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dimecres, 31 de desembre del 2008

Faraway Downs no es Tara


No: no lo es, ni por asomo, aunque ya le gustaría...


El australiano Baz Luhrmann no supo digerir el éxito obtenido con la dirección de su película Moulin Rouge y, cosa muy humana, se le subieron los humos a la cabeza.

Después de haber acertado de pleno en sus facetas de escritor, productor y director en su tercera película, rodada hace siete años, se creyó que poseía una varita mágica y que estaba en posesión del conocimiento cinematográfico.

Y para demostrarlo, se emperró en una nueva obra, que, según su visión iluminadora, dejaría como antigualla a Gone with the Wind, paradigmática cinta épica del año 1939.

Así que cogió recado de escribir y cual Juan Palomo (yo me lo guiso, yo me lo como), inició, hace ya cuatro años, la ímproba tarea de pergeñar un guión que satisficiera sus ansias de llevar a la gran pantalla una grandísima historia épica que pensaba formular en tres grandes producciones.

A la hora de la verdad, Baz acabó el montaje de esa "primera parte de la trilogía" como quien dice horas antes de presentarla al público y claro, después de cuatro años de dar la lata con noticias del rodaje, anécdotas personales, etcétera, etcétera, el espectador medio, como este sufrido cinéfilo, ya tenía ganas de sentarse a ver la proyección de Australia (Australia, 2008), entre otras cuestiones, por comprobar si el mal fario de Nicole Kidman había desaparecido al reencontrarse con su paisano, arropada, además, por su amigo (paisano también) Hugh Jackman

Lo primero que uno se encuentra es que Nicole, mi querida Nicole, no es Nicole. Porque del mismo modo que Jackman ha aumentado de forma sensible y ostentosa su volumen muscular (seguramente por exigencias de guión de Wolverine), la delicada Nicole, tan expresiva antes, ha desaparecido debajo de un rostro abotargado que deja como único reducto de expresión sus fantásticos ojos, y todos sabemos que, aunque las miradas pueden matar , el rostro, aún arrugado, ayuda mucho a comunicar sentimientos.

La idoneidad de los actores protagonistas en una película que alcanza una duración de 165 minutos (que son, para los de letras, dos horas y tres cuartos de hora) no es cuestión baladí, como tampoco lo es el elenco de secundarios que los deberán arropar y apoyar, haciendo piña.

Además, todos esos intérpretes, aún suponiendo su efectividad, dependen de un guión que les permita dar cuerpo a personajes, es decir, personas que viven y transitan en la pantalla, para conseguir que el espectador se emocione, se identifique con ellos y con su historia, en definitiva, que, sentado en la butaca, uno se sienta como el chafardero que, desde su balcón o ventana, atiende las vicisitudes del vecindario.

Baz Lurhmann, más que fiel a su estilo prisionero del mismo, de nuevo aplica una caligrafía cinematográfica moderna, de ritmo adecuado al musical, grandes travelling artificiales que se revelarán en artificiosos y cansinos, pues ni siquiera nos asombra con las bellezas naturales del continente austral, casi justo debajo de mis pies, en una historia que por momentos parece un refrito de algún que otro western, con estampida de vacas incluida. La fotografía, los grandes planos, los movimientos de cámara, se revelan inhábiles para emocionarnos, porque, por momentos, uno no sabe a qué atenerse.

Se percibe una zozobra en el espíritu del espectador cuando, cercana la segunda hora de metraje, se oyen cuchicheos en los alrededores y el personal se muestra inquieto y a uno le corren mil hormigas por el trasero y ya no sabe que postura tomar para estar cómodo: ello significa que la atención no está prendida en la pantalla y la culpa hay que achacársela al director, que rápidamente pasa de cabeza coronada a cabeza de turco, porque, enfrentada a su inspiradora, Australia, con 165 minutos, aburre justo cuando Gone with the Wind, con 226 minutos, todavía está en el clímax.

Tomemos unos momentos de descanso, viendo la publicidad:[ver]


Y sigamos ahora con fuerzas renovadas, para brevemente exponer cuestiones de la historia que dejaron a este cinéfilo perplejo: datos que contienen partes de la trama, así que ya lo saben: llegaron, como las lluvias, los "spoilers":

Avisados están: ¿quieren seguir leyendo?

[Sí, por favor / No, pesao, me largo]


En la película que nos ocupa, como en demasiadas últimamente, se echa de menos la figura de un buen guionista; aquí, concurriendo en la figura del director, Baz Lurhmann, éste no tiene excusa alguna, como el tan socorrido eufemismo "por encargo".

Nada más empezar la película, aparecen unos títulos que nos hablan del trato inferido a los mestizos (mal llamados "café con leche"), hijos de los aborígenes australianos (mal llamados "negros", entre otras cosas, porque no lo son) y los sajones que invadieron el continente austral. Como si la historia fuera a versar sobre el maltrato centenario infligido a los australianos; pero no: es sólo una excusa, una parte de la historia. Que luego, de forma sorprendente, al final, remata con otros letreritos asegurando que, en 1973, el Gobierno australiano pidió perdón a los australianos (de verdad) por el daño.

Esto permite al espabilado Baz meter como co-protagonista a un chaval con unos ojos enormes, Brandon Walters, con lo cual pretende ganar dos bazas: las mamás se enternecen con el niño, tan mono, y los críos tienen alguien con quien identificarse: otra película con niño, vaya.

Pero no: el meollo de la historia está nada más y nada menos que en el negocio de las vacas: unas vacas que deben comer pasto enviado por correo, porque la hacienda que cae en manos de la empingorotada Lady Sarah Ashley (Kidman) se nos presenta como árida y desprovista de hierba de la buena; y esas vacas, que suman mil quinientas cabezas, deben viajar hasta el norte de Australia, justo en Darwin, a miles de kilómetros (millas, dicen ellos), donde está atracado un barco que espera cargamento de carne fresca con destino al ejército australiano, presto a intervenir en la Segunda Guerra Mundial, lo cual dice poco en favor de los militares australianos, porque ya son ganas de almacenar provisiones justo en el Norte del continente, lo más cerca del enemigo posible; pero en fin, pelillos a la mar...

La Lady, que viaja desde la city londinense con el humor cambiado al sospechar que su marido se pirra más por las hembras de dos piernas que por las vacas, llega dispuesta a cantarle las cuarenta y se lo encuentra difunto: el que la recoge, un arriero de vacas, el apolíneo Drover (Jackman), será quien le echará una mano aceptando conducir al ganado hasta su destino, desafiando las ganas de fastidiar del potentado cárnico "King" Carney , el Rey de la Carne (Bryan Down, otro actor australiano), que tiene infiltrado al torticero y malvado Neil Fletcher (David Wenham) quien, actuando como capataz de la hacienda Faraway Downs, además de poner una cuña al molino de viento para que todos crean que el pozo ni tiene agua ( el resto deben ser imbéciles) se beneficia a una de las aborígenes, madre del niño de los ojos grandes, y empieza por asesinar al esposo de la Lady, todo con la intención de arruinar la hacienda y que el Rey de la Carne la pueda comprar a bajo precio.

