La primera de Rob
Empezar cualquier obra de arte con un plato fuerte es un riesgo difícil de asumir: sea un primer capítulo de una novela, una virtuosa introducción de un concierto o, como es el caso, una escena musical con tanta garra.
Porque uno siempre aspira a más conforme se va desarrollando la pieza; es lógico y razonable guardar los números brillantes para otro momento.
Así que este inicio, apenas vislumbrado, encoge el corazón del espectador avisado, porque se teme que a partir de ahí, todo descenderá hasta la banalidad.
Si además el que toma esa decisión es un director novel cuando planifica de antemano su primer largometraje, seguro que más de uno se lleva las manos a la cabeza.
Pero Rob Marshall, a quien eligieron en última instancia como director, no es ningún tonto. Monaguillo antes que fraile, Rob se inició como bailarín profesional y luego, con el paso de los años y la pérdida de facultades físicas y crecimiento de la ambición, devino en coreógrafo de lustre: seis nominaciones como mejor coreógrafo en su haber por trabajos realizados en Broadway así lo acreditan. Seis desde 1993 hasta 1999. La última, de hecho, como mejor director de un musical (una nueva versión de Cabaret) junto con Sam Mendes, quien declinó la propuesta de dirigir Chicago (Chicago, 2002) porque se hallaba enfrascado en su American Beauty.
La trama se sustenta en origen en una pieza de Maurine Dallas Watkins , cronista de crímenes de un periódico de Chicago, que en 1927 escribió la historia de dos asesinas que conmocionaron la ciudad, que se convirtió en película: Chicago (1927). Más tarde, en 1942, Ginger Rogers representó a la asesina Roxie Hart.
A mediados de los sesenta del pasado siglo, Gwen Verdon, casada con Bob Fosse, se empeñó en que le gustaría interpretar un musical con esa historia: Fosse le fue dando largas a su esposa y ella, como es natural, no se dio por vencida: como una verdadera gota china, insistió, insistió, hasta que al fin Fosse, que se encontró con los derechos de la obra en sus manos, las de su esposa y las de Robert Fryer, no tuvo más alternativa que ponerse a trabajar. Así, en 1975 se estrenó en Broadway el musical Chicago, obteniendo un clamoroso éxito.
Las excelentes composiciones musicales de John Kander y las canciones escritas por Fred Ebb más una adaptación del libreto por parte de Ebb y de Fosse, formaron un conjunto fantástico.
Rob Marshall desde el primer segundo y hasta el último fue consciente del peso de Fosse y compañía en la película con la que iba a estrenarse como director de cine: por eso, en los títulos de crédito, se rinde expreso homenaje a Gwen Verdon, Bob Fosse y Robert Fryer.
Contra la unánime opinión, ese primer número que pueden haber disfrutado, esa canción All That Jazz, no es un homenaje explícito a Fosse, referido a su película con el mismo título; el número musical es un homenaje de Fosse y compañía a la cabaretera Texas Guinan
Lo que en mi opinión sí es un homenaje directo a Fosse es la ambientación de la sala, tanto en ese número como en el que le sigue, ya que se inspira muy claramente en la forma de rodar Fosse "su Cabaret".
Pero aparte de las semblanzas y homenajes, lo cierto es que Rob Marshall despega y toma las riendas de todo el montaje con inspiración propia, sin renunciar a lo conocido.
Basándose en un guión de Bill Condon, Marshall ofrece su visión de una historia ya conocida. Su experiencia como coreógrafo le permite modular de forma excelente los bailes; según cuenta él mismo en el documental que acompaña el dvd, dedicó mes y medio a trabajar con el elenco hasta que moldeados cual barro en sus manos, supieron moverse como él quería.
Tuvo la enorme suerte de contar con Catherine Zeta-Jones quien se había iniciado en los musicales londinenses y sabe bailar y cantar desprendiendo un erotismo y una energía que hacen de su Velma Kelly una adorable asesina capaz incluso de liderar al bellísimo grupo de asesinas de la cárcel donde están aguardando su juicio, en el memorable Tango de la Cárcel
La idea de Marshall consiste en mezclar la mayoría de los números musicales con lo que podríamos llamar la vida real: el personaje de Roxie Hart (interpretado por una esforzada Renée Zellweger que canta bien pero se mueve como una gimnasta) imagina situaciones musicales y su representación toma tintes oníricos gracias a la espléndida paleta de colores fruto del inmejorable trabajo de Dion Beebe que pinta de luces de colores las diferentes escenas siempre adecuando el tono al significado de la escena, admirablemente compuesta en su planificación y montada por Martin Walsh con una sincronía entre realidad y ficción que consigue maravillar a cada revisión de la película.
