la paradoja: "Me llamo John Ford y hago películas del Oeste", dijo el mentiroso Sean Aloysius O'Feeney, al presentarse ante el Comité de la célebre caza de brujas para declarar en favor de su estimado amigo y colega Joseph L. Manckiewicz. John Ford ganó cuatro Oscar al mejor director, y ninguno de ellos por una película del Oeste), halló no pocos inconvenientes de financiación, ya que ninguno de los avispados productores de la Fox, la RKO ni la Warner supieron atisbar lo que iba a ser una obra maestra (lo cual da fe que no siempre, ni en el Hollywood de Oro, los estudios acertaban a la primera), hasta que John Wayne, que ya conocía la intención de Ford, convenció a Herbert Yates, de la Republic Pictures, quien aceptó la financiación, asegurándose la participación de John ford en otras dos películas más para su productora. a todo esto, habían pasado casi treinta años de madurar la película en la mente de John Ford.
La historia original, parece ser, tenía un cierto carácter vindicatorio relativo a los sucesos de la llamada Guerra de Independencia de Irlanda; Ford en principio estuvo interesado en una trama de contenido social y político, dramático, interés que, con el paso del tiempo y la intervención de Nugent, guionista conocido por su meticulosa forma de trabajar -le gustaba crear para cada personaje un a modo de currículum vitae en el que basar sus características- que con base en el relato y pensando en una historia a contar relativa a Irlanda, creó un riquísimo mosaico de personajes, donde casi todos acaban disponiendo de alguna frase con la que lucirse, componiendo un todo.
Con la historia preparada, Ford coge los bártulos, llama a los amigos, y se va a Irlanda, para mostrarnos, a través de una superlativa forma de entender el cine, una Irlanda mágica, existente sólo en su memoria de irlandés errante, en el rincón donde las fantasías son reales y los sueños se hacen realidad, donde las miserias materiales no alcanzan a entorpecer la felicidad alcanzable sólo en las buenas relaciones humanas.
Soy plenamente consciente que me dispongo a destripar buena parte del argumento de la película ofreciendo mis recuerdos de ella, pues hace ya unos meses que no me he perdido en Innisfree, aunque mis recuerdos son vívidos y, partiendo del hecho irrefutable de mi experiencia como habitual viajero a Innisfree, puedo decir que nada perderá el amable lector si aún no ha tenido el gozo de visitar la aldea, pues, en cada visita, como en una fuente mágica, la sed de cine no hace sino aumentar y las ganas de volver se incrementan.
Vemos los típicos parajes irlandeses mientras oímos una voz en off que nos cuenta una historia; es una voz serena, grave, de hombre, probablemente una persona con respeto; habla en pasado, así que inmediatamente Ford nos introduce en el relato de algo que ya ha sucedido; de forma subliminal, nos está diciendo: el narrador conoce la historia.
Nos dice: "Bien, vamos a ello. Empezaré por el principio. era un soleado día de primavera cuando el tren llegó a Castletown, con tres horas de retraso como de costumbre, cuando él llegó. No tenía el aire de un turista americano. No llevaba ninguna cámara; aún más extraño, tampoco caña de pescar."
(Curiosamente, Clint Eastwood emplea el mismo truco cinematográfico en Million Dollar Baby, cincuenta y dos años después. ¿un homenaje?¿como lo de aprender gaélico? Otro día lo comentamos....)
La historia empieza comprobando la forma en que los irlandeses se toman el hecho incontestable que su servicio ferroviario carece de las más elemental puntualidad, importándoles un ardite, frente a la enorme curiosidad que les produce la llegada de un extraño, por más señas extranjero, nada menos que proviniente de los Estados unidos: evidentemente, el foráneo, que pasa dos palmos por encima del más alto de los concurrentes, tiene que haber venido a Irlanda a pescar, no cabe duda, y, frente a la posibilidad de encontrar la trucha más grande, la discusión, y luego la pelea, está asegurada, algo a lo que ningún irlandés en su sano juicio puede rechazar.
Pero no: el americano, cuyo nombre nadie le pregunta, representado por John Wayne, no pretende ir a pescar: de hecho, los aldeanos se sorprenden por ello, extrañándose que ni siquiera lleva aparejos para ello. ¿A qué ha venido a Irlanda, entonces, si no viene a pescar?
Ford se ríe por lo bajo, sentando de una tacada que, para los irlandeses, los americanos sólo acuden a su isla para aprovecharse de la inmejorable pesca de la que presumen.
Buen principio. Una ironía muy "irlandesa", cabe suponer, ya que es bien conocida la innumerable aportación humana en forma de inmigración con que los irlandeses ayudaron, por fuerza, dada su necesidad, al fortalecimiento de los U.S.A. y la importancia que la comunidad irlandesa tenía -y sigue teniendo- en ese país. Un pequeño ajuste cuentas, vaya, vista la historia en perspectiva, ya que U.S.A. consiguió la independencia del Reino Unido mucho antes que Irlanda, sin merma alguna.
El americano, rodeado de todos los aldeanos, apiñados entorno a él, acaba por aclarar: "Yo sólo voy a Innisfree"
¿Pero cómo, a Innisfree? Si las mejores truchas están en.... ¡No! Las mejores truchas están en el otro río, que yo el jueves pasado pesqué una que ........ ¿Para que quiere ir a Inisfree?
Se enzarzan los aldeanos, con el americano en medio de ellos, en una fuerte discusión acerca de donde encontrará las mejores truchas: el americano, pasmado, sorprendido, insistiendo en su voluntad de ir a Innisfree. Luego, la discusión empieza por indicar al extraño cual es el mejor camino para ir a Innisfree:"Yo le acompañaría gustoso, pero tengo que conducir el tren..."
Constatamos, con el americano, que quizás a esos irlandeses lo que más les gusta es discutir y arremangarse buscando pelea.
A todo esto, aparece en escena un hombre bajito, con una especie de sombrero hongo y una pipa caida, que, decidido, recoje del suelo los fardos del americano, sin que nadie lo perciba, pareciendo que vaya a ser un ladrón, personaje interpretado por un experto ladrón, pero de escenas: Barry Fitzgerald, actor característico donde los haya, consumado robaescenas de la mejor época del cine, irlandés de nacimiento, irlandés de convicción, irlandés en su defunción.
El americano se da cuenta del movimiento de sus fardos, abandonando a quienes pugnan por indicarle el mejor camino a Innisfree, cuando el pequeño Barry le dice:¿Innisfree? ¡Sígame! y con un ademán de su cabeza, le indica un carruaje dispuesto, donde deposita los fardos.
Empezar una película con tales escenas sin acudir a la economía de medios que podría resultar en ver a un hombre bajar de un tren en una polvorienta estación y tomar el camino de Innisfree, apenas dos minutos de película, ya nos marca la pauta de un ritmo pausado que inunda nuestro ser al contemplar los sucesos que en la misma se cuentan. Es un ritmo tranquilo, pero no lento: se nos cuentan muchas cosas y ninguna está de más. Que no nos aburramos con una caligrafía morosa, está al alcance de unos pocos. De John Ford, por descontado.