Un folletín, vamos. Que tendría su aquel si no fuera porque Baz Lurhmann, que debió escribir la historieta a ratos perdidos después de copiosas cenas, se empeña en liar la trama con escenas rocambolescas de carácter mágico ancestral, buscando un enaltecimiento de las tradiciones aborígenes (seguro que le estarán maldiciendo todos los brujos del continente); con desprecio total del tiempo, que hay que cuidar cuando uno de los personajes es un crío de diez años, vemos que pasa más de un año y el niño no crece: ¿que pasa, no le dan de comer?.

Bah, dirán, detalles sin importancia: como el que el avieso capataz sea el padre del crío, pretenda a la hija del Rey de la Carne y, siendo despedido por incompetente (al no saber siquiera provocar una estampida como Dios manda), acaba por dar a su suegro en fauces de un cocodrilo, llegando a convertirse él mismo en Rey de la Carne: así, en un plis plás. De pena. Visto y no visto.

En fin, que la contaría toda, con esfuerzo, si pudiera hilvanar los recuerdos deshilachados que deja semejante truño -uy, perdón, quería decir guión- que el señor Baz Lurhmann se ha sacado de la manga (¡alehop!) en su arrogante pretensión de dar carpetazo a Gone with the Wind (que, por cierto, los de TVE, con muy mala leche, programaron estos días en España), siendo así que ni Faraway Downs se parece ni por asomo a Tara, ni nada de lo visto el pasado sábado 27 de diciembre en "mi cine" produce otra cosa más que aburrimiento y estupor por el atrevimiento.

Avisados quedan: si quieren historia romántica larga y duradera, vayan a Tara.

En definitiva, pues, mala elección la de este cinéfilo para despedir el año, un año que, sinceramente, no ha sido pródigo en obras interesantes, en mi humilde opinión.


Aprovecho para desear a todos una buena entrada de año 2009 y que sea mejor que el que hoy abandonamos.




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diumenge, 28 de desembre del 2008

Examen de Cinefilia (parte XII)



Con los avatares de estas fechas, casi se me olvida la presentación a todos los queridos examinandos y examinandas de la prueba que cierra el año.

Por suerte, un vistazo al calendario me ha recordado mi obligación y heme aquí, presto, para proponer un nuevo cuestionario con el que podamos comprobar que tal vamos de cinefilia.

Visto que el oído de los ilustres seguidores todavía no está muy afinado, volveremos a las pistas visuales, que parecen tener mayor aceptación.

Así, véanse con calma y por el orden pre establecido una serie de videos que tras agotadoras sesiones de youtubismo he hallado a modo de pistas para averiguar la identidad de una persona célebre en el mundo cinematográfico por su fecunda labor desarrollada.

¿Preparados?

Vamos allá:


Pistas para sobresaliente:


Sabrina (1995):[ver]


Ocean's Eleven (1960) [ver]

A song is born (1948) [ver]


Pistas para notable:

Casino Royale (1967)[ver]


The Bishop's Wife (1947) [ver]

Emil und die detektive [ver]

¿Alguien se ha dado cuenta que todas las películas citadas tienen más un vínculo común? Uno de los vínculos es la palabreja "remake".... no, por nada...

Pistas para aprobado:

Ninotchka (1939) [ver]

Ball of Fire (1941) [ver]

Midnight (1939) [ver]


Pista de consolación (o sea, suspenso): [ver]


Espero que, por lo menos, aunque no se haya aprobado, se haya pasado un buen rato.

La solución, de tan fácil, la dejo para otro.... dia.... ¿o no?







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divendres, 26 de desembre del 2008

ESD 6 Summer of 42




Hace pocos días despedíamos a Robert Mulligan, cineasta muy interesante y casi olvidado por desgracia en la actualidad.

Un director que siempre me ha parecido muy interesante, con algunas películas que han calado muy hondo en los cinéfilos ya veteranos; en dos ocasiones hasta ahora ha aparecido por aquí: en La Noche de los Gigantes y en Verano del 42

En ambas, Robert Mulligan ofrece clara muestra de su habilidad de contar simplemente de forma visual; no me ha sido posible hallar ningún trozo de la primera, por lo que, aún siendo una repetición en este bloc, creo que no desmerece insertar en esta pequeña sección y a modo de homenaje esa escena de romántica seducción que pertenece a la memoria cinéfila de quienes, entonces, éramos más jovenes que ahora:






Evidentemente, igual cabida tendría en la sección de momentos musicales imperecederos...




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dimecres, 24 de desembre del 2008

Feliz Navidad, Willie




Engaña: desde el principio, engaña: [ver]



Willie (Billy Bob Thornton) es un perdedor: mientras todos están celebrando las fiestas navideñas, bebe solitario, meditando agriamente acerca de su vida, por la que tiene poco aprecio. Su única cualidad parece ser reventar cajas de seguridad y está harto de la vida que lleva. Bebe para olvidar: de hecho, bebe para olvidarse a sí mismo.

Willie se gana la vida dando un golpe al año: en compañía de su compinche Marcus (Tony Cox ), un enano negro con muy malas pulgas, cada Navidad se presentan en un centro comercial importante y desarrollando una pantomima de Santa Claus y su elfo: [ver]


En su estancia, averiguan los resortes necesarios para limpiar la caja de caudales en la nochebuena. Y así, hasta el año siguiente, porque los robos son cuantiosos.

Terry Zwigoff se apoya en un guión muy original y bastante sólido escrito al alimón por Glenn Ficarra y John Requa, en lo que parece ser una comedia sarcástica, procaz e irreverente titulada Bad Santa, rodada en 2003, presentada en España con el mismo título al año siguiente.

Billy Bob Thornton con su especial voz y dicción da cuerpo a un individuo que prácticamente toda la película se halla vestido cual epónimo de Santa Claus, ese ser mitológico que reina en los tiernos corazones de los niños anglosajones, pero que se conduce como un verdadero antónimo de la esencia bondadosa del mito: bebe, fuma, blasfema, se expresa mediante tacos y procacidades varias y diversas y se comporta como un fauno libidinoso.

La apariencia formal de una farsa irreverente la mantiene de forma muy hábil Zwigoff durante todo el metraje, pero, visto el conjunto detenidamente, con calma, se observan apuntes continuos que la contradicen: la música que se oye apunta claramente a un sentimiento amoroso: es sensible y delicada, amén de culta y uno, al oírla, no puede menos que preguntarse ¿qué me están contando?