El conjunto es fascinante pero no logra ocultar la acerada crítica residente en la obra original, donde los tejemanejes de los periodistas, más preocupados por vender periódicos que de otra cosa, dejan a un lado la ética profesional para enaltecer conductas reprobables, ofreciendo carnaza a un público ávido de sensaciones fuertes, punto flaco aprovechado por el avispado Abogado de Roxie, un tal Billy Flynn (Richard Gere, que entona bien pero sigue actuando como siempre), especialista que disfruta manipulando a la prensa
El conjunto de personajes que vemos desfilar carecen del más mínimo escrúpulo: únicamente el marido cornudo de Roxie, Amos (John C. Reilly, fantástico, sorprendente su calidad como actor secundario), es una persona que puede suscitar una reflexiva adhesión del espectador por ese tipo de buena fe al que todos engañan y a quien nadie toma en cuenta, como si realmente se tratara de un hombre invisible, hecho de celofán.
La valentía del libreto, que el guión mantiene, permanece inalterable e incólume al paso del tiempo; si la autora criticó duramente los procedimientos de los felices años veinte de la ciudad de Chicago, cuyos personajes más conocidos son hampones de la talla de Capone, oscureciendo a las buenas gentes, los dardos afilados persisten en el guión de Condon y Marshall los refuerza con su visión esperpéntica, surrealista y burlona, ofreciendo una espectacular, colorida, alucinante y malvada burla de lo que puede llegar a ser un tribunal de justicia, como si fuera un circo de tres pistas.
Marshall deslumbra con sus números musicales y los filma con una precisión y fuerza inolvidables e inimaginables en una ópera prima: su pulso es firme y se nota a la legua que tiene las ideas muy bien forjadas: sabe lo que quiere y sabe cómo obtenerlo. Cuenta con la inapreciable colaboración de Andrew M. Stearn como director artístico, alumbrando un Chicago envejecido, real, y un riquísimo desfile de vestidos a cual más brillante fruto de los bocetos de la diseñadora Colleen Atwood que ajusta el colorido de las telas a usar en la confección a la escena y a la iluminación, ofreciendo un todo asombroso y pletórico de conjunción artística.
Marshall consigue arrancar en este siglo XXI los vítores y aplausos del cinéfilo aficionado al género musical con una obra moderna en su concepción y clásica en su contenido: no rehuye la carga erótica que seguramente incluyó Fosse en el libreto y la refuerza con planos elípticos pero muy inteligibles; la crítica a la excesiva influencia de la prensa amarilla en las decisiones de los jurados de los tribunales persiste y sigue vigente, convirtiendo un musical en una parábola amarga de la actualidad: entre bailes y canciones, señalan con el dedo la podedumbre de una sociedad que toma como espejo a imitar conductas delictuosas y reprobables.
Una película que contiene en sí misma muchas otras: un musical destinado a recordar que en el mundo que vivimos el éxito se alcanza en ocasiones por medios amorales con el beneplácito de parte de la sociedad, más atenta a trapichear y conseguir beneficio sin esfuerzo que por medio de un laborioso trabajo honrado: un espejo distorsionado que refleja esperpénticamente a la prensa voraz de noticias: la sangre fresca deja huérfana de fotos a la Roxie vencedora de una justicia inane vencida por un fullero. Marshall no nos cuenta de hecho nada nuevo, pero lo hace con una convicción y fuerza indiscutibles y un lenguaje cinematográfico que al modo clásico nos permite disfrutar de los números musicales. El montaje en paralelo, como ya he apuntado, excelente, no tan sólo refuerza la interacción entre realidad y fantasía, sino que presenta las escenas musicales realzando detalles enriquecedores que en planos generales se perderían.
Chicago consiguió seis premios Oscar y siete nominaciones en el mismo certamen: cosecha sorprendente e inusual en una ópera prima; tengo para mí que alguno, vistas todas las candidaturas, como se puede comprobar aquí, resulta discutible.
Pero en mi opinión de cinéfago amante de los musicales, su categoría y calidad no han hecho más que crecer con el paso del tiempo; tan sólo puedo señalar como defectos subsanables las intervenciones de Richard Gere y de Renée Zellweger: ambos desempeñan bien sus caracteres pero se hallan faltos de la garra y fuerza de que hacen gala tanto la Zeta-Jones como Reilly, quedando desequilibrada la balanza del elenco interpretativo, en el que brilla también la intervención de la cantante Queen Latifah en un tema muy alejado de su especialidad
Seguramente un Billy Flynn interpretado por Christopher Walken y una Roxie Hart con el cuerpo y voz de Bernadette Peters hubieran sido una elección mucho más afortunada, ¿no? vean un ejemplo
Ese pequeño fallo de reparto y el hecho que aun no hace diez años de su estreno (en mi particular orden) son los únicos obstáculos que me impiden colocar directamente estos fantásticos ciento trece minutos de pasión, colorido, música y baile en la etiqueta de obra maestra; pero no hay duda que dentro del género musical, su lugar está muy cerca de la cabeza.