Es su secreto, el más archiconocido por todos los cinéfilos: plantas la cámara, dices acción, y ya está. La invisibilidad de la puesta en escena.
Tan sencillo y tan difícil, que pocos logran contar una historia de esa forma sin dormir al espectador.
Sigamos. En el viaje a Innisfree, campiña irlandesa alrededor, el pequeño Barry procede a interrogar -nada sutilmente- al extraño que lleva como pasajero, hasta que éste acaba por definirse como Sean Thorton, nacido en Innisfree, a quien el conductor, Michaleen Oge Flynn, conoció cuando apenas era un bebé, constatando como de grandes y duros se hacen los irlandeses en las acererías de Pittsburg: "¿Qué os dan de comer a los irlandeses en Pittsburg? Acero y lingotes de hierro...."
De nuevo, alusión directa a la condición de los inmigrantes irlandeses, que pagan con su esfuerzo la acogida, trabajando hasta su fallecimiento, cual es el caso de la madre de Sean, que no pudo cumplir con su deseo de retornar a casa. Cabe señalar como un indicativo de la intención de Ford el renombrar al protagonista de su historia con su propio nombre: ford nació en E.E.U.U., de padres irlandeses....
El pequeño Michaleen se extraña del viaje de Thorton, quien asegura que vuelve de américa para instalarse en Irlanda, donde nació y, en un alto del camino, manifiesta su voluntad de adquirir la casa de sus orígenes, Blanca Mañana, casa abandonada en el páramo, tras un riachuelo, quedando sorprendido Michaleen de tal pretensión, suponiendo la mayor fortuna del pasajero, sugiriendo mayor comodidad en el pueblo.
Aparece entonces en escena el narrador y nos lo anuncia:"Ése soy yo, ese hombre alto, de semblante respetable", y surge la figura del Padre Peter Lonergan, no otro que Ward Bond, célebre actor secundario habitual a las órdenes de John Ford, otro robaescenas de muchísimo cuidado, a quien Michaleen presenta al recién llegado, produciéndose otra frase para los anales: "¿No fue tu abuelo Sean Thorton? Creo que falleció en Australia, en la prisión. Tu padre también fue un buen hombre. Mañana les tendré presentes en la Misa. Espero verte. No faltes"
De buenas a primeras, ya nos planta John Ford una postura que ahora llamaríamos eufemísticamente "políticamente incorrecta", que remite a la primigenia intención del relato de Walsh, que luego, afortunadamente, reconviirtió Ford, dejando el alegato político entre bambalinas, aunque asome en distintas ocasiones en la historia.
Lonergan pide a Sean que le deje tratar ciertos temas con Michaleen, alejándose Thorton unos pasos del carruaje, prendiendo un pitillo, y quedándose absorto en la contemplación de una hermosa mujer, pelirroja por más señas, que conduce, al otro lado del riachuelo, un rebaño de ovejas. La mujer le devuelve la mirada, sutilmente, casi de reojo, y en esa bucólica escena pastoril, Cupido hiere el corazón de ambos.
Inquirido Michaleen acerca de la pelirroja, ¿Es de verdad o estoy soñando? dice Sean, suelta: ¿Esa?¿Esa pelirroja? ¿Mary Kate Danaher? ¡Olvídate de ella muchacho!...... ¿Cómo has dicho que se llama? Mary... Mary Kate....
Michaleen mueve la cabeza, augurando problemas.... mientras Mary Kate, representada por una bellśima Maureen O'Hara, en el papel de su vida, se aleja lanzando fugaces miradas incendiarias a un Sean embelesado...
En esa escena bucólica, Ford saca partido de la excelente fotografía en technicolor de Winton C. Hoch, ayudado por Archie Stout, (ganadores ambos del Oscar por su trabajo) para iniciarnos en el romance con una intensidad que no abandonará ya toda la película: ¡Estamos en una película de amor!¡Una comedia romántica!
Acto seguido vemos cómo Sean Thorton consigue la adquisición de la casa donde nació, propiedad de la viuda Tillane (Mildred Natwick), con gran disgusto del grandullón del pueblo, Red Will Danaher, que resulta ser el hermano de su enamorada, representado por Victor McLaglen, que ganó un Oscar por su papel en El Delator, una de las películas en que también John Ford ganó el Oscar al mejor director, como lo hizo con El Hombre Tranquilo, resultando nominado McLaglen como mejor actor secundario por su caracterización de Danaher.
El nivel, observa el atento espectador, no hace sino incrementarse con el transcurso de las escenas, y el humor hace su aparición de nuevo cuando la menuda chacha de la viuda Tillane, al presentar al grandullón Danaher, que viene embravuconado, le espeta: ¡limpiate la suela de los zapatos!
En el primer tercio de la película, John Ford nos presenta de forma impecable la trama y los personajes que van a vivir en su Arcadia personal, en esa Irlanda de ficción, de deseos imposibles, como cuando, en la trastiende del bar público, el pequeño Michaleen, comentando lo extraño del saco de dormir que lleva Sean, al ser espetado: "No me llames Comandante, la guerra terminó. Ya no hay guerra" responde:"No pierdo mis esperanzas...Comandante", nuevamente reforzando la memoria del conflicto bélico de principio del siglo XX, apenas veinte años antes de filmarse la película.
Las escenas en el pub de Cohan, con todos bebiendo cerveza a raudales, sin ninguna mujer presente, como sucede en otras películas de Ford, probablemente alimentaron la fácil y débil teoría del machismo acendrado de Ford, que, como luego veremos, resulta sólo una suposición sin fundamento alguno.
La trama, pues, está presentada: chico quiere a chica, pero el hermano de la chica se interpone como un muro impenetrable. Un hermano grandullón, tiránico, que hace mantener a su lacayo Feeney una "lista negra" donde apunta los nombres de sus adversarios, remisión clarísima al antes citado comité de McHarty.
¿Eso es todo? ¿Tan sencillo?
No. Un Grande del Cine como John Ford no hace películas tan sencillas, aunque su apariencia, a primera vista, nos lleve a engaño.
Siguiendo el desarrollo tradicional, después de la trama sigue el nudo. Y Ford nos presenta un nudo gordiano, donde se oculta la virtud de su obra.
Después de una pequeña confabulación de "todos contra Danaher", Sean consigue el permiso de Danaher para poder cortejar a Mary Kate, bajo la atenta supervisión de Michaleen, ejerciendo las funciones de casamentero-carabina, ante la incompresión de Sean, que no acaba de comprender bien la clase de sociedad en la que pretende insertarse, con unos códigos morales para él ya superados: "En américa, tocamos el claxon y las mujeres suben al auto", lo que le va a causar no pocos inconvenientes. Es una sociedad distinta, incluso como le hacen saber: [Cohan, aquí lo pronunciamos "Cohan"].