La crítica de la sociedad estadounidense actual aparece de forma feroz en los prejuicios y miedos hipócritas que se manifiestan en el personaje del gerente de los grandes almacenes, Bob Chipeska (John Ritter, muy eficaz, en su actuación póstuma), que deberá confiar sus cuitas a su jefe de seguridad, el taimado Gin (Bernie Mac). De hecho, Bob se preocupa porque ha pillado a "Santa" haciendo el amor en los vestuarios de tallas grandes con una desconocida; está Bob más preocupado por la mala fama que puede acarrear un mal sujeto que por el robo que contra él se ufanan en preparar Willie y Marcus.

Zwigoff nos presenta a un pésimo simulacro de Santa Claus que resulta ser un borrachín iracundo y libidinoso, que trata mal a los pobres niños, ilusionados con los regalos que esperan les deje en la nochebuena.

Tampoco los demás adultos se comportan como uno esperaría en personas normales: algunos nos sorprenderán negativamente y otros positivamente, como la guapísima camarera Sue (Lauren Graham) que aparenta un fetichismo ninfomaníaco que devendrá en instinto maternal; nada parece encajar donde debiera en una trama que alterna la urdidumbre de un robo con cuestiones personales, casi íntimas.

Pero aparece un niño (Brett Kelly) que se convertirá en el pivote alrededor del cual la historia girará copérnicamente: un niño que sufre abusos de sus compañeros, que se mofan de él; un niño solitario, en el que el desesperado Willie reconocerá rasgos de su desdichada infancia; un niño que tiene en su mano la clave de la película, con una frase demoledora, que nos hará tocar de pies en el suelo y nos hará entender que, bajo las formas de una comedia gamberra, Zwigoff, con buen ritmo y manteniéndose en la clásica duración de hora y media, ha sabido ser irreverente al máximo, nos ha hecho reír, nos ha sorprendido, pero, sobre todo, ha presentado una fábula moral apropiadísima para los días del año en que vivimos.

Las películas, como todas las cosas, a veces no son lo que parecen...


Trailer : [ver]




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dilluns, 22 de desembre del 2008

La mala influencia de Ron





Ron Howard es un hombre apegado al cine desde su más tierna infancia: actor infantil, director y productor, ha sabido culebrear en sus cincuenta y dos años de actividad cinematográfica (empezó, bebé de dos años, en 1956) y conseguir ganar montones de dinero.

Como actor no pasó -no pasa- de aceptable y como director y productor se caracteriza más por ganar dinero a espuertas que por la calidad de sus obras.

Su último éxito en pantallas españolas fue El Código da Vinci y está próxima a estrenarse su visión particular de los avatares de Nixon

Este comentarista, dueño del bloc, no tiene reparo alguno en aclarar que, en mi modesta opinión, nada de lo que toca Ron Howard alcanzará la gloria eterna del cinéfilo exigente.

Supongo que el maldito dinero es el que ha promovido, causado y originado que un cineasta de mayor talla como Clint Eastwood se haya asociado con Ron Howard para realizar una película que, vista en riguroso multi-estreno nacional el pasado viernes diecinueve de diciembre, no ha llegado a colmar las esperanzas de asistir a la exhibición en pantalla grande (de las de verdad) de una nueva obra imperecedera de uno de los mejores cineastas de la actualidad.


El trastabillante Ron ha conseguido, me temo, que Clint Eastwood tropezara un poco con el desarrollo de una historia que, a priori, tenía todas las de ser un acierto en la paupérrima pantalla de este casi finiquitado año 2008.

Basada en una historia presentada como real, la trama ideada por J. Michael Straczynski malbarata una idea estupenda con unos diálogos pobres que convierten en planos la mayoría de los personajes que transitan por la última película estrenada de Clint Eastwood, El Intercambio (Changeling, 2008 )

Vista, uno tiene la impresión que ha asistido a un fantástico castillo de fuegos artificiales, un lujosísimo envoltorio que durante dos horas y veinte minutos nos fascina por la forma pero que, acabado el último petardo, queda en humo.

La técnica cinematográfica de Clint Eastwood ya depurada desde hace años y decantada en un clasicismo intemporal, nuevamente nos deja boquiabiertos por la precisión y sencillez narrativa que parece estar solo al alcance de algunos grandes cineastas en cuyo grupo Eastwood entró hace tiempo; la colocación de la cámara es simplemente perfecta; la fotografía, adecuadísima, sobresaliente en el recuerdo, como debe ser; y el ritmo otorgado a la acción, ajustado milimétricamente. Todo ello, fruto de la dirección sabia de Eastwood con la inestimable intervención de sus habituales colaboradores Tom Stern, Joel Cox y Gary Roach.

Otro tanto ocurre con el sobresaliente departamento de maquillaje y caracterización, regido por la también habitual Tania McComas, una labor encomiable que consigue convencernos, junto con Patrick M. Sullivan Jr., Director Artístico, que nos hallamos en la época de los años treinta de la ciudad de Los Angeles.

Incluso la música, compuesta por el propio Clint Eastwood y arreglada por su amigo Lennie Niehaus, es apropiadísima a la narración:

Changeling (Main title) [escuchar]




La trama se sustenta en la historia verídica de una mujer, Christine Collins (Angelina Jolie) que, tras el abandono de su marido, vive sola con su hijo. El chico desaparece misteriosamente de su propia casa un sábado en que la madre debe trabajar y a partir de ese momento empiezan una serie de hechos que alterarán trágicamente la vida de la Sra. Collins, que se verá ayudada por el Reverendo Gustav Briegleb (John Malkovich), pastor presbiteriano que tiene iniciada una campaña -casi una cruzada- encaminada a sacar a relucir los múltiples defectos de la Policía de la ciudad de Los Angeles, dirigida por el Jefe de Policía James E. Davis (Colm Feore) secundado por el Capitán J.J. Jones (Jeffrey Donovan)

Evitando los llamados spoilers, dejaremos de lado los detalles de una trama que a partir de lo contado, siquiera una sinopsis, se irán desarrollando a lo largo de esas más de dos horas de película que se supone pretende tomar el camino de antecedentes como L.A. Confidential o la más reciente Gone, baby, gone , en las que se pone en tela de juicio los modos operativos de las fuerzas policiales.