Sólo me queda desear que dentro de unas horas, el último estreno de la mano de Rob Marshall me emocione igual. Veremos...
Pues ojalá lo que ya he leído en algún sitio sobre la peli de Marshall ande algo errado, dado que de lo contrario, compa Josep, me temo que no vas a disfrutar demasiado, sino más bien al contrario. Ya sabes que no soy muy de musicales, y, de hecho, Chicago, aunque suene a burrada, no la he visto aún, pero no es de ésas a las que le tengo echada la cruz; o sea, que la veré, la veré...
ResponEliminaUn fuerte abrazo y buen fin de semana.
Aquí sí que no, Josep. Yo, de musicales, lo justo, y con esta me aburrí tremendamente. Tanto que la tengo por casa y todavía no la he acabado de ver. Y desde luego, como lo de "Nine" se aproxime algo a lo que he oído de ella (causa de la quiebra de la Weinstein Company, para empezar), no tendré más remedio que reafirmarme. Eso sí, antes le daremos una nueva oportunidad a "Chicago", aunque dada mi fobia a los musicales, creo que...
ResponEliminaSaludos.
La verdad, Manuel, es que he preferido no leer nada de antemano sobre Nine.
ResponEliminaSí me da mala espina que esta tarde pueda yo verla en "mi cine" porque cuando esto ocurre, en plan multiestreno, la cosa no suele acabar bien. Veremos.
Me consta que el musical no es tu género preferido: Chicago, cuyo dvd será fácil y barato de encontrar, pues La Vanguardia lo vendió a un euro hace poco (estuve a punto de comprarlo para tener una copia más, por si algún día se me fastidia), bien vale la pena aunque sea por sus excelentes canciones y bailes, cuya calidad es innegable. Si mañana hallara un cine con pantalla grande y buen sonido que la ofreciera, no lo dudaría un instante. Pero claro, a mí, los musicales, me encantan.
Un abrazo.
Ya sé, Alfredo, que el género musical no está entre tus predilecciones. Sobre gustos, ya se sabe. A mí me encantan los números musicales de Chicago por todo: la música, el baile, la forma de filmarlo, el escenario....
ResponEliminaDe hecho, considero que Marshall es un gran coreógrafo y director de musicales: la de la Geisha no me cabó de convencer, pero hay por ahí un show televisivo en homenaje a Tony Bennett dirigido por Marshall que es una pequeña maravilla.
Ya daré cumplida cuenta de Nine, que espero no me defraude, aunque entre Manuel y tu ya me estáis metiendo miedo en el cuerpo... :-)
Saludos.
Al cien por cien contigo, amigo Josep. Desde que en un rápido viaje de fin de samana la Lola y yo vimos la obra en su estreno londinense "Chicago" me pareció un musical mas que genial.
ResponEliminaCuando supe que iba a ser trasladado a imágenes me puse a temblar....me parecía una empresa muy difícil de llevar a buen término, sobre todo por las características argumentales.Mi sorpresa fue placentera porque Rob Marshall dió prácticamente en la diana.
Aunque, como dices bien, hay pequeñas pinceladas fuera de lugar, el conjunto nos complace a todos los que amamos este género cinematográfico, uno de los más genuinos desde que el cine es cine.
Yo también espero ese "Nine"...pero habrá que verlo.
(Una nota al margen: No fui a ver "Avatar", la Lola se amoscó un poco y decidimos darnos un paseito por Vegueta....(en realidad lo que me echó para atrás fue la duración)
Para que veas, lo mucho que te estimo que te hago caso. Este sábado sí que hay timba.
Un abrazote.
Esperaba como agua de mayo tu comentario, Antonio, porque me consta tu amor por el musical, y me reconforta que coincidamos.
ResponElimina(Aquí inter nos: me da que esos dos que te han precedido son gentes con dos pies izquierdos, que se dice. ¡Es broma, conste!)
Envidio tu suerte en ver la pieza en las tablas y refuerza aun más si cabe mi percepción del buen trabajo de Marshall.
De Nine, si no hay problema, hablamos la semana que viene...
(A ver si resulta que tu Lola se leyó mi reseña de Avatar y de rebote te chafé "la experiencia". Tiempo habrá, supongo, aunque sea en 2D)
Suerte con los naipes...
Un abrazo.
Este fin de semana iré a ver Nine, a ver qué tal; si estuviera a la altura de Chicago ya me daría más que satisfecha.