El amor que sienten Sean y Mary Kate, que ya no son unos niños, hace que se escapen en una bicicleta tándem, acabando por guarecerse en unas ruinas cercanas al cementerio, con una tormenta que imprime sexualidad a la escena, mojando las ropas de los protagonistas, remarcando la masculinidad de Sean (recordemos que estamos en 1952), robando un beso prohibido por las reglas del cortejo pre-nupcial.Celebrado que ha sido el matrimonio de Mary Kate y Sean, el engaño perpetrado en Red Will Danaher queda de inmediato al descubierto, con el resultado que éste se niega a entregar la dote de su hermana: Unos muebles y trescientas cincuentas libras de oro.
Y de un puñetazo, deja sin sentido a Sean; vemos en un flashback a éste como boxeador, dejando tendido en el suelo, muerto, a un contrincante en el cuadrilátero.
A Sean la dote le importa un pimiento. No la necesita para nada. Pero Mary Kate insiste en ello. Si no hay dote, no hay boda. Si no hay boda, no hay noche de bodas. Ante la sorpresa de Sean, Mary Kate se niega a consumar el matrimonio, produciéndose una escena cabal: Sean derriba de una patada la puerta cerrada del dormitorio y le dice a Mary Kate: "Entre nosotros no habrá ni puertas cerradas ni barreras, salvo las que ponga tu corazón". Acto seguido la toma en brazos y la tira en la cama, que se desmonta por el impacto del peso de ella.
El problema está servido: las convicciones de Mary Kate, fruto de una forma antigua de entender la vida, chocan frontalmente con la visión que del matrimonio tiene Sean. Cuando los amigos, al amanecer, algo pasados de bebida, llevan a la pareja los muebles de Mary Kate, ella se extraña de la actitud de Sean, al quitar importancia a la negativa de Danaher de entregar las trescientas cincuenta libras, preguntándose en voz alta: "¿Con qué clase de hombre me he casado?", aludiendo a una supuesta cobardía de Sean, ante lo cual recibe como respuesta:"Con uno mejor de lo que crees, Mary Kate". Ella ha pedido a Sean, que ha dormido en su saco, que disimule ante sus amigos el no haber dormido juntos, y, cómicamente, Michaleen, al ver la cama destrozada, tiene la frase:"Impetuoso. Homérico", que mantiene la esperanza de una normalidad inexistente.
Se inicia así el último tercio de esta magnífica película, incrementado el interés del espectador por saber cómo va a acabar esa relación apasionada en un mundo idílico, en un pueblo donde nada parece coincidir con la realidad, sin referencia alguna al mundo externo, mostrandonos una confrontación de pareja que, para según qué miradas, representa una exaltación del machismo, aspecto éste que debo rebatir con todas mis fuerzas, después de haber estado en Innisfree muchas veces ya. Muy al contrario, es opinión de quien esto suscribe que, lejos de ser un alegato machista, el devenir de los hechos otorga una fuerza excepcional a la mujer, representada por Mary Kate, que, presa de unas convicciones anticuadas, logra, contra lo esperable, doblegar la voluntad de su marido, hasta conseguir que éste luche por su dote, a pesar suyo. Mary Kate se sale con la suya, no hay duda.
Todo lo que ocurre en el último tercio, ocurre porque ella así lo ha querido. Incluso contra el parecer del Padre Lonergan, con quien consulta, expresándole en gaélico la realidad de su relación sexual con su marido, recibiendo una severa amonestación.
Por su parte, Sean acude a solicitar consejo al Reverendo Playfair, de la Iglesia Anglicana, pese a ser católico, quien se manifiesta conocedor del secreto de Sean: mató a un hombre en el cuadrilátero y juró no volver a pelear, lo que explica su actitud, tachada de cobardía por Mary Kate.
No deja de ser curiosa la introducción del Reverendo Playfair, nacido en Inisfree, con pocos feligreses (no olvidemos de nuevo la fecha, 1952, y el carácter protocatólico de Irlanda, frente al anglicanismo de Gran Bretaña), pero muy estimado por todos, que le aprecian y respetan, dando una clara imagen de concordia lejana de fanatismos religiosos, meritando a las personas por encima de sus convicciones religiosas.
Aquí Ford se eleva por encima de las pasiones humanas, en concreto las de índole política, ya que, mostrándonos una microsociedad donde todos y cada uno de sus miembros tiene un pasado de fuerte raíz gaélica, más bien contraria a todo lo que suene como inglés (baste comprobar como cambia la actitud de todos los parroquianos de Cohan al saber que Sean es el nieto de Sean, el que murió en el penal de Australia: "Entonces sí que es un buen día"), vemos que el Reverendo Playfair es tomado, sin excepción, como un caballero amable y estimado por todos los aldeanos, pese a haber adoptado una opción religiosa poco popular. Es, ciertamente, una Irlanda idealizada: baste comprobar cómo apenas vemos a nadie trabajar y somos conocedores que, en aquella época, la economía irlandesa no era precisamente boyante.
Playfair pues, es el depositario del secreto de Sean, quien lucha consigo mismo para hallar una solución que le permita obtener la satisfacción sexual con su esposa sin romper su juramento de no pelear nunca más.
Pero la mujer no cesa en su empeño. Cuando por fin duermen juntos, al despertar, Sean ve a Michaleen a la puerta de su casa, fumando su pipa. Al notificarle éste que Mary Kate se ha ido a buscar el tren, llevándose la maleta, le pide: "Ensíllame el caballo mientras me visto" A lo que Michaleen se niega, ronzando, burlesco: "Que le ensille el caballo, dice, je, je, que le ensille el caballo" y se pone a tararear el estribillo de la película, obra del genial Victor Young.
De nuevo, Sean se halla preso de la voluntad de Mary Kate. La busca, la halla ya montada en el tren que la alejará de su vergüenza ancestral por la supuesta cobardía de su marido, la arrastra -seguido por todos los aldeanos del andén, por los maquinistas, que de nuevo se olvidan del ferrocarril, y por una multitud que se va incrementando a su paso por los diferentes lugares- y la arroja a los pies de Danaher, reclamando: "Dame la dote"; al negarse éste, le dice:"No hay dote, no hay matrimonio. Esas son vuestras costumbres, no las mías. Toma a tu hermana" Y se lo dice con todo el pueblo delante, Mary Kate en el suelo, como un trapo.
Danaher mira a la concurrencia: todos le contemplan expectantes; dice a uno: "¿También el IRA está metido en esto?.. "Si lo estuviera, no quedaría piedra sobre piedra de tu casa", obtiene por respuesta; "Yo no lo hubiera dicho mejor", apostilla Michaleen, sardónico.
Danaher le da unos billetes, de mala gana; Mary Kate se levanta, abre el portón de una especie de horno y Sean arroja dentro la dichosa dote. Mary Kate, más tiesa que nunca, orgullosa, se va entre el pueblo, que se aparta su paso triunfante, diciendo:"Te espero en casa, marido, voy a prepararte la cena".
El triunfo de la mujer sobre el hombre, no hay duda alguna. Una mujer orgullosísima de lo que ha conseguido, sabedora que, a sus espaldas, empieza la pelea más conocida de toda la cinematografía de John Ford, a puñetazo más o menos limpio, pelea con tintes de comicidad que nos libera de la tensión alimentada en los últimos minutos, pelea épica, con apuestas de todos contra todos, concitando el interés y la expectación de toda la comarca, incluso levantando de su cama de moribundo a alguno.
Una pelea magna que se ha producido por expreso deseo de Mary Kate que, orgullosa de su marido, le recibe después, en casa, abrazado con el cuñado, exhaustos los dos por el esfuerzo físico, felices todos por haberse cumplido con la atávica tradición, acabando la historia felizmente, pues ya sabemos que, en las películas de John Ford, las peleas sirven tanto para liberar tensiones como para reafirmar nuevas amistadas, creando, una vez más, la leyenda que los irlandeses son quienes mejor beben y quienes mejor partido sacan de una buena pelea.
Acaba la amable -muy amable, en el sentido más literal del término- película comprobando cómo la voluntad de todo un pueblo católico de convicción, con la dirección de su párroco, lanza hurras y vítores al Obispo anglicano, conducido por Playfair, con el único y declarado objetivo de evitar que éste vaya a ser trasladado a otro villorrio, lejos de la paradisíaca, arcádica y feliz comunidad de Innisfree.
Si algún día me pierdo, que me busquen en Innisfree.
(Dedicado a mi colega, compañero y amigo Manuel , en muestra de gratitud por sus elogiosos comentarios a mis reseñas)
Postdata: desafortunadamente, la empresa Sogemedia ha tenido una lamentable actuación con la edición de esta imperdible obra de arte y se ha limitado a producir un dvd en castellano e inglés pero sin subtítulos en castellano. Penoso.
Parece que les convenció para que, ya que estaban allí, rodaran una peliculita que se traía en mente desde hacía tiempo.
Esa es la sensación que uno tiene cuando acaba el visionado de El Hombre Tranquilo (The Quiet Man ) ya que en el ánimo del afortunado espectador no cabe duda alguna que todos cuantos intervinieron en esa película se hallaban contentos, relajados, en fin, lo que podríamos decir "en estado de gracia", porque el resultado es una de las mejores obras de John Ford, y afirmar esto con rotundidad es toda una declaración de principios, atendida la magna obra fílmica de Ford. (Sólo como de pasada, recordar que, cuando le preguntaron a Orson Welles quienes eran sus tres directores de cine preferidos, dijo: John Ford, John Ford y John Ford. ¡Ahí queda eso!)
Ford se basó en una novela de Maurice Walsh, "Green Rushes" que guionizó Frank S. Nugent, habitual colaborador de Ford, con quien ya había trabajado, por ejemplo, en Fort Apache, en La Legión Invencible (She Wore a Yellow Ribbon) y que luego se ocupó de otras obras como Centauros del desierto (The Searchers), Dos Cabalgan Juntos (Two Rode Together), todas de Ford, por citar algunas y que el mismo año haría el guión de Cara de Angel (Angel Face) con Otto Preminger: un bicho raro, vaya, para entendernos: un guionista cabal.
Según cuentan, Ford había leído el relato corto de Walsh ya en 1933, y desde entonces no cesó en su empeño de rodar una película en la Irlanda de sus amores, pero, al tratarse de una historia de contenido romántico e idílico, tan alejada de las películas que Ford solía realizar (recordemos la paradoja: "Me llamo John Ford y hago películas del Oeste", dijo el mentiroso Sean Aloysius O'Feeney, al presentarse ante el Comité de la célebre caza de brujas para declarar en favor de su estimado amigo y colega Joseph L. Manckiewicz. John Ford ganó cuatro Oscar al mejor director, y ninguno de ellos por una película del Oeste), halló no pocos inconvenientes de financiación, ya que ninguno de los avispados productores de la Fox, la RKO ni la Warner supieron atisbar lo que iba a ser una obra maestra (lo cual da fe que no siempre, ni en el Hollywood de Oro, los estudios acertaban a la primera), hasta que John Wayne, que ya conocía la intención de Ford, convenció a Herbert Yates, de la Republic Pictures, quien aceptó la financiación, asegurándose la participación de John ford en otras dos películas más para su productora. a todo esto, habían pasado casi treinta años de madurar la película en la mente de John Ford.
La historia original, parece ser, tenía un cierto carácter vindicatorio relativo a los sucesos de la llamada Guerra de Independencia de Irlanda; Ford en principio estuvo interesado en una trama de contenido social y político, dramático, interés que, con el paso del tiempo y la intervención de Nugent, guionista conocido por su meticulosa forma de trabajar -le gustaba crear para cada personaje un a modo de currículum vitae en el que basar sus características- que con base en el relato y pensando en una historia a contar relativa a Irlanda, creó un riquísimo mosaico de personajes, donde casi todos acaban disponiendo de alguna frase con la que lucirse, componiendo un todo.
Con la historia preparada, Ford coge los bártulos, llama a los amigos, y se va a Irlanda, para mostrarnos, a través de una superlativa forma de entender el cine, una Irlanda mágica, existente sólo en su memoria de irlandés errante, en el rincón donde las fantasías son reales y los sueños se hacen realidad, donde las miserias materiales no alcanzan a entorpecer la felicidad alcanzable sólo en las buenas relaciones humanas.
Soy plenamente consciente que me dispongo a destripar buena parte del argumento de la película ofreciendo mis recuerdos de ella, pues hace ya unos meses que no me he perdido en Innisfree, aunque mis recuerdos son vívidos y, partiendo del hecho irrefutable de mi experiencia como habitual viajero a Innisfree, puedo decir que nada perderá el amable lector si aún no ha tenido el gozo de visitar la aldea, pues, en cada visita, como en una fuente mágica, la sed de cine no hace sino aumentar y las ganas de volver se incrementan.
Vemos los típicos parajes irlandeses mientras oímos una voz en off que nos cuenta una historia; es una voz serena, grave, de hombre, probablemente una persona con respeto; habla en pasado, así que inmediatamente Ford nos introduce en el relato de algo que ya ha sucedido; de forma subliminal, nos está diciendo: el narrador conoce la historia.
Nos dice: "Bien, vamos a ello. Empezaré por el principio. era un soleado día de primavera cuando el tren llegó a Castletown, con tres horas de retraso como de costumbre, cuando él llegó. No tenía el aire de un turista americano. No llevaba ninguna cámara; aún más extraño, tampoco caña de pescar."
(Curiosamente, Clint Eastwood emplea el mismo truco cinematográfico en Million Dollar Baby, cincuenta y dos años después. ¿un homenaje?¿como lo de aprender gaélico? Otro día lo comentamos....)
La historia empieza comprobando la forma en que los irlandeses se toman el hecho incontestable que su servicio ferroviario carece de las más elemental puntualidad, importándoles un ardite, frente a la enorme curiosidad que les produce la llegada de un extraño, por más señas extranjero, nada menos que proviniente de los Estados unidos: evidentemente, el foráneo, que pasa dos palmos por encima del más alto de los concurrentes, tiene que haber venido a Irlanda a pescar, no cabe duda, y, frente a la posibilidad de encontrar la trucha más grande, la discusión, y luego la pelea, está asegurada, algo a lo que ningún irlandés en su sano juicio puede rechazar.
Pero no: el americano, cuyo nombre nadie le pregunta, representado por John Wayne, no pretende ir a pescar: de hecho, los aldeanos se sorprenden por ello, extrañándose que ni siquiera lleva aparejos para ello. ¿A qué ha venido a Irlanda, entonces, si no viene a pescar?
Ford se ríe por lo bajo, sentando de una tacada que, para los irlandeses, los americanos sólo acuden a su isla para aprovecharse de la inmejorable pesca de la que presumen.
Buen principio. Una ironía muy "irlandesa", cabe suponer, ya que es bien conocida la innumerable aportación humana en forma de inmigración con que los irlandeses ayudaron, por fuerza, dada su necesidad, al fortalecimiento de los U.S.A. y la importancia que la comunidad irlandesa tenía -y sigue teniendo- en ese país. Un pequeño ajuste cuentas, vaya, vista la historia en perspectiva, ya que U.S.A. consiguió la independencia del Reino Unido mucho antes que Irlanda, sin merma alguna.
El americano, rodeado de todos los aldeanos, apiñados entorno a él, acaba por aclarar: "Yo sólo voy a Innisfree"
¿Pero cómo, a Innisfree? Si las mejores truchas están en.... ¡No! Las mejores truchas están en el otro río, que yo el jueves pasado pesqué una que ........ ¿Para que quiere ir a Inisfree?
Se enzarzan los aldeanos, con el americano en medio de ellos, en una fuerte discusión acerca de donde encontrará las mejores truchas: el americano, pasmado, sorprendido, insistiendo en su voluntad de ir a Innisfree. Luego, la discusión empieza por indicar al extraño cual es el mejor camino para ir a Innisfree:"Yo le acompañaría gustoso, pero tengo que conducir el tren..."
Constatamos, con el americano, que quizás a esos irlandeses lo que más les gusta es discutir y arremangarse buscando pelea.
A todo esto, aparece en escena un hombre bajito, con una especie de sombrero hongo y una pipa caida, que, decidido, recoje del suelo los fardos del americano, sin que nadie lo perciba, pareciendo que vaya a ser un ladrón, personaje interpretado por un experto ladrón, pero de escenas: Barry Fitzgerald, actor característico donde los haya, consumado robaescenas de la mejor época del cine, irlandés de nacimiento, irlandés de convicción, irlandés en su defunción.
El americano se da cuenta del movimiento de sus fardos, abandonando a quienes pugnan por indicarle el mejor camino a Innisfree, cuando el pequeño Barry le dice:¿Innisfree? ¡Sígame! y con un ademán de su cabeza, le indica un carruaje dispuesto, donde deposita los fardos.
Empezar una película con tales escenas sin acudir a la economía de medios que podría resultar en ver a un hombre bajar de un tren en una polvorienta estación y tomar el camino de Innisfree, apenas dos minutos de película, ya nos marca la pauta de un ritmo pausado que inunda nuestro ser al contemplar los sucesos que en la misma se cuentan. Es un ritmo tranquilo, pero no lento: se nos cuentan muchas cosas y ninguna está de más. Que no nos aburramos con una caligrafía morosa, está al alcance de unos pocos. De John Ford, por descontado.
Es su secreto, el más archiconocido por todos los cinéfilos: plantas la cámara, dices acción, y ya está. La invisibilidad de la puesta en escena.
Tan sencillo y tan difícil, que pocos logran contar una historia de esa forma sin dormir al espectador.
Sigamos. En el viaje a Innisfree, campiña irlandesa alrededor, el pequeño Barry procede a interrogar -nada sutilmente- al extraño que lleva como pasajero, hasta que éste acaba por definirse como Sean Thorton, nacido en Innisfree, a quien el conductor, Michaleen Oge Flynn, conoció cuando apenas era un bebé, constatando como de grandes y duros se hacen los irlandeses en las acererías de Pittsburg: "¿Qué os dan de comer a los irlandeses en Pittsburg? Acero y lingotes de hierro...."
De nuevo, alusión directa a la condición de los inmigrantes irlandeses, que pagan con su esfuerzo la acogida, trabajando hasta su fallecimiento, cual es el caso de la madre de Sean, que no pudo cumplir con su deseo de retornar a casa. Cabe señalar como un indicativo de la intención de Ford el renombrar al protagonista de su historia con su propio nombre: ford nació en E.E.U.U., de padres irlandeses....
El pequeño Michaleen se extraña del viaje de Thorton, quien asegura que vuelve de américa para instalarse en Irlanda, donde nació y, en un alto del camino, manifiesta su voluntad de adquirir la casa de sus orígenes, Blanca Mañana, casa abandonada en el páramo, tras un riachuelo, quedando sorprendido Michaleen de tal pretensión, suponiendo la mayor fortuna del pasajero, sugiriendo mayor comodidad en el pueblo.
Aparece entonces en escena el narrador y nos lo anuncia:"Ése soy yo, ese hombre alto, de semblante respetable", y surge la figura del Padre Peter Lonergan, no otro que Ward Bond, célebre actor secundario habitual a las órdenes de John Ford, otro robaescenas de muchísimo cuidado, a quien Michaleen presenta al recién llegado, produciéndose otra frase para los anales: "¿No fue tu abuelo Sean Thorton? Creo que falleció en Australia, en la prisión. Tu padre también fue un buen hombre. Mañana les tendré presentes en la Misa. Espero verte. No faltes"
De buenas a primeras, ya nos planta John Ford una postura que ahora llamaríamos eufemísticamente "políticamente incorrecta", que remite a la primigenia intención del relato de Walsh, que luego, afortunadamente, reconviirtió Ford, dejando el alegato político entre bambalinas, aunque asome en distintas ocasiones en la historia.
Lonergan pide a Sean que le deje tratar ciertos temas con Michaleen, alejándose Thorton unos pasos del carruaje, prendiendo un pitillo, y quedándose absorto en la contemplación de una hermosa mujer, pelirroja por más señas, que conduce, al otro lado del riachuelo, un rebaño de ovejas. La mujer le devuelve la mirada, sutilmente, casi de reojo, y en esa bucólica escena pastoril, Cupido hiere el corazón de ambos.
Inquirido Michaleen acerca de la pelirroja, ¿Es de verdad o estoy soñando? dice Sean, suelta: ¿Esa?¿Esa pelirroja? ¿Mary Kate Danaher? ¡Olvídate de ella muchacho!...... ¿Cómo has dicho que se llama? Mary... Mary Kate....
Michaleen mueve la cabeza, augurando problemas.... mientras Mary Kate, representada por una bellśima Maureen O'Hara, en el papel de su vida, se aleja lanzando fugaces miradas incendiarias a un Sean embelesado...
En esa escena bucólica, Ford saca partido de la excelente fotografía en technicolor de Winton C. Hoch, ayudado por Archie Stout, (ganadores ambos del Oscar por su trabajo) para iniciarnos en el romance con una intensidad que no abandonará ya toda la película: ¡Estamos en una película de amor!¡Una comedia romántica!
Acto seguido vemos cómo Sean Thorton consigue la adquisición de la casa donde nació, propiedad de la viuda Tillane (Mildred Natwick), con gran disgusto del grandullón del pueblo, Red Will Danaher, que resulta ser el hermano de su enamorada, representado por Victor McLaglen, que ganó un Oscar por su papel en El Delator, una de las películas en que también John Ford ganó el Oscar al mejor director, como lo hizo con El Hombre Tranquilo, resultando nominado McLaglen como mejor actor secundario por su caracterización de Danaher.
El nivel, observa el atento espectador, no hace sino incrementarse con el transcurso de las escenas, y el humor hace su aparición de nuevo cuando la menuda chacha de la viuda Tillane, al presentar al grandullón Danaher, que viene embravuconado, le espeta: ¡limpiate la suela de los zapatos!
En el primer tercio de la película, John Ford nos presenta de forma impecable la trama y los personajes que van a vivir en su Arcadia personal, en esa Irlanda de ficción, de deseos imposibles, como cuando, en la trastiende del bar público, el pequeño Michaleen, comentando lo extraño del saco de dormir que lleva Sean, al ser espetado: "No me llames Comandante, la guerra terminó. Ya no hay guerra" responde:"No pierdo mis esperanzas...Comandante", nuevamente reforzando la memoria del conflicto bélico de principio del siglo XX, apenas veinte años antes de filmarse la película.
Las escenas en el pub de Cohan, con todos bebiendo cerveza a raudales, sin ninguna mujer presente, como sucede en otras películas de Ford, probablemente alimentaron la fácil y débil teoría del machismo acendrado de Ford, que, como luego veremos, resulta sólo una suposición sin fundamento alguno.
La trama, pues, está presentada: chico quiere a chica, pero el hermano de la chica se interpone como un muro impenetrable. Un hermano grandullón, tiránico, que hace mantener a su lacayo Feeney una "lista negra" donde apunta los nombres de sus adversarios, remisión clarísima al antes citado comité de McHarty.
¿Eso es todo? ¿Tan sencillo?
No. Un Grande del Cine como John Ford no hace películas tan sencillas, aunque su apariencia, a primera vista, nos lleve a engaño.
Siguiendo el desarrollo tradicional, después de la trama sigue el nudo. Y Ford nos presenta un nudo gordiano, donde se oculta la virtud de su obra.
Después de una pequeña confabulación de "todos contra Danaher", Sean consigue el permiso de Danaher para poder cortejar a Mary Kate, bajo la atenta supervisión de Michaleen, ejerciendo las funciones de casamentero-carabina, ante la incompresión de Sean, que no acaba de comprender bien la clase de sociedad en la que pretende insertarse, con unos códigos morales para él ya superados: "En américa, tocamos el claxon y las mujeres suben al auto", lo que le va a causar no pocos inconvenientes. Es una sociedad distinta, incluso como le hacen saber: [Cohan, aquí lo pronunciamos "Cohan"].
El amor que sienten Sean y Mary Kate, que ya no son unos niños, hace que se escapen en una bicicleta tándem, acabando por guarecerse en unas ruinas cercanas al cementerio, con una tormenta que imprime sexualidad a la escena, mojando las ropas de los protagonistas, remarcando la masculinidad de Sean (recordemos que estamos en 1952), robando un beso prohibido por las reglas del cortejo pre-nupcial.Celebrado que ha sido el matrimonio de Mary Kate y Sean, el engaño perpetrado en Red Will Danaher queda de inmediato al descubierto, con el resultado que éste se niega a entregar la dote de su hermana: Unos muebles y trescientas cincuentas libras de oro.
Y de un puñetazo, deja sin sentido a Sean; vemos en un flashback a éste como boxeador, dejando tendido en el suelo, muerto, a un contrincante en el cuadrilátero.
A Sean la dote le importa un pimiento. No la necesita para nada. Pero Mary Kate insiste en ello. Si no hay dote, no hay boda. Si no hay boda, no hay noche de bodas. Ante la sorpresa de Sean, Mary Kate se niega a consumar el matrimonio, produciéndose una escena cabal: Sean derriba de una patada la puerta cerrada del dormitorio y le dice a Mary Kate: "Entre nosotros no habrá ni puertas cerradas ni barreras, salvo las que ponga tu corazón". Acto seguido la toma en brazos y la tira en la cama, que se desmonta por el impacto del peso de ella.
El problema está servido: las convicciones de Mary Kate, fruto de una forma antigua de entender la vida, chocan frontalmente con la visión que del matrimonio tiene Sean. Cuando los amigos, al amanecer, algo pasados de bebida, llevan a la pareja los muebles de Mary Kate, ella se extraña de la actitud de Sean, al quitar importancia a la negativa de Danaher de entregar las trescientas cincuenta libras, preguntándose en voz alta: "¿Con qué clase de hombre me he casado?", aludiendo a una supuesta cobardía de Sean, ante lo cual recibe como respuesta:"Con uno mejor de lo que crees, Mary Kate". Ella ha pedido a Sean, que ha dormido en su saco, que disimule ante sus amigos el no haber dormido juntos, y, cómicamente, Michaleen, al ver la cama destrozada, tiene la frase:"Impetuoso. Homérico", que mantiene la esperanza de una normalidad inexistente.
Se inicia así el último tercio de esta magnífica película, incrementado el interés del espectador por saber cómo va a acabar esa relación apasionada en un mundo idílico, en un pueblo donde nada parece coincidir con la realidad, sin referencia alguna al mundo externo, mostrandonos una confrontación de pareja que, para según qué miradas, representa una exaltación del machismo, aspecto éste que debo rebatir con todas mis fuerzas, después de haber estado en Innisfree muchas veces ya. Muy al contrario, es opinión de quien esto suscribe que, lejos de ser un alegato machista, el devenir de los hechos otorga una fuerza excepcional a la mujer, representada por Mary Kate, que, presa de unas convicciones anticuadas, logra, contra lo esperable, doblegar la voluntad de su marido, hasta conseguir que éste luche por su dote, a pesar suyo. Mary Kate se sale con la suya, no hay duda.
Todo lo que ocurre en el último tercio, ocurre porque ella así lo ha querido. Incluso contra el parecer del Padre Lonergan, con quien consulta, expresándole en gaélico la realidad de su relación sexual con su marido, recibiendo una severa amonestación.
Por su parte, Sean acude a solicitar consejo al Reverendo Playfair, de la Iglesia Anglicana, pese a ser católico, quien se manifiesta conocedor del secreto de Sean: mató a un hombre en el cuadrilátero y juró no volver a pelear, lo que explica su actitud, tachada de cobardía por Mary Kate.
No deja de ser curiosa la introducción del Reverendo Playfair, nacido en Inisfree, con pocos feligreses (no olvidemos de nuevo la fecha, 1952, y el carácter protocatólico de Irlanda, frente al anglicanismo de Gran Bretaña), pero muy estimado por todos, que le aprecian y respetan, dando una clara imagen de concordia lejana de fanatismos religiosos, meritando a las personas por encima de sus convicciones religiosas.
Aquí Ford se eleva por encima de las pasiones humanas, en concreto las de índole política, ya que, mostrándonos una microsociedad donde todos y cada uno de sus miembros tiene un pasado de fuerte raíz gaélica, más bien contraria a todo lo que suene como inglés (baste comprobar como cambia la actitud de todos los parroquianos de Cohan al saber que Sean es el nieto de Sean, el que murió en el penal de Australia: "Entonces sí que es un buen día"), vemos que el Reverendo Playfair es tomado, sin excepción, como un caballero amable y estimado por todos los aldeanos, pese a haber adoptado una opción religiosa poco popular. Es, ciertamente, una Irlanda idealizada: baste comprobar cómo apenas vemos a nadie trabajar y somos conocedores que, en aquella época, la economía irlandesa no era precisamente boyante.
Playfair pues, es el depositario del secreto de Sean, quien lucha consigo mismo para hallar una solución que le permita obtener la satisfacción sexual con su esposa sin romper su juramento de no pelear nunca más.
Pero la mujer no cesa en su empeño. Cuando por fin duermen juntos, al despertar, Sean ve a Michaleen a la puerta de su casa, fumando su pipa. Al notificarle éste que Mary Kate se ha ido a buscar el tren, llevándose la maleta, le pide: "Ensíllame el caballo mientras me visto" A lo que Michaleen se niega, ronzando, burlesco: "Que le ensille el caballo, dice, je, je, que le ensille el caballo" y se pone a tararear el estribillo de la película, obra del genial Victor Young.
De nuevo, Sean se halla preso de la voluntad de Mary Kate. La busca, la halla ya montada en el tren que la alejará de su vergüenza ancestral por la supuesta cobardía de su marido, la arrastra -seguido por todos los aldeanos del andén, por los maquinistas, que de nuevo se olvidan del ferrocarril, y por una multitud que se va incrementando a su paso por los diferentes lugares- y la arroja a los pies de Danaher, reclamando: "Dame la dote"; al negarse éste, le dice:"No hay dote, no hay matrimonio. Esas son vuestras costumbres, no las mías. Toma a tu hermana" Y se lo dice con todo el pueblo delante, Mary Kate en el suelo, como un trapo.
Danaher mira a la concurrencia: todos le contemplan expectantes; dice a uno: "¿También el IRA está metido en esto?.. "Si lo estuviera, no quedaría piedra sobre piedra de tu casa", obtiene por respuesta; "Yo no lo hubiera dicho mejor", apostilla Michaleen, sardónico.
Danaher le da unos billetes, de mala gana; Mary Kate se levanta, abre el portón de una especie de horno y Sean arroja dentro la dichosa dote. Mary Kate, más tiesa que nunca, orgullosa, se va entre el pueblo, que se aparta su paso triunfante, diciendo:"Te espero en casa, marido, voy a prepararte la cena".
El triunfo de la mujer sobre el hombre, no hay duda alguna. Una mujer orgullosísima de lo que ha conseguido, sabedora que, a sus espaldas, empieza la pelea más conocida de toda la cinematografía de John Ford, a puñetazo más o menos limpio, pelea con tintes de comicidad que nos libera de la tensión alimentada en los últimos minutos, pelea épica, con apuestas de todos contra todos, concitando el interés y la expectación de toda la comarca, incluso levantando de su cama de moribundo a alguno.
Una pelea magna que se ha producido por expreso deseo de Mary Kate que, orgullosa de su marido, le recibe después, en casa, abrazado con el cuñado, exhaustos los dos por el esfuerzo físico, felices todos por haberse cumplido con la atávica tradición, acabando la historia felizmente, pues ya sabemos que, en las películas de John Ford, las peleas sirven tanto para liberar tensiones como para reafirmar nuevas amistadas, creando, una vez más, la leyenda que los irlandeses son quienes mejor beben y quienes mejor partido sacan de una buena pelea.
Acaba la amable -muy amable, en el sentido más literal del término- película comprobando cómo la voluntad de todo un pueblo católico de convicción, con la dirección de su párroco, lanza hurras y vítores al Obispo anglicano, conducido por Playfair, con el único y declarado objetivo de evitar que éste vaya a ser trasladado a otro villorrio, lejos de la paradisíaca, arcádica y feliz comunidad de Innisfree.
Si algún día me pierdo, que me busquen en Innisfree.
(Dedicado a mi colega, compañero y amigo Manuel , en muestra de gratitud por sus elogiosos comentarios a mis reseñas)
Postdata: desafortunadamente, la empresa Sogemedia ha tenido una lamentable actuación con la edición de esta imperdible obra de arte y se ha limitado a producir un dvd en castellano e inglés pero sin subtítulos en castellano. Penoso.
Compa Josep, que me dediques una reseña de esta enjundia y calibre (y, además, de una peli que no he visto, para más vergüenza mía...), me deja en una deuda moral, y de las gordas. Habrá que ingeniárselas con algo, desde luego que sí...
ResponEliminaAh, y de lo que dices de la edición del DVD, vergonzoso. ¿Y los que no dominamos el inglés, qué...? Está claro que hay algunos editores de material videográfico a los que sólo les falta poner un cartelito en sus carátulas con la siguiente leyenda: "Estimado cliente: descárguese el Emule en su PC y búsquese la vida...". Porque para lo que sacan ellos en sus productos...
Un abrazo (y buena semana).
Amigo Manuel, nada de deudas morales; en todo caso, perdona por haber destripado esa película; lo cierto es que, habiendo empezado, no supe parar, y, pese a haber sido un parto largo, sólo me duele que no hayas estado todavía en Innisfree. Si mi reseña te induce a tal viaje, me daré por bien pagado.
ResponEliminaPor lo que hace al dvd, sólo comentar que, después de haberlo solicitado en las navidades de 2005, con reserva incluida, no fue sino hasta enero de este año que lo conseguí, y, ciertamente, me dejó literalmente de una pieza..:-((
Gracias por tus visitas a esta tu casa.
Al fin la vi! Y sí, la verdad es que me gustó muchísimo. Un clásico con todas las letras, que se ve como clásico y huele a clásico. Creo que ahora estoy aprendiendo a tomar el gusto a este tal Ford.
ResponEliminaDe todos modos me quedaría toda la vida con Johnny Guitar o con El tesoro de Sierra Madre, o con algún Kurosawa antes que con la obra completa de John Ford. Con perdón de ello.
Un abrazo!
Agradezco, Faraway, tu comentario después de haber estado en Innisfree.
ResponEliminaSi el veneno de Ford ya te ha penetrado, verás como poco a poco le irás tomando gusto.
Y si no es así, tampoco pasa nada, claro.
Un abrazo.
Hola. Acabo de leer tu vieja entrada dedicada a "El hombre tranquilo", de Ford.
ResponEliminaBien, lo que me sorprende es que no haces referencia alguna, a no ser que se me haya pasado, a la música. Ni siquiera en la escena del beso robado. ¿La música se inspira en la canción "Dany boy"? Me da la impresión. También noto un sorprendente parecido con otra canción muy posterior, muy famosa...
Y tampoco veo refrencia a "ET" en la escena de las ranas. ¿Por qué Sp. mete ahí esta película? Ya, un homenaje. Pero, ¿por qué esa escena? ¿Por qué en "ET"?
Espero tu jugosa respuesta. Mr. Mojo Risin´.
Hola, Mr. Mojo Risin
ResponEliminaNo hago referencia ninguna a la música porque, francamente, se me olvidó.
Ya habrás observado la longitud del comentario, fruto de mi pasión por esta película y cuando lo terminé no me atreví a modificarlo, por no alargarlo más.
La música, preciosa, es en parte "popular" y en parte debida al gran Victor Young. una de sus canciones más famosas ya la resalté en el bloc, en esta entrada:
http://elblocdejosep.blogspot.com/2008/04/mm-1-quiet-man.html
La canción, popular irlandesa, es The Wild Colonial Boy.
No hay referencias cruzadas, ciertamente, a obras muy posteriores, salvo la citada de Eastwood, más que clarísimo homenaje de un grande a otro.
La canción Danny Boy ahora mismo no la tengo en memoria, pero dudo que sea fuente de inspiración para Young.
Y con respecto a E.T., sólo la he visto una vez, en su estreno en el cine; no me gustó mucho y no he vuelto a verla, por lo que me resulta imposible explicarte si Spielberg pretendió rendir homenaje a Ford, aunque, desde luego, no me extrañaría, porque si hay algo que indudablemente Spielberg es, corresponde a su gran cinefilia.
Lo que más recuerdo de E.T. es el acierto de Spielberg en colocar la cámara a la altura de los personajes en todo momento, lo que consigue una identificación del espectador con los personajes.
Pero The Quiet Man es una obra maestra que soporta perfectamente el paso del tiempo y no aburre por mucho que la veas.
Saludos.
p.d.: si lo deseas, puedes usar el índice para buscar con comodidad en los contenidos del bloc, sea por fecha o por título; incluso por cualquier palabra, en el buscador habilitado al efecto. Y recuerda que cualquier comentario lo puedes plantar en la propia entrada; así los que hayan intervenido, si los hay, puede que también reciban tus ideas.
Gracias, pero creo que no es eso. La canción tradicional que dices debe de ser la que canta ella al piano (¡una campesina!). Yo digo la melodía principal, que aparece cantidad de veces y también, por supuesto, en la famosa escena del beso y la camisa empapada de lluvia de Wayne. Ésa. Yo creo que ésa tiene un comienzo muy parecido al comienzo de "Danny Boy", que debe de ser la canción irlandesa más famosa y que ha de haberla en algún lugar de Internet. La otra canción que digo tiene también un parecido con la melodía de la película, pero es muy posterior y la canta el que menos te imaginas (no creo que sea plagio: ¿el inconsciente?).
ResponEliminaY "ET". Deberías tal vez volver a ver la escena que te digo. Es cuando ET se emborracha y ve la tele. Aparece en la tv la escena de cuando Wayne encuentra de noche a la chica en su casa, y ella escapa, y él la coge justo en la puerta, la trae hacia sí y la besa. Y Eliot hace lo mismo en el colegio con una niña. Eso no es una cita cinéfila. Eso encaja con la historia y está buscado a posta. Es demesiado largo y elaborado. Lo que no sé es si es cosa de Spielberg o de la guionista.
Si se te ocurre algo más, o a cualquiera que lea esto, permanezco a la espera...
Mr. Mojo Risin´.
(También me gustaría decir algo sobre Ford, y en concreto sobre "Fort Apache", pero lo dejo para otro día, si te parece. Si me pongo muy pesado, silba. Un saludo).
Veamos, Mr. Mojo:
ResponEliminaEl tema de la película es la canción The Isle of Innisfree, que es popular, arreglada y orquestada por Young.
Es la música de fondo de varias escenas, entre ellas la del famoso beso en las ruinas.
Danny Boy no aparece en la película.
La que mencioné, como puedes ver en su lugar indicado, es la famosa balada que cantan todos en la taberna de Cohan cuando Sean se presenta a los aldeanos.
La que Mary Cate toca y canta con Michaleen, también la puedes ver en el Bloc, en la entrada:
http://elblocdejosep.blogspot.com/2008/09/secundarios-de-lujo-1.html
Esa es The Young May Moon, si no me equivoco.
Lo de E.T. lo veo difícil de repasar pues no la tengo; pero sí recuerdo esa escena: evidentemente, para mí, metida por Spielberg como homenaje directo a Ford. El extraterrestre mira la tele para aprender como somos los humanos y tiene la suerte de ver una obra maestra en la tele.
Lo de Fort Apache mejor déjalo para cuando haya publicado un comentario al respecto, que no sé cuando será, pero ya llegará.
Te agradecería que te ciñeras a las películas comentadas, que son ya más de cien: elige otra, por favor.
Saludos.
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ResponEliminaSiempre es un placer volver a ver The quiet man. Esta llena de detalles de guión, de momentos épicos y todo adobado por una música espectacular. Por cierto, ¿Sabes si se ha llevado a las tablas como musical?
ResponEliminaEs verdad, Antonio, es una película que la empiezas una vez más y te sigue enganchando como el primer visionado y la ventaja es que conociéndola un poco, vas descubriendo cosas nuevas mientras disfrutas una vez más.
EliminaLo del musical fué un proyecto de hace años en el que alguien (se mencionaba el nombre de Spielberg sin que él diera razón alguna) tuvo interés a priori, pero parece que lo abandonaron. De hecho lo acabo de buscar y no hay rastro, así que supongo fue un rumor infundado y de poco calado.
Saludos.
Bueno, realmente la película es ya casi un musical. En otros visionados no me había dado tanta cuenta. Y es que Irlanda está íntimamente unida a la música. Lo pude comprobar hace años in situ, donde pude comprobar cómo la gente sigue cantando en lo pub como antaño.
ResponEliminaAparte del documental de Guerín sobre Innisfree, he visto en Filmaffinty que existe otro de 2010, Dreaming The quiet man. ¿Sabes de algún sitio en que se pueda conseguir?
Aprovecho para felicitarte por este blog tan esmerado y serio sobre cine.
Pues no conocía ese Dreaming The quiet man, así que te agradezco de veras la información, Antonio.
EliminaY muchas gracias por el elogio: uno hace lo que puede para satisfacer la pasión propia y ajena por el cine.
Saludos.