Sin embargo, la profusión de líneas argumentales que derivan del punto de partida inicial, aún siendo interesantes como partes conformadoras de un todo, mosaico que quiere reflejar una actitud y un modo de hacer rechazado por la sociedad, nunca llegan a emocionarnos; el espectador se queda asombrado por la magnificencia de la forma y la munificencia del detalle, pero lo que más nos interesa, los personajes, están a un nivel notablemente inferior: en parte porque el trazo grueso del guión no sabe profundizar en los sentimientos e intenciones de aquellos que veremos debatirse y en parte porque la elección de la protagonista, una Angelina Jolie que se muestra esforzada y muy bien caracterizada, carece de la fuerza necesaria para transmitir el amargo trance que sufre su personaje, esa Sra. Collins a cuyo alrededor gira toda la película: un regalo para cualquier actriz, una oportunidad para alzarse con una interpretación inolvidable: una pérdida para el cine en general, ya que la Jolie no tiene esa fuerza interior, esa llama en los ojos que nos penetre y nos haga partícipes de su sufrimiento.

Una pena: estoy en mi derecho de creer que la intervención de Ron Howard como productor ha promovido la participación de la mediática Jolie en busca de un taquillazo y el resultado ha sido una frialdad que en nada ayuda a que esta película pueda alcanzar el lugar que, a priori, todo cinéfilo le guardaba, máxime cuando se estrena a finales de un año tacaño en grandes películas. Porque no podemos dudar de la cualificación de Eastwood como buen director de actores y actrices: a la vista está su currículum vítae al respecto.

El resto del elenco cumple sin maravillar con su cometido, quedando una vez más pendiente del notable la composición de Malkovich en un papel corto y mal escrito, resultando encomiable el trabajo realizado por Jeffrey Donovan como el artero Capitán de la Policía Jones: en cada confrontación con la Jolie, se la come enterita.

La sensación al abandonar la sala de cine es haber asistido a la proyección de una película formalmente maravillosa, bien contada, pero desangelada en lo que concierne a los personajes que no llegan a emocionarnos: en ningún momento la angustia trasciende al patio de butacas ni la ira por la injusticia rozará nuestro corazón. Queda como un ejercicio algo impersonal, falto de esa garra a la que Clint Eastwood nos ha acostumbrado en los últimos años. Un traspié quizá necesario para recabar fondos con los que acometer una obra más personal, como la esperada Gran Torino

Aún así, recomendable; más, aún : de visión obligada para cualquier cinéfilo consecuente con su afición, porque, probablemente, la señorita Jolie habrá conseguido por fin entrar en la quiniela de los Oscar a entregar dentro de unos meses.... aunque no lo merezca, en mi opinión.


Changeling (End Title) [escuchar]






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divendres, 19 de desembre del 2008

Secundarios de Lujo (8)










Nacida en 1916 en Joliet, Illinois, Carlotta Mercedes Agnes McCambridge y fallecida en California en 2004, la que conocemos como Mercedes McCambridge empezó, gracias a su sobresaliente técnica vocal, como actriz de radio; allí trabó conocimiento con el Mercury Theater liderado por Orson Welles.

Trabajó en los teatros de Broadway con éxito, y, como es natural, Hollywood la reclamó.

Su primera actuación para la gran pantalla se produjo en 1949, con un papel de carácter -y nunca tan ajustada la expresión- que le valió el Oscar a la mejor actriz secundaria, en

All the king's men (1949) [ver :]




Su físico, rostro de rasgos acusados alejado del canon de belleza femenino, la encasilló de alguna manera en personajes femeninos fuertes, mujeres con carácter, capaces de liderar a los hombres a su antojo, como demostró en una actuación inolvidable en

Johnny Guitar (1954) [ver:]



Haciendo gala de amistad con Orson Welles, aparece en lo que ahora se llamaría un cameo, como también hizo Joseph Cotten, en otra obra maestra:

Touch of evil (1958) [ver:]




Trabajó tanto en el cine como en la televisión, alternando siempre con el teatro, y una de sus intervenciones más desconocidas, pues no se reconoció en los títulos de crédito hasta pasados treinta años, fue aportando su voz al demonio poseedor de

The Exorcist (1973) [ver:]




Una buena actriz, capaz de robar -por la fuerza- cualquier escena a cualquier actor de prestigio. Una presencia imponente, una voz magnífica.



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dimecres, 17 de desembre del 2008

Esto es el acabose





Esta frase hecha que encabeza la tengo grabada desde mi más tierna infancia: la aprendí de un amigo de la familia, natural de Mojácar pero afincado desde la forzosa emigración hasta su fallecimiento en Catalunya.

El amigo Damián, con su peculiar acento, cuando yo, chiquillo, le explicaba alguna increíble barrabasada, se reía y decía: "Esto es el acabóse" (así, acentuando mucho la "o")

Me ha venido la sugerencia mientras me devanaba los sesos pensando en qué título convenía al comentario de hoy. Y me parece muy ajustado, la verdad.

Porque quiero referirme al último mega-estreno-súper-multitudinario al que he asistido, nada más y nada menos que el remake de una gran película a la que dediqué el segundo comentario inicial de este bloc.

En diversas ocasiones he manifestado mi aprensión a esos estrenos mundiales que se exhiben sin pudor en todo el orbe el mismo día.

Que en mi pueblo, con un solo cine (de pantalla enorme, eso sí) este fin de semana se haya preferido obviar olímpicamente el estreno de My Blueberry Nights prefiriendo acatar los inescrutables designios de la industria hollywoodiense, que cada día va de mal en peor, me preocupa; tanto, como el observable declive de las ideas originales en la cin
ematografía estadounidense, más preocupada por una supuesta rentabilidad económica que por atender la verdadera esencia del denominado Séptimo Arte, aquejado de un ombliguismo exagerado que se pervierte a sí mismo empeñándose en "mejorar" películas añejas que constituyen patrimonio artístico mundial, ideas redondas que no precisan aditamentos más allá de una buena edición en dvd para que las nuevas generaciones puedan disfrutar del cine de ayer como si fuera de hoy y para que los cinéfilos nostálgicos puedan engrosar sus estanterías de buenos recuerdos.

Ignoro quien pudo haber sido el imbécil que tuvo la genial idea de rehacer una película mítica por derecho propio, pero, fuera quien fuera, no me extraña nada que, para rizar el rizo, contratara al señor Scott Derrickson (del que se rumorea, se comenta, va a escribir el nuevo guión de The Birds) a fin de que dirigiera la novísima y ultramoderna versión de Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 2008 ), para demostrar de una vez y por todas que en Hollywood son tan lelos que, además de no saber rodar películas con ideas nuevas, han perdido la gracia de rehacer viejos éxitos dando una vuelta de tuerca más a una buena idea, como ya hicieron en su día maestros de la talla de Howard Hawks, Sir Alfred Hitchcock y Billy Wilder.

Elegir como protagonistas al impávido Keanu Reeves (que parece de cartón piedra), a la sosainas Jennifer Connelly y al vástago de última hornada Jaden Smith como niño repelente al que dan ganas de agarrar y meter en un internado en el Tibet para que, por lo menos, le arreglen el pelo, no es más que consecuente con la idea original
de base.

Antes de entrar a saco en el comentario con el mismo respeto que los autores y componentes de ese truño muestran con el original, es decir, trufando el comentario de detalles que puedan mermar su visionado, vean una...

pausa publicitaria: [ver trailer]



Por si no ha quedado claro:

vienen los "spoilers"; advertidos quedan. [leer más]


Rehacer una película de prestigio debería ser una especie de rutina para directores noveles con una máxima: el guión ni tocarlo y rodar las escenas de acción con los medios y efectos especiales al alcance de la mano, así como procurar que los intérpretes no estropeen nada.

Tres requisitos imaginarios que Derrickson y sus secuaces se cuidan de olvidar en la creencia que todo es posible.

El guión da muestras de flojera desde la primera escena, totalmente inútil e innecesaria, sin continuidad: veremos a un hombre, supuesto montañero alojado en una rústica tienda de campaña en los montes de la India (creo recordar, pero no estoy muy seguro, ni maldita falta que hace la precisión), allá por el año 1928, según aparece sobre impreso: tiene las facciones de Keanu Reeves (los gestos no, porque ya sabemos que no gesticula nada) y, de repente, en plena noche, oye un ruido y se va, cruzando una ventisca, hasta encontrar una esfera luminosa; se desmaya, le queda un sarpullido en la mano, y ¡tachán! la acción se viene al año 2008.

Una escena perfectamente inútil que no sirve para nada, seguramente por un error material de rodaje, al equivocarse de actor, como luego se verá.

La Dra. Helen Benson (Jennifer Connelly ) es una especialista en microbiología austronáutica -o algo así- que vive con un repelente niño afroamericano con un pelo que parece sacado del póster de ¡Hair! interpretado por el enchufadísimo Jaden Smith , orgullo de su papaíto. Está claro que no son madre e hijo biológicos: el crío no la llamará "mamá" hasta casi el final, cuando empiece a darse cuenta del follón en que ambos están metidos, con la humanidad entera.

A la Doctora la secuestra un grupo supersecreto cuando se disponía a preparar unas verduritas para la cena y la meten en un helicóptero lleno hasta los topes de los más privilegiados cerebros de U.S.A., porque parece que una esfera se aproxima a nuestro planeta a una velocidad asombrosa y el punto de aterrizaje será, como no, el Central Park, en pleno Manhattan. Muy original todo.

Hay que reconocer que el aspecto visual está trabajado por Derrickson con la ayuda de la fotografía de David Tattersall , ofreciendo una atmósfera sombría que rodea toda la historia; los efectos especiales son adecuados, sobresaliendo la recreación digitalizada de Gort, convertido en un cíclope.

Pero la dignidad del envoltorio no deja de empañarse cuando se deshace el lazo y uno se encuentra con que dentro del envoltorio no hay nada interesante.

El guión escrito por David Scarpa falla estrepitosamente tanto por su falta de fuerza en las situaciones como por la carencia de una lógica interna que hilvane la trama.

Siguiendo el esqueleto de la narración ideada por Edmund H. North , Scarpa añade elementos que enturbian el ritmo de la acción y ayudan a confundir. Se nos hurta una explicación plausible del origen de Klaatu, que por la escena inicial relatada da la impresión de ser un abducido, cuando no es así, tanto como la identidad de Gort, rebajando su importancia perfectamente delimitada en el original.

Lo que en 1951 era una visita de cortesía para advertir a la humanidad del peligro inminente de autodestrucción por el uso de la fuerza atómica, se reconvierte en una especie de advenimiento de un nuevo diluvio que pretenderá salvar al globo terráqueo y a todas sus especies, menos una, precisamente la que lo está destrozando. El mensaje queda confuso por poco identificado; su carácter ecológico es débil, apenas insinuado. La profusión de escenas de acción, nada destacables, lo minimiza.

El protagonista, Klaatu, alberga dentro de sí las mayores contradicciones. Si en la película original su apariencia humana le proveía las limitaciones lógicas, en la presente, después de resultar herido, demuestra unos poderes sobrenaturales que chocan en la lógica interna del personaje: resultará que una mínima porción de su envoltorio extraído (una amalgama biónica semejante a una placenta -dice la Dra., al examinarle, herido-) que la protagonista se guarda en un potecito, tendrá virtudes curativas inconcebibles, capaces de conseguir la resurrección de un policía; además, Klatu será quien, haciendo gala de unas dotes mentales sobresalientes, dirigirá el curso de la huida, hasta encontrarse en ¡un McDonalds! con un congénere de apariencia asiática a quien recrimina no haber remitido ningún informe en setenta años.

Esa escena, ilógica e innecesaria, remite a la inicial, con el impagable error que el actor que interpreta al "residente en la Tierra" no tiene las facciones de Keanu Reeves, siquiera avejentado, como hubiera sido más lógico, enlazando con el inicio y dando a entender que esa civilización estelar lleva tiempo observando a los humanos. Es el "residente" quien asegura que los humanos somos complejos y que merecemos una oportunidad, mientras Klaatu asegura que, visto lo visto, no hay alternativa a la extinción. El "residente", por amor a los humanos, declara preferir extinguirse con nosotros a volver a su planeta.

La trama varía respecto a la original en un ocultismo que contraría la importancia de los medios de comunicación: el pueblo llano en la original era consciente de la visita de los extraterrestres, motivando que unos mostraran confianza y otros desagrado y miedo a lo desconocido. En la presente, la Administración, representada por la Secretaria de Defensa de los U.S.A. (Kathy Bates, que gran actriz con tan mala suerte), se cuida de intervenir para ocultar a la sociedad la realidad de los hechos que afrontarán de forma bélica que deviene en infructuosa. (No deja de ser curioso que en el cine U.S.A., no hay piedad en dejar a sus gobernantes como verdaderos inútiles: algo es algo.)

Lo que en la original era un apunte a la superación de los peores instintos humanos al someterse voluntariamente a un ente artificial -Gort como ejemplo- cuya teoría, apenas apuntada, podría debatirse con mayor profundidad en una revisión de la trama, por su carácter atentatorio al libre albedrío y su inclinación a un autoritarismo no deseado, queda en agua de borrajas diluida en una cinta en la que prima la acción sobre el mensaje, resultando salvífica para la humanidad la visión de madre e hijo adoptivo reconciliándose sentimentalmente en el último momento de pánico, cuya sensiblería fácil acaba por modificar la decisión tomada por Klaatu, quedando en nada.

De este modo, el interrogante abierto final de la predecesora, que somete la cuestión a la humanidad avisada de su conducta, se empaña, se oculta, dando la sensación, semejante a la última película de Mr. Night Shyalaman , que todo ha sido fortuito, y que ya ha pasado.

A la flaqueza del guión, deslavazado, se unen las paupérrimas interpretaciones del terceto protagonista: Keanu Reeves sigue emocionalmente ausente; su falta de expresividad, que podría ser conveniente a un personaje no humano y carente de los sentimientos que nos son propios, queda en una mera caricatura, dando la sensación de ausente de la supuesta autoridad moral o ética de quien dispone en su mano el destino de la humanidad como especie; por su parte, Jennifer Connelly pone cara de susto y de no entender nada; y el que remata la función es el niño Smith (aunque quizás su actuación sea la más sincera) como niño realmente malcriado, insolente metomentodo, insufrible; sólo viendo al niño como guardián del futuro del planeta, ya dan ganas de extinguirlo.

Nada queda, pues, de las líneas maestras del inmarcesible original: no existe más que pánico desinformado, acción, alboroto, siquiera un pelín de suspense, ni comunicación clara de un mensaje subliminal que nos advierta de lo mal que cuidamos el planeta, apenas pronunciado en cuatro frases precipitadas.

Queda en la mente y la memoria del cinéfilo la ineludible comparación con el precedente y la sensación que la falta de ideas nuevas en la industria cinematográfica promueve esta moda geométricamente progresiva de ofrecer nuevas versiones de clásicos amañadas como simples cintas de acción, que, en el caso de temáticas próximas a la ciencia ficción, resultan turbadoramente pervertidoras del trasfondo primigenio del género: tratar problemas de hoy bajo la apariencia de un futuro lejano. Son esos productos actuales meros espectáculos circenses con red, sin riesgo ni valor, buscando una taquilla palomitera que engrose las arcas de la industria y sus cómplices. Una pena.


Háganme caso: ahórrense el trámite y consigan el dvd de la original.


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dilluns, 15 de desembre del 2008

MM 18 Casablanca





Cualquier cinéfilo sabe de las vicisitudes que rodearon el rodaje de Casablanca, esa película que alcanza el mito por casualidad, raro ejemplo de éxito inmerecido si nos atenemos a la constante improvisación: el guión se iba escribiendo sobre la marcha, los actores no sabían como iba a acabar la historia de amor y da la sensación que el único que tenía las cosas claras era el grandísimo compositor Max Steiner, que alumbró dos momentos musicales que ya pertenecen a la memoria colectiva:

El inesperado encuentro de dos amantes:

(As Time Goes By)



Y el uso de la música como reivindicación política afirmativa del orgullo del oprimido por las circunstancias:

(La Marseillaise)




Inolvidables.



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divendres, 12 de desembre del 2008

El Principe de las Basuras


Dando tumbos por ahí, buscando, escarbando en la red, he dado con una pequeña joya, algo que se me apareció de repente, cuando buscaba otro material.

En medio de productos de muy diversa calida
d, fue una sorpresa agradable comprobar cómo de la mente de un joven sevillano, Francisco Antonio Peinado, con la colaboración muy estimable de un grupo de amigos, surge una historia muy bien ideada y mejor contada sirviéndose de las técnicas de la animación, confeccionando un cortometraje que, al documentarme, descubre mi supina ignorancia al respecto al tiempo que me deja más que asombrado, pasmado, por la colección de galardones que ha recogido en su corta andadura por festivales y certámenes:




Una historia muy intensa condensada en menos de diez minutos, un mensaje un tanto desolador, un grito, un alarido que pretende y consigue alertarnos contra la intransigencia y la violencia que suele llevar implícita.

No hay de momento el video en youtube ni en ningún alojamiento al uso -sólo un trailer que nos ahorraremos- pero sí puedo ofrecer dos enlaces a los que el curioso y atento lector podrá acudir para visionar el cortometraje:

Uno corresponde a TVE.

Y el otro, a una web especializada.


Para saciar la curiosidad que pueda despertarse tras el visionado, nada mejor que acudir a los siguientes enlaces:

Página oficial del cortometraje El Príncipe de las Basuras


Blog del autor, Francisco Antonio Peinado


Y una entrevista al autor, en Animaholic.


Imprescindible para aficionados al cine de animación y para todos aquellos que piensan que de España no pueden salir productos de calidad, para salir de su error.




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dimecres, 10 de desembre del 2008

Cruzar la calle






The Story [escuchar]



Los misterios del negocio de exhibición cinematográfica en España son inescrutables.

Presentada el veintisiete de octubre de dos mil siete en el Festival Internacional de Valladolid, no será hasta pasado mañana, doce de diciembre de dos mil ocho, que el cinéfilo español pueda ver en sala de cine la penúltima película dirigida por Kar Wai Wong , ese cineasta chino que se oculta tras unas sempiternas gafas de sol.

My Blueberry Nights, 2007 , cuyo título de exhibición en España desconozco, suponiendo que los ilustres -y muy vagos e ineptos- exhibidores hayan decidido además otorgarle alguna de sus muy habituales pifias, por fin, más de año y medio de su presentación mundial en en el Festival de Cannes, va a poder ser vista en pantalla grande en España.

Los que han querido verla, como este comentarista, sin esperar tanto, han podido incluso adquirir el dvd a precio inferior a la entrada de cine.

Misterios insondables, está claro.

A lo que vamos: para una vez que puedo comentar un pre-estreno, me cuidaré muy mucho de no entrar en detalles que puedan desvelar nada importante acerca de la trama, como es obvio, so pena de recibir exabruptos merecidos.

Quienes ya conozcan parte de la filmografía anterior del cineasta chino, no precisarán que se les diga que, de nuevo, Wong da muestra de su extenso conocimiento del lenguaje cinematográfico.

La conjunción entre la música y la imagen es una "marca de la casa" y en esta ocasión, además, Wong ha citado a dos intérpretes femeninas, cantantes, para que aportando su bella voz en sentidas canciones, además, actúen.

Elizabeth (Norah Jones , en su primera película) es una chica joven que vive en Nueva York: un buen día, mejor una buena noche, decide que cruzará la calle, partiendo del bar que regenta un británico afincado en N.Y., un tal Jeremy (Jude Law ).

Cruzar la calle es sencillo, siempre que se tome la dirección más corta. Pero Elizabeth decidirá tomar el camino más largo, para retomar el pulso roto de su vida, y para ello dará la vuelta al país.

Try a Litle Tenderness [escuchar]


Wong usa la elipsis muy bien: es un narrador nato, un cuentista cinematográfico que se dedica a escudriñar los sentimientos humanos alrededor del amor, la vida y la muerte y, en un viaje que tiene algo de iniciático y de búsqueda de uno mismo, sin grandes aspavientos nos va mostrando el avance interior de su protagonista.

Uno mira la película y se asombra de lo fácil que parecen las imágenes creadas por Wong, cine clásico ya inventado, brillante y efectivo a un tiempo; sin temor alguno, el director nos demuestra que con imágenes se puede contar una historia.

Corre el bulo que Wong apenas tiene guión escrito y puede que así sea, ya que no hay frases de excepcional calidad y los diálogos son cotidianos.

De lo que no hay duda es que seguro que el guión técnico lo tiene muy estudiado, porque su forma de contar la historia, fiel a su estilo ya conocido, es efectiva. El uso de una fotografía más que correcta, con unos colores precisos y una variedad de planos adecuadísimos demuestra que Wong sabe lo que quiere y también sabe cómo tiene que contarlo para que el espectador atento vaya metiéndose en la historia: retazos de una vida que se cruza con otras, en episodios que se suceden en una "road movie" clásica,

Atentos a la actuación de David Strathairn que da todo un recital de primera clase.

Yumeji's Theme [escuchar]


El tránsito de Wong del cine oriental al occidental, sin renunciar a sus raíces, nos permite comprobar que además de saber mover y emplazar -sobre todo emplazar- la cámara como pocos, también es un gran director de intérpretes, porque sirviéndose de actores occidentales, con otra escuela, y confiando el papel principal a una primeriza, el resultado es más que aceptable.

Con una duración de poco más de hora y media, provista de un ritmo pausado pero continuo, sin sobresaltos ni acción desaforada, la trama va discurriendo ofreciendo distintos aspectos relacionados con el amor: que muere, que nace, que acaba, que se descubre y que empieza de nuevo.

The Greatest [escuchar]


Si les apetece una historia romántica, no dejen de tomar un trozo de ese pastel de arándanos, con una pizca de helado: seguro que no olvidan su sabor...



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dilluns, 8 de desembre del 2008

Secundarios de Lujo (7)








Nacido en Brooklyn el día 7 de diciembre de 1915, hijo de judíos que creció en un vecindario eminentemente italoamericano, Eli Wallach acaba pues de cumplir noventa y tres años y, después de una larga carrera como actor de teatro y de cine, todavía se halla en activo.

Empezó en 1945 en los escenarios de Broadway, consiguiendo apenas seis años más tarde el premio Tony por su interpretación en La Rosa Tatuada de Tennessee Williams.

Su primera película para el cine, después de haber intervenido en algunos episodios en la televisión, se basó en otra obra de Tennessse Williams, Baby Doll, dando figura y voz a un vengativo seductor :

Baby Doll (1956)



Dos años más tarde, demuestra su capacidad de resultar siniestro y sin escrúpulos:

The Lineup (1958)



Actor que por su larguísima trayectoria vital y cinematográfica es conocido por muchos cinéfilos, puede contar anécdotas de las más grandes estrellas y directores, pues se ha codeado con los mejores:

The Misfits (1961)



De no haber sido por su enorme talento, fácilmente hubiera quedado encasillado por el enorme éxito de la serie de spaghetti westerns rodados en Almería bajo la batuta de Sergio Leone, incorporando al taimado Tuco:

El bueno, el feo y el malo (1966)



Precisamente, hace un par de años tuvo la gentileza de trasladarse de nuevo a Almería para asistir a la presentación de un libro sobre su figura:

Eli Wallach en Almería (2006)



Merece los aplausos y parabienes, porque su excepcional longevidad en activo y su forma de entender la vida es un ejemplo de profesionalidad y entereza.

¡Feliz cumpleaños, Eli!


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divendres, 5 de desembre del 2008

Corazón y Cerebro














Aunque usamos con frecuencia el término "corazonada" para significar un presentimiento, una intuición, según aseguran los científicos, los mecanismos de aprehensión se producen gracias a las neuronas que, dicen, algunos tienen en el cerebro.

Esa afirmación científica choca frontalmente con algunos sentidos o, mejor, sentimientos, como la alegría ("de mi corazón"), la pena ("de mi corazón") o el amor ("de mi corazón")

Dicen los médicos que el corazón es sólo un músculo, importantísimo, pero músculo al fin y al cabo.

¿Seguro que es así?

¿Seguro que quien nos rige es el cerebro?





El cerebro, a veces, falla más que el corazón...

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dimecres, 3 de desembre del 2008

Barack Obama se lo debe



Hace ya más de un año que dediqué unas palabras a una película muy famosa en su tiempo, En el Calor de la Noche (In the Heat of The Night) , que en la convulsionada década de los sesenta presentaba como héroe a un estadounidense de raza negra, cuando el movimiento social en aquel país ofrecía día sí día también, panoramas callejeros plenos de disturbios por las legítimas reivindicaciones de igualdad de oportunidades encabezadas por distintos líderes negros.

Muchas han sido las películas que han tratado el tema de la discriminación racial desde diferentes ámbitos, presentando la lógica igualdad de derechos como base de la trama, por encima de la condición de pertenencia a una raza humana.

Ha llovido mucho desde entonces, y, aunque aparentemente la sensación es que se han superado todas las barreras, la reciente elección del mandatario máximo de los U.S.A. y su condición de mestizo, así como su nacimiento en el año 1961, me ha suscitado una serie de reflexiones que, cinéfilo al fin y al cabo, han terminado en la revisión de una cinta del mismo año que la referida, 1967, película en la que intervino también el entonces apuesto galán Sidney Poitier, apenas dos meses después del rodaje de la anterior.

El cineasta Stanley Kramer, productor y director de reconocida fama, sin llegar a cotas de maestría, sí ofreció a lo largo de su carrera algunos títulos muy interesantes; en varias ocasiones trabajó con el excelente guionista William Rose y, a mediados de los sesenta, observando los avatares de la sociedad en que vivía, no pudo menos que afrontar el problema racial, de máxima y rabiosa actualidad en la época, y lo hizo mediante una disección amable en la forma pero punzante en el fondo, llamando a colación a una serie de viejos amigos para producir y rodar un canto a la igualdad racial en Adivina quien viene a cenar esta noche (Guess Who's Comming to Dinner, 1967)

Aparte del amigo Rose, Kramer llamó al muy liberal actor Spencer Tracy y se confabuló con Katharine Hepburn hasta el extremo de reducir sus salarios para poder contar con la intervención de Tracy, a la sazón muy enfermo, cuya participación se cuestionaba por la compañía productora.

Para que todo quedara como en familia, Kate además se trajo consigo a su sobrina Katharine Houghton para que interpretara el papel de la joven Joey Drayton, detonante de toda la historia:

Joey es una chica de veintitrés años, hija de un editor de un periódico de ideología liberal y de una galerista de arte: una familia acomodada que vive en San Francisco.

Se inicia la película viendo la llegada al aeropuerto de San Francisco de un vuelo procedente de Haway: una joven pareja, a todas luces enamorada, radiantes de amor el uno por el otro, toman sus maletas y sonrientes se introducen en un taxi; el conductor le mira por el espejo retrovisor y se queda asombrado al ver como se besan apasionadamente: se queda estupefacto, porque la chica, preciosa, es blanca, y él, negro.

Ambos debaten cariñosamente la oportunidad de presentarse sin previo aviso a los padres de ella; mientras él duda del efecto que les producirá el anuncio de su inminente matrimonio, ella asegura que no habrá problema.

Kramer se vale del prodigioso guión de Rose,( que consiguió el Oscar en un año disputadísimo) para debatir de forma profunda y sutil a un tiempo la cuestión racial.

Los padres de Joey, Matt (Tracy) y Christina (Hepburn), son una pareja acomodada de pensamiento liberal, que siempre han educado a su hija en el principio de que todos somos iguales, sin distinción ni de raza ni de sexo.

Esos principios de igualdad son fácilmente asumibles para cualquiera: incluso, el manifestarse en contra de los mismos es una cuestión casi que contra corriente, impúdica: pero Kramer nos pregunta: ¿hasta qué punto?

Y lo hace valiéndose del personaje del mejor amigo de la familia, Monseñor Ryan (Cecil Kellaway, justamente nominado para el Oscar al mejor actor secundario), que hace las veces de Pepito Grillo, de voz de la conciencia que su agnóstico amigo Matt asegura no tener, poniendo sobre el tapete la cuestión:¿hasta qué punto eres un liberal antirracista? ¿hasta que tu hija te diga que va a casarse con un negro?

Hay además en la trama otra cuestión: el enfrentamiento entre padres e hijos: porque junto a la duda y perplejidad de los padres de la bella Joey está la confusión y desconcierto animado de una cierta ira de los padres de John Prentice (Poitier), un cartero jubilado el Sr. Prentice (Roy Glenn) y su esposa, la Sra. Prentice (Beah Richards , también nominada al Oscar a la mejor actriz secundaria), quienes al insistir en desplazarse desde Los Angeles hasta San Francisco para conocer a su futura nuera, descubren asombrados y atónitos la belleza rubia de Joey.

La incomprensión de los padres con la voluntad de sus hijos nace de los prejuicios que su edad les aporta, preveyendo un futuro hostil a la pareja interracial.

Como contrapunto y apoyo a la problemática meramente racial, están también Hilary (Virginia Christine, en una corta pero intensa actuación), la empleada de confianza de Christina en su galería de arte, que se escandaliza y "se preocupa" por su amiga y jefa, y la iracunda Tillie (estupenda Isabel Sandford ) empleada de los Drayton desde hace más de veinte años, que acosa al joven John con malos modos, advirtiéndole que si va a causar daño a "su Joey", a la que ha criado con mimo, se las verá con ella, a quien, de negro a negro, no puede engañar, aconsejándole se largue con viento fresco.

La presentación de los personajes es perfecta, tanto como el trabajo de los actores que les dan cuerpo y alma; siguiendo la tradicional estructura de presentación, nudo y desenlace, el guión avanza de forma admirable construyendo una red de deseos inalcanzables, una concordia que parece imposible, máxime cuando el joven John, a escondidas de su amada, asegura que no contraerá matrimonio sin el beneplácito de sus futuros suegros.

La temática del racismo está afinada al máximo, presentada como una cuestión que atañe meramente al color de la piel; porque el futuro suegro, al tomar conocimiento de la noticia, ya se ocupa de averiguar que el amado por su hija es un Doctor en Medicina con un currículo mas que brillante espectacular, un hombre hecho a sí mismo con esfuerzo, tan honrado que incluso deja, en la mesa del estudio, el importe de una llamada interestatal a sus padres en Nueva York.

Es decir, que no deja Kramer resquicio alguno en que basar una negativa, ni por posición social, ni económica, reduciendo la cuestión al color de la piel como definitoria de la raza distinta del pretendiente.

La película quizás resulta excesiva en sus diálogos, que le privan ritmo, causando una teatralidad inexistente en origen, aunque luego la pieza se haya representado con éxito en los escenarios. Pero esos diálogos son brillantes, muy bien construídos, con réplicas y contra réplicas agudas, muy bien llevados por los actores, especialmente por la pareja Hepburn (que consiguió el Oscar por su trabajo) y Tracy (que fue nominado), con el añadido que ella ya padecía sus primeros ataques de parkinson, con algún leve temblor, y él, el gran Spencer Tracy, realizó su último trabajo como actor, pues falleció apenas diecisiete días después de terminarse el rodaje.

El magnífico monólogo de Tracy que cierra la película arranca lágrimas verdaderas en la Hepburn, conscientes ambos que esas serán sus últimas palabras en el cine.

Película que asombró en su momento, por la valentía de ofrecer a la palestra pública cuestión que ya existía (no en vano Barack Obama había nacido seis años antes de un matrimonio interracial) pero que causaba polémica en la sociedad de la época.

Vale la pena dedicarle una tarde y verla y disfrutarla con calma, en v.o.s.e. si es posible.




Uno no puede menos que preguntarse si esa situación, hoy, sería asimilada mejor, igual o peor que hace ya cuarenta años largos.


p.d.: la lamentable versión cómica del año 2005 merece un estudio aparte, pero me fallan las fuerzas sólo con pensar que debería volver a sufrirla para condenarla con exactitud.


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dilluns, 1 de desembre del 2008

Otoño


Estamos en la estación más triste del año -tardor, la llamamos en Catalunya-, donde la melancolía hace mella en el ánimo mientras las hojas caídas de los árboles son mecidas por los fríos vientos que anuncian el invierno.

Una estación fantástica, plena de los ocres de los árboles, amada por unos y odiada por otros.

Un poema y una imagen :

Anochecido otoño,
¿son azar esas gotas,
lentas resbaladoras
por el cristal abajo,
mientras solloza el hierro?
¿Son agua sin destino,
vacías de misión,
huérfanas de unos párpados,
de un alma, de un dolor?
¿Son nada, son la lluvia
en una ventanilla,
mientras que corre el tren
deseándole al alma
todo lo que quería?

No, no son gotas vanas.
Un ansia de llorar,
unos ojos ardiendo
desde un alma transida,
las miran deslizarse.
Y se paran las lágrimas
que en su borde temblaban:
no salen, no hacen falta,
ya tienen otra forma.
Porque allí en el cristal,
con lágrimas de lluvia,
de Dios, de cielo, está
sin que lo vea nadie
llorando un alma humana.

Pedro Salinas
Arcimboldo (ilustración del Otoño)


Una guitarra, una voz, una canción:






La gran Eva Cassidy, desafortunadamente fallecida en plena juventud en el otoño de 1996, nos dejó su arte, su voz y su sentimiento en la interpretación de piezas reconocidas, alguna claramente cinéfila:








Hagamos acopio de fuerzas, pasemos ese otoño tristón y confiemos en un futuro mejor:








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