ResponEliminaSi no recuerdo mal, la canción All that jazz de Chicago ya existía en la versión de Fosse, y como éste estaba enfrascado casi al mismo tiempo con la dirección de la película, se permitió usar como referencia esa frase de la canción.
Si Nine está a la altura de ésta, Alicia, Marshall será el rey de hollywood en los próximos Oscar. Veremos.
ResponElimina¡Bingo! Fosse fue quien usó el título de esa canción para su película; cabe suponer que Fosse escuchó miles de veces la canción para preparar la coreografía del musical y a buen seguro que tantas horas pasó preparando su película.
De la búsqueda realizada como paso previo, resulta muy interesante saber que Fosse y Ebb introdujeron no pocos guiños y homenajes en el musical, dedicando cada número a alguien en concreto.
Marshall no tiene empacho alguno en dedicar la película a quienes decidieron crear el musical y me parece que ello no empequeñece la buena labor realizada.
Saludos.
Vi "Chicago" aquí en Valencia ya hace años, creo recordar que una de las interpretes era Carmen Conesa (maldita memoria) y por eso cuando lo del cine, fuí a verla entre escéptica y expectante, y me gustó. A mi es que me gusta cantar y bailar que le vamos a hacer.
ResponEliminaUna abraçada
Me encanta Walken
Lo cierto es, Alma, que es un gustazo ver esa versión cinematográfica e imaginar lo que puede llegar a ser un espectáculo teatral en Broadway, con esa gente y esos medios.
ResponEliminaA mí bailar me gusta, pero cantar me lo tienen prohibido porque suele llover...
Walken lo hubiera bordado, segurísimo...
Una abraçada.
Aquí otro amigo de los musicales. Un incondicional del género.
ResponEliminaPero, querido Josep, ésta película no me acabó. Y es que la encuentro endeble, precisamene, en su parte menos musical, lo que dice mucho y bueno del director en cuanto a lo esmerado de su aproximación al género, pero lo que no deja en demasiado buen lugar el conjunto.
Es una opinión muy personal, cclaro, y además, posiblemente viciada, pues ni Gere ni la Zelgewer son santos de mi devoción y eso condiciona mucho mi postura. Lo reconozco.
Ahora sí, tu crítica es sencillamente elaboradisima y bien escrita... con lo que espero que hagamos las paces. Sonrío.
Como me gusta pasar por aquí, nuevamente tengo que aplaudirte ante una entra como esta, plases, plases y requeteplases…
ResponEliminaRespecto a la película, a mí me decepcionó, tal vez porque tenía unas expectativas demasiado altas, o tal vez porque, contrariamente a tu opinión, a mí me parece que ese número inicial con el que empieza la película, sublime, pone un listón tan alto que a partir de ahí cualquier cosa que venga después parece poco.
En lo que sí coincido contigo es en que la René y el Gere, no me parecen una elección acertada para la película, yo hubiera elegido actores menos conocidos pero a los que avalara una trayectoria en la interpretación de musicales (cantar y bailar), por ejemplo de Broadway. Pero ya se sabe, la pela es la pela, y hay que utilizar caras con tirón comercial, es lo que hay.
Por último, lo que hubiera dado yo por poder haber asistido al montaje de Fosse, eso sí hubiera sido uno de esos lujazos que una recuerda toda la vida.
Besos
P:D: Espero con impaciencia tu opinión sobre “Nine”, aunque, críticas a parte, no me da muy buena espina, de todas maneras yo es que ando entusiasmada con el estreno de mi George, que esa sí que no me la pienso perder ;)
Ninguna falta hace, Raúl, colega, que hagamos las paces: ya ves que coincidimos en el aprecio de la desafortunada intervención de Gere y la Renée que lastran las escenas no cantadas; sin embargo, las escenas habladas en las que esos dos no aparecen juntos, son correctas, en mi opinión.
ResponEliminaY muchas gracias por el elogio.
Saludos.
Celebro, Vivian, que te haya gustado la reseña.
ResponEliminaA mí me encantan varios de los números musicales: el Tango de la Cárcel, por ejemplo, y el Circo de la Justicia, me parecen deslumbrantes, bien interpretados y muy bien rodados.
Creo que es común el poco aprecio de los dos ¿protagonistas?, Richard y Renée. viendo el documental incluido en el dvd, parece decisión del productor...
El montaje de Fosse tuvo que ser inolvidable, sí, seguro.
Besos.
p.d.: Tengo desde ayer mi neurona centrifugando en mi cabeza: parece que ya tengo medio pensado el exordio... :-)
p.d.2: Tambiñen tengo ganas de ver a "tu" George.... ;